miércoles, 17 de octubre de 2012

LA DELICIA DE DORMIR EN UN CHOZO,/ VINO CON DENOMINACIÓN CASERA;

TÍTULO: LA DELICIA DE DORMIR EN UN CHOZO:

Ernesto Gallardo es un campanariense que desde los ocho años desempeñó labores pastoriles, puesto que durante mucho tiempo cuidó las ...
Ernesto Gallardo es un campanariense que desde los ocho años desempeñó labores pastoriles, puesto que durante mucho tiempo cuidó las ovejas del Marqués. Esa experiencia le llevó a aprender desde niño a hacer chozos, la típica vivienda que durante generaciones guardaba de las inclemencias meteorológicas a los pastores en las majadas.
Ahora, ya jubilado y con 72 años, prefiere no perder el tiempo en los bares o en las típicas 'picotas' del pueblo, y por el contrario sigue sacando a relucir su sapiencia pastoril. Por eso, hace cuatro años realizó en su parcela un típico chozo con paja de centeno, que le sirve de complemento a su casita, ya que incluso tiene allí dos camas donde habitualmente descansa.
De hecho, como reconoce, «dormir en estas camas cayendo la lluvia sobre la paja es una delicia». Además, esta vivienda que antes era tan típica en las dehesas de La Serena tiene otra ventaja y es que mantiene muy bien la temperatura.
Sin embargo, un chozo se le ha hecho poco y ahora para matar el gusanillo ha empezado a hacer otro. Una labor, como reconoce, para la que hay que tener cierta habilidad ya que «si no sabes, te sale como un churro».
El trabajo se inicia haciendo un círculo en el suelo, en torno al cual se clavan doce estacas donde se atarán las doce piernas del chozo, y posteriormente se conforman el aro de arriba y el aro de abajo. Con esos elementos, ya se puede empezar a vestir el chozo. Para ello se necesitan en torno a unos 400 manojos de paja de centeno.
Aunque ahora Ernesto ha hecho el armazón con hierros moldeables, recuerda que antes se hacía con palos que iban a coger al río, pero que con el tiempo acababan cediendo. En este caso, admite que la mejor madera para estas viviendas era la de los eucaliptos o la del álamo negro, pues eran muy resistentes.
Este campanariense reconoce que con ayuda podría tener terminado el chozo en una semana, sin embargo al hacerlo sólo y a ratos tarda más.
Un chozo construido bien y con estas características puede durar años y más si encima se pone una capa de juncos, que evita que entre el agua en época de lluvias. De hecho, muchos estaban tan bien construidos que podían ser transportados de una finca a otra, generalmente por doce hombres.
Lo cierto es que Ernesto se ha convertido en el último campanariense en saber hacer chozos y eso le entristece: «Es una pena, porque yo tengo hijos que podían venir a verme trabajar y quedarse con la copla, pero esto ya no les interesa y sólo vienen a comerse chuletas». En definitiva, el tiempo ha llevado a Ernesto a convertirse en historia viva de las tradiciones y costumbres más ancestrales de Campanario, un pueblo tradicionalmente ganadero y con una amplia cultura pastoril.


TÍTULO; VINO CON DENOMINACIÓN CASERA;

La Junta de Extremadura va a redactar una ley para legalizar la venta directa de productos artesanos, como quesos o vino. Hasta ahora, este ...
La Junta de Extremadura va a redactar una ley para legalizar la venta directa de productos artesanos, como quesos o vino. Hasta ahora, este tipo de alimentos se encontraba en una especie de limbo legal que hacía que muchas veces se vendieran de manera clandestina.
Ahora ya no será así. Productores como Manuel Fernández, Carlos Lara y José Antonio Lara podrían sacar al mercado su vino. Fabrican todos los años entre 500 y 2.000 litros, que de momento consumen ellos y además regalan botellas a los amigos, que agradecen el gesto como si hubiesen sido obsequiados con un gran Ribera del Duero o del Guadiana, porque en Extremadura también hay buenos caldos. Este en concreto no se comercializa y es totalmente natural; no lleva ningún tipo de aditivo.
Estos tres amigos han recogido este año 600 kilogramos de uvas tintas y las han llevado a la parcela de Manuel Fernández, un militar destinado en el cuartel de Botoa y residente en Alburquerque. En esta pequeña finca, donde también tienen unos caballos con los que hacen rutas los fines de semana, realizan todo el proceso de elaboración del vino. Sentados a la sombra fresca de los primeros días de otoño comienzan 'despalillando' la uva y arrojándola en barreños donde un niño, hijo de Manuel, se encarga de pisarla. Con anterioridad su padre le ha puesto unas botas katiuskas limpias como una patena. Al pequeño le gusta ver cómo sale un caldo oscuro y no para un momento con tal de obtener más y más. Lo hace como un juego, sin pensar que está contribuyendo a la obtención de un vino que hace las delicias de sus familiares. Finalmente, cuando está todo el fruto estrujado, echan el líquido resultante, incluida la 'madre' (el pellejo de la uva) en unos toneles, cuyo contenido removerán a diario. Posteriormente, se inicia el proceso de fermentación, cuyo final comprueban metiendo una vela encendida en el tonel. Si la llama se mantiene encendida es señal de que ya finalizado el proceso, y el recipiente se tapa herméticamente durante cuarenta días.
Una vez transcurrido ese tiempo -explica Manuel Fernández- se aparta el líquido más claro, el vino propiamente dicho, que estará en la parte de arriba, mientras la madre se estruja en una prensa para obtener el denominado estrujón, cuya cantidad llega a ser semejante a la del vino.
Al llegar a este punto actúan de dos formas: unos años mezclan los dos líquidos, pero otros hacen dos caldos diferentes, uno con el líquido más claro y otro con el estrujón.
En cualquier caso, hay que volver a meter el vino otros cuarenta días en un recipiente y cerrarlo herméticamente, para colocarlo en un lugar donde el frío y las heladas hagan su efecto.
En concreto, ellos lo conservan en una nave que mantiene la temperatura adecuada. Finalmente, el caldo termina en botellas de vidrio cerradas con tapones de corcho.
Por primera vez, este año han pisado también uva blanca, a la que han añadido la madre procedente de tinta, lo que dará como resultado un vino 'ojogallo'.
En Navidad o, a lo sumo en Reyes, comienzan a beberlo. El último que sacaron era un tinto suave de entre 12 y 14 grados, pero el próximo tendrá mayor graduación dado que han elegido una uva con más azúcar.

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