domingo, 8 de septiembre de 2013

EL DIVÁN DE OLGA IVIZA CON El macho filipino se pone la mascarilla,./ HICIMOS UNA PALA QUE PESABA MAS DE UN KILO, NO HABIA QUIEN LA MOVIERA,.

TÍTULO; EL DIVÁN DE OLGA IVIZA CON El macho filipino se pone la mascarilla


El macho filipino se pone la mascarilla
Ya tenemos la piel oscura, estaremos más feos si se nos oscurece aún más». Es una opinión. La de Romeo Apelado, un pescador filipino de ...

El macho filipino se pone la mascarilla

Los hombres en Filipinas empiezan a preocuparse por su aspecto. Los centros de estética están llevando una amplia campaña de marketing para captar a 'machos' y convertirlos en metrosexuales

Ya tenemos la piel oscura, estaremos más feos si se nos oscurece aún más». Es una opinión. La de Romeo Apelado, un pescador filipino de 59 años que protege su rostro curtido del sol con una capucha a cuadros confeccionada para tal fin. De la misma guisa faenan compañeros suyos como Jocar Alberca, de 40 años, y Ompong Vargas, de 39, que se sumergen vestidos en las aguas de la laguna de Bay (el lago más grande de Filipinas), en la ciudad de Taguig, perteneciente a la región de Manila. Esa máscara parece ser lo más cerca que estarán nunca de ponerse una mascarilla, pero algo es algo teniendo en cuenta que ganan entre 70 y 300 pesos (1,5 y 5 euros) por ocho horas de trabajo al día, lo mismo que cuesta un tratamiento facial de lo más normalito. Allí tienen mucho éxito los productos de blanqueamiento de piel, que pueden llegar a valer 880 pesos (16 euros). Hasta los hombres de zonas rurales intentan hacer un esfuerzo, aunque sea con la imaginación.
Viniendo de pescadores, colectivo que en todo el planeta comparte moreno por las condiciones propias de la profesión, este cuidado es un detalle significativo para entender que algo está cambiando, que los hombres filipinos, hasta ahora huyendo siempre de los potingues propios del 'sexo débil', empiezan a cuidar su aspecto. La de la capucha quizá sea la expresión más radical -y a la vez barata- de este interés que parece estar transformando al típico macho con etiqueta en un metrosexual pendiente de sus patas de gallo.
Las clínicas estéticas llevan a cabo una potente y amplia campaña de marketing para lograr erradicar esa idea de que el filipino y el oso cuanto más feo más hermoso, y se están gastando una millonada para que famosos y políticos del país aparezcan en sus reclamos publicitarios, mostrando vanidad sin dejar de ser masculinos. Ya en 2004, la compañía de investigación de mercados Synovate hizo un estudio regional en el que el 84% de los hombres de Manila suscribían la idea de que «las apariencias lo son todo». De todos modos, no es un hecho aislado en Filipinas, sirvan las cifras de negocio del grupo L'Oreal. Según sus datos, el mercado de cosméticos mundial creció en 2012 un 4%, mientras que en Asia, solo en los nueve primeros meses del año pasado, la empresa logró un incremento del 10,9% (16.732 millones de euros), porcentaje que en la zona del Pacífico asiático subió hasta ¡el 20,9%!, superando los 3.000 millones de euros. Es el mercado que más aporta al grupo.
Salidas nocturnas a la clínica
Además de retratar a estos pescadores, la fotógrafa Cheryl Ravelo se ha dedicado a visitar centros de estética de la capital, intentando reflejar algo inaudito hasta ahora en aquella sociedad. Escribió a una treintena de ellos explicándoles su intención de hablar y fotografiar a los hombres que han decidido olvidarse de prejuicios, estereotipos y barberías para atreverse con las técnicas de embellecimiento que practican estos centros. Después de esperar tres meses solo recibió respuesta de un puñado de ellos. Suficiente para apostarse durante horas con su cámara en la sala de espera hasta que algun visitante masculino le permitiera retratarle y accediera a contestar a sus preguntas.
«Mi primera visita fue en Flaw-less (Perfecto) -relata la reportera gráfica-, una de las primeras clínicas de estética del país en atender tanto a mujeres como a hombres. Para estos ya debe de ser un shock solo el entrar aquí y ver que tanto las baldosas como los sofás y los uniformes de los asistentes son de un rosa brillante. Pasaron días hasta que alguno de los clientes que traspasaban la puerta me dejara hablar con él». Finalmente, un hombre con mechas de color se acercó a Ravelo. «Tenía 58 años, pero parecía sorprendentemente joven. Llevaba diez con tratamientos», dice ella.
Las reflexiones de la reportera filipina al ver a sus compatriotas machos en aquella situación tan inusual reflejan que se trata de un cambio profundo: «Una noche me llamaron de otro centro, Paradise, porque un grupo de amigos acababa de entrar en la clínica. Corrí al lugar y vi a tres de ellos tumbados en camas alineadas. ¡En lugar de los tragos habituales en un bar de noche quedaban para venir a recibir tratamientos faciales! Uno de ellos apretaba los puños y dejaba escapar dolorosos gemidos cuando el asistente pinchaba sus espinillas. Pero luego sonreía».
El joven Ryan Tan no solo permite a la fotógrafa retratarle durante la sesión de belleza, sino que la invita a acompañarle fuera de la clinica, mientras come con su mujer en un restaurante. Ella le acaricia la cara para comprobar la suavidad conseguida. Ambos sonríen.

TÍTULO:  HICIMOS UNA PALA QUE PESABA MAS DE UN KILO, NO HABIA QUIEN LA MOVIERA,.
«Hicimos una pala que pesaba más de un kilo, no había quien la moviera» 

REGIONAL

«Hicimos una pala que pesaba más de un kilo, no había quien la moviera»

Cuando los responsables de Toro Pádel decidieron hacer sus propios productos, tuvieron que efectuar muchas pruebas, ahora hacen 3.000 al año

Que el pádel es un deporte que está de moda es algo que no se le escapa a nadie. Hace tres años un grupo de amigos de Jaraíz de la Vera ya se dieron cuenta de ello y decidieron apostar por emprender en este sector.
«La idea surgió como una experiencia piloto del programa de Iniciativa Joven, en la que desarrollamos sobre el papel el modo de poner en marcha una empresa relacionada con el pádel», explica Kiko Garrido, uno de los tres socios de Toro Pádel junto a Ramón Cruz y José Carlos García. Con la idea sobre la mesa, decidieron llevarla a la práctica. «Al principio trajimos palas de Argentina y las vendíamos, pero eran un desastre y se rompían, por lo que pensamos en hacerlas nosotros», añade Garrido.
Como ellos mismos reconocen, no sabían la complicación que iba a ser fabricarlas. «Nos costó muchísimas pruebas, porque no hay un manual para hacerlas y hay mucho secretismo respecto al tema. A nosotros nos enseñó un argentino que las hacía en Asturias», comenta García. Pero, aún así, siguiendo los pasos aprendidos, las palas no salían como deberían salir. «El mayor problema fue el inflado de la goma que tiene que mantener el arco de la pala hasta que esta se solidifica. Llegamos a intentarlo con una cámara de una rueda y pesaba más de un kilo, no había quien la moviera», insiste Garrido.
Ahora hacen 3.000 palas al año en diez modelos diferentes, dependiendo de aspectos como la forma y de los compuestos utilizados.
Los compuestos interiores pueden ser de alta (foam) o de baja densidad (eva soft). A partir de ahí, las posibilidades se multiplican porque pueden estar recubiertas de fibra de vidrio o de fibra de carbono. Las formas pueden ser de lágrima o redonda y, además, los agujeros pueden estar dispuestos en varias posiciones y ser de distintos grosores.
El proceso de fabricación de una pala es más artesanal de lo que los clientes se imaginan y hay pocos pasos que puedan automatizarse más de como están en Toro Pádel. Lo primero es colocar el compuesto interior y la fibra de vidrio o de carbono, para introducirlo todo en un molde. La pala se mete en un horno a una temperatura de unos 40 grados durante 12 horas.
Al sacarla del horno se ha endurecido y puede desmoldarse. En ese momento se lijan todas las imperfecciones hasta que queda pulida. Mecanizar estas labores es prácticamente imposible y en Toro Pádel las realizan cuatro de los cinco trabajadores que tiene la empresa. El quinto trabajador es García, uno de los socios, que se dedica a diseñar los vinilos que llevarán las palas. «Tenemos nuestros propios diseños y también trabajo por encargo», apunta García.
Los diseños se imprimen y se pegan en las palas. Posteriormente, se llevan a lacar, el único proceso de elaboración del producto que está externalizado. «Nos lo hace una empresa de Jaraíz y hay que esperar 24 horas a que se sequen», indica Garrido.
Sí está mecanizado el proceso de agujereado de las palas. «Podemos hacer agujeros de varios tamaños, que sirven para absorber los golpes de la bola», apunta García, que explica que el último paso es colocar el acolchado del mango y la tapa de la pala.

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