El hallazgo en China del fósil de un roedor extinguido hace
160 millones de años está ayudando a los científicos a explicar la
evolución de los llamados multituberculados, los ancestros de las ratas
actuales. Su nombre proviene de la estructura de los molares, con muchas
cúspides (tubérculos) y un par de incisivos en la mandíbula inferior.
La especie de los multituberculados floreció durante la era
del Cretácico, la cual terminó hace 60 millones de años y, como ocurre
con los roedores hoy en día, llenaron varios nichos del hábitat
terrestre, bajo tierra, sobre el suelo y en los árboles, según recoge la
revista 'Science'. Hacia el final de su existencia, los
multituberculados habían desarrollado una completa dentición que les
permitió disfrutar de dietas vegetarianas y contaban con habilidades
locomotoras que les facilitaban moverse por las copas de los árboles.
Este nuevo fósil, el rugosodon eurasiaticus, es el ancestro
más antiguo en el árbol genealógico de los multituberculados. Se
asemeja a una pequeña rata o ardilla, con la que no guarda parentesco
alguno. El esqueleto está casi completo, lo que proporciona información
sobre las características que ayudaron a los multituberculados a
evolucionar y sobrevivir, según explica Chong-Xi Yuan, miembro de la
Academia China de Ciencias Geológicas de Pekín, en la investigación
realizada junto a otros colegas estadounidenses.
El fósil desenterrado fue preservado en los sedimentos del
lago, lo que sugiere que la criatura pudo haber vivido en las orillas.
Sin embargo, los investigadores dicen que las articulaciones del tobillo
de este animal ya mostraban una alta movilidad y sus dientes estaban
orientados a una dieta omnívora.
TÍTULO; UN MUSEO PARA EL BARCO DE ENRIQUE VIII,.
Cuando se hundió en la tarde del 19 de julio de 1545 en el
estrecho de Solent, al sur de Inglaterra, lloró una nación orgullosa de
su poderío naval. El rey Enrique VIII, que había mandado construir el
'Mary Rose' en 1510, lo vio irse a pique en la segunda batalla naval de
su reinado desde el castillo de Southsea, en Portsmouth. A su lado
estaba la mujer y futura viuda de Sir George Carew, el comandante del
navío. El 'Mary Rose' fue el primer buque de la Armada británica armado
con cañones de bronce. Y, 500 años después, los historiadores no saben
si se hundió al realizar un bordo debido al sobrepeso o si se fue a
pique tras lanzar la primera salva de cañonazos contra la flota
francesa.
Llevaba 415 tripulantes a bordo: 185 soldados, 200
marineros y 30 artilleros. En honor a estos hombres, los muelles de
Portsmouth en los que se construyó el buque han reabierto al público el
Museo Mary Rose, cerrado desde 2009, tras una inversión de unos 40
millones de euros: nueve destinados a la conservación del casco y unos
treinta para el nuevo edificio. El 65% de la financiación proviene del
Fondo para el Patrimonio de la Lotería Nacional, y el resto de
donaciones y patrocinios privados. En un alarde de orgullo marino y
submarino, Portsmouth reflota una de las grandes estrellas de sus
Muelles Históricos sin una libra del Gobierno. Por el camino, el
proyecto ha aportado a la ciencia nuevas técnicas de tratamiento de la
madera y descubierto bacterias que no se conocían.
Los restos del 'Mary Rose' son los únicos de un buque del
siglo XVI expuestos en el mundo. Y reposan ahora dentro de un nuevo
envoltorio de madera con forma elíptica hecho a medida. «Hemos
construido el museo desde dentro hacia fuera, a partir del casco»,
explican desde el equipo de Wilkinson Eyre arquitectos. La madera
exterior del edificio está arañada por inscripciones y grafitis como los
que usaban los tripulantes del buque, analfabetos, para marcar sus
pertenencias. A su lado puede visitarse el 'HMS Victory', el buque
insignia del almirante Nelson en Trafalgar.
El buque insignia del rey Tudor cayó al fondo del estrecho
sobre el lado de estribor, que permaneció así enterrado en el copioso
fango que caracteriza las aguas de Solent. Esa parte del casco y todo lo
que contenía quedó protegida de la erosión y las bacterias más dañinas.
Aunque especialistas venecianos ya lograron acceder al pecio en los
años posteriores al hundimiento, el buque permaneció olvidado hasta su
'descubrimiento' en 1836 por dos pioneros del submarinismo, John y
Charles Deane. El 'Mary Rose' fue rescatado de las aguas en octubre de
1982. La proeza arqueológica fue seguida por 60 millones de personas por
televisión, y alimentó el orgullo marino de un país que había derrotado
a la dictadura argentina meses antes en las Malvinas.
La Pompeya inglesa
Del pecio se rescataron unos 19.000 objetos. «El Mary Rose
es la Pompeya inglesa, preservada por el agua, y no el fuego; toda la
vida en la era de los Tudor está ahí», ha dicho el historiador David
Starkey.
Zapatos, peines, violines, utensilios de cocina y medicina y
hasta el esqueleto casi completo del terrier macho que apareció junto a
la cabina del carpintero están expuestos frente al casco que los
protegió. El espacio expositivo está distribuido en tres niveles -los
mismos del barco- en los que los visitantes pueden ver, a un lado, los
restos de madera del casco y, enfrente, los objetos correspondientes.
«Hubo que construir los vanos y puertas en función de los
objetos que debían pasar por ahí, instalar rampas y andamios, y hasta
construir nuestra propia vagoneta hidráulica para transportar los
cañones», explica Nick Butterley, coordinador de exposiciones.
Un reto científico
Además del recorrido histórico por una de las épocas más
'sexy' de la Historia de Inglaterra, el nuevo museo constituye un hito
científico por el complejo reto de secar una criatura de los mares.
Desde que emergió del mar, sujetaron el casco con una estructura de
titanio y lo rociaron con agua -primero salada y luego dulce- durante
doce años para reducir su temperatura a entre 2 y cinco grados. «Era
imprescindible para matar las bacterias y microbios, algo que no es tan
simple como pueda parecer porque se hacen inmunes a los productos
químicos», detalla Eleonore Schofield, responsable de la preservación. A
partir de 1994, tuvieron que rociarlo con dos soluciones diferentes de
polietilenglicol (conocidas como PEG 200 y PEG 2000) para sellar una
madera en la que podían meterse los dedos cuando emergió.
El casco está conservado ahora dentro de una 'caja de
calor', en la que unos tubos insertan aire caliente para seguir
secándolo. El museo estima que hasta dentro de cuatro o cinco años,
cuando la temperatura y la humedad estén controladas, el medio millón de
visitantes que según calculan visitarán el museo cada año no podrán
contemplarlo sin la cristalera actual.
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