TÍTULO: EL HOMBRE DE LA POLE Sebastian Vettel, satisfecho: "Estoy feliz con el resultado",.
"El coche ha estado fenomenal en lo que llevamos de fin de semana. Hoy ha salido todo mejor de lo esperado", dijo.
Sebastian Vettel (Red Bull) se mostró "muy feliz" al finalizar la sesión de calificación del Gran Premio de Singapur, que se disputa este domingo en el circuito de Marina Bay, con la pole position, la quinta en lo que va de temporada."Estoy muy feliz con el resultado. El coche ha estado fenomenal en lo que llevamos de fin de semana. Hoy ha salido todo mejor de lo esperado, aunque Mercedes ha estado muy cerca", dijo el actual líder del Campeonato del Mundo. Sobre su decisión de no salir a rodar en los últimos segundos de la Q3, el alemán cree que fue acertada, aunque "resulto raro" estar en el box a falta de dos minutos para la conclusión.
En esos momentos en su garaje, Vettel estuvo pendiente de lo que hacían sus rivales en pista. "Estuve fijándome en los tiempos de los sectores atentamente. Mark Webber empezó con el mejor tiempo en el primer sector, Romain Grosjean y Nico Rosberg iban mejorando en el segundo sector, pero mi último sector había sido lo suficientemente rápido como para mantenerme en cabeza", indicó el piloto de Red Bull.
Por último, Vettel valoró de manera positiva la táctica que asumieron, aunque conllevó ciertos riesgos. "Fue una gran sensación lograr la pole, podía haber salido mal", concluyó el germano.
TÍTULO: La multimillonaria caída del ambicioso señor X,.
El magnate brasileño asiste al desmoronamiento de su imperio naviero, energético y minero.
En 18 meses ha perdido casi 22.000 millones de euros y ha pasado de ser el rostro triunfante del empresario de éxito brasileño a un fanfarrón que quiso ser el hombre más rico del mundo.
Hace cuatro meses que el empresario Eike Batista desapareció de
Twitter, una especie de espejo de madrastra de Blancanieves que usaba a
diario para divulgar sus logros como el hombre con más éxito de Brasil.
Su salida de la red social fue tan abrupta como la que en febrero le
destronó de la lista de los 100 más ricos de la revista Forbes, tras perder 93 posiciones. Su fortuna había pasado en 18 meses de 22.500 millones a 676 millones de euros.
Batista, de 57 años, se convirtió en menos de una década en uno de los símbolos del crecimiento de la economía brasileña, una de las imágenes de éxito internacional que proyectaba Brasil. Los ministros le recibían en reuniones privadas, los niños le pedían autógrafos por la calle y era querido en Wall Street.
Un enamorado de Río de Janeiro, se proclamó el mecenas de la antigua capital, a la que aspiraba a devolverle su pasado de glamour. Patrocinó con casi siete millones de euros la candidatura (victoriosa) de los Juegos Olímpicos de 2016, así como los proyectos de pacificación de las favelas. Pero su principal objetivo era amasar un patrimonio de 100.000 millones de dólares.
Hoy, el icono se desmorona. A diario, Batista debe buscar desesperadamente capital para evitar la bancarrota de sus empresas, mientras intenta renegociar deudas.
El principio del posible fin del imperio X —el nombre de todas las empresas del grupo Batista termina con el signo de multiplicación— ocurrió a finales de junio de 2012, cuando la petrolera OGX redujo sus expectativas de extracción de crudo a 5.000 barriles diarios, lejos de los 15.000 prometidos. En apenas dos días, sus acciones cayeron más de un 40%, lo que le hizo perder 4.500 millones de euros. El pasado 1 de julio anunció que cerraría varios de esos pozos de crudo.
Fue un golpe fatal, sobre todo a su credibilidad ante los inversores, pero le siguieron más. El efecto dominó se ha extendido a las acciones del resto del grupo, que en el último año ya han perdido cerca de 7.500 millones de euros en valor de mercado.
La historia de Batista empieza con su padre, Eliézer, que fue ministro de Minas y Energía durante el Gobierno del izquierdista João Goulart. Esto habría sido suficiente para ser purgado como “comunista” tras el golpe de Estado de 1964, pero no solo no lo fue, sino que acabó al frente de la minera Caemi, y luego, por 20 años, de la que es hoy la segunda mayor empresa minera del mundo, la antes pública Vale do Rio Doce.
Ingeniero metalúrgico y campeón de motonáutica, Eike Batista montó el conglomerado EBX, formado por seis empresas que cotizan en Bolsa dedicadas a la construcción naval, portuaria, a la actividad minera, logística y petrolera. Batista siempre afirmó ser un hombre hecho a sí mismo —hizo su primera fortuna de reales extrayendo oro en la Amazonia con 22 años—, pero en la última década, mientras amasaba su caudal, le sonreía —además del conocimiento al detalle de su padre del subsuelo brasileño— el buen rumbo de la economía global, la abundancia de capital en los mercados y —tras la crisis europea— el boom de los mercados emergentes, el alza de las materias primas y, también, su buena relación con Luiz Inácio Lula da Silva.
“La trayectoria del grupo solo se explica cuando combinas dos cosas”, afirma Carlos Lessa, el economista y presidente en 2003 del Banco Nacional de Desarrollo (BNDES), entidad pública a la que batista debe 2.000 millones de euros. “El apoyo público y político y una inteligente explotación de la especulación”.
“Si algún día merecí la confianza del mercado, fue porque había una trayectoria de 30 años de mucho trabajo. Mis empresas eran auditadas por tres de las mayores agencias de riesgo del mundo y nunca me alertaron”, se defendía Batista en la carta que decidió enviar en julio a dos periódicos brasileños.
Con la naturaleza a su favor, Batista se erigió como “el hombre de los 27.000 millones de dólares”. Sin reparos, repetía desde 2008 que se convertiría en el hombre más rico del mundo y bromeaba con que no sabía si sobrepasar al multimillonario mexicano Carlos Slim por la derecha o por la izquierda.
A Batista le gustaba exhibir su “suerte”, su Mercedes de un millón de dólares y su Lamborghini, aparcados en el salón de su casa, a sus jovencísimas novias y también a la que fue su esposa durante 13 años, Luma de Oliveira, “mujer del milenio de Playboy”, por la que canceló su boda con su novia de entonces.
Luma, madre de dos de sus tres hijos, también era parte del patrimonio de Batista. Lo decían las iniciales de su marido bordadas con brillantes en su lencería y lo constató aquel carnaval de 1998 donde ella desfiló con un collar —de gata— con el nombre de Eike grabado en diamantes. Decían que detrás de tanto brillo había un hombre muerto de celos.
Ya no hay rastro de toda esa ostentación. Batista no da entrevistas; los ejecutivos de sus empresas, tampoco. “He decidido que no me pronunciaría sobre la avalancha que desprestigió mi vida privada y, principalmente, mis negocios”, comenzaba la carta en la que repasa el caso de su “obituario empresarial”.
Uno de los errores que los especialistas critican de Batista es su optimismo, hasta el punto de que en sus empresas solo se promocionaba a los que traían buenas noticias.
En una entrevista de enero del año pasado, la revista Veja le preguntó si mantenía la meta de ser el hombre más rico del mundo, a lo que él respondió: “Eso no es más una meta. Con las empresas que ya tengo, seré el hombre más rico en 2015 o 2016. No voy a renunciar a llegar ahí”.
Hoy, un Eike Batista mucho más humilde y “frustrado” dice en aquella carta: “Me pregunto más que nadie dónde me equivoqué. ¿Qué tendría que haber hecho diferente?”. Si pudiese volver atrás Batista, dice, haría dos cosas: mantener su vida lejos de los focos, y sus empresas, de los mercados.
Batista, de 57 años, se convirtió en menos de una década en uno de los símbolos del crecimiento de la economía brasileña, una de las imágenes de éxito internacional que proyectaba Brasil. Los ministros le recibían en reuniones privadas, los niños le pedían autógrafos por la calle y era querido en Wall Street.
Un enamorado de Río de Janeiro, se proclamó el mecenas de la antigua capital, a la que aspiraba a devolverle su pasado de glamour. Patrocinó con casi siete millones de euros la candidatura (victoriosa) de los Juegos Olímpicos de 2016, así como los proyectos de pacificación de las favelas. Pero su principal objetivo era amasar un patrimonio de 100.000 millones de dólares.
Hoy, el icono se desmorona. A diario, Batista debe buscar desesperadamente capital para evitar la bancarrota de sus empresas, mientras intenta renegociar deudas.
El principio del posible fin del imperio X —el nombre de todas las empresas del grupo Batista termina con el signo de multiplicación— ocurrió a finales de junio de 2012, cuando la petrolera OGX redujo sus expectativas de extracción de crudo a 5.000 barriles diarios, lejos de los 15.000 prometidos. En apenas dos días, sus acciones cayeron más de un 40%, lo que le hizo perder 4.500 millones de euros. El pasado 1 de julio anunció que cerraría varios de esos pozos de crudo.
Fue un golpe fatal, sobre todo a su credibilidad ante los inversores, pero le siguieron más. El efecto dominó se ha extendido a las acciones del resto del grupo, que en el último año ya han perdido cerca de 7.500 millones de euros en valor de mercado.
La historia de Batista empieza con su padre, Eliézer, que fue ministro de Minas y Energía durante el Gobierno del izquierdista João Goulart. Esto habría sido suficiente para ser purgado como “comunista” tras el golpe de Estado de 1964, pero no solo no lo fue, sino que acabó al frente de la minera Caemi, y luego, por 20 años, de la que es hoy la segunda mayor empresa minera del mundo, la antes pública Vale do Rio Doce.
Ingeniero metalúrgico y campeón de motonáutica, Eike Batista montó el conglomerado EBX, formado por seis empresas que cotizan en Bolsa dedicadas a la construcción naval, portuaria, a la actividad minera, logística y petrolera. Batista siempre afirmó ser un hombre hecho a sí mismo —hizo su primera fortuna de reales extrayendo oro en la Amazonia con 22 años—, pero en la última década, mientras amasaba su caudal, le sonreía —además del conocimiento al detalle de su padre del subsuelo brasileño— el buen rumbo de la economía global, la abundancia de capital en los mercados y —tras la crisis europea— el boom de los mercados emergentes, el alza de las materias primas y, también, su buena relación con Luiz Inácio Lula da Silva.
“La trayectoria del grupo solo se explica cuando combinas dos cosas”, afirma Carlos Lessa, el economista y presidente en 2003 del Banco Nacional de Desarrollo (BNDES), entidad pública a la que batista debe 2.000 millones de euros. “El apoyo público y político y una inteligente explotación de la especulación”.
“Si algún día merecí la confianza del mercado, fue porque había una trayectoria de 30 años de mucho trabajo. Mis empresas eran auditadas por tres de las mayores agencias de riesgo del mundo y nunca me alertaron”, se defendía Batista en la carta que decidió enviar en julio a dos periódicos brasileños.
Con la naturaleza a su favor, Batista se erigió como “el hombre de los 27.000 millones de dólares”. Sin reparos, repetía desde 2008 que se convertiría en el hombre más rico del mundo y bromeaba con que no sabía si sobrepasar al multimillonario mexicano Carlos Slim por la derecha o por la izquierda.
A Batista le gustaba exhibir su “suerte”, su Mercedes de un millón de dólares y su Lamborghini, aparcados en el salón de su casa, a sus jovencísimas novias y también a la que fue su esposa durante 13 años, Luma de Oliveira, “mujer del milenio de Playboy”, por la que canceló su boda con su novia de entonces.
Luma, madre de dos de sus tres hijos, también era parte del patrimonio de Batista. Lo decían las iniciales de su marido bordadas con brillantes en su lencería y lo constató aquel carnaval de 1998 donde ella desfiló con un collar —de gata— con el nombre de Eike grabado en diamantes. Decían que detrás de tanto brillo había un hombre muerto de celos.
Ya no hay rastro de toda esa ostentación. Batista no da entrevistas; los ejecutivos de sus empresas, tampoco. “He decidido que no me pronunciaría sobre la avalancha que desprestigió mi vida privada y, principalmente, mis negocios”, comenzaba la carta en la que repasa el caso de su “obituario empresarial”.
Uno de los errores que los especialistas critican de Batista es su optimismo, hasta el punto de que en sus empresas solo se promocionaba a los que traían buenas noticias.
En una entrevista de enero del año pasado, la revista Veja le preguntó si mantenía la meta de ser el hombre más rico del mundo, a lo que él respondió: “Eso no es más una meta. Con las empresas que ya tengo, seré el hombre más rico en 2015 o 2016. No voy a renunciar a llegar ahí”.
Hoy, un Eike Batista mucho más humilde y “frustrado” dice en aquella carta: “Me pregunto más que nadie dónde me equivoqué. ¿Qué tendría que haber hecho diferente?”. Si pudiese volver atrás Batista, dice, haría dos cosas: mantener su vida lejos de los focos, y sus empresas, de los mercados.
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