Alguien
recuerda a Hannah Montana? La artista huye de su antigua vida como
dulce princesa infantil Disney y hace alarde de rebeldía.
Nadie diría que a -foto--Miley Cyrus le gusta madrugar. Parece de
temperamento noctámbulo y bohemio. Sin embargo, ha adelantado una hora
su entrevista y a las ocho de la mañana tiene firme a toda la prensa en
un hotel de Berlín. A altas horas de la madrugada, vociferaba
en su cuenta de Twitter: “Can’t sleeeep!” (No puedo dormir) y, un poco
más tarde: “Pido disculpas por adelantado a los periodistas si mañana
vomito durante alguna entrevista”. Antes había contado que la comida le
había sentado mal y que echaba de menos su casa. A Miley no le ha
gustado nada Berlín y se quiere ir. Cuanto antes, mejor. Lo ha dicho ya en varios idiomas. Así que prefiere no dormir y despachar a la prensa para adelantar su vuelo a Los Ángeles.
Antes de entrar en la suite donde se hará la entrevista, su agente de prensa me suelta la retahíla de temas que no se pueden tocar: ni una palabra sobre Hannah Montana, la serie de televisión que la lanzó a la fama (se pone malísima); ni una mención al divorcio de sus padres (le sienta fatal); tampoco a sus planes de boda (parece que atraviesa un mal momento con su guapísimo novio, el actor Liam Hemsworth) ni a su traído y llevado compromiso de castidad. Finalmente, se abre la puerta. Miley sonríe, como casi siempre. Bajo su minishort de tela vaquera asoman unas piernas delgadísimas Parece relajada.
Si la noche en blanco le ha dejado mala cara, está sepultada bajo un maquillaje “nude” o bajo la energía de sus 20 años . Su voz sorprende por su timbre adulto. Una vez sentadas, nadie se acerca para supervisar mis preguntas o sus repuestas. Su gente de confianza se queda en otra mesa, sin intención de escuchar la charla. De repente, empiezan a caer cosas al suelo y hay muchas risas. “Mi equipo está borracho”, bromea ella. ¿Bromea? Nunca lo sabremos.
Como a cualquier chica de su edad, le gusta fardar de vida nocturna y parecer más canalla de lo que es. Da detalles en Twitter de sus salidas y sus presuntas resacas sin fin. ¿Cómo ha sido crecer para ti?, pregunto, evitando mencionar a Disney y a Hannah Montana: “Una locura. Tengo la impresión de que he llevado una vida un poco loca últimamente, en la grabación de este disco. Tengo ganas de volver a casa y descansar; creo que llevo una vida poco sensata”. Sin embargo, cuando habla de su nuevo proyecto –“Bangerz” (Sony) sale a la venta el 8 de octubre–, recupera la cordura y gana edad.
El día de la entrevista, el videoclip del single “We can’t stop” contaba ya 100 millones de visitas. Ambiguo y lleno de “selfies” (autorretratos fotográficos pensados para las redes sociales) de Miley y sus amigos bailando con la lengua fuera, ella lo considera un éxito personal. “He estado muy metida en su realización y por primera vez he encontrado gente que se fiaba de mi criterio e instinto. Esto era exactamente lo que yo esperaba que pasara con este vídeo. He soportado mucha presión, porque nadie sabía qué iba a salir al final. Ellos [la discográfica Sony] me dieron mi espacio, pero definitivamente me lo he ganado. “We can’t stop” está funcionando porque es mi visión de las cosas. Ahora se fiarán más de mí. Ya saben que tengo buen olfato y sé lo que quiere ver la gente joven en un videoclip. Nadie lo puede saber mejor que yo, porque así es exactamente mi vida”.
Ambigüedad
Por si a estas alturas queda alguien que no lo haya visto, “We can’t stop” recrea una fiesta en una casa de Los Ángeles. Miley se negó a que participaran actores y contrató a sus amigos para el vídeo, lo que da un realismo inusitado a la escena. El vídeo y la letra son lo bastante ambiguos como para levantar todo tipo de polémicas. Y Miley se dedicó a avivar la llama. Por ejemplo, en una entrevista al británico Daily Mail insinuó que en la canción podría hablar de las drogas de diseño.
En una parte donde la canción no está muy claro si dice “bailar con Miley” o “bailar con Molly” (así se llama en EE.UU a una pastilla de éxtasis), la cantante aclaró que todo dependería de la edad del que escuche el single: “Si tiene 10 años, será Miley; si es algo mayor, puede interpretarlo de otra forma. Yo sé que los jóvenes me entienden, especialmente la gente que vive en Los Ángeles. Hay muchas “LA things” (cosas de Los Ángeles) en el vídeo. Quisimos hacerlo ambiguo porque es así como se convierten los vídeos en virales: cada vez que la gente lo ve, encuentra un detalle nuevo y quiere verlo otra vez”.
Aunque saca partido a la ambigüedad, Miley dice que es solo una fiesta “fresca y divertida”. “Es un compendio de esa actitud de “nada me importa” propia de los jóvenes. Por otra parte, vivimos en la era de los “selfies”, así que yo creo que llevar la lengua fuera es el modo natural de grabar un vídeo con tus amigos”.
Miley se ha dedicado a animar al personal en Twitter, creando intriga sobre el nuevo disco. “Espero que mis fans se vuelvan locos. Sé que la mayoría del marketing funciona por anticipación, por eso no quiero revelar nada del disco [en el momento en que se celebró la entrevista, ni siquiera se sabía el título]. Estoy usando el misterio para crear expectativa y conseguir más seguidores en Twitter”, dice sin pudor, y agrega: “Quiero que la gente siempre tenga que esperar por lo que vendrá. Creo que mis cosas funcionan y se venden bien porque nadie sabe exactamente qué se puede esperar de ellas”.
Después de haber sido la dulce Hannah Montana, la heroína infantil y preadolescente diseñada por Disney, Miley se ha pasado al lado oscuro. Cada uno de sus movimientos esconde una insinuación más o menos velada al sexo: su afición al “tuerking”, un baile a golpe de cadera; su pasión por los tatuajes más salvajes y su constante coqueteo (al menos verbal) con las drogas; sus alusiones al sexo, incluso cuando llevaba aquel anillo de castidad que, por cierto, ha desaparecido de su dedo. La última provocación: raparse la emblemática melena de Hannah Montana. Dice que está viviendo un buen momento pero todos sabemos –porque ella se encarga de airear su vida en Twitter– que el divorcio de sus padres ha sido muy duro para Miley. Ella misma amenazó a su padre, Billy Ray Cyrus, autor de la famosísima canción ¿country? “Achy breaky heart” (No rompas más mi pobre corazón) en esa red social. “Tienes una hora para contar toda la verdad. Si no, lo haré yo”, y adjuntaba una foto de él con una mujer que, se cree, puede ser la causa de la separación.
Con el corazón
Y es que Miley asegura que no puede vivir en la mentira. De hecho, se jacta de decir lo que sea a cualquiera. Se atrevió a confesar en un programa de radio que no sabía “qué” era One Direction, la banda pop británica que enloquece a las adolescentes de medio mundo. Otro día, sugirió a Justin Bieber que se tomara un descanso: “¿Vas por el mundo haciendo enemigos?”, le pregunto. “Definitivamente, no. No conozco a los chicos de One Direction, pero Justin es uno de mis mejores amigos y no he dicho nada que no le diría a la cara. Soy demasiado honesta. De verdad creo que todos los que estamos en esta industria debemos dejar que la gente nos eche de menos; si no, te vas a sobreexponer y sobreexplotar”. ¿Y ese despiste con One Direction? “No sé si soy su público –se excusa–, yo soy más de hip hop, pero puedo entender por qué son adorables y todos piensan que son tan guapos. Cuando ponen en la MTV el único de sus temas que he escuchado me pongo a bailar. Entiendo por qué los persiguen chicas de todo el mundo”.
He dejado para el final una pregunta sobre sexo, por si ella o sus agentes se enfadan y deciden dar por terminada la sesión. Pero Miley, relajada, entra al trapo. “Si me dedico a la música pop tengo que ser una chica sexy. No puedes elegir, es así. El sexo es algo de lo que uno nunca debe avergonzarse y los hombres se benefician más de sus bondades que nosotras. Creo que las mujeres nos ponemos en una situación de desventaja por no actuar con la misma libertad que ellos”. Dice que intenta llevar el sexo como “algo natural”. “Sé que muchas chicas me tienen en un pedestal y tengo la oportunidad de ayudarlas a sentirse a gusto con ellas y con su cuerpo, incluso si no parecen sexy a ojos del resto del mundo”.
Es raro que una persona tan joven emane tanta autoestima. Pero, si seguimos su atolondrada actividad en Twitter e Instagram, repleta de sus queridos “selfies” y de broncas, no es difícil entender que necesita llamar constantemente la atención y que le aterroriza quedarse fuera. De lo que sea. El éxito de los primeros singles de “Bangerz” (el vídeo de “Wrecking ball”, rozaba los 20 millones de visitas en sus primeras 24 horas) le ha dado un respiro. “Siento que estoy en muy buen momento, como si mi música pudiera inspirar a mucha gente. Creo que este disco va a ser una locura”, revela en tono místico. Hoy, a su alrededor, todo es perfecto, aunque reconoce que mañana se puede derrumbar. “Sé que estoy viviendo un sueño, que soy una entre un millón, y que tengo que disfrutarlo”, insiste. Y disfrutar es lo que hará la próxima noche que salga a quemar Los Ángeles. Nosotros nos enteraremos en tiempo real, como siempre.
En los desfiles primavera-verano 2013 fueron las mujeres con un estilo más discreto, como Emmanuelle Alt, directora de la edición francesa de Vogue, con sus pantalones pitillo de cuero y una cazadora motera forrada de piel, las que eclipsaron a todas las expertas en autopromoción que, como una comitiva ridícula, pugnaban por sus minutos de fama en el exterior del recinto.
Hace dos años, el fenómeno del “street style” parecía novedoso y excitante. Las intuitivas instantáneas de Bill Cunningham (el fotógrafo que abrió la brecha y casi inventó el género) fueron dado paso, poco a poco, a puestas en escena propias de una película de Fellini, realizadas a la puerta de todos los eventos de moda desde Nueva York a Milán.
Parar el tráfico
Como ejemplo, una escena de la vida real. En la última temporada, después de un desfile de la London Fashion Week, el pope de la moda Colin McDowell iba en su coche atravesando Sloane Square cuando su chófer se detuvo para dejar que una chica cruzase la calle. Pero, en lugar de continuar caminando, ella (¿quién?) se detuvo a posar para un fotógrafo, ignorando el estrépito de los cláxones de docenas de conductores. McDowell, furioso, bajó la ventanilla y gritó con su cultivado acento de la BBC: “Esto es una calle, no una pasarela”. La vieja escuela de la industria había hablado y Suzy Menkes, la directora de moda del International Herald Tribune, fue la primera en pronunciarse por escrito. Después llegó el director creativo de Style.com, Tim Blanks, diciendo: “Lo gracioso es que el fenómeno otorga poder, pero lo otorga de la misma forma que lo hacen los “realities” de la tele. No crea dioses, sino monstruos”.
Alex Fury, el director de la revista Love, comparte su opinión: “Seamos francos. Gran parte de la prensa del gremio está empezando a mirar con desprecio a todas las que se pavonean a lo tonto ante las cámaras. Pero ¿de verdad necesitamos ver cómo Ulyana Sergeenko balancea una cesta de huevos de camino al desfile de Jil Sander? ¡Pero si tiene tanta sofisticación como un niño exhibiéndose en medio de un parque! Estoy seguro de que si no le haces caso, dejará de comportarse así”.
Más amada que nunca
Scott Schuman, el fundador del blog de estilo The Sartorialist, no lo ve de la misma manera. “Decir que internet y los blogs han creado monstruos es extremadamente simplista, ya que es un fenómeno que ha cambiado radicalmente la forma de comunicarnos con la moda. Lo que sucede en el exterior de las Tullerías de París demuestra que la moda es ahora más amada que nunca. La mayoría de las personas que cogen una cámara y revolotean alrededor de Anna Dello Russo solo quieren tener una oportunidad para hablar con su heroína”.
Eso es cierto, pero también que el nivel de exhibicionismo está alcanzando proporciones bochornosas. Así que, en lugar de sentir fascinación por las mujeres que buscan ser el centro de todas las miradas, empiezan a captar nuestra atención aquellas que no están tan desesperadas por lucirse. Un buen ejemplo es Francesca Burns, la directora de moda de la versión británica de Vogue, que es capaz de combinar las pieles de Meadham Kirchhoff con “planaformas” de Prada sin intención de ser fotografiada ya que, sencillamente, es su modo de vestir. O la exquisita Virginie Mouzat, la directora de moda de la versión francesa de Vanity Fair, que se ha mantenido estoicamente fiel a su estilo chic y sutil durante todo el reinado del “street style”.
Otra historia
Cualquiera de estas mujeres es mucho más interesante que una que se te eche encima vestida con unos “jeggings” con transparencias y una chaqueta de tres mangas. Lejos de esa esmerada y absurda puesta en escena, la intimidad que se crea al ver a las modelos con su propia ropa en el “backstage” de un desfile, o las fotos que sube la gente a Instagram con sus propios looks, acaban resultando mucho más interesantes. Ciertamente, el fenómeno de los autorretratos es otra forma de exhibicionismo, pero tiene más que ver con vestirse para uno mismo. “Nos interesa mucho más lo que se pone nuestra mejor amiga que lo que lleva alguien a la puerta de un desfile”, asegura Samuel Fernstrom, director de la nueva cadena de tiendas & Other Stories. “Lo que de verdad nos inspira es la gente más cercana a nosotros”.
La marca de H&M ha captado que todavía estamos interesados en conocer cómo se viste la gente normal, pero no en los estilismos ridículos que se ven en el exterior de los desfiles de moda. Así que, a pesar de disponer de presupuesto suficiente como para contratar a celebridades de la talla de Kate Moss para su campaña publicitaria, & Other Stories ha preferido optar por chicas cool no demasiado famosas (algunas de ellas pioneras del “street style”) y bellezas de Instagram.
Phoebe Arnold, la editora de moda de la revista Ponystep, es una de las estrellas de la vida real que protagonizan la campaña de la marca. “El hecho de que la fama ya no resulte tan importante hace que la gente se fije menos en el exterior y, así, las decisiones que tomamos sobre cómo vestirnos se vuelven mucho más personales. No estoy en contra de ver a la gente que posa a la puerta de los desfiles. Me llama la atención, pero ya no me resulta tan fascinante como antes”.
Antes de entrar en la suite donde se hará la entrevista, su agente de prensa me suelta la retahíla de temas que no se pueden tocar: ni una palabra sobre Hannah Montana, la serie de televisión que la lanzó a la fama (se pone malísima); ni una mención al divorcio de sus padres (le sienta fatal); tampoco a sus planes de boda (parece que atraviesa un mal momento con su guapísimo novio, el actor Liam Hemsworth) ni a su traído y llevado compromiso de castidad. Finalmente, se abre la puerta. Miley sonríe, como casi siempre. Bajo su minishort de tela vaquera asoman unas piernas delgadísimas Parece relajada.
Si la noche en blanco le ha dejado mala cara, está sepultada bajo un maquillaje “nude” o bajo la energía de sus 20 años . Su voz sorprende por su timbre adulto. Una vez sentadas, nadie se acerca para supervisar mis preguntas o sus repuestas. Su gente de confianza se queda en otra mesa, sin intención de escuchar la charla. De repente, empiezan a caer cosas al suelo y hay muchas risas. “Mi equipo está borracho”, bromea ella. ¿Bromea? Nunca lo sabremos.
Como a cualquier chica de su edad, le gusta fardar de vida nocturna y parecer más canalla de lo que es. Da detalles en Twitter de sus salidas y sus presuntas resacas sin fin. ¿Cómo ha sido crecer para ti?, pregunto, evitando mencionar a Disney y a Hannah Montana: “Una locura. Tengo la impresión de que he llevado una vida un poco loca últimamente, en la grabación de este disco. Tengo ganas de volver a casa y descansar; creo que llevo una vida poco sensata”. Sin embargo, cuando habla de su nuevo proyecto –“Bangerz” (Sony) sale a la venta el 8 de octubre–, recupera la cordura y gana edad.
El día de la entrevista, el videoclip del single “We can’t stop” contaba ya 100 millones de visitas. Ambiguo y lleno de “selfies” (autorretratos fotográficos pensados para las redes sociales) de Miley y sus amigos bailando con la lengua fuera, ella lo considera un éxito personal. “He estado muy metida en su realización y por primera vez he encontrado gente que se fiaba de mi criterio e instinto. Esto era exactamente lo que yo esperaba que pasara con este vídeo. He soportado mucha presión, porque nadie sabía qué iba a salir al final. Ellos [la discográfica Sony] me dieron mi espacio, pero definitivamente me lo he ganado. “We can’t stop” está funcionando porque es mi visión de las cosas. Ahora se fiarán más de mí. Ya saben que tengo buen olfato y sé lo que quiere ver la gente joven en un videoclip. Nadie lo puede saber mejor que yo, porque así es exactamente mi vida”.
Ambigüedad
Por si a estas alturas queda alguien que no lo haya visto, “We can’t stop” recrea una fiesta en una casa de Los Ángeles. Miley se negó a que participaran actores y contrató a sus amigos para el vídeo, lo que da un realismo inusitado a la escena. El vídeo y la letra son lo bastante ambiguos como para levantar todo tipo de polémicas. Y Miley se dedicó a avivar la llama. Por ejemplo, en una entrevista al británico Daily Mail insinuó que en la canción podría hablar de las drogas de diseño.
En una parte donde la canción no está muy claro si dice “bailar con Miley” o “bailar con Molly” (así se llama en EE.UU a una pastilla de éxtasis), la cantante aclaró que todo dependería de la edad del que escuche el single: “Si tiene 10 años, será Miley; si es algo mayor, puede interpretarlo de otra forma. Yo sé que los jóvenes me entienden, especialmente la gente que vive en Los Ángeles. Hay muchas “LA things” (cosas de Los Ángeles) en el vídeo. Quisimos hacerlo ambiguo porque es así como se convierten los vídeos en virales: cada vez que la gente lo ve, encuentra un detalle nuevo y quiere verlo otra vez”.
Aunque saca partido a la ambigüedad, Miley dice que es solo una fiesta “fresca y divertida”. “Es un compendio de esa actitud de “nada me importa” propia de los jóvenes. Por otra parte, vivimos en la era de los “selfies”, así que yo creo que llevar la lengua fuera es el modo natural de grabar un vídeo con tus amigos”.
Miley se ha dedicado a animar al personal en Twitter, creando intriga sobre el nuevo disco. “Espero que mis fans se vuelvan locos. Sé que la mayoría del marketing funciona por anticipación, por eso no quiero revelar nada del disco [en el momento en que se celebró la entrevista, ni siquiera se sabía el título]. Estoy usando el misterio para crear expectativa y conseguir más seguidores en Twitter”, dice sin pudor, y agrega: “Quiero que la gente siempre tenga que esperar por lo que vendrá. Creo que mis cosas funcionan y se venden bien porque nadie sabe exactamente qué se puede esperar de ellas”.
Después de haber sido la dulce Hannah Montana, la heroína infantil y preadolescente diseñada por Disney, Miley se ha pasado al lado oscuro. Cada uno de sus movimientos esconde una insinuación más o menos velada al sexo: su afición al “tuerking”, un baile a golpe de cadera; su pasión por los tatuajes más salvajes y su constante coqueteo (al menos verbal) con las drogas; sus alusiones al sexo, incluso cuando llevaba aquel anillo de castidad que, por cierto, ha desaparecido de su dedo. La última provocación: raparse la emblemática melena de Hannah Montana. Dice que está viviendo un buen momento pero todos sabemos –porque ella se encarga de airear su vida en Twitter– que el divorcio de sus padres ha sido muy duro para Miley. Ella misma amenazó a su padre, Billy Ray Cyrus, autor de la famosísima canción ¿country? “Achy breaky heart” (No rompas más mi pobre corazón) en esa red social. “Tienes una hora para contar toda la verdad. Si no, lo haré yo”, y adjuntaba una foto de él con una mujer que, se cree, puede ser la causa de la separación.
Con el corazón
Y es que Miley asegura que no puede vivir en la mentira. De hecho, se jacta de decir lo que sea a cualquiera. Se atrevió a confesar en un programa de radio que no sabía “qué” era One Direction, la banda pop británica que enloquece a las adolescentes de medio mundo. Otro día, sugirió a Justin Bieber que se tomara un descanso: “¿Vas por el mundo haciendo enemigos?”, le pregunto. “Definitivamente, no. No conozco a los chicos de One Direction, pero Justin es uno de mis mejores amigos y no he dicho nada que no le diría a la cara. Soy demasiado honesta. De verdad creo que todos los que estamos en esta industria debemos dejar que la gente nos eche de menos; si no, te vas a sobreexponer y sobreexplotar”. ¿Y ese despiste con One Direction? “No sé si soy su público –se excusa–, yo soy más de hip hop, pero puedo entender por qué son adorables y todos piensan que son tan guapos. Cuando ponen en la MTV el único de sus temas que he escuchado me pongo a bailar. Entiendo por qué los persiguen chicas de todo el mundo”.
He dejado para el final una pregunta sobre sexo, por si ella o sus agentes se enfadan y deciden dar por terminada la sesión. Pero Miley, relajada, entra al trapo. “Si me dedico a la música pop tengo que ser una chica sexy. No puedes elegir, es así. El sexo es algo de lo que uno nunca debe avergonzarse y los hombres se benefician más de sus bondades que nosotras. Creo que las mujeres nos ponemos en una situación de desventaja por no actuar con la misma libertad que ellos”. Dice que intenta llevar el sexo como “algo natural”. “Sé que muchas chicas me tienen en un pedestal y tengo la oportunidad de ayudarlas a sentirse a gusto con ellas y con su cuerpo, incluso si no parecen sexy a ojos del resto del mundo”.
Es raro que una persona tan joven emane tanta autoestima. Pero, si seguimos su atolondrada actividad en Twitter e Instagram, repleta de sus queridos “selfies” y de broncas, no es difícil entender que necesita llamar constantemente la atención y que le aterroriza quedarse fuera. De lo que sea. El éxito de los primeros singles de “Bangerz” (el vídeo de “Wrecking ball”, rozaba los 20 millones de visitas en sus primeras 24 horas) le ha dado un respiro. “Siento que estoy en muy buen momento, como si mi música pudiera inspirar a mucha gente. Creo que este disco va a ser una locura”, revela en tono místico. Hoy, a su alrededor, todo es perfecto, aunque reconoce que mañana se puede derrumbar. “Sé que estoy viviendo un sueño, que soy una entre un millón, y que tengo que disfrutarlo”, insiste. Y disfrutar es lo que hará la próxima noche que salga a quemar Los Ángeles. Nosotros nos enteraremos en tiempo real, como siempre.
Los
fotógrafos se vuelven locos con el estilo extremo de la “fauna
fashion”. Pero ¿el exhibicionismo de los que pululan a la puerta de los ...
Atención. ¡Alerta fashion! Los gurús han anunciado que lo moderno, se está pasando de moda. Al
menos, si por lo último (o penúltimo) entendemos el fenómeno de esas
“egobloggers” y princesas del “street style” que, a fuerza de
originalidad, acaban por volverse homogéneas. Y es que, en realidad, ¿cuánto flúor es capaz de soportar el ojo humano?
En los desfiles primavera-verano 2013 fueron las mujeres con un estilo más discreto, como Emmanuelle Alt, directora de la edición francesa de Vogue, con sus pantalones pitillo de cuero y una cazadora motera forrada de piel, las que eclipsaron a todas las expertas en autopromoción que, como una comitiva ridícula, pugnaban por sus minutos de fama en el exterior del recinto.
Hace dos años, el fenómeno del “street style” parecía novedoso y excitante. Las intuitivas instantáneas de Bill Cunningham (el fotógrafo que abrió la brecha y casi inventó el género) fueron dado paso, poco a poco, a puestas en escena propias de una película de Fellini, realizadas a la puerta de todos los eventos de moda desde Nueva York a Milán.
Parar el tráfico
Como ejemplo, una escena de la vida real. En la última temporada, después de un desfile de la London Fashion Week, el pope de la moda Colin McDowell iba en su coche atravesando Sloane Square cuando su chófer se detuvo para dejar que una chica cruzase la calle. Pero, en lugar de continuar caminando, ella (¿quién?) se detuvo a posar para un fotógrafo, ignorando el estrépito de los cláxones de docenas de conductores. McDowell, furioso, bajó la ventanilla y gritó con su cultivado acento de la BBC: “Esto es una calle, no una pasarela”. La vieja escuela de la industria había hablado y Suzy Menkes, la directora de moda del International Herald Tribune, fue la primera en pronunciarse por escrito. Después llegó el director creativo de Style.com, Tim Blanks, diciendo: “Lo gracioso es que el fenómeno otorga poder, pero lo otorga de la misma forma que lo hacen los “realities” de la tele. No crea dioses, sino monstruos”.
Alex Fury, el director de la revista Love, comparte su opinión: “Seamos francos. Gran parte de la prensa del gremio está empezando a mirar con desprecio a todas las que se pavonean a lo tonto ante las cámaras. Pero ¿de verdad necesitamos ver cómo Ulyana Sergeenko balancea una cesta de huevos de camino al desfile de Jil Sander? ¡Pero si tiene tanta sofisticación como un niño exhibiéndose en medio de un parque! Estoy seguro de que si no le haces caso, dejará de comportarse así”.
Más amada que nunca
Scott Schuman, el fundador del blog de estilo The Sartorialist, no lo ve de la misma manera. “Decir que internet y los blogs han creado monstruos es extremadamente simplista, ya que es un fenómeno que ha cambiado radicalmente la forma de comunicarnos con la moda. Lo que sucede en el exterior de las Tullerías de París demuestra que la moda es ahora más amada que nunca. La mayoría de las personas que cogen una cámara y revolotean alrededor de Anna Dello Russo solo quieren tener una oportunidad para hablar con su heroína”.
Eso es cierto, pero también que el nivel de exhibicionismo está alcanzando proporciones bochornosas. Así que, en lugar de sentir fascinación por las mujeres que buscan ser el centro de todas las miradas, empiezan a captar nuestra atención aquellas que no están tan desesperadas por lucirse. Un buen ejemplo es Francesca Burns, la directora de moda de la versión británica de Vogue, que es capaz de combinar las pieles de Meadham Kirchhoff con “planaformas” de Prada sin intención de ser fotografiada ya que, sencillamente, es su modo de vestir. O la exquisita Virginie Mouzat, la directora de moda de la versión francesa de Vanity Fair, que se ha mantenido estoicamente fiel a su estilo chic y sutil durante todo el reinado del “street style”.
Otra historia
Cualquiera de estas mujeres es mucho más interesante que una que se te eche encima vestida con unos “jeggings” con transparencias y una chaqueta de tres mangas. Lejos de esa esmerada y absurda puesta en escena, la intimidad que se crea al ver a las modelos con su propia ropa en el “backstage” de un desfile, o las fotos que sube la gente a Instagram con sus propios looks, acaban resultando mucho más interesantes. Ciertamente, el fenómeno de los autorretratos es otra forma de exhibicionismo, pero tiene más que ver con vestirse para uno mismo. “Nos interesa mucho más lo que se pone nuestra mejor amiga que lo que lleva alguien a la puerta de un desfile”, asegura Samuel Fernstrom, director de la nueva cadena de tiendas & Other Stories. “Lo que de verdad nos inspira es la gente más cercana a nosotros”.
La marca de H&M ha captado que todavía estamos interesados en conocer cómo se viste la gente normal, pero no en los estilismos ridículos que se ven en el exterior de los desfiles de moda. Así que, a pesar de disponer de presupuesto suficiente como para contratar a celebridades de la talla de Kate Moss para su campaña publicitaria, & Other Stories ha preferido optar por chicas cool no demasiado famosas (algunas de ellas pioneras del “street style”) y bellezas de Instagram.
Phoebe Arnold, la editora de moda de la revista Ponystep, es una de las estrellas de la vida real que protagonizan la campaña de la marca. “El hecho de que la fama ya no resulte tan importante hace que la gente se fije menos en el exterior y, así, las decisiones que tomamos sobre cómo vestirnos se vuelven mucho más personales. No estoy en contra de ver a la gente que posa a la puerta de los desfiles. Me llama la atención, pero ya no me resulta tan fascinante como antes”.
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