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Enal no solo se lo está pasando pipa agarrado a la cola de un tiburón nodriza pardo. No es un escualo cualquiera. Es su mascota. Pero el pequeño hace algo más que disfrutar buceando en los Mares del Coral, en Sulawesi (Indonesia). Enal está entrenando. Cuando tenga unos años más deberá ser capaz de sumergirse a pulmón a unos 20 metros de profundidad en el océano. Solo así podrá llevar a casa una buena cesta repleta de peces, pepinos de mar y hasta perlas.
Su ídolo es Sulbin, un venerado cazador submarino de piel tostada, una especie de Dios en vida entre los Bajau Laut, la tribu a la que pertenece el chaval. Sulbin demuestra a diario que la resistencia humana tiene un límite mayor de lo que pensamos. El avezado submarinista es capaz de aguantar hasta cinco minutos bajo el agua. Sus pulsaciones cardiacas descienden a 30 por minuto. Y sus ojos se han acostumbrado tanto al fondo submarino que enfocan incluso mejor que en la superficie.
Los Bajau Laut son una tribu en peligro de desaparición, una de las muchas por las que lucha la ONG Survival. Pero en las casas flotantes en las que viven en mitad del océano, en su paraíso, los Bajau son ajenos a la suerte que puedan correr algún día. Su vida es el mar. Pasan el 60% de su existencia en remojo, tanto tiempo como las nutrias. Miden las horas por el ritmo de las mareas. Y, como Enal, sonríen hasta debajo del agua. Allí, en el lecho marino, les resbalan los problemas que se cuezan sobre la faz de la tierra.
TÍTULO: UN CAYUCO PARA LA UNIVERSIDAD:
TÍTULO: UN CAYUCO PARA LA UNIVERSIDAD:
Con 16 años y todo su aplomo adolescente se zambulló en el mar. Nadó hasta la lancha que le indicaron en un rincón de la costa marroquí ...
Con 16 años y todo su aplomo adolescente se zambulló en el mar. Nadó hasta la lancha que le indicaron en un rincón de la costa marroquí sin equipaje, papeles, ni agua. Un fantasma más rumbo a las costas españolas. Dieciséis horas después, Salvamento Marítimo les rescató a él y a sus 34 compañeros de pasaje, a cuatro millas al norte de la isla de Alborán. La lancha, tipo zodiac, estaba semihundida por el exceso de peso y una horrible marejada. Pero Ousmane Berthe no recuerda haber sentido miedo aquella noche del 24 de julio de 2008: «Solo sed, mucha, y unas ganas tremendas de elegir bien mi camino. No me asusté. Quería llegar, llegar».
Había elegido un mal momento. Las mafias ya no gastaban dinero en las embarcaciones porque muchos de los que viajaban en ellas tampoco solían pagar el billete. Así que les obligaban a transportar droga, 20 kilos de hachís en una mochila. La fuerte vigilancia obligaba, además, a arriesgarse por rutas cada vez más peligrosas. De postre, España estaba de uñas con la avalancha de pateras y todas esas vidas desgraciadas a bordo: la inmigración era uno de los problemas que entonces más preocupaba al país. Pero Ousmane no sabía nada de sus futuros paisanos. En realidad, no estaba muy seguro de pisar suelo andaluz. Le dieron agua, una manta y le radiografiaron la muñeca. Tuvo suerte y confirmó su minoría de edad. Se quedaba.
Ya en el centro de menores de Almería, la pregunta de rigor.
- Bueno, chaval, ¿y tú qué quieres hacer?
- Yo quiero estudiar. Nada más.
Era la primera vez que oían esa respuesta. Y se lo preguntan a más de cien chicos al año desde que lo inauguraron hace una década. «Nos llegó al alma. Nada de trabajar para conseguir dinero rápido. Es-tu-diar. Nos quedamos alucinados», recuerda su tutora.
Berete, como le 'bautizaron' en Almería, ha terminado este viernes sus exámenes de selectividad y no tiene muy claro en qué facultad acabará. Su sueño es ser enfermero «para ayudar en lo que pueda, y hacerlo muy bien». Pero la media es la misma para todos y necesita un 7. Aquí no hay milagros. Lo tiene complicado, pero no imposible para un chico que ha sido capaz de sacarse la ESO y el Bachillerato en cuatro años empezando por 'la m con la a se dice ma'. Que de español no decía ni olé. Nació en Man, un exuberante valle montañoso cercano a Abiyán, capital financiera de Costa de Marfil, donde los niños hablan francés y campaban a sus anchas hasta que la guerra civil les aterrorizó. En un par de días el Gobierno mató a 200 personas muy cerca de donde Berete chutaba el balón con sus amigos. «Y me fui. Quería conocer otras cosas». Tenía 11 años y una fuerza de voluntad que le permitió sobrevivir vendiendo recambios de coches -desguaces europeos- mientras pedaleaba su bici por los arrabales de Abiyá.
Luego saltó a Mali, el desierto, Argelia y acabó en Marruecos. «Alguien me dijo que era fácil entrar en España. No lo pensé. Yo tenía claro desde muy niño que quería estudiar, aprender cosas nuevas y emprender una nueva vida. Llamé a casa y les anuncié que me iba. Contar ahora cómo lo conseguí es delicado, no es oportuno. No me permitieron llevar nada, ni siquiera una botella de agua. El problema era el peso. Parece un viaje corto, pero se hace largo...».
No ve a su madre desde que dejó el balón y a los amigos en Man. Ni siquiera sabe si está viva. Tampoco a su padre y a sus dos hermanos. «Pero prefiero no hablar de esto». En el centro de menores donde tanto le ayudaron, y a donde volvió el curso pasado con una beca para colaborar con los educadores, jamás le preguntan por la familia. «Se pone demasiado triste, y no es plan. Es de lo mejorcito que hemos tenido aquí», desliza con orgullo de madre su tutora. Berete la llama maestra y la mira como un hijo. «Ella y los educadores han hecho posible que yo siga mi camino».
Los trabajadores del centro le dan mucha más importancia a sus codos. «Bereeeeeteeeeeeeee, apaga ya la luz, hombre, que la vas a palmar», le gritaban a las tres de la mañana cuando remataba el bachillerato hace tres meses. La jornada se le quedaba pequeña. De día se dedicaba a echar una mano a los que siguen llegando a la playa como él.
Porque lo siguen haciendo, aunque una patera con forma de ataúd ya no nos diga nada. Esta misma semana han aparecido en la costa alicantina dos cayucos con un total de 25 hombres, la mayoría jóvenes, con dudas de si han cumplido los 18. En agosto, las patrullas de Salvamento Marítimo rescataron a medio centenar en aguas de Almería y Granada. También buscaron por mar y aire otras dos balsas con un centenar de personas de las que nunca más se supo. Pero las desapariciones y las carreras por la playa han dejado de sorprendernos.
«Nunca les miento»
Los chicos que se la juegan y recalan en el centro de Almería tienen la suerte de toparse con los consejos de Berete. «Siempre les hablo en positivo y nunca miento, que me pongo muy nervioso. Les digo que aquí, si estás tranquilo, te ayudan. Hay que obedecer, seguir las normas. Son sencillas. Ahora bien, cada uno tiene su objetivo y puede hacer lo que quiere. Yo creo que si te propones una cosa y trabajas, lo consigues».
Como su ídolo, Curtis James Jackson III, de nombre artístico 50 Cent. Hijo de una traficante de drogas de Queens (Nueva York) que murió cuando él tenía 8 años, fue arrestado varias veces por llevar en el bolsillo crack en vez de lapiceros. Pero salió del hoyo cantando su vida y ganó un Grammy. Cuando Berete se pone triste o nervioso se enchufa el hip-hop de 50 Cent. «Cuenta cosas que pasan a los chicos americanos y que no son tan diferentes de nuestras desgracias». El chaval tiene cabeza, aunque siempre la lleve cubierta por una gorra que solo se quita en la cama y el mar. De lo contrario se habría conformado con recoger tomates y rapear el resto de día. Pero como canta Curtis James, y Ousmane repite como un mantra, «cada uno tiene que elegir su camino, y hay que hacerlo muy bien».
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