Ferrero: «Lo he dado todo por el tenis, ya no me queda nada» ... Juan Carlos Ferrero-foto- (Onteniente, Valencia, 12 de febrero de 1980) apura sus ...
Hoy puede ser su último día como tenista. Se retira en Valencia, en el torneo del que es codirector, y recuerda una carrera llena de éxitos,.
J uan Carlos Ferrero (Onteniente, Valencia, 12 de febrero de 1980) apura sus horas como tenista, confirmado su abandono una vez quede eliminado del Valencia Open 500 esta semana. Puede ser hoy mismo ante Nicolás Almagro, amigo al que pretende asesorar cuando deje el circuito en su nueva vida. Mañana, en el imponente Ágora, se le rendirá un acto de homenaje después del encuentro de dobles con Ferrer. Se va un héroe, el de la primera Copa Davis, y un número uno, algo de lo que sólo pueden presumir Carlos Moyà y Rafa Nadal.
—Ahora ya sí, fin de trayecto. ¿Cuestión de piernas o de cabeza?
—Un poco de las dos cosas. Con tantos
kilómetros en las piernas uno ya no está igual y no compites en las
mismas condiciones. No consigo los resultados que busco y eso te cansa,
te agota mentalmente porque siempre he sido competitivo y he querido
más. He sido muy exigente y sacrificado.
—¿Se siente viejo con 32 años?
—Viejo no, pero sí que es verdad que empecé muy
pronto y noto los años. Con 18 ya estaba viajando. Ahora tengo 32 y no
son muchos años, incluso podría seguir como hacen Haas, que tiene 34 o
incluso Stepanek. Pero se notan tantas temporadas.
—¿Qué hubiera sido sin lesiones?
—La gente se piensa que me han castigado mucho y
tampoco es así. Alguna vez puntual las lesiones han tenido que ver
bastante para conseguir alguna cosa más, pero nunca lo sabremos. He sido
lo que he sido con ellas, no puedo darle más vueltas. La peor fue la de
la rodilla, el peor momento.
«Siempre que me ponen el passing de la Davis me emociono, se me pone la piel de gallina»
—Su talento era especial ¿No podría mantenerse y lograr cosas puntuales únicamente por esa calidad?
—No vale. Físicamente has de estar a tope, el
talento no gana siempre partidos. Hay que prevenir lesiones. El
calendario es durísimo y, tal y como está, es imposible sin físico y sin
trabajo. Y está el aspecto mental. Los que están arriba tiene buena
cabeza y por eso están ahí, vienen de casa con la cabeza bien amueblada.
Va bien ayuda externa para momentos determinantes de los partidos,
estar más calmado. El tema mental es ser positivo dentro de la pista. Yo
lo intentaba ser siempre.
—¿Se exigió demasiado a sí mismo?
—Siempre me he exigido y por eso he conseguido
todo lo que tengo. No hay otro camino, cada día dar lo máximo. He dado
todo por el tenis, cada día de mi vida, y ya no me queda nada. Lo he
intentado siempre hasta el final.
—¿Cómo asume la pérdida de protagonismo?
—De forma natural. Son cosas que se ven venir.
Cuando no estás arriba la gente no está pendiente, es normal. En España
siempre me he sentido muy querido, muy valorado. Y ahora estamos en la
época de Nadal, cuya carrera está fuera de lo normal. Pero no tengo
queja, siempre me han valorado.
—¿Cuántas veces pensó en retirarse antes de hacerlo ahora?
—Alguna vez lo medité, cuando las cosas no van
bien te ronda por la cabeza la idea. Pero este año me lo tomé en serio,
cociné la idea, sabía que se acababa esta vida. Necesitas estar
preparado para algo así.
—¿El tenista está obligado a acostumbrarse a perder? ¿Usted lo hizo?
—Por supuesto. Ya lo dijo John McEnroe, el
tenis es un deporte de perdedores. Ganan muy pocos a lo largo de las
semanas. Es duro en ese sentido porque has de estar preparado desde
pequeño. Pero es el pan nuestro de cada día. Y eso que he ganado alguna
cosa.
—¿Desdramatizaba con las derrotas o las masticaba durante días?
—¿Sabe qué pasa? Arriba del todo, en la elite,
las derrotas son muy importantes. Final de grandes, final de un Masters,
semifinales importantes… Eso duele mucho. Siempre me ha gustado ser
perfeccionista.
—¿Su peor derrota?
—La final del Masters de Shanghái, contra
Lleyton Hewitt, fue un partido que lo tenía en la mano y se me escapó en
el quinto. Y alguna final de grande como la del US Open o alguna
semifinal como la de Roland Garros.
—¿Se reprocha algo?
—Yo creo que no. Lo he dado todo, lo mejor de
mí mismo. No me puedo parar en algo que podría hacer más, es difícil.
Siempre lo he intentado y espero que perdure esa idea.
«Me da un poco de miedo el día después. Pero me han dicho que hay vida sin tenis»
—Como alguien que se ha dejado la piel, que lo
ha dejado todo, el máximo. Alguien que ha dado grandes alegrías al tenis
español y que ha luchado por su gente. Se me recordará, lógicamente,
por la Copa Davis de 2000, la primera que logramos para España. Espero
que me recuerden como uno de los grandes de la historia de nuestro
tenis.
—Habla de la Davis de aquel 2000. Usted es, ante todo, ese passing shot a Hewitt.
—Fue algo muy importante. Era el primer año que
jugaba la Davis. Pasó todo muy rápido. Ni me di cuenta de lo que era,
pero muchos me recuerdan no solo como ese passing, he hecho más cosas.
Pero eso marca porque fue algo mágico. Tenía 20 años, es difícil de
asumir.
—¿Cada cuánto ve esa imagen?
—Hace bastante tiempo que no la veo, pero
siempre que me ponen ese momento me emociono muchísimo, se me pone la
piel de gallina.
—¿Le da miedo el día después?
—Un poco, siempre se tiene miedo. Llevamos una
vida monótona y rutinaria. Son todos los días iguales y hemos
sacrificado mucha parte de la vida normal por estar ahí. Dejas de
entrenarte para llevar una vida más tranquila. Hay que acostumbrarse.
Albert Costa y Carlos Moyà me han dicho que la vida es muy bonita sin
tenis, ya veremos.
—¿Qué hará?
—El día después tranquilizarme, relajarme,
disfrutar del ajetreo de Valencia, del torneo. Descansaré un poco,
jugaré al golf, estaré por casa… Y el futuro ya se verá. Me ilusiona ser
capitán de la Copa Davis algún día, seguir con la academia, ayudar a
Nicolás Almagro, a Tita Torró…
—¿Compensa tanto sacrificio?
—Con creces, sin lugar a dudas. Empezar desde
tan pequeño nos ha dado muchas satisfacciones a mí y a mi familia. Hemos
logrado muchos más éxitos de lo que me pensaba. Ser número uno, un
Roland Garros, una Davis...
—¿Se acuerda de algún partido en concreto?
—Siempre digo que de aquella semifinal del US
Open contra Agassi en donde me puse número uno. Fue inolvidable. Me
encantaba jugar contra él y ese día estaba todo el mundo a su favor, la
pista a reventar. Fue un partidazo.
TÍTULO: OFICINAS PARA LECHUGAS:
En un futuro próximo, la migración de las poblaciones rurales a los núcleos urbanos no se limitará a las personas: también lechugas y tomates ...
Una empresa sueca hará realidad el sueño de la
agricultura vertical: construir los invernaderos en altura para no tener
que transportar los alimentos desde el campo
En un futuro próximo, la migración de las
poblaciones rurales a los núcleos urbanos no se limitará a las personas:
también lechugas y tomates harán las maletas para irse a vivir a la
ciudad. Una empresa sueco-estadounidense con nombre de novela distópica,
Plantagon, ha puesto la semilla de la que puede ser la última reforma
agraria del planeta: la agricultura vertical.
Sus promotores han sembrado una idea que rompe
de raíz la actual cadena alimentaria: en vez de transportar la comida
desde el campo a la ciudad, los vegetales se cultivarían en invernaderos
metropolitanos construidos en altura. Así, en 2013 comenzará a
levantarse una «huerta» de doce pisos en Linköping (Suecia), una suerte
de pirámide truncada con 54 metros de altura. El edificio estaría listo
como vivero un año más tarde. Plantagon no sólo venderá sus productos,
sino que alquilará espacios para oficinas. En una de ellas se instalaría
el Centro de Excelencia para la Agricultura Urbana.
Ingresos adicionales
Los defensores de este modelo vaticinan que dentro de 50 años la mitad de los alimentos se producirán en huertos verticales
«Es mucho más costoso, por supuesto, construir
un invernadero vertical que uno convencional», reconoce el presidente
ejecutivo de Plantagon, Hans Hassle. Sin embargo, asegura que las
fuentes de ingresos adicionales ayudarán a compensar el exceso en la
inversión. También el gasto en energía será menor, ya que la instalación
utilizará el calor de una central eléctrica próxima y el biogás
producido por la conversión de su propia basura orgánica.
Los defensores de la agricultura vertical
incluyen entre sus beneficios la reducción de vehículos de transporte y
la consiguiente merma en consumo de combustibles y emisión de gases
contaminantes, la limitación en el empleo de pesticidas, la recuperación
de ecosistemas naturales y el acceso inmediato a alimentos frescos.
Dickson Despommier, profesor de Microbiología
en la Universidad de Columbia, desarrolló el concepto de la agricultura
vertical junto a un grupo de estudiantes en 1999. El teórico estima que
este modelo ganará adeptos a medida que el cambio climático aumente el
costo de la agricultura convencional y los avances tecnológicos abaraten
la agricultura de invernadero. Despommier vaticina que en apenas medio
siglo el mundo podría estar produciendo en granjas verticales la mitad
de sus alimentos.
Algunas de estas «oficinas para verduras» ya
están en marcha en diferentes lugares, aunque la mayoría apenas son
proyectos piloto respaldados por organizaciones ecologistas o grupos de
investigación. Así, en el galpón que antaño ocupara una empaquetadora de
carne en Chicago hoy se cultivan hortalizas sobre balsas flotantes,
alimentadas por los residuos de los acuarios cercanos.
Estos visionarios aún se encuentran en la fase
de desarrollo de diferentes diseños de construcción y de técnicas para
mejorar la eficiencia del cultivo en interiores, por lo que todavía no
ha surgido un modelo de negocio demostradamente rentable. Pero la idea
también tiene detractores, quienes señalan que el empleo de costosos
invernaderos anula las ventajas de estar más cerca del consumidor. Por
ejemplo, R. Ford Denison, profesor adjunto de Ecología Agrícola de la
Universidad de Minnesota, cree que «movilizar alimentos de la granja a
la tienda es una fracción ínfima del consumo total de la energía en la
agricultura», por lo cual el ahorro sería mínimo.
Quizá el próximo paso sea cosechar zanahorias y
puerros en el espacio, como ya sugirió Douglas Trumbull en su estupenda
película «Naves misteriosas», con Bruce Dern como solitario hortelano
sideral.
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