El mismo tiempo de espera, el mismo saludo de siempre, la misma música que en el coche hace de fondo de una conversación que sospechosamente me recuerda a otras. El mismo recorrido, el mismo paisaje. Y una vez allí, me abre la puerta la misma persona. Cuando estoy dentro siento el mismo olor, que soy capaz de reconocer desde el primer día. Todo ello, ya me dice que esta tarde va a ser diferente.
Esta noche me he acostado con menos ropa de lo habitual. Es verano, y la ropa ligera será la única manera de apagar el calor que me inunda y frustra mi sueño. Pero no es la temperatura lo que esta noche no me deja dormir. Es mi pensamiento. No se, hoy tengo la cabeza en otro sitio.Doy vueltas en la cama, y cuando me giro, de repente apareces. Me clavas tus ojos, esa mirada que algunas veces me provoca y otras veces temo. Me empieza a gustar esa sensación y te devuelvo la mirada, no aparto mis ojos de los tuyos. Y entre miradas te vas acercando, vas rompiendo la distancia, va aumentando la temperatura y un leve temblor inunda mi cuerpo, y es en ese momento cuando apartas tu mirada de mis ojos para clavarla en mis labios que se humedecen suavemente con el roce de mi lengua.
¡Bésame! ¡No, mejor no lo hagas! Porque en el momento en que tus labios rocen los míos ya no voy a poder frenar el deseo. Demasiado tarde, ya lo has hecho, a partir de ahora es mi cuerpo quien manda y quien dirija todos mis movimientos. Mi cabeza deja de funcionar.
Comienzo a notar que uno de mis muslos es rozado por las yemas de tus dedos, que desean explorar todos los rincones de este cuerpo que se deja hacer. Tu cuerpo, porque está dejando de ser el mío y solo responde a tus movimientos. Pero tú también estás respondiendo a los míos. Porque me aprisionas entre tus brazos y aprietas tu cintura contra la mía, que se descontrola. Déjame ver, si...
Me vuelves a mirar, me miras mientras mis manos desabrochan uno a uno los botones de tu pantalón, sin prisa, yo no la tengo, disfruta este momento, quiero que lo hagas, que lo hagamos. Y quiero que me sigas mirando como lo estás haciendo ahora, mientras tu camiseta se deja deslizar hasta ser arrebatada.
Tus ojos se van de los míos para ver lo que en este momento me acaricias. Estás rozando toda mi piel, que se eriza al paso de tus dedos y es ahí cuando decides quitar todo aquello que te impida seguir tocándome y erizándome.
Lo ves en mis ojos, sabes que lo estás haciendo bien y por eso no te detienes. Pero déjame sentirte, deja que pase mis manos por tus brazos, por tu espalda, déjame sentir tu pecho. ¿Me dejas sentirlo? Dame la vuelta y permíteme sentirlo en mi espalda. Tu pecho en mi espalda y tus manos paseando por mi vientre, subiendo hacia mis pechos, ¿los notas? Están duros por tu presencia, por esas caricias que les estás dedicando. Los estás tratando con delicadeza, pero noto como va aumentando tu ritmo y cada vez los agarras más y más fuerte.
Mi respiración empieza a dejarse notar, y no es para menos, estás despertando en una serie de gemidos que me indican el momento en el que no voy a poder frenarme. Y lo consigues, siempre lo haces, y cuando llego a ese punto en el que ya no puedo más, tus ojos me ven disfrutar, se que te gusta verme hacerlo.
Permíteme incorporarme y ponerme de pie porque ahora te toca a ti sentir lo que me has dado. Siente mis labios ¿los notas? Están bajando suavemente, recorriendo tu cuerpo, ya sabes hacia donde me dirijo, y donde tú quieres que se dirijan. Ponte cómodo, es tu momento. Te acaricio y de repente, notas la humedad de mi lengua en tu pene que está completamente erguido, expectante. Recorro con mi lengua su longitud, saboreo el placer. Notas como penetra en mi boca, despacio, seguimos sin prisa. Pero mi ritmo aumenta, ahora soy yo la que lo lleva.
No te estoy mirando, pero sé que tus ojos me están viendo a mí. Se cierran, y lo hacen porque te estás dejando embriagar por la excitación ¿lo notas ahora? ¿Me notas ahora? Cada vez es más profundo, y más rápido, y más profundo. Siente como mi lengua te recorre, nota mis manos acariciar tus testículos, quiero que aprecies como los presiono, un poco más fuerte, y un poco más rápido y... Ya noto tu sabor, estoy sintiendo como mi boca se inunda de ti, sabes que no me incomoda, puedes estar tranquilo.
Y vuelves a mirarme como lo hacías al principio, quizás ahora me dediques una de tus sonrisas pícaras, de esas que hacen que me ponga nerviosa. Sí, lo has hecho. Pero por lo que veo eso no quiere decir que haya sido el final de nada, porque me conduces a la cama.
¿Quieres ponerte encima? Si, déjame sentir el peso de tu cuerpo y te estoy notando entrar. Lo estás haciendo muy despacio, no me haces daño, todo lo contrario. Suavemente y cuando estás ya en el interior terminas de adentrarte en mí con un fuerte golpe que me hace vibrar y consigue excitarme más aún. Y empiezas a bailar. Tu movimiento se va compenetrando con el mío, estás muy tranquilo.
Tus ojos me miran y los míos también a los tuyos, me encanta como lo hacen. Y en un momento me dices: Ojazos. Y consigues sacarme una sonrisa que pronto se me borra porque has comenzado a acelerar y el placer y la excitación hacen que mi vista se nuble, que el bello de mi cuerpo se erice y que mi respiración se agite. La tuya también lo hace, puedo sentirla.
Seguimos sin prisa. Me pongo en frente tuyo y te doy la espalda. ¿Sabes lo que voy a hacer? Claro que si. Me inclino y dejo que tú también lo hagas. Vuelvo a notar tu pecho en mi espalda como lo hice al principio, pero esta vez estoy mucho más excitada, cada vez lo estoy más. Hasta las gotas de sudor que caen de nuestros cuerpos forman parte de la excitación que corre por mis venas y que ha logrado sustituir mi sangre. Te incorporas y mientras lo haces pasas la punta de tus dedos por la blanca piel de mi espalda y te sujetas a mis caderas, lo haces para volver a entrar en mí. Quiero que lo hagas.
Pero esta vez es diferente, mi cuerpo se ha dejado llevar demasiado y no puedo controlarlo. Tú tampoco pareces tener el control del tuyo. Oye mis gemidos, son el resultado del orgasmo que estoy teniendo, no pares ahora. Me has hecho caso, porque cada vez te noto más adentro, noto como haces fuerza contra mí, yo también la hago, porque quiero que alcance hasta lo más profundo. Una y otra vez, no puedo más voy a estallar, voy a estallar de placer. Y sigues cada vez más y más.
Me ha vuelto a pasar, no he podido controlarme y un segundo orgasmo ha hecho que mis brazos tiemblen. Así que me hecho encima de la cama, boca abajo al principio, pero cuando te acercas a mí, mirándome como lo estás haciendo, me ladeo y dejo que sigas. Colocas tus manos encima de uno de mis muslos y persona la expresión que dejabas ver en mi sueño.
EL PODER DE LA DELICADEZA.:
El éxito de la novela " La delicadeza" ha puesto voz a una necesidad colectiva que reivindica la ternura, la
humanidad y la empatía como cualidades a reivindicar en un mundo caótico e inseguro.
Gorg el gigante vivía desde hacía siglos en la Cueva de la Ira. Los gigantes eran seres pacíficos y solitarios hasta que el rey Cío el Terrible les acusó de arruinar las cosechas y ordenó la gran caza de gigantes. Sólo Gorg había sobrevivido, y desde entonces se había convertido en el más feroz de los seres que habían existido nunca; resultaba totalmente invencible y había acabado con cuantos habían tratado de adentrarse en su cueva, sin importar lo valientes o poderosos que fueran.
Muchos reyes posteriores, avergonzados por las acciones de Cío, habían tratado de sellar la paz con Gorg, pero todo había sido en vano, pues su furia y su ira le llevaban a acabar con cuantos humanos veía, sin siquiera escucharles. Y aunque los reyes dejaron tranquilo al gigante, no disminuyó su odio a los humanos, pues muchos aventureros y guerreros llegaban de todas partes tratando de hacerse con el fabuloso tesoro que guardaba la cueva en su interior.
Sin embargo, un día la joven princesa fue mordida por una serpiente de los pantanos, cuyo antídoto tenía una elaboración secreta que sólo los gigantes conocían, así que el rey se vio obligado a suplicar al gigante su ayuda. Envió a sus mejores guerreros y a sus más valientes caballeros con la promesa de casarse con la princesa, pero ni sus mágicos escudos, ni las más poderosas armas, ni las más brillantes armaduras pudieron nada contra la furia del gigante. Finalmente el rey suplicó ayuda a todo el reino: con la promesa de casarse con la princesa, y con la ayuda de los grandes magos, cualquier valiente podía acercarse a la entrada de la cueva, pedir la protección de algún conjuro, y tratar de conseguir la ayuda del gigante.
Muchos lo intentaron armados de mil distintas maneras, protegidos por los más formidables conjuros, desde la Fuerza Prodigiosa a la Invisibilidad, pero todos sucumbieron. Finalmente, un joven músico apareció en la cueva armado sólo con un arpa, haciendo su petición a los magos: "quiero convertirme en una bella flor y tener la voz de un ángel".
Así apareció en el umbral de la cueva una flor de increíble belleza, entonando una preciosa melodía al son del arpa. Al oír tan bella música, tan alejada de las armas y guerreros a que estaba acostumbrado, la ira del gigante fue disminuyendo. La flor siguió cantando mientras se acercaba al gigante, quien terminó tomándola en su mano para escucharla mejor. Y la canción se fue tornando en la historia de una joven princesa a punto de morir, a quien sólo un gigante de buen corazón podría salvar. El gigante, conmovido, escuchaba con emoción, y tanta era su calma y su tranquilidad, que finalmente la flor pudo dejar de cantar, y con voz suave contó la verdadera historia, la necesidad que tenía la princesa de la ayuda del gigante, y los deseos del rey de conseguir una paz justa y durarera.
El gigante, cansado de tantas luchas, viendo que era verdad lo que escuchaba, abandonó su cueva y su ira para curar a la princesa. Y el joven músico, quien además de domar la ira del gigante, conquistó el corazón de la princesa y de todo el reino, se convirtió en el mejor de los reyes.
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