TÍTULO: Excusas para no pensar.
Quién decía antes de ayer que el calentamiento del planeta era irreversible? ¿Que el deshielo de los glaciares polares iba a provocar la subida del nivel del mar y a dejarnos sin una buena parte de las costas? Pues a lo mejor sí ocurre eso, pero, entretanto, déjenme que les cuente lo que me acaba de ocurrir en la costa del Mediterráneo a unos cincuenta kilómetros de Barcelona, donde estoy cavilando.
Foto- raices del árbol se mueve como un huracan de viento.
Delante de mi mesa de trabajo hay tres cuadros del pintor Vives, amigo de mi padre que lo precedió en el adiós a los que nos quedábamos de momento. Dos de los cuadros reproducen las playas de los Lirios y de los Capellanes, en Salou, cuando solo había agua salada, dulce arena y matorrales verdes. A su lado se encuentra un cuadro bellísimo del mismo pintor de Vilella Baja, en el Priorato, donde mi padre ejerció de médico de asistencia pública domiciliaria -de APD´s los llamaban entonces-.
El caso es que estaba cansado de cavilar y escribir todo el día mirando el mar, eso sí, y la vía del tren, como en tantos pueblos del Maresme. Silencio absoluto, salvo el estruendo desenfrenado, de vez en cuando, de una moto a toda pastilla conducida por un homínido sin humanizar que, obviamente, molestaba a todo el mundo salvo a los mossos y al alcalde. Decidí tomar el aire un rato para distraerme, con la esperanza de que el aire fresco del paseo iba a ventilarme las ideas y poder volver a escribir para comunicarme con los demás.
Mi sorpresa fue tremenda cuando, a pesar de la bufanda, la frialdad del aire helado me obligó a buscar refugio en casa inmediatamente. No había nadie en la calle a las siete de la tarde. Recordé enseguida la ola de frío que nos invade desde Siberia y Turquía, así como las imágenes de ciudades españolas cubiertas por el hielo.
Como tanta otra gente, me volví a preguntar si tendrían razón los que hablan de un calentamiento global. Me vino a la memoria, sobre todo, una conversación con el paleontólogo de la universidad de Harvard J. Gould, ya desaparecido: «Es muy difícil aceptar que podemos incidir sobre las singularidades del planeta -me dijo-. La Tierra seguirá siendo lo que es, ajena a lo que hagamos nosotros cuando ya hayamos desaparecido todos».
Quién sabe. Lo bonito de la ciencia -al contrario de los dogmas- es que puede venir alguien y comprobar que todo era falso. Ha ocurrido en España un hecho insólito. Me refiero a la norma correctora de la vulneración del principio de la división de poderes.
En la física están comprobadas constantes básicas como la fuerza electromagnética o, aunque no hayamos descubierto todavía la partícula básica del gravitón, difícilmente se puede negar la existencia de la fuerza de la gravedad. En política, en cambio, unos partidos políticos pudieron imponer, porque contaban con la mayoría absoluta, que la democracia no dependía del respeto de la división de poderes.
Los dirigentes políticos que defendían esa postura no habían conocido otro sistema que el de la dictadura franquista; para ellos, cualquier cosa era más importante que la demarcación de las esferas de influencia del poder ejecutivo, legislativo y judicial. ¿Cómo podían defender la interferencia del poder legislativo o del ejecutivo con el poder judicial?
Me extrañó, después de casi veinte años fuera de España, que tantos demócratas reconocidos y amigos no defendieran la separación de poderes. De la misma manera que me ha extrañado la convocatoria de manifestaciones contra los recortes y ninguna a favor de la separación de poderes -mucho más trascendental para el equilibrio y el crecimiento ordenado de un país como España-. Afortunadamente, se ha aprobado casi clandestinamente.
Foto- raices del árbol se mueve como un huracan de viento.
Delante de mi mesa de trabajo hay tres cuadros del pintor Vives, amigo de mi padre que lo precedió en el adiós a los que nos quedábamos de momento. Dos de los cuadros reproducen las playas de los Lirios y de los Capellanes, en Salou, cuando solo había agua salada, dulce arena y matorrales verdes. A su lado se encuentra un cuadro bellísimo del mismo pintor de Vilella Baja, en el Priorato, donde mi padre ejerció de médico de asistencia pública domiciliaria -de APD´s los llamaban entonces-.
El caso es que estaba cansado de cavilar y escribir todo el día mirando el mar, eso sí, y la vía del tren, como en tantos pueblos del Maresme. Silencio absoluto, salvo el estruendo desenfrenado, de vez en cuando, de una moto a toda pastilla conducida por un homínido sin humanizar que, obviamente, molestaba a todo el mundo salvo a los mossos y al alcalde. Decidí tomar el aire un rato para distraerme, con la esperanza de que el aire fresco del paseo iba a ventilarme las ideas y poder volver a escribir para comunicarme con los demás.
Mi sorpresa fue tremenda cuando, a pesar de la bufanda, la frialdad del aire helado me obligó a buscar refugio en casa inmediatamente. No había nadie en la calle a las siete de la tarde. Recordé enseguida la ola de frío que nos invade desde Siberia y Turquía, así como las imágenes de ciudades españolas cubiertas por el hielo.
Como tanta otra gente, me volví a preguntar si tendrían razón los que hablan de un calentamiento global. Me vino a la memoria, sobre todo, una conversación con el paleontólogo de la universidad de Harvard J. Gould, ya desaparecido: «Es muy difícil aceptar que podemos incidir sobre las singularidades del planeta -me dijo-. La Tierra seguirá siendo lo que es, ajena a lo que hagamos nosotros cuando ya hayamos desaparecido todos».
Quién sabe. Lo bonito de la ciencia -al contrario de los dogmas- es que puede venir alguien y comprobar que todo era falso. Ha ocurrido en España un hecho insólito. Me refiero a la norma correctora de la vulneración del principio de la división de poderes.
En la física están comprobadas constantes básicas como la fuerza electromagnética o, aunque no hayamos descubierto todavía la partícula básica del gravitón, difícilmente se puede negar la existencia de la fuerza de la gravedad. En política, en cambio, unos partidos políticos pudieron imponer, porque contaban con la mayoría absoluta, que la democracia no dependía del respeto de la división de poderes.
Los dirigentes políticos que defendían esa postura no habían conocido otro sistema que el de la dictadura franquista; para ellos, cualquier cosa era más importante que la demarcación de las esferas de influencia del poder ejecutivo, legislativo y judicial. ¿Cómo podían defender la interferencia del poder legislativo o del ejecutivo con el poder judicial?
Me extrañó, después de casi veinte años fuera de España, que tantos demócratas reconocidos y amigos no defendieran la separación de poderes. De la misma manera que me ha extrañado la convocatoria de manifestaciones contra los recortes y ninguna a favor de la separación de poderes -mucho más trascendental para el equilibrio y el crecimiento ordenado de un país como España-. Afortunadamente, se ha aprobado casi clandestinamente.
TÍTULO: SALUD |
EPOC: en busca del aire. Cuando llega el frío, las urgencias se llenan de pacientes que no pueden respirar. Sufren EPOC, una enfermedad que mata en España a 50 personas al día, 8 veces más que los accidentes de tráfico. Si no se diagnostica a tiempo, el enfermo termina `atado´ a una bombona de oxígeno. Si se cansa al subir las escaleras y tose a menudo, le proponemos un test para que conozca si la padece. Fue justo antes de la Navidad de 2009 cuando Carlos Oliva, agente comercial madrileño de 52 años, decidió dejar el tabaco tras 30 años de convertir en humo una cajetilla diaria. No ha vuelto a encender un pitillo. «¡Por primera vez vi de verdad las orejas al lobo!», cuenta. «Llevaba varios años con toses `perrunas´ y sin fuelle, no ya para el tenis, sino para subir dos tramos de escaleras. Pero no quería ver la realidad. En diciembre de 2009 pillé un resfriado y tuvieron que ingresarme de urgencia porque me ahogaba. Una semana después estaba en casa con un montón de medicamentos y un diagnóstico de EPOC (siglas de enfermedad pulmonar obstructiva crónica). El médico me explicó que era una enfermedad incurable, pero tratable. Eso sí, si no dejaba el tabaco de plano y seguía el tratamiento a rajatabla, mi vida podía llegar a resultarme muy difícil. Me explicó que había pacientes de EPOC que vivían recluidos en casa, ‘atados’ a una bombona de oxígeno. Aquello me impactó de verdad». Enfermedad respiratoria que daña permanentemente los pulmones, la EPOC se caracteriza por obstruir el paso del aire y, por tanto, la llegada de oxígeno a la sangre, es decir, a todo el organismo. Sus síntomas –falta de aire, toses, pitidos, expectoración, cansancio…– afectan a la capacidad del paciente para funcionar. «Los afectados sienten como si respiraran a través de una pajita fina de las de beber», explica el doctor Rodríguez González-Moro, presidente de Neumomadrid y miembro del Área de EPOC de la Sociedad Española de Neumología (Separ). «Lo más triste de la EPOC es que la gran mayoría de los casos podían haberse evitado, porque el 90 por ciento de los afectados es fumador o exfumador», añade el experto. Exposición continuada a sustancias químicas, polvo industrial, altos niveles de contaminación e incluso tabaquismo pasivo explican otro gran porcentaje de los casos. «De los 240 millones de habitantes de China mayores de 50 años, dos millones desarrollarán EPOC a pesar de no haber fumado jamás, solo por haberse expuesto al humo de tabaco ajeno», señalaba recientemente un revelador artículo publicado en The Lancet. Fumen o no, pocos se acuerdan de la EPOC cuando piensan en sus riesgos de salud, y ello pese a que mueren en España 50 personas al día por este mal: ¡8 veces más que en los accidentes de tráfico! De hecho, aunque más de dos millones de personas conviven con un diagnóstico de EPOC en nuestro país, una encuesta de la Separ revela que el 80 por ciento de los españoles no sabe siquiera qué significan estas siglas. Esa ignorancia explica por qué otro millón y medio de afectados siguen sin diagnosticar y, por consiguiente, sin ser tratados. «Sin miedo a exagerar, la EPOC es la mayor epidemia no controlada, un auténtico drama nacional porque es un mal infradiagnosticado, a menudo infratratado y, además, estigmatizado, porque la gente considera que los afectados no merecen ser atendidos por haber fumado, pese a tantas advertencias en contra», explica Rodríguez González-Moro. Incluso hay médicos que siguen confundiendo la EPOC con asma, sobre todo entre las mujeres, por lo que la tratan indebidamente. Otros siguen creyendo que poco se puede hacer contra ella, una idea equivocada que impide el acceso a nuevos tratamientos más eficaces, que podrían ayudar al enfermo a sentirse mejor e incluso a vivir más años. Por muy desconocida que siga siendo, los afectados de EPOC resultan fácilmente identificables. Son esos individuos con toses persistentes, incapaces de seguir el paso a los demás o subir cinco peldaños sin ahogarse, a los que se ve caminando junto a un carrito de oxígeno o que tienen varios ingresos hospitalarios al año. «Cuando llega el frío, las urgencias se llenan de pacientes de EPOC, a menudo mal tratados», afirma Rodríguez González-Moro. «Un paciente bien tratado tiene menos probabilidades de acabar hospitalizado y morir». De momento, decenas de miles de personas en España han tenido que dejar de trabajar como consecuencia de la EPOC, a un coste de mil millones de euros al año en gastos sanitarios y pérdida de productividad. Lo paradójico de la EPOC es que su diagnóstico es fácil, barato y sin riesgos. Basta con una simple espirometría –prueba que mide los volúmenes y capacidades del pulmón–, que solo requiere soplar a través de un tubo. Actualmente, la Separ recomienda realizar una espirometría a los mayores de 40 años que tengan factores de riesgo: fumadores, exfumadores recientes y personas con exposición laboral a agentes tóxicos para el pulmón. El problema es que no siempre se sigue la recomendación con el rigor necesario. «Mientras tanto, el sistema sanitario gasta millones de euros en tratar las exacerbaciones causadas por catarros, gripes o infecciones respiratorias, en las que los pacientes requieren grandes cantidades de fármacos y atención hospitalaria», agrega González-Moro. El proceso por el que se instala la EPOC es fácil de entender. Inhalados de forma crónica, el humo del tabaco, las emisiones químicas, el polvo... generan una inflamación de toda la vía aérea y de los pulmones. A la larga, esta inflamación reduce el calibre de la vía y dificulta el paso del aire. Los alvéolos pulmonares –saquitos en los que se produce el intercambio de oxígeno y anhídrido carbónico entre pulmón y sangre– pierden flexibilidad y eficacia funcional. «El daño puede ser tan importante que en muchos casos hay que recurrir a la oxigenoterapia de forma continuada, o incluso a la cirugía, para eliminar el tejido pulmonar deteriorado y potenciar la eficiencia del menos dañado», comenta Rodríguez. «En último término, el único recurso es el trasplante de pulmón», añade. «Si te falta el aire, te falta la vida», dice Ángela Romero, de 55 años. «Desde hace cinco años, yo vivo `pegada´ a un carrito de oxígeno, un recurso que, junto con los fármacos y el ejercicio, me ha permitido llevar una vida más o menos normal y salir a la calle y relacionarme de nuevo», explica. «Empecé a fumar a los 18 años, porque me parecía moderno, y lo dejé a los 43, sin síntomas de nada, solo para liberarme de la atadura del tabaco. A los 49, el enemigo que tenía dentro dio la cara, y lo que pensé que era una bronquitis aguda resultó ser EPOC». Y es que, si bien dejar de fumar puede frenar la progresión de la enfermedad, esta puede desarrollarse años después de apagar el último cigarrillo. Para pensarse lo de encender el siguiente..., ¿verdad? |
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