Ana Boyer-foto- tiene 22 años y acaba de debutar como modelo de Swarovski.
Es la más Boyer de las Preysler. O la más Preysler de los Boyer. Según se mire. Pero por esas carambolas genéticas, Ana, la hija de Isabel Preysler y Miguel Boyer, parece haber recibido una equilibrada herencia de sus famosos progenitores. «Es discreta, educada, atenta, dulce, diplomática», comenta una persona cercana a ella. Pero también, «metódica, disciplinada, muy estudiosa, trabajadora y reservada». Esta 'joya', este modelo de hija, acaba de debutar precisamente como modelo de joyas para la firma austriaca Swarovski, en la revista '¡Hola!'. Es su primer posado sin mamá ni Tamara al fondo. Y le ha resultado una experiencia muy instructiva. Por un lado, ha debutado con brillantez en el exclusivo 'gremio' liderado por su madre. Por otro, ha probado el agridulce jarabe de la exposición mediática.
Una nariz y un mentón muy similares a los de su padre, y una mirada rasgada y pómulos de inequívoco diseño oriental, delatan su procedencia. Si hace 22 años, cuando ella nació, alguien hubiera jugado a elaborar un retrato robot de la hija del matrimonio formado por el exministro de Economía y Hacienda y nuestra reina del glamour, ni en los mejores pronósticos se habría acercado a la fotogenia y el estilo que derrocha Ana Boyer. A la sesión de fotos que esta semana la ha situado en la portada de la 'biblia del couché', llegó enfundada en un pantalón de montar color caqui, botas altas, blusa blanca y chaqueta entallada. Puntual, con una amplia sonrisa y muchas ganas de trabajar.
Los fotógrafos y estilistas saben que hay famosas que entre pose y pose no paran de hablar por el móvil. No fue este el caso. Ana desconectó su teléfono antes de que comenzara la sesión y no lo volvió a conectar hasta cuatro horas más tarde, cuando el trabajo había finalizado. Ni una consulta a mamá o a su hermana Tamara, a la que está muy unida, ni un mensajito a una amiga o amigo especial. Nada. «Semejante concentración no se ve todos los días», observa alguien que estuvo presente en el posado, realizado hace dos semanas en un espectacular chalé del lujoso barrio de La Finca, en Madrid. Al día siguiente, la joven Boyer, que estudia en Icade con notas brillantes Derecho y Administración de Empresas, tenía un examen. «No hace falta -respondió cuando le preguntaron si quería cambiar la fecha de la sesión fotográfica-. Lo tengo todo estudiado y solo me falta un repaso general. Además, me vendrá bien desconectar unas horas».
Ocho cambios de ropa
Dicho y hecho. Ana se cambió de ropa hasta ocho veces y se puso una joya detrás de otra de la colección 'Swing, Sing and Shine' de la que ahora es madrina. «Con qué facilidad posa, parece que lo llevara en la sangre». Fue el comentario más repetido durante la sesión, que comenzó pasadas las doce y terminó casi a las cinco de la tarde. En medio, hubo un receso para comer un tentempié. Ana picó algo de fruta, bebió abundante agua y volvió a concentrarse en la tarea. Al acabar, no quiso abandonar la sala sin antes despedirse, uno por uno, de todos los profesionales y colaboradores. «Es de una educación exquisita», concluyeron los allí presentes.
Fruto de la historia de amor probablemente más escandalosa de la España de los ochenta, Ana residió sus primeros tres años de vida en el chalé que su madre tenía en la colonia de El Viso, pero en 1992 la pequeña se trasladó con su familia a la mansión que los Boyer-Preysler se hicieron construir en Puerta de Hierro, la famosa casa de los innumerables cuartos de baño. Y en ella sigue viviendo con sus padres. «Romántica, pero lo justo», Ana no tiene novio desde que rompió con Diego Osorio (joven de familia aristocrática). Los que la conocen dicen que no es muy trasnochadora. «Si acude a una fiesta social, es de las que se retiran pronto». Eso sí, Ana tiene su carácter. Pero afirman que «ni cuando se enfada pierde los papeles». ¿Y qué le disgusta? Pues por ejemplo que la prensa haya especulado sobre sus honorarios por el reportaje de '¡Hola!'. Son, como bien podrá explicarle su experimentada madre, gajes del oficio, porque toda exposición mediática conlleva especulaciones y críticas. Y ahora, con esa lección bien aprendida, será la propia Ana Boyer, una chica realmente lista, la que decida si quiere seguir por ese camino.
12-2-2012----TÍTULO: CALLOS. EL ALMÍREZ.
Todo tiene su reglamento, y es bueno que así sea para poder experimentar el gozo de saltárselo a la torera. Incluso los callos a la madrileña tienen su norma. El que fue Premio Nacional de Literatura y Cronista de la Villa de Madrid, Juan Sampelayo, dedicó mucho tiempo a marcar la diferencia entre los callos que se guisan y consumen en Madrid, y ‘a la madrileña’, y los que son comunes en otros lugares de España. Así pudo establecer el canon que marca su diferencia. Por cada dos kilos de callos, el guiso debe integrar uno de manos de ternera y medio de morro de vaca. Todo lo demás, chorizo incluido, es capricho y gusto del cocinero de turno.
Aclaro lo de más arriba porque es mucha la correspondencia que recibo sobre los callos y sus preferencias. ¿Los mejores?, preguntan muchos amables lectores. Hubo un tiempo en que fueron los de Jockey (Amador de los Ríos, 6, Madrid); pero cambian los tiempos, los gestores de los negocios y los jefes de cocina. Si hoy tuviera que escoger, echaría a cara y cruz entre los que más me gustan. Los de La Tasquita de Enfrente (Ballesta, 6, Madrid) desmienten lo canalla de su ubicación con una delicada finura, y los de San Mamés (Bravo Murillo, 88, Madrid), más tradicionales, sirven para perpetuar la tradición de que la mejor cocina de ‘los Madriles’ siempre la hicieron los vascos y los gallegos. Quizá no sea accesorio señalar que tanto La Tasquita de Enfrente como San Mamés son viejas casas castizas que ya viven una segunda generación en sus cocinas y en su entendimiento. La tradición es un gran condimento para la modernidad.
12-2-2012----TÍTULO: CALLOS. EL ALMÍREZ.
Todo tiene su reglamento, y es bueno que así sea para poder experimentar el gozo de saltárselo a la torera. Incluso los callos a la madrileña tienen su norma. El que fue Premio Nacional de Literatura y Cronista de la Villa de Madrid, Juan Sampelayo, dedicó mucho tiempo a marcar la diferencia entre los callos que se guisan y consumen en Madrid, y ‘a la madrileña’, y los que son comunes en otros lugares de España. Así pudo establecer el canon que marca su diferencia. Por cada dos kilos de callos, el guiso debe integrar uno de manos de ternera y medio de morro de vaca. Todo lo demás, chorizo incluido, es capricho y gusto del cocinero de turno.
Aclaro lo de más arriba porque es mucha la correspondencia que recibo sobre los callos y sus preferencias. ¿Los mejores?, preguntan muchos amables lectores. Hubo un tiempo en que fueron los de Jockey (Amador de los Ríos, 6, Madrid); pero cambian los tiempos, los gestores de los negocios y los jefes de cocina. Si hoy tuviera que escoger, echaría a cara y cruz entre los que más me gustan. Los de La Tasquita de Enfrente (Ballesta, 6, Madrid) desmienten lo canalla de su ubicación con una delicada finura, y los de San Mamés (Bravo Murillo, 88, Madrid), más tradicionales, sirven para perpetuar la tradición de que la mejor cocina de ‘los Madriles’ siempre la hicieron los vascos y los gallegos. Quizá no sea accesorio señalar que tanto La Tasquita de Enfrente como San Mamés son viejas casas castizas que ya viven una segunda generación en sus cocinas y en su entendimiento. La tradición es un gran condimento para la modernidad.
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