Si los europeos llegan al grado de desesperación de los marroquíes, como está ocurriendo en las calles de España y Grecia, también serán ...
Si los europeos llegan al grado de desesperación de los marroquíes, como está ocurriendo en las calles de España y Grecia, también serán capaces de cometer actos extremadamente violentos». La profecía pertenece al director marroquí Nabil Ayouch, ganador de la Espiga de Oro en la Seminci con su séptimo largometraje, 'Los caballos de Dios'. Ayouch realizó estas declaraciones a la revista del festival, ya que no vino a Valladolid: el día en que se presentó el filme, el pasado viernes, se celebraba la Fiesta del Cordero, sagrada en el mundo musulmán. El realizador sí recogió anoche el máximo galardón del certamen.
¿Qué tiene que ocurrir para que unos chavales de un
barrio de chabolas de Casablanca acaben convertidos en una célula de
Al-Qaida? ¿Qué lleva a unos críos a transformarse en terroristas
suicidas, mártires de Alá? Ayouch trata de responder a estas preguntas
siguiendo la vida de un puñado de niños en un poblado de las afueras de
Casablanca acosado por la miseria, la violencia y la drogadicción.
Cuando crecen son aleccionados por un imán que les entrena física y
mentalmente. El cielo prometido a cambio de llevarse por delante a
decenas de infieles con un cinturón de explosivos.
'Los caballos del cielo', que cuenta con distribución en
España pero todavía no tiene fecha de estreno, culmina con los atentados
de Casablanca en el 2003, que entre otros objetivos se llevó por
delante la Casa de España en la ciudad marroquí. Murieron 45 personas,
entre ellas 12 de los 14 terroristas que intervinieron, procedentes
todos ellos del barrio chabolista de Sidi Moumen. «Fue un trauma enorme
para Marruecos», explica el director. «Uno se esperaba que esos actos
fueran obra de terroristas entrenados en Afganistán o Irak, y no que los
autores fueran chicos de un barrio del que nunca habían salido hasta
entonces».
Íntimo pero correcto
Exactriz de Fassbinder y directora de fuste, Margarethe
von Trotta ha llevado al cine la vida de personalidades como Rosa
Luxemburgo y la teóloga Hildegard von Bingen. En 'Hannah Arendt', Espiga
de Plata en Valladolid, recrea uno de los momentos más difíciles en la
vida de la filósofa judeo-alemana: el juicio al jerarca nazi Adolf
Eichmann en 1961, que cubrió para el semanario New Yorker. A raíz de
aquella experiencia, Arendt escribió su controvertido libro 'Un estudio
sobre la banalidad del mal', malinterpretado como una falta de piedad
hacia el pueblo judío. Von Trotta mezcla lo íntimo con lo político en un
correcto pero frío retrato de una mujer fuerte e independiente.
La mejor película de la sección oficial, 'De óxido y
hueso', de Jacques Audiard, acumula los premios al mejor director, guion
y actor (Matthias Schoenaerts). Ningún otro cineasta a concurso rueda
con la fuerza y el lirismo del autor de 'Un profeta', que se atreve a
contar una bizarra historia de amor entre personajes extremos: un bruto y
una adiestradora de orcas tullida (Marion Cotillard). Que concursara en
el pasado Festival de Cannes no habrá ayudado a que consiguiera la
Espiga de Oro que se merecía.
El Premio Especial del Jurado recompensa la pátina 'arty'
de 'La quinta estación', del belga Peter Brosens y la estadounidense
Jessica Woodworth. Una fábula ambientada en una aldea de Las Ardenas que
sufre una maldición cuando la primavera no llega. Las vacas no dan
leche, las semillas no germinan... Hambre, miedo y violencia que lleva a
sus habitantes a la quema del hereje, del diferente. 'La quinta
estación' avanza mediante planos de composición pictórica y simbolismos
que remiten al cine del primer Peter Greenaway.
'La lapidación de Saint Étienne', del catalán Pere Vilà,
obtiene el Premio Fipresci de la crítica, mientras 'Todo es silencio',
de José Luis Cuerda, se va de vacío. La 57 edición de la Seminci ha
sufrido un recorte brutal en su presupuesto (de 3,5 millones a 2
raspados) que se ha traducido en menos invitados y un tono apagado y
tristón.
Superado en impacto mediático y repercusión dentro de la
industria por Málaga y Sitges, el festival vallisoletano debe
redefinirse si quiere competir en un marco de festivales que cada vez
contarán con menor ayuda pública.
TÍTULO: MUERE HANS WERNER HENZE, UN GENIO DE LA ÓPERA COMPROMETIDO CON LA IZQUIERDA:
La ópera y la música y se cubrieron de luto ayer con la muerte de Hans Werner Henze (Gütersloh, 1926), un genial compositor tenido por un.
La ópera y la música y se cubrieron de luto ayer con la
muerte de Hans Werner Henze (Gütersloh, 1926), un genial compositor
tenido por un Einstein rojo de la ópera contemporánea que dedicó piezas
al Che Guevara, Víctor Jara o Ho Chi Minh. Con una respetadísima carrera
y en plena producción hasta hace poco, el compositor falleció en Dresde
a los 86 años. Fue uno de los más singulares, influyentes y respetados
compositores de la segunda mitad del siglo XX y «uno de los más
versátiles», según su casa discográfica, que destacó como su gran mérito
«la unión de la belleza atemporal y el compromiso contemporáneo».
Italiano de adopción, la música de Werner Henze es de una
radical singularidad, alejada de cualquier escuela, ismo o moda. Pasó
casi cinco décadas aislado en el campo y sin escuchar la música de
nadie. «Tengo un lenguaje y una filosofía propios que he desarrollado en
los últimos decenios», explicaba. «Soy un compositor solitario; jamás
pertenecí a un grupo con ideales estéticos; he observado con interés el
trabajo de mis contemporáneos, he comprendido cómo está hecha mi propia
música y he hallado mi propio camino».
Pacifista y antifascista convencido, comprometido con la
izquierda marxista y homosexual, denunció desde su actividad personal y
su producción musical todo tipo de violencia. Hijo de un maestro de
escuela de la república de Weimar muerto en la guerra, Henze condenó con
fuerza el nazismo y defendió con igual pasión el comunismo. Con el
ascenso de nazismo siguió sus estudios en el conservatorio mientras
tocaba en una orquesta de cámara de una familia con sangre judía.
Movilizado en 1944 y prisionero en un campo británico,
creía que la música es un instrumento para la paz y que debería por
tanto «ser obligatoria en las escuelas, como las matemáticas o la
gramática». «La música es lo opuesto al pecado: es la redención, la
tierra prometida», decía.
Involucrado en el mayo del 68 y la revolución cubana,
tradujo musicalmente su compromiso en piezas como 'Vamos al río'
(1974-1976) o su novena sinfonía, obra coral en siete movimientos basada
en 'La séptima cruz' de Anna Seghers, un alegato contra el fascismo y
la guerra.
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