domingo, 12 de febrero de 2012

DAME UN POQUITO DE MORFEO ./ Los extremos se tocan.

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TÍTULO.El sueño de Morfeo---DESAYUNO DE DOMINGO.
`` A muchos hombres les cuesta aceptar que la mujer está a la altura´´


Vivimos en Asturias desde que formamos el grupo. Hace siete años que nuestro sueño dejó de ser imposible. `Buscamos sonrisas´ es nuestro último álbum.



XLSemanal. Vamos a sentar bases, ¿aquí la que manda es la chica?
Raquel del Rosario
. Un poquito, sí.
David Feito. En este caso, eso de que lleva la voz cantante es literal [risas].


XL. Dicen que quieren poner el mundo al revés, ¿es posible con la que cae?
R.R.
Sí, todo depende de cada uno.
Es cuestión de querer. Se nos ocurren muchas ideas para lograrlo.


XL. ¿Alguna que le valga a Rajoy?
D.F.
Que la gente lea los periódicos al revés. De atrás hacia delante,
que se olviden de la política y vivan más contentos.
Juan Luis Suárez. Todo es cuestión de actitud, de programarse en positivo.


XL. ¿Os habéis bajado música gratis de Internet con cargo de conciencia y propósito de la enmienda?
J.L.S. Yo, sí. Primero me lo bajo, lo escucho unos días y, si me gusta, lo compro. Prefiero guardar poco y bueno.
D.F. Yo estoy entregado a iTunes en cuerpo y alma.
R.R. Yo no sé ni cómo se baja gratis.


XL. ¿Aquí no hay nadie `indignado´?
J.L.S.
¡Nadie, ninguno de nosotros!
D.F. Al contrario, estamos más suaves que nunca’. No respondemos a los mitos del rock and roll. Nuestro lema es «menos gin-tonic y más Cola Cao».
R.R. No somos `indignados´. Preferimos ir con la sonrisa puesta.


XL. Raquel participó en la campaña contra el maltrato a las mujeres…
R.R.
Eso sí que me indigna. Todavía hay mucha gente a la que le cuesta aceptar que la mujer está a la misma altura que el hombre, aunque yo no soy feminista ni lo he sido nunca. A todas nos gusta que nos ayuden con las bolsas y nos abran la puerta del coche.


XL. Se ha vuelto muy glamorosa. De hecho, cuando acompañaba a Fernando Alonso en las carreras la llamaban `la Victoria Beckham
del paddock´.
R.R.
¡Pues que bien! Dicen que las comparaciones son odiosas, pero en este caso, no, porque a mí me parece que es una señora con mucho estilo. Ahora, yo jamás iría con sus tacones, ¡jamás!


XL. Ha roto con Fernando Alonso. Cerró el año de la crisis con crisis sentimental...
R.R.
Es que cuando hay crisis, te vienen por todas partes [sonríe]. Lo que viene ahora va a ser todo bueno. Seguro.


XL. ¿Tan mal le fue?
R.R.
No, pero lo que venga va a ser mucho mejor. Yo soy optimista.


XL. ¿Cómo lleva lo de los paparazzis?
R.R.
Muy mal pero, bueno, pasará.


Su Desayuno es el siguiente- a la piña.

Unas tostadas de mermelada y un zumo de piña, menos los domingos que desayuno galletas con leche.

TÍTULO: Los extremos se tocan.

Estoy en París por trabajo, y en el televisor de mi hotel irrumpe de pronto la linfática cara de la presidenta Cristina Fernández (de Kirchner) al grito de: «¡Malvinas, argentinas!». Escribo el apellido de su marido entre paréntesis porque ella, lejos de prescindir de él, como haría cualquier mujer segura de su peso específico, lo utiliza como pancarta, cuando no como bandera. Soy uruguaya y mujer, de modo que sigo con sumo interés las actuaciones de las mandatarias latinoamericanas. Por eso, me llama la atención cómo reproducen los dos modos de gobernar que, desde la independencia de nuestros países, han sido norma. Desde aquellos años ya lejanos, los países de América han sido regidos por personas que o bien seguían un patrón caudillista, o bien uno ilustrado y liberal, hijo de los valores de la Revolución francesa. Es curioso observar también cómo, cuando uno trata de recordar figuras que representen uno y otro modo de gobernar, resulta mucho más fácil recordar nombres de los primeros que de los segundos. Estos últimos, entre los que se cuentan Julio María Sanguinetti, de Uruguay, o Belisario Betancourt, de Colombia, quedan apabullantemente eclipsados por los caudillos. ¿Cuántos recuerda usted? A mí así, sin pensarlo mucho, se me ocurren lo menos diez o doce y de todo signo. Desde los de izquierdas, como Castro, Chaves o Correa, hasta los de derechas, como Perón, Pinochet o Trujillo. Esta lucha entre los caudillos y los hijos de la Ilustración es tan antigua como desigual, y la diosa fortuna siempre ha favorecido más a los primeros. De los orígenes de este fenómeno habla y muy bien J. J. Armas Marcelo en su último libro, llamado La noche en la que Bolívar traicionó a Miranda, que es como una apasionante escenificación teatral de esa noche en la que se decidió la suerte de ambos. La de Miranda, adalid de los valores de la Ilustración y la modernidad, frente a la de Bolívar, un hombre dictatorial que tuvo, sin embargo, la fortuna de sintonizar con los aires de libertad de entonces, por lo que la Historia lo ha llamado Libertador. Se dice siempre que la Historia enaltece a los personajes que encarnan los valores que rigen en un preciso momento, y desde luego Bolívar encarnaba a los criollos deseosos de independencia frente a Miranda, considerado `español´ y aventurero. Sin embargo, lo que resulta alarmante ahora es que ese caudillismo, que tenía su razón de ser en 1812, siga vigente doscientos años después. Y más aún que el mismo patrón se reproduzca en la forma de gobernar de nosotras, las mujeres. Es lógico que las primeras mujeres convertidas en mandatarias hayan adoptado patrones de conducta masculinos. No tenían más remedio que ser más hombres que los hombres, y así lo entendieron con gran éxito Golda Meir y Margaret Thatcher, por ejemplo. Pero desde entonces son muchas las que han gobernado y muy bien con patrones de conducta femeninos, como Michelle Bachelet o incluso Angela Merkel. O Dilma Rousseff, de Brasil, o Laura Chinchilla, de Costa Rica, quienes, pese a las dificultades, han sabido ganarse el respeto de sus electores. Sin embargo, y por desgracia, como siempre en la historia de nuestro continente americano, al final de quien se habla es de los caudillos, no de los ilustrados, de los Bolívares y no de los Mirandas. Y ese trasnochado caudillismo lo sabe explotar y muy bien la señora de Kirchner. No solo con su lamentable utilización de la muerte de su marido para fines electorales. No solo con su cháchara populista destinada a tocar la fibra más sensiblera y barata de un pueblo tan culto como el argentino. Ahora, en su megalomanía (completamente innecesaria porque tiene índices de popularidad altísimos), ha decidido ir un paso más allá y apelar al patrioterismo más ramplón. En otras palabras, utilizar el conflicto de las Malvinas tal como hiciera, treinta años atrás, la siniestra dictadura militar, lo que demuestra, tristemente, dos cosas. Que entre Bolívares y Mirandas está todavía el juego y que, como en todo lo que tiene que ver con la naturaleza humana, ya sea masculina o femenina, los extremos se tocan, cuando no se abrazan...

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