Un hombre sabio y una joven ávida por aprender nos conducen por los grandes hallazgos científicos. Punset les ha dado vida y ha dejado .
Eduardo Punset: "Los amigos y la familia son mejores que cualquier fármaco"
Punset se ha lanzado a escribir
ficción. Una novela científica, eso sí. No podía ser de otra forma.
'Apadrina' también el primer libro de su hija Carolina, política y
ecologista.
Así es 'el sueño de Alicia', la primera incursión en la novela de Punset, que la editorial Destino pone a la venta el 17 de septiembre. Poco después de tomarse las fotografías de este reportaje, Eduardo se sintió indispuesto y tuvo que ser hospitalizado. Un proceso viral. Le debieron de sentar mal las vacaciones a alguien acostumbrado a no parar. Se ríe. «Sí, eso debe de ser». Se le nota cansado, pero eso no afecta un ápice a su entusiasmo con su nuevo libro; como si fuera el primero.
XLSemanal. ¿Por qué se ha pasado a la ficción?
Eduardo Punset. Porque es una forma de 'revelación' para el lector. Es bueno recurrir a ella cuando se quieren explicar determinados asuntos que tienen que ver con la vida íntima de una persona. Hay muchos buenos ejemplos de novela histórica, pero no los hay de novela científica, entre otras cosas porque la ficción estaba demasiado alejada de la comunidad científica, casi por definición. Pero creo que hay una necesidad de novela científica. Y he escrito una.
XL. Es la suya una novela científica que, en todo momento, defiende la intuición como medio de conocimiento tanto como la razón. Tampoco me parece que eso esté muy bien visto en la comunidad científica...
E.P. Pero es así. La neurociencia ha demostrado que la intuición es una herramienta cognitiva tan válida como la razón. La gran sorpresa del mundo actual es descubrir que el inconsciente, al que tanto se había postergado y condenado, encierra la mayor parte de los secretos del consciente. Lo que cuenta de verdad es el inconsciente. Lo que pasa es que no controlamos los medios para poder analizarlo bien. Pero lo que sí sabemos es que su incidencia es tremenda. Ahora bien, eso no significa que no haga falta una preparación consciente para entenderlo. Al contrario. Hace falta un cierto aprendizaje para interpretar el inconsciente.
XL. Dice usted que esto es reciente, pero en realidad parece muy antiguo, precientífico, si me lo permite.
E.P. Aceptar la importancia del inconsciente es algo de hace diez años. Bueno, en realidad empezó con Freud. Solo que a Freud no se le hizo caso porque estaba equivocado en la mayoría de sus conclusiones. Pero lo que es evidente, y ya lo dijo él, es la importancia del inconsciente. Luego ha habido que pulir esa afirmación, claro.
XL. En su libro vuelve a insistir en la importancia de la infancia y el aprendizaje...
E.P. La casi totalidad de los neurólogos admiten ya que lo genético puede evolucionar de manera diferente a como se espera. Es decir, que se puede alterar a través de la experiencia, de las vivencias y, en especial, de las que tenemos en nuestros primeros años de vida. La experiencia individual puede incidir en el comportamiento genético. Eso no se creía antes. Ahora se sabe. Es verdad que estamos sujetos a lo genético, pero solo hasta cierto punto.
XL. O sea, que somos dueños de nuestro destino.
E.P. Yo diría que somos dueños de nuestro destino por el poder de la inteligencia emocional recién descubierta.
XL. Esa es una de sus grandes y constantes reivindicaciones: el aprendizaje emocional. La otra, de nuevo presente en su libro, es su defensa de la incertidumbre.
E.P. Una de las cosas que más me han influido han sido los planteamientos de los físicos cuánticos de comienzos del siglo XX. Ellos fueron los primeros que asentaron cierta incertidumbre respecto a los grandes postulados, cuestionando la divulgación científica. Desde los físicos cuánticos no se puede andar por el mundo diciendo 'a' es 'a' y 'b' es 'b'. Ya es hora de renunciar al dogmatismo y aceptar el principio de incertidumbre como práctica cotidiana.
XL. Otra de sus grandes afirmaciones, de sus 'mandamientos', como los llama, es la siguiente: «Es mejor un amigo que un fármaco».
E.P. Eso es así. Lo son. Mi generación, tengo 77 años, creo [ríe], es una generación que ha estado obcecada por sobrevivir. Nace con la Guerra Civil, vive sus estragos... no ha tenido la oportunidad de dejarse influir suficientemente por la familia, por los amigos. Lo que contaba era el trabajo, la ideología... y una de las grandes contribuciones de la psicología moderna a la vida actual es justamente poner de manifiesto la importancia del amigo o de la amiga, de ese tipo de relación.
XL. ¿Hasta el punto de decir que son determinantes en la salud emocional, que los amigos pueden 'curar'?
E.P. Claro. Somos seres sociales por naturaleza, necesitamos la compañía y el afecto de los demás para sentirnos bien. Las relaciones satisfactorias nos hacen sentirnos felices.
XL. Sin embargo, se critica mucho que ahora los vínculos familiares o amistosos son más débiles. Son muy numerosos, gracias a las redes sociales, pero efímeros.
E.P. Yo no creo que eso sea así. Eso lo dicen por criticar las redes sociales... ¡pero si no se sabe nada todavía sobre las redes sociales! Estamos al principio de ese impacto. Es un campo que está en plena formación. Pero estoy seguro de que será positivo.
XL. Usted siempre tan optimista, convencido de que cualquier tiempo pasado fue peor, ¿no?
E.P. Por supuesto. Mira, la esperanza de vida sigue aumentando desde el siglo pasado dos años y medio cada década. No lo celebramos nunca, pero deberíamos.
XL. Su hija Carolina se ha unido al clan familiar de divulgadores y publica ahora un libro.
E.P. Es fantástico. Hasta ahora hemos estado acostumbrados a que el ecologismo era un tema ideológico y solo se podía ser ecologista desde el mundo de la izquierda. Y Carolina ha demostrado en la práctica que es algo abierto a todo el mundo, que es tan importante que no puede atribuirse a unos u otros. Y lo cuenta muy bien. Conciliando entretenimiento y conocimiento, que, como siempre digo, en el trabajo o en la política es la única forma de innovar y ser productivos.
XL. Los protagonistas de su novela se definen por su curiosidad, sus ganas de aprender. ¿Un mensaje a los jóvenes?
E.P. Muchos jóvenes creen que lo importante es descubrir su elemento, lo que les gusta. Y sí, eso es importante, pero lo es más llegar a controlar ese elemento. Esa es la gran aportación de Ken Robinson, posiblemente el mejor educando que existe hoy. De lo que se trata es de profundizar en el conocimiento, de llegar a controlar nuestro elemento mediante el esfuerzo. Para ello hay que estimular el talento, la creatividad, dejar de jerarquizar las competencias de forma que siempre la física puntúe más que la danza. Depende. Esa es la verdadera reforma pendiente del sistema educativo.
XL. Leo en su libro una afirmación que puede ser polémica: «Solo se consideró la prohibición de las drogas, no los beneficios». ¿Es una defensa de la legalización de las drogas?
E.P. Mi explicación es puramente científica. No entro en la conveniencia de su legalización o no, aunque se podría hablar, sino en la conveniencia de su investigación. David Nutt, que fue presidente del Comité Científico sobre Drogas del Reino Unido, que asesoró al gobierno sobre las leyes, tenía toda la razón. La sigue teniendo, pero no le hicieron caso. Él decía que las drogas actúan sobre sustancias químicas que ya están en nuestro cerebro. La heroína imita a la endorfinas, la cocaína libera dopamina, el cannabis imita a la anandamida... Lo que él quería era que se investigasen esas drogas porque, por ejemplo, el éxtasis podía ser útil con el estrés crónico; la psilocibina, con las migrañas; y el LSD, con los pacientes moribundos, para ayudarlos a enfrentarse a la muerte. Y todo eso debería considerarse. Eso digo.
XL. Por cierto, en este libro hay una reflexión interesante sobre la muerte.
E.P. La cuestión es hasta qué punto se ha sopesado la importancia de la muerte con relación a la pervivencia de lo genético. La genética está llena de milagros permanentes. Y son los que me embargan. La muerte propiamente dicha no tiene contenido, no es muy interesante.
XL. Cuando habla de la pervivencia de lo genético, se refiere a que la vida continúa, aunque uno se muera, ¿no?
E.P. Claro. Es que aquí se ha producido un error: dar una importancia exagerada a la muerte con relación a la permanencia de la Vida, con mayúscula, que es la que importa, no tanto la vida de uno mismo...
XL. ¿Cree usted en el más allá?
E.P. Yo creo en el más acá.
Carolina Punset: "La ecología no es de izquierdas, es de todos"
Abogada de formación, es ahora política y ecologista y está absolutamente convencida de las bondades de ambas actividades. Lo que, en los tiempos que corren, no es fácil. Pero ella lo tiene claro y por eso ha escrito el libro No importa de dónde vienes, sino adónde vas (editorial Espasa).
«Yo siempre quise hacer política. Me puede su lado bueno, es lo que te permite alimentar un idealismo tenaz, casi utópico, que te hace pensar que puedes cambiar las cosas». Esa máxima que rige su vida es también el optimista y estimulante eje de su libro: «No hay que abandonar la ambición de transformar el mundo». Pero Carolina Punset va incluso más allá cuando afirma: «Se gobierna para hacer más felices a los ciudadanos». ¿De verdad cree que los gobernantes tienen eso en mente cuando ejercen? Todos no, es evidente, pero eso es lo que debería ser y lo que algunos, como ella, hacen.
Desde 2006 lidera en Altea (Alicante) una plataforma ciudadana ecologista independiente. Ha participado en el equipo de gobierno del Ayuntamiento como concejala de Agricultura, Sanidad, Participación Ciudadana y Urbanismo. Lo ha hecho pactando con quien fuese necesario, en un principio el PSOE, luego el PP. «Es fundamental ser pragmático. Se deben pedir reformas radicales, pero deben ser abordables en la práctica y financiables. Cuando lo que se pide son utopías irrealizables, se deslegitima la participación ciudadana».
Su objetivo es que la ecología deje de verse como una cuestión de izquierdas. Defiende la ecología política como una alternativa real a los partidos clásicos, al margen de siglas. «Confundir lo verde con lo rojo es daltonismo político». Cree que la defensa de la naturaleza es algo tan importante, tan básico, que tiene que estar por encima de partidos y de ideologías. Para ello reivindica la acción local e independiente de los ciudadanos. «El debate político se ha abreviado de tal manera que ha quedado reducido a unos pocos lemas de campaña. Básicamente, todos estamos condenados a ser de un bando o del contrario, del Barça o del Madrid, rojos o fachas; todos, borregos de un rebaño. Pero el libre pensamiento, el espíritu crítico, la opinión propia son incompatibles con la pertenencia a un rebaño». Sabe que no es fácil: «En nuestro país, la independencia no se tolera bien y siempre se andan buscando razones ocultas para denostarla».
TÍTULO; A FONDO, LOS CHIVATOS ¿ HÉROES O VILLANOS?,.
El
11 de septiembre de 2001 fue el primer día de trabajo de Thomas Drake
en la agencia de Seguridad Nacional de los Estados Unidos ...
Los chivatos, ¿Héroes o villanos?
Mucho antes de que Snowden denunciase
que el Gobierno de los EE.UU. nos espía a través los servidores de
Internet, Thomas Drake ya dio la voz de alarma. Aquello le costó el
trabajo y la salud. Hoy se dedica a defender a otros filtradores
El 11 de septiembre de 2001 fue el primer día de
trabajo de Thomas Drake en la agencia de Seguridad Nacional de los
Estados Unidos (NSA)
Experto en 'software' y criptografía, Drake llegó a su nuevo puesto de trabajo con la misma vocación de servicio público que siempre había demostrado, primero alistándose en las Fuerzas Aéreas y pilotando aviones espía y después como analista en la CIA. Pero poco después de aquel aciago primer día, Drake empezó a descubrir algunos de los secretos más inconfesables de la agencia de inteligencia para la que trabajaba sin sospechar que, cinco años después, acabaría siendo acusado de espionaje y traición.
Todo empezó cuando, en 2002, Drake les trasladó a sus superiores su «profunda preocupación» por el programa de vigilancia que, como consecuencia de los ataques terroristas de aquel 11-S, la Administración Bush había puesto en marcha para espiar a ciudadanos americanos a través de escuchas telefónicas ilegales. En aquella reunión, Drake defendió la existencia de otros programas informáticos -como el ThinTread, que él había ayudado a desarrollar- capaces de hacer el mismo trabajo, pero siendo menos intrusivos y protegiendo la privacidad de los ciudadanos. Pero sus quejas y advertencias cayeron en saco roto.
Tampoco sentó bien entre sus superiores que Drake se convirtiera en una de las fuentes del comité del congreso que investigó los fallos de inteligencia relacionados con el 11-S. Al fin y al cabo, la NSA había quedado en evidencia después de los ataques. Sin ir más lejos, los terrorista de Al Qaeda que secuestraron los aviones aquel 11 de septiembre pasaron sus últimos días en un motel a pocos kilómetros de la sede de la agencia en Laurel, Maryland. Ignorado y frustrado, Drake decidió actuar. No era la primera vez que lo hacía. En su instituto de Vermont, donde su padre daba clases, se convirtió en informador de la Policía sobre los trapicheos con drogas que ocurrían en el patio del colegio. Pero esta vez había mucho más en juego. Casado y con cinco hijos (uno de ellos, afectado por un grave problema de salud), sabía que podía perder su empleo, pero para él era una cuestión de principios. «Era una violación de todo lo que conocía y creía como americano. Estaban consiguiendo que lo que hizo la Administración Nixon pareciera cosa de principiantes».
Así, en 2006, Drake se puso en contacto con la periodista del Baltimore Sun Siobhan Gorman a través de un correo electrónico y utilizando un seudónimo, The Shadow Knows ('La Sombra lo Sabe'). Primero, por e-mail y más tarde en persona fue contándole los abusos, las malas prácticas y los despilfarros de la agencia que lo tenía en nómina. Lo hacía con dos condiciones: que la periodista lo contrastara con una segunda fuente y que él no tuviera que facilitarle documentos clasificados. Y aunque los artículos que Gorman publicó en 2006 citaban fuentes anónimas, un año y medio después el FBI llamó a la puerta de Drake para registrar hasta el último rincón de su casa.
Poco después tuvo que dejar su puesto de trabajo y en 2010 fue acusado bajo la Ley de Espionaje por mal manejo de información clasificada. Drake se convirtió así en un enemigo del Estado, un traidor con todas las letras. Los fiscales lo intimidaron: «Está jodido, señor Drake. Tenemos suficientes evidencias para ponerlo entre rejas el resto de su vida». Se enfrentaba a una pena de 35 años de prisión. Pero la realidad era que el Departamento de Justicia apenas tenía cinco documentos de escasa relevancia contra él. A última hora, los fiscales retiraron los cargos más importantes contra él, y Drake fue condenado a un año de libertad condicional.
Ahora, Drake, que perdió un trabajo por el que ganaba 150.000 dólares al año, trabaja vendiendo teléfonos en una tienda de Apple y dedica la mayor parte de su tiempo al activismo contra la vigilancia del Estado y la protección de otros filtradores como él. «Me preocupa que el próximo objeto de esta caza de brujas no tenga la misma fortuna que yo. Pagué un alto precio por elegir mi conciencia sobre mi carrera», dijo después de conocer la sentencia.No es, ni mucho menos, un caso aislado. Peter van Buren, un veterano del Servicio Exterior americano que sopló información sobre el despilfarro y las malas prácticas del programa de reconstrucción en Irak, trabaja ahora en una tienda de manualidades. Richard Barlow, un condecorado exagente de la CIA, vive en una caravana a las afueras del Parque de Yellowstone con sus tres perros después de haber perdido su pensión. Su pecado fue filtrar que la Administración de Bush había engañado al Congreso sobre el programa nuclear pakistaní. Y Sibel Edmonds, una traductora del FBI que expuso grietas de seguridad en la agencia, nunca recuperó su trabajo y ha fundado la Coalición de Soplones para la Seguridad Nacional.
La historia se repite con Jesselyn Radack. Graduada en Derecho en Yale, siempre había creído en el trabajo de las instituciones. Y, precisamente por eso, mientras trabajaba como consejera ética del Departamento de Justicia decidió hacer público que, después de los ataques del 11-S, el FBI interrogó a John Walker Lindh (conocido como el 'talibán americano') sin que hubiera un abogado presente. La filtración le costó su trabajo y muchos meses de estrés e insomnio. Su caso se cerró en 2003 después de que los fiscales no consiguieran identificar cuáles eran los cargos de los que se la acusaban. Ahora, Radack es una activista a favor de los filtradores al frente de la ONG Government Accountability Project. Además de activista y representante legal, Radack ejerce de terapeuta para los soplones que llegan a su oficina sin un centavo y estigmatizados. «Una vez que te ponen esa etiqueta, es como si fueras radiactiva», ha explicado.
Cuando Obama llegó a la Casa Blanca, en enero de 2009, lo hizo con una promesa para aquellas personas que, como Radack o Drake, decidieran denunciar malas prácticas dentro de la Administración. «A menudo, la mejor fuente de información acerca de despilfarro, fraude y abusos en el Gobierno es un empleado público comprometido con la integridad y dispuesto a hablar. Tales actos de valor y patriotismo deben ser alentados en lugar de ahogados. Barack Obama fortalecerá las leyes de denunciantes para proteger a los trabajadores federales que denuncian despilfarro, fraude y abuso de autoridad en el Gobierno», decía una de sus promesas electorales en la página web oficial de su campaña Change.gov. En julio, en pleno alboroto por los casos de Bradley Manning y Edward Snowden, la página web desaparecía. Y con ella la promesa del presidente.
En junio, The Guardian y The Washington Post revelaban la existencia de un programa de espionaje electrónico masivo en los EE.UU. por parte de sus servicios secretos. Las informaciones apuntaban a que tanto el FBI como la NSA recababan datos de los servidores de empresas como Microsoft, Google, Facebook, YouTube o Apple. Dos días después, el 9 de junio, Edward Snowden, que trabajó como técnico de la CIA y consultor en la NSA, se identificó como la fuente de las informaciones. Después de permanecer en la zona de tránsito del aeropuerto de Moscú durante cinco semanas, Snowden consiguió que Rusia le concediera asilo político durante un año.
Bradley Manning, de 35 años, exsoldado del Ejército americano, ha pasado a ser, oficialmente, el mayor filtrador de la historia de los EE.UU., al ser condenado en agosto a 35 años de prisión por robo, fraude informático y violación de la Ley de Espionaje. Manning facilitó 250.000 cables diplomáticos y 500.000 informes militares a WikiLeaks en 2010. Ahora ha solicitado recibir un tratamiento de cambio de sexo en la cárcel. Quiere llamarse Chelsea. Si la integración en la vida social y laboral de Drake tras su filtración fue difícil, la de Manning parece casi imposible.
Experto en 'software' y criptografía, Drake llegó a su nuevo puesto de trabajo con la misma vocación de servicio público que siempre había demostrado, primero alistándose en las Fuerzas Aéreas y pilotando aviones espía y después como analista en la CIA. Pero poco después de aquel aciago primer día, Drake empezó a descubrir algunos de los secretos más inconfesables de la agencia de inteligencia para la que trabajaba sin sospechar que, cinco años después, acabaría siendo acusado de espionaje y traición.
Todo empezó cuando, en 2002, Drake les trasladó a sus superiores su «profunda preocupación» por el programa de vigilancia que, como consecuencia de los ataques terroristas de aquel 11-S, la Administración Bush había puesto en marcha para espiar a ciudadanos americanos a través de escuchas telefónicas ilegales. En aquella reunión, Drake defendió la existencia de otros programas informáticos -como el ThinTread, que él había ayudado a desarrollar- capaces de hacer el mismo trabajo, pero siendo menos intrusivos y protegiendo la privacidad de los ciudadanos. Pero sus quejas y advertencias cayeron en saco roto.
Tampoco sentó bien entre sus superiores que Drake se convirtiera en una de las fuentes del comité del congreso que investigó los fallos de inteligencia relacionados con el 11-S. Al fin y al cabo, la NSA había quedado en evidencia después de los ataques. Sin ir más lejos, los terrorista de Al Qaeda que secuestraron los aviones aquel 11 de septiembre pasaron sus últimos días en un motel a pocos kilómetros de la sede de la agencia en Laurel, Maryland. Ignorado y frustrado, Drake decidió actuar. No era la primera vez que lo hacía. En su instituto de Vermont, donde su padre daba clases, se convirtió en informador de la Policía sobre los trapicheos con drogas que ocurrían en el patio del colegio. Pero esta vez había mucho más en juego. Casado y con cinco hijos (uno de ellos, afectado por un grave problema de salud), sabía que podía perder su empleo, pero para él era una cuestión de principios. «Era una violación de todo lo que conocía y creía como americano. Estaban consiguiendo que lo que hizo la Administración Nixon pareciera cosa de principiantes».
Así, en 2006, Drake se puso en contacto con la periodista del Baltimore Sun Siobhan Gorman a través de un correo electrónico y utilizando un seudónimo, The Shadow Knows ('La Sombra lo Sabe'). Primero, por e-mail y más tarde en persona fue contándole los abusos, las malas prácticas y los despilfarros de la agencia que lo tenía en nómina. Lo hacía con dos condiciones: que la periodista lo contrastara con una segunda fuente y que él no tuviera que facilitarle documentos clasificados. Y aunque los artículos que Gorman publicó en 2006 citaban fuentes anónimas, un año y medio después el FBI llamó a la puerta de Drake para registrar hasta el último rincón de su casa.
Poco después tuvo que dejar su puesto de trabajo y en 2010 fue acusado bajo la Ley de Espionaje por mal manejo de información clasificada. Drake se convirtió así en un enemigo del Estado, un traidor con todas las letras. Los fiscales lo intimidaron: «Está jodido, señor Drake. Tenemos suficientes evidencias para ponerlo entre rejas el resto de su vida». Se enfrentaba a una pena de 35 años de prisión. Pero la realidad era que el Departamento de Justicia apenas tenía cinco documentos de escasa relevancia contra él. A última hora, los fiscales retiraron los cargos más importantes contra él, y Drake fue condenado a un año de libertad condicional.
Ahora, Drake, que perdió un trabajo por el que ganaba 150.000 dólares al año, trabaja vendiendo teléfonos en una tienda de Apple y dedica la mayor parte de su tiempo al activismo contra la vigilancia del Estado y la protección de otros filtradores como él. «Me preocupa que el próximo objeto de esta caza de brujas no tenga la misma fortuna que yo. Pagué un alto precio por elegir mi conciencia sobre mi carrera», dijo después de conocer la sentencia.No es, ni mucho menos, un caso aislado. Peter van Buren, un veterano del Servicio Exterior americano que sopló información sobre el despilfarro y las malas prácticas del programa de reconstrucción en Irak, trabaja ahora en una tienda de manualidades. Richard Barlow, un condecorado exagente de la CIA, vive en una caravana a las afueras del Parque de Yellowstone con sus tres perros después de haber perdido su pensión. Su pecado fue filtrar que la Administración de Bush había engañado al Congreso sobre el programa nuclear pakistaní. Y Sibel Edmonds, una traductora del FBI que expuso grietas de seguridad en la agencia, nunca recuperó su trabajo y ha fundado la Coalición de Soplones para la Seguridad Nacional.
La historia se repite con Jesselyn Radack. Graduada en Derecho en Yale, siempre había creído en el trabajo de las instituciones. Y, precisamente por eso, mientras trabajaba como consejera ética del Departamento de Justicia decidió hacer público que, después de los ataques del 11-S, el FBI interrogó a John Walker Lindh (conocido como el 'talibán americano') sin que hubiera un abogado presente. La filtración le costó su trabajo y muchos meses de estrés e insomnio. Su caso se cerró en 2003 después de que los fiscales no consiguieran identificar cuáles eran los cargos de los que se la acusaban. Ahora, Radack es una activista a favor de los filtradores al frente de la ONG Government Accountability Project. Además de activista y representante legal, Radack ejerce de terapeuta para los soplones que llegan a su oficina sin un centavo y estigmatizados. «Una vez que te ponen esa etiqueta, es como si fueras radiactiva», ha explicado.
Cuando Obama llegó a la Casa Blanca, en enero de 2009, lo hizo con una promesa para aquellas personas que, como Radack o Drake, decidieran denunciar malas prácticas dentro de la Administración. «A menudo, la mejor fuente de información acerca de despilfarro, fraude y abusos en el Gobierno es un empleado público comprometido con la integridad y dispuesto a hablar. Tales actos de valor y patriotismo deben ser alentados en lugar de ahogados. Barack Obama fortalecerá las leyes de denunciantes para proteger a los trabajadores federales que denuncian despilfarro, fraude y abuso de autoridad en el Gobierno», decía una de sus promesas electorales en la página web oficial de su campaña Change.gov. En julio, en pleno alboroto por los casos de Bradley Manning y Edward Snowden, la página web desaparecía. Y con ella la promesa del presidente.
En junio, The Guardian y The Washington Post revelaban la existencia de un programa de espionaje electrónico masivo en los EE.UU. por parte de sus servicios secretos. Las informaciones apuntaban a que tanto el FBI como la NSA recababan datos de los servidores de empresas como Microsoft, Google, Facebook, YouTube o Apple. Dos días después, el 9 de junio, Edward Snowden, que trabajó como técnico de la CIA y consultor en la NSA, se identificó como la fuente de las informaciones. Después de permanecer en la zona de tránsito del aeropuerto de Moscú durante cinco semanas, Snowden consiguió que Rusia le concediera asilo político durante un año.
Bradley Manning, de 35 años, exsoldado del Ejército americano, ha pasado a ser, oficialmente, el mayor filtrador de la historia de los EE.UU., al ser condenado en agosto a 35 años de prisión por robo, fraude informático y violación de la Ley de Espionaje. Manning facilitó 250.000 cables diplomáticos y 500.000 informes militares a WikiLeaks en 2010. Ahora ha solicitado recibir un tratamiento de cambio de sexo en la cárcel. Quiere llamarse Chelsea. Si la integración en la vida social y laboral de Drake tras su filtración fue difícil, la de Manning parece casi imposible.
No hay comentarios:
Publicar un comentario