Ni
sobre el escenario ni delante de una cámara pasa inadvertida, siempre
erguida y desafiante. Es una actriz intensa, desgarrada, dramática...
-foto--Terele Pávez: "De mí se ha dicho hasta que mendigo por los bares. ¡Es todo falso!"
La vida no la ha tratado bien ni
tampoco la profesión, aunque de ambas hable con sosiego y
agradecimiento. Su carrera intermitente la ha mantenido en dique seco
durante años y se han contado historias terribles de ella y de su
familia. Ahora, con motivo de su papel en la película 'Las brujas de
Zugarramurdi', de Álex de la Iglesia, Terele Pávez habla claro.
Ni sobre el escenario ni delante de una cámara pasa
inadvertida, siempre erguida y desafiante. Es una actriz intensa,
desgarrada, dramática... es Terele Pávez, la de la mirada de fuego y la
voz profunda. Fue la mejor Celestina sobre el escenario, la inolvidable
envenenadora de Valencia, la Régula de 'Los santos inocentes' y también
Pura, la madre de Antonio Alcántara en la serie 'Cuéntame...' pero nunca
será la implacable Bernarda Alba que mil veces le han propuesto
interpretar. A punto de estrenarse 'Las brujas de Zugarramurdi' (27 de
septiembre), la última película de Álex de la Iglesia que Terele
protagoniza junto con Carmen Maura, pone los puntos sobre las íes a la
vez que se muestra divertida, rápida e inteligente... hasta el punto de
desprender una ternura y un optimismo inusuales en los tiempos que
corren.
XLSemanal. Antes de nada, ¿cómo está?
Terele Pávez. Sinceramente, muy bien. Personalmente, este es un momento bueno.
XL. ¡Qué gusto!, una persona que no se queja.
T.P. Es que hay veces en la vida en las que todo lo bueno importa y lo malo no importa nada.
XL. ¿Usted no lee periódicos, no sabe de corrupción, no tiene hipoteca ni familiares en paro...?
T.P. (Se ríe);. Hablo mucho con mi hijo de esto, y parece que estoy en una edad en la que lo malo no existe porque solo da pereza. Yo siempre he sido muy positiva.
XL. ¿Siempre?
T.P. ¡Hombre! Lo que no puedes ser es idiota y, si lo estás pasando mal, lo estás pasando mal. Cuando ha sido así, he apechugado con mis cosas, pero siempre con un punto muy positivo. Yo sé que el dolor existe, porque lo he vivido y lo he sentido... pero ahora estoy feliz, rodeada de amigos.
XL. La última historia truculenta que se contó de usted la situaba durmiendo con un mendigo en la calle.
T.P. La gente ha jugado con la historia de mi vida como ha querido. Lo expliqué en su día. Manolito era un amigo al que llevé un bocadillo. Yo había trasnochado y estaba cansada, me senté con él un rato y me quedé dormida.
XL. Por qué cree que le dan la vuelta a las historias....
T.P. De mí han dicho de todo, hasta que mendigo por los bares y me como las sobras de los demás. Eso es totalmente falso, nunca he pedido limosna, no soy una indigente y vivo con mi hijo, que no me ha abandonado jamás y con el que tengo una relación estupenda.
XL. Vive con su único hijo, Carolo, en la casa que les dejó su hermana Emma Penella, ¿le van bien las cosas?
T.P. Como a todo el mundo: unas veces, mejor y otras, no tanto; he tenido momentos difíciles, pero ahora estoy muy bien. Pero fíjate en que nadie dice que, en los últimos cuatro años, he hecho cinco cortos, dos funciones de teatro, un par de películas y he sido candidata a un Goya.
XL. Bohemia, libre y en casa con un hijo soltero, ¿cómo es esa relación?
T.P. ¡Estupenda!, aunque habrá quien piense cualquier barbaridad [se ríe]. Es una relación madre-hijo muy buena porque él se ocupa de mí y me acompaña casi siempre a todas partes. Pero ni he sido ni soy una madre absorbente porque siempre le he dado toda la libertad del mundo. Quizá por eso sigue conmigo [sonríe].
XL. ¿Lamenta no haber tenido un hombre al lado?
T.P. Nunca me interesó tener marido; he tenido mis historias, pero no marido. Desde muy joven sabía que yo no me iba a casar. Ya había visto mucho como para creerme que un señor me iba a amar eternamente. Oye, me da la sensación de que todo esto que estoy diciendo de mí puede parecer muy pedante. Estas cosas no las hubiera dicho hace veinte años ni hace diez, pero ahora ya...
XL. ¿Estoy frente a una mujer fuerte que se pone el mundo por montera?
T.P. No es cuestión de fuerza, es un don; el don de estar siempre bien y de no exigir a la vida lo que no puede darte.
XL. Usted ha tenido una carrera tan apasionante como intermitente: debutó a los doce años con Berlanga en Novio a la vista...
T.P. [Me interrumpe]. Sí, sí, sí, yo he sido siempre esa niña que allá donde iba la gente decía de mí lo mucho que valía, pero luego... ahí se quedaba todo.
XL. Cuando triunfaba, dejaba el escenario durante largas temporadas, una y otra vez, sin mucha explicación. ¿Qué pasaba?
T.P. Pues que dejaban de llamarme porque yo era una persona muy antipática para mucha gente. Yo era una señora que, con 18 o 20 años, salía al escenario y solo con aparecer la gente se quedaba muda. Esta voz mía, que yo siempre pensé que era horrible, cuando la escuché en un escenario, dije: ¡Ostras, aquí la cosa cambia! Cuando yo salía a escena, lo llenaba todo de fuerza sin hacer nada.
XL. ¿Y qué pasó?
T.P. Pues que no caía bien a todas; yo no era ambiciosa, no quería ser protagonista, me conformaba con estar ahí. Tenía mucha afición, mucha alegría. A mí me quieren y me valoran mucho.
XL. ¿Dónde está el problema entonces?
T.P. Pues que había un tipo de actrices que no querían que yo estuviera ahí. Una era amante del director; otra, del productor... y de pronto llega Terele, que no necesitaba nada de eso y, encima, no exigía nada especial... ¿lo entiendes?
XL. ¿Envidia cochina, más o menos?
T.P. ¡Claro! Y es que yo llegaba con un vaquero y un suéter... y no me hacía falta más.
XL. ¿La vetaban porque era mejor?
T.P. No, ni siquiera me vetaban: no me contrataban, así de simple. De mí dijeron que era la mejor Celestina que había sobre el escenario, pero no me volvieron a contratar después. E hice La casa de las chivas... y no volví a hacer más, pese a que todo el mundo hablaba de mi interpretación. Y hago Los santos inocentes y no vuelvo a hacer más. Al final trabajan todos, menos yo. Y luego está lo que se contaba de mi padre...
XL. ¿Se refiere a que el historiador Ian Gibson señaló a su padre, Ramón Ruiz Alonso (diputado de la CEDA), como delator y responsable de la denuncia contra Lorca, así como de su detención?
T.P. Eso sí que ha sido grave, muy grave. ¡Para haberlo vivido! Fue un espanto. Por culpa de Ian Gibson hablaban de mi padre como «de ese individuo...».
XL. Durante años se dijo que su padre fue el asesino de Federico García Lorca. ¿Qué sabe usted de lo que sucedió en aquella detención?
T.P. Sé que mi padre fue a casa de Luis Rosales, que le explicó a la familia que tenía orden de detener a Federico García Lorca, como estaban deteniendo a otros muchos. Es más, le ofrecieron un vinito y estuvieron charlando... y, cuando regresó con él, lo llevó al cuartelillo sin saber absolutamente nada de lo que iba a pasar después con Lorca.
XL. Las últimas investigaciones avalan lo que usted explica.
T.P. Sí, pero ahora parece que no hay tanto interés en que se sepa la verdad, es curioso. No hace mucho, me dieron un premio de teatro en Valladolid y me presentaron como la hija del político Ruiz Alonso. Se me saltaron las lágrimas, era la primera vez en mi vida que se referían a mi padre así: como el político, y no como el asesino de Lorca. Entonces pensé: «Papá, lo hemos conseguido, ¡al fin!». No me lo podía creer. Fue una cosa preciosa.
XL. Siendo una mujer de izquierdas, debió de ser una pesadilla que dijeran eso de su padre.
T.P. ¡Pero si yo no he sido nunca ni de izquierdas ni de nada! Yo soy de una familia de derechas. Mi padre fue diputado de Gil Robles... Es posible que mi forma de vida se asociase más a la izquierda, pero es algo que nunca me he planteado.
XL. ¿Ha vivido la transición política sin significarse?
T.P. Totalmente, nunca he sido del PP ni del PSOE ni de nadie [sonríe]. Siempre he sido libre, tenía amigos con carné comunista y amigos muy de derechas. Y, además, siempre he sido muy creyente. Lo de Lorca ha sido lo peor que nos ha pasado. Yo he sentido a mi alrededor unos odios tremendos. ¡A mí me hizo un daño terrible todo eso! Yo me llevaba de maravilla con mis padres, con los dos, y con mis hermanas. Siempre hemos sido una piña, aunque, ya de mayores, teníamos nuestras diferencias.
XL. Entonces, ¿ya le toca hacer de Bernarda Alba? Ese papel que le va que ni pintado.
T.P. ¡Nooo! Me lo han ofrecido veinte mil veces, pero no lo voy a hacer nunca. Mi relación con Lorca se mueve en otro plano: somos cómplices, hablamos muchas veces y él me pide que no sea pesada y que interprete a Bernarda; pero él sabe, porque yo se lo he dicho, que nunca la haré, por el morbo y porque he sufrido mucho con ese tema.
Privadísimo
-Nació en Bilbao hace 74 años, pero creció y siempre ha vivido en Madrid, de donde se considera.
-Es la hermana mayor de las también actrices Emma Penella, fallecida en 2007, y Elisa Montés, que fue esposa de Antonio Ozores.
-Su apellido artístico, Pávez, proviene del segundo apellido de su abuela materna, Emma Silva Pávez, chilena. Se lo puso para distinguirse de sus hermanas.
-De una saga de artistas, es nieta y bisnieta de compositores, aunque su padre se dedicó a la política.
-Nunca se ha casado. Vive con su único hijo.
-Ha estado nominada a los Goya cuatro veces.
-Las brujas de Zugarramurdi es la quinta película que hace con Álex de la Iglesia. «Es un amigo que siempre me rescata y cuenta conmigo».
XLSemanal. Antes de nada, ¿cómo está?
Terele Pávez. Sinceramente, muy bien. Personalmente, este es un momento bueno.
XL. ¡Qué gusto!, una persona que no se queja.
T.P. Es que hay veces en la vida en las que todo lo bueno importa y lo malo no importa nada.
XL. ¿Usted no lee periódicos, no sabe de corrupción, no tiene hipoteca ni familiares en paro...?
T.P. (Se ríe);. Hablo mucho con mi hijo de esto, y parece que estoy en una edad en la que lo malo no existe porque solo da pereza. Yo siempre he sido muy positiva.
XL. ¿Siempre?
T.P. ¡Hombre! Lo que no puedes ser es idiota y, si lo estás pasando mal, lo estás pasando mal. Cuando ha sido así, he apechugado con mis cosas, pero siempre con un punto muy positivo. Yo sé que el dolor existe, porque lo he vivido y lo he sentido... pero ahora estoy feliz, rodeada de amigos.
XL. La última historia truculenta que se contó de usted la situaba durmiendo con un mendigo en la calle.
T.P. La gente ha jugado con la historia de mi vida como ha querido. Lo expliqué en su día. Manolito era un amigo al que llevé un bocadillo. Yo había trasnochado y estaba cansada, me senté con él un rato y me quedé dormida.
XL. Por qué cree que le dan la vuelta a las historias....
T.P. De mí han dicho de todo, hasta que mendigo por los bares y me como las sobras de los demás. Eso es totalmente falso, nunca he pedido limosna, no soy una indigente y vivo con mi hijo, que no me ha abandonado jamás y con el que tengo una relación estupenda.
XL. Vive con su único hijo, Carolo, en la casa que les dejó su hermana Emma Penella, ¿le van bien las cosas?
T.P. Como a todo el mundo: unas veces, mejor y otras, no tanto; he tenido momentos difíciles, pero ahora estoy muy bien. Pero fíjate en que nadie dice que, en los últimos cuatro años, he hecho cinco cortos, dos funciones de teatro, un par de películas y he sido candidata a un Goya.
XL. Bohemia, libre y en casa con un hijo soltero, ¿cómo es esa relación?
T.P. ¡Estupenda!, aunque habrá quien piense cualquier barbaridad [se ríe]. Es una relación madre-hijo muy buena porque él se ocupa de mí y me acompaña casi siempre a todas partes. Pero ni he sido ni soy una madre absorbente porque siempre le he dado toda la libertad del mundo. Quizá por eso sigue conmigo [sonríe].
XL. ¿Lamenta no haber tenido un hombre al lado?
T.P. Nunca me interesó tener marido; he tenido mis historias, pero no marido. Desde muy joven sabía que yo no me iba a casar. Ya había visto mucho como para creerme que un señor me iba a amar eternamente. Oye, me da la sensación de que todo esto que estoy diciendo de mí puede parecer muy pedante. Estas cosas no las hubiera dicho hace veinte años ni hace diez, pero ahora ya...
XL. ¿Estoy frente a una mujer fuerte que se pone el mundo por montera?
T.P. No es cuestión de fuerza, es un don; el don de estar siempre bien y de no exigir a la vida lo que no puede darte.
XL. Usted ha tenido una carrera tan apasionante como intermitente: debutó a los doce años con Berlanga en Novio a la vista...
T.P. [Me interrumpe]. Sí, sí, sí, yo he sido siempre esa niña que allá donde iba la gente decía de mí lo mucho que valía, pero luego... ahí se quedaba todo.
XL. Cuando triunfaba, dejaba el escenario durante largas temporadas, una y otra vez, sin mucha explicación. ¿Qué pasaba?
T.P. Pues que dejaban de llamarme porque yo era una persona muy antipática para mucha gente. Yo era una señora que, con 18 o 20 años, salía al escenario y solo con aparecer la gente se quedaba muda. Esta voz mía, que yo siempre pensé que era horrible, cuando la escuché en un escenario, dije: ¡Ostras, aquí la cosa cambia! Cuando yo salía a escena, lo llenaba todo de fuerza sin hacer nada.
XL. ¿Y qué pasó?
T.P. Pues que no caía bien a todas; yo no era ambiciosa, no quería ser protagonista, me conformaba con estar ahí. Tenía mucha afición, mucha alegría. A mí me quieren y me valoran mucho.
XL. ¿Dónde está el problema entonces?
T.P. Pues que había un tipo de actrices que no querían que yo estuviera ahí. Una era amante del director; otra, del productor... y de pronto llega Terele, que no necesitaba nada de eso y, encima, no exigía nada especial... ¿lo entiendes?
XL. ¿Envidia cochina, más o menos?
T.P. ¡Claro! Y es que yo llegaba con un vaquero y un suéter... y no me hacía falta más.
XL. ¿La vetaban porque era mejor?
T.P. No, ni siquiera me vetaban: no me contrataban, así de simple. De mí dijeron que era la mejor Celestina que había sobre el escenario, pero no me volvieron a contratar después. E hice La casa de las chivas... y no volví a hacer más, pese a que todo el mundo hablaba de mi interpretación. Y hago Los santos inocentes y no vuelvo a hacer más. Al final trabajan todos, menos yo. Y luego está lo que se contaba de mi padre...
XL. ¿Se refiere a que el historiador Ian Gibson señaló a su padre, Ramón Ruiz Alonso (diputado de la CEDA), como delator y responsable de la denuncia contra Lorca, así como de su detención?
T.P. Eso sí que ha sido grave, muy grave. ¡Para haberlo vivido! Fue un espanto. Por culpa de Ian Gibson hablaban de mi padre como «de ese individuo...».
XL. Durante años se dijo que su padre fue el asesino de Federico García Lorca. ¿Qué sabe usted de lo que sucedió en aquella detención?
T.P. Sé que mi padre fue a casa de Luis Rosales, que le explicó a la familia que tenía orden de detener a Federico García Lorca, como estaban deteniendo a otros muchos. Es más, le ofrecieron un vinito y estuvieron charlando... y, cuando regresó con él, lo llevó al cuartelillo sin saber absolutamente nada de lo que iba a pasar después con Lorca.
XL. Las últimas investigaciones avalan lo que usted explica.
T.P. Sí, pero ahora parece que no hay tanto interés en que se sepa la verdad, es curioso. No hace mucho, me dieron un premio de teatro en Valladolid y me presentaron como la hija del político Ruiz Alonso. Se me saltaron las lágrimas, era la primera vez en mi vida que se referían a mi padre así: como el político, y no como el asesino de Lorca. Entonces pensé: «Papá, lo hemos conseguido, ¡al fin!». No me lo podía creer. Fue una cosa preciosa.
XL. Siendo una mujer de izquierdas, debió de ser una pesadilla que dijeran eso de su padre.
T.P. ¡Pero si yo no he sido nunca ni de izquierdas ni de nada! Yo soy de una familia de derechas. Mi padre fue diputado de Gil Robles... Es posible que mi forma de vida se asociase más a la izquierda, pero es algo que nunca me he planteado.
XL. ¿Ha vivido la transición política sin significarse?
T.P. Totalmente, nunca he sido del PP ni del PSOE ni de nadie [sonríe]. Siempre he sido libre, tenía amigos con carné comunista y amigos muy de derechas. Y, además, siempre he sido muy creyente. Lo de Lorca ha sido lo peor que nos ha pasado. Yo he sentido a mi alrededor unos odios tremendos. ¡A mí me hizo un daño terrible todo eso! Yo me llevaba de maravilla con mis padres, con los dos, y con mis hermanas. Siempre hemos sido una piña, aunque, ya de mayores, teníamos nuestras diferencias.
XL. Entonces, ¿ya le toca hacer de Bernarda Alba? Ese papel que le va que ni pintado.
T.P. ¡Nooo! Me lo han ofrecido veinte mil veces, pero no lo voy a hacer nunca. Mi relación con Lorca se mueve en otro plano: somos cómplices, hablamos muchas veces y él me pide que no sea pesada y que interprete a Bernarda; pero él sabe, porque yo se lo he dicho, que nunca la haré, por el morbo y porque he sufrido mucho con ese tema.
Privadísimo
-Nació en Bilbao hace 74 años, pero creció y siempre ha vivido en Madrid, de donde se considera.
-Es la hermana mayor de las también actrices Emma Penella, fallecida en 2007, y Elisa Montés, que fue esposa de Antonio Ozores.
-Su apellido artístico, Pávez, proviene del segundo apellido de su abuela materna, Emma Silva Pávez, chilena. Se lo puso para distinguirse de sus hermanas.
-De una saga de artistas, es nieta y bisnieta de compositores, aunque su padre se dedicó a la política.
-Nunca se ha casado. Vive con su único hijo.
-Ha estado nominada a los Goya cuatro veces.
-Las brujas de Zugarramurdi es la quinta película que hace con Álex de la Iglesia. «Es un amigo que siempre me rescata y cuenta conmigo».
TÍTULO; REVISTA XL SEMANAL brasil el peaje de los juegos,.
- La Puerta del Cielo brasileño es de metal herrumbroso. Para llegar hasta ella, hay que subir una colina en un mototaxi y caminar varios ...
En portada Brasil. El peaje de los juegos
El Mundial de Fútbol en 2014 y los Juegos Olímpicos en 2016 han colocado a Brasil en el punto de mira como nunca antes. Un país emergente que debía servir de ejemplo de desarrollo. Pero empieza a mostrar síntomas inquietantes: descontento social, burbuja inmobiliaria, desigualdades lacerantes... El país oficial se aleja cada día más del real. Nos adentramos en las carreteras por las que todavía no ha pasado el milagro brasileño.
La Puerta del Cielo brasileño es de metal herrumbroso. Para llegar hasta ella, hay que subir una colina en un mototaxi y caminar varios minutos por un laberinto de caminos angostos. Pero una vez que Raimundo saluda desde su silla en la terraza al visitante, una vez que se traspasa la Porta do Céu, aparece la mejor vista de Río de Janeiro. La imagen idealizada de Brasil. Mar, playa, ciudad, casas de colores. Sin duda, de lejos, todo resulta más simple. De cerca, el entorno de la terraza de Raimundo Saigrense, en la favela Rocinha, es más complejo. Esta podría ser la metáfora que explique Brasil después de las manifestaciones del pasado junio.
El 6 de junio llovió en San Pablo y el pequeño grupo llamado Movimiento Pase Libre se refugió en la escalera del Teatro Municipal en el centro de la ciudad. Pedía que se suspendiese la subida de 20 centavos (siete céntimos de euro) en el precio del transporte público. E insistieron en su demanda. Llamaron a otra marcha para el día siguiente y después a otra, hasta que las protestas estallaron en más de 400 ciudades. Finalmente ya no solo se trataba del aumento del pasaje, que el Gobierno de Dilma Rousseff revirtió. La lista de insatisfacciones incluían la atención médica, la corrupción, la construcción de presas en la Amazonia y su deforestación, la protección de las tierras indígenas, la necesidad de una reforma agraria, la lucha contra la discriminación por sexo o color de piel y hasta la crítica por la remodelación de los estadios de fútbol para el próximo mundial. Una lista plagada de demandas en un país en el que, según las voces oficiales y de la mayoría de la prensa, parecía haber una sola agenda: los preparativos para la Copa del Mundo de 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016.
Mejorar, sí; empeorar está difícil», dice Saleti en la Puerta del Cielo. Ella forma parte de la llamada nueva clase media brasileña. Treinta millones de personas que, en los últimos diez años, dejaron atrás la pobreza. La mayoría son jóvenes que se beneficiaron del acceso a la educación, pero que aún no han encontrado trabajo a la altura de su formación y que viven en las mismas favelas de su niñez. Ellos fueron parte de las manifestaciones, pero no los únicos.
Gilson da Silva lo explica como «un proceso natural». Tiene 39 años y vive con su madre en la favela Doña Marta. «La gente empezó a estudiar y consiguió un trabajo mejor; ahora le es más fácil comprar cosas. El Gobierno de Lula dio esa posibilidad a un sector amplio de la sociedad», dice mientras sube en el teleférico que se inauguró en 2008 y facilitó a los vecinos llegar a sus casas. En Doña Marta, en lugar de calles hay escaleras. Pero en las calles también hay descontento. Y si hay alguien que las conoce es Luana Muniz. «La reina de Lapa», la llaman. Su reinado es el barrio antiguo. Tiene 43 años de travesti y 33 de actriz y es un referente de la comunidad que lucha contra la discriminación.
«Las manifestaciones de ahora tendrán efecto en diez años. Es un proceso muy lento. La gente tiene hambre todavía. Y, claro, se preocupa al ver que gastan millones en un estadio. ¡Por el amor de Dios! Brasil es un país negro, la mayor parte de su población lo es, ¡pero es racista!», sentencia para describir lo que para ella es un claro signo de hipocresía. Brasil tiene 8,5 millones de kilómetros cuadrados, es la séptima economía del mundo, el quinto país más grande en superficie y está habitado por 197 millones de personas. Forma parte con Rusia, la India, China y Sudáfrica de los llamados BRICS, ese grupo de países emergentes que cuando la crisis mundial ennegrecía el panorama daba esperanzas de crecimiento. Pero las buenas perspectivas parece que no han durado. El crecimiento brasileño que alcanzó su mayor marca en 30 años (7,5%) en 2010 se desaceleró en 2011, cayendo al 2,7 por ciento, y al 0,9% el año pasado.
Guy Ryder, director de la Organización Internacional del Trabajo, dio a finales de agosto una respuesta para explicar lo que sucede en el gigante de América Latina. «La gente tiene sus propias expectativas y el crecimiento económico no es, en sí mismo, una respuesta a ellas», afirmó. Para Ryder, la evolución positiva de la economía «en realidad pudo aumentar ciertos niveles de tensión en lugar de reducirlos».
Pero al margen del descontento popular o además de él están los riesgos de que Brasil se encuentre ante una burbuja financiera e inmobiliaria. Aunque se insiste mucho en la fortaleza del país, no sería el primer gigante que demuestra tener pies de barro. En los últimos siete años, el crédito ha crecido hasta alcanzar el 45 por ciento del tamaño de la economía. Las familias tienen que dedicar ya un 25 por ciento de sus ingresos a pagar deudas adquiridas para comprar electrodomésticos, coches, casas... El precio de la vivienda en Río de Janeiro y São Paulo se ha duplicado desde 2008. Y los salarios de sus altos ejecutivos son más altos que en Nueva York. ¿Les suena de algo? Brasil se ha convertido en uno de los países más caros del mundo, pero no hay más que recorrer sus carreteras interiores y sus campos para comprobar que sigue siendo pobre.
Brasil es el principal productor de soja, carne y maíz del mundo. Cuando en 1998, en la agenda mundial, en lugar de salvar a los bancos estaba como objetivo terminar con el hambre, el Gobierno de Lula se ofreció a dar de comer al planeta. Si Brasil es desde entonces uno de los graneros del mundo, la columna que lo sostiene atraviesa el estado de Mato Grosso. A la BR163 todos la llaman la 'ruta de la soja', una cinta de asfalto demasiada angosta para soportar el incesante paso de camiones cargados de granos, ganado y madera.
José Faustino, con camisa amarilla y sus dientes manchados de tabaco, llegó hace 35 años desde Curitiba, en el sur, a Carlinda. Fue un pionero de la inmigración que incitó la dictadura militar como una forma de 'ocupar' esta zona estratégica para el ejército: la Amazonia, la reserva natural más importante del planeta. Carlinda es hoy un centro ganadero, aunque este año avanzará un paso más hacia un modelo de negocio agrícola: se sembrará por primera vez soja. Faustino cuenta que en pocos años todo ha cambiado tanto que un extranjero no podría ni imaginarlo. «¡Había selva e indios!».
Pero ahora solo quedan de aquello las castañas de Brasil, unos árboles protegidos, para recordar que esto antes era una inmensa manta verde. El fenómeno tiene nombre. Es la deforestación amazónica. Se inicia en el este en Belem y llega hasta el estado de Acre, en la frontera con Perú. Una superficie igual a la distancia que une Madrid con Moscú y cuyo ancho llega a tener mil kilómetros. Los incendios ilegales para 'desmatar' continúan, a pesar de las multas. En mayo, la selva amazónica perdió 464,96 kilómetros cuadrados, casi cinco veces más que en el mismo mes del año anterior. La tendencia es preocupante: en los diez primeros meses de este año pluviométrico de agosto a mayo se han deforestado 2.337,79 kilómetros cuadrados de selva, lo que supone un aumento del 35 por ciento con respecto al periodo anterior. Un ascenso similar se viene registrando en los últimos cuatro años. Pese a la legislación proteccionista, la tala es constante en los alrededores de la BR163.
El puente sobre el río Teles Pires, en la 'ruta de la soja', se transformó también en territorio de protestas en julio. Los cortes de carretera, convocados por la Central Sindical de Trabajadores y Trabajadoras de Brasil, clavaron en el asfalto a la incesante peregrinación de camiones cargados de grano que recorren la vía, formando kilómetros eternos de colas. «Desde el extranjero juzgan a Brasil en términos generales, pero no lo miran con lupa», dice Jaime Elías Vissotto, vestido como un típico campesino del sur brasileño. Llegó aquí hace 32 años y, como el resto, protesta porque, a pesar de las promesas, la reforma agraria no ha llegado y las tierras siguen en pocas manos. «Ninguno de los grandes latifundistas planta lechugas. Los platos brasileños se llenan con la producción de la agricultura familiar. Si hubiera más gente en el campo, habría más comida y menos violencia en la ciudad», asegura.
Lisetti Gonzálvez recorrió casi 600 kilómetros para unirse a las protestas. Hace 12 años, el Gobierno le entregó unas tierras cerca de la ciudad de Juará, donde cultivaba hortalizas. Pero fue desalojada. Denuncia, como otras 22 familias, que ahora sus tierras las ocupa un propietario que las utiliza para sembrar soja. «Pura corrupción», sostiene. La destrucción de la selva para que su suelo produzca más para la exportación y para que se pueda explotar legalmente la minería en propiedad indígena genera una constante tensión en el interior, aunque no tiene tanta visibilidad como las protestas en los centros urbanos.
Si la ruta 163 es la de la soja, la paralela que atraviesa la ciudad de Brasnorte es la del ganado. La zona parece abonada a la lista negra que cada año confecciona el ministro de Medio Ambiente. Y es que la mayoría del desmonte ocurre en tierra indígena manoki, uno de los doscientos pueblos originarios de Brasil. Los manokis denuncian que los hacendados las queman para alegar que están arrasadas y que, por lo tanto, no pueden vivir allí los indígenas. Manuel es el cacique de siete aldeas en las que viven 400 personas. En total tienen 251.000 hectáreas con derecho a usarlas, pero sin el título de propiedad, ya que, según la ley, pertenecen al Estado. Bajo este régimen se encuentra entre el 12 y el 13 por ciento de la superficie del país.
Manuel nació en este territorio ancestral para su pueblo, pero que solo en los noventa fue demarcado como tal. Para él, la lucha por sus tierras es una batalla por la supervivencia de su familia y de su historia. «Estamos amenazados por la tala, las presas hidroeléctricas que debilitan los ríos y los hacendados que quieren plantar en nuestras tierras. Esa es la pelea. Los creímos cuando nos dijeron que todo eso no afectaría a la selva. Pero nos mintieron». Lo mismo se preguntan los miles de jóvenes que se manifiestan en las ciudades. ¿Es creíble el Gobierno cuando les augura un crecimiento sin fin? Los manokis lo tienen claro: «No valió la pena haber creído».
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