Cachorro de oso polar se muere de hambre en el Ártico,.
Lo llamaban Gestapo Otash. Solía llevar una pistola escondida en la pantorrilla y pasaba las horas muertas en el interior de una furgoneta ...
Fred Otash, el hombre que lo oyó todo
Era el detective privado por excelencia
de los años dorados de Hollywood. Trabajó para Lana Turner, Judy
Garland o Bette Davis. Sus archivos personales en la luz y vuelven a
sembrar la polémica sobre el lado más turbio de la meca del cine.
Lo llamaban Gestapo Otash. Solía llevar una pistola
escondida en la pantorrilla y pasaba las horas muertas en el interior de
una furgoneta equipada con los mejores sistemas de vigilancia de la
época.
«Cuando creía que la furgoneta estaba 'quemada' (que ya no pasaba inadvertida), le pintaba un anuncio en el lateral. Reparación de televisores. 24 horas. Ese era mi favorito», escribió Fred Otash (Methuen, Massachusetts, 1922) en sus memorias. Aunque el relato pueda sonar a novela de espías de poca monta, Otash no era un detective cualquiera. Después de sobrevivir a una infancia en los bajos fondos, servir en los Marines y salir por la puerta de atrás del departamento de Policía de Los Ángeles, abrió una agencia de detectives en Hollywood a principios de los cincuenta. Empezó contrastando informaciones para la revista sensacionalista Confidential y terminó espiando a todo el star system, convirtiéndose en el hombre mejor informado de Hollywood. Y también en uno de los más temidos. Solo tenía una condición: no trabajaba para comunistas. Por lo demás, tenía la clientela más selecta de la ciudad: Bette Davis, Judy Garland, Lana Turner y, por supuesto, Marilyn Monroe estaban o en su nómina de clientes o en su lista de espiados. A veces, en ambas.
Ejercía con tanto estilo y glamour como los detectives de las películas: recorría Hollywood en un Cadillac con chófer en el que le solían acompañar un pequeño séquito de mujeres, bebía güisqui en cantidades industriales y fumaba cuatro paquetes de cigarrillos al día. Era tan carismático que Otash sirvió de inspiración para el investigador privado al que Jack Nicholson dio vida en Chinatown. Y el escritor de novela negra James Ellroy, que se basó en él para escribir un personaje de su Trilogía americana, lo ha convertido en el protagonista de Shakedown, su último e-book. Ellroy conoció a Otash en vida. Y este le hizo un puñado de confidencias indiscretas como que, en asuntos de alcoba, John F. Kennedy era «un hombre de dos minutos». En Shakedown, el personaje inspirado en Otash se describe a sí mismo como «el perro del infierno que tenía cautivo a Hollywood».
Para contrarrestar este despiadado retrato de Otash, su hija, Colleen, y su socio Manfred Westphal, un veterano publicista de Hollywood, han decidido abrir la caja de Pandora veinte años después de su muerte. En junio, Colleen, fruto del matrimonio fallido de Otash con la actriz Doris Houck, le facilitaba al Hollywood Reporter algunos de los documentos originales del detective, que habían estado acumulando polvo en un almacén del Valle de San Fernando durante algo más de dos décadas.
Sus notas desvelan algunos de los secretos mejor guardados de las estrellas de la época. Judy Garland lo contrató cuando estaba divorciándose de su tercer marido, Sidney Luft. Otash descubrió pronto el origen de los problemas de Garland. «Llevaba pocos días en casa de Judy cuando me di cuenta de que estaba tomando algo. No sabía si eran narcóticos o si estaba bebiendo [...]. Recogí todas las botellas y las guardé bajo llave. Luego, empecé a buscar las pastillas. No podía creer la habilidad de aquella mujer para esconder las drogas. Había de todo: estimulantes, relajantes y cosas que ni siquiera yo sabía qué eran. Estaban guardadas en un agujero que había hecho en el colchón [...]. Eché toda esa basura en el retrete y tiré de la cadena». Pero a Garland, según recogen sus notas, no le sentó bien que el detective se deshiciera del alijo. «Los narcóticos y el alcohol son la mejor prueba que él [por Luft] podría llevar al juicio. Créeme», le aconsejó él.
Pero Otash también podría haber estado implicado en asuntos más turbios, como el asesinato de Johnny Stompanato, uno de los gánsteres más famosos de la época, que tuvo un sonado affaire con Lana Turner. Cuando la noche del 4 de abril de 1958 la Policía llegó a la casa de la actriz, se encontró al gánster muerto por apuñalamiento. Cheryl, la hija de 14 años de Turner, confesó haberlo asesinado cuando él había intentado agredir a su madre. Lo que allí ocurrió es todavía hoy un misterio. Según ha revelado ahora Manfred Westphal, Otash le confesó antes de morir que llegó al lugar del crimen antes que la Policía, retiró el cuchillo del cuerpo sin vida del gánster y se lo dio a Cheryl. Pero el detective, en vida, siempre negó esa historia.
Sin embargo, una de las transcripciones más jugosas es la que documenta el momento en el que Phyllis Gates se enfrentó a su marido, Rock Hudson, por sus fundadas sospechas sobre la homosexualidad del actor. Según las anotaciones de Otash, que fue contratado por la propia Gates para espiar a su marido, la conversación tuvo lugar el 21 de enero de 1958.
Gates utilizó un test de Rorschach al que Hudson se había sometido para sacar a relucir el tema. «Me dijiste que habías visto mariposas y también serpientes. El terapeuta me explicó que las mariposas son sinónimo de femineidad y que las serpientes representan penes. No te estoy condenando, pero, si reconoces el problema, deberías hacer algo para arreglarlo». Los reproches fueron subiendo de tono. «¡Todo el mundo sabe que recoges chicos de la calle desde poco después que nos casáramos y todavía sigues haciéndolo pensando que estar casado te sirve de tapadera!». Aunque Hudson empezó negándolo, la ofensiva de Gates terminó surtiendo efecto cuando se quejó de lo fugaces que eran sus relaciones sexuales. «¿Eres tan rápido con los chicos?». «Bueno, es una cuestión física. Los chicos no encajan. Por eso dura más», le contestó él.
Pero, sin duda, la información más valiosa que recogen los documentos tiene que ver con Marilyn Monroe. Por encargo del magnate Howard Hughes, que buscaba información para desacreditar a los Kennedy, Otash vigilaba la casa que Peter Lawford cuñado de los políticos demócratas tenía en Malibú. «Cuando se pinchó la casa de Lawford, Monroe no era parte del plan», escribe en sus documentos. «Era para averiguar lo que estaban haciendo los demócratas por encargo de Hughes y Nixon. Monroe se convirtió en un subproducto». Así es como Otash escuchó a Marilyn Monroe y al presidente Kennedy en plena relación sexual. «Sí, teníamos pinchada la casa de Lawford. Sí, escuché una cinta de Jack Kennedy follándose a Monroe. Pero no quiero entrar en los gemidos y lamentos de su relación. Estaban teniendo una relación sexual. Y punto».
Durante más de 30 años, otash guardó silencio sobre lo que ocurrió el 5 de agosto de 1956, el día que Marilyn Monroe murió. En 1985 le contó a Los Ángeles Times que Lawford le había llamado aquella madrugada para pedirle que hiciera «lo que fuera necesario para retirar cualquier prueba incriminatoria» contra sus cuñados.
Ahora, los nuevos documentos arrojan más luz sobre las últimas horas de la actriz. Monroe había contratado a Otash para que pinchara los teléfonos de su casa a fin de poder grabar todas sus conversaciones. Pero el detective instaló micrófonos en toda la casa. En las notas que dejó para su hija, Colleen, explica que el día de su muerte él estaba vigilando a Marilyn. «Escuché morir a Marilyn Monroe», escribe sin dar más detalles, para añadir que había grabado una airada pelea entre Lawford, Monroe y Bobby Kennedy solo unas horas antes de su muerte. La literalidad de sus notas pone los pelos de punta. «Ella dijo que se sentía como un pedazo de carne. Fue una discusión violenta sobre su relación y el compromiso y las promesas que él le hizo a ella. Ella gritaba mucho y ellos estaban tratando de calmarla. Ella estaba en el dormitorio y Bobby cogió la almohada y la cubrió con ella en la cama para que los vecinos no la escuchasen. Finalmente, ella se calló y entonces él solo quiso salir de allí». Otash se enteró de la muerte de Monroe cuando Lawford lo llamó al día siguiente y le pidió que retirara cualquier prueba de la casa. Se desconoce lo que el detective se llevó de allí.
En 1965, Otash perdió su licencia de detective tras verse involucrado en una conspiración para dopar a un caballo de carreras. El 5 de octubre de 1992 murió en Los Ángeles de un ataque al corazón. Tenía 70 años. Según el Hollywood Reporter, la noche de su muerte también estuvo rodeada de misterio. Nada más conocerse su fallecimiento, su abogado, Arthur Crowley, llegó y vació el apartamento. Se llevó todo, incluido el archivador rojo en el que Otash guardaba el material de sus investigaciones secretas. Las cintas de sus grabaciones, incluidas las de Marilyn y Kennedy, desaparecieron. Ahora, algunos de sus documentos han visto la luz. Y podrían no ser los últimos.
«Cuando creía que la furgoneta estaba 'quemada' (que ya no pasaba inadvertida), le pintaba un anuncio en el lateral. Reparación de televisores. 24 horas. Ese era mi favorito», escribió Fred Otash (Methuen, Massachusetts, 1922) en sus memorias. Aunque el relato pueda sonar a novela de espías de poca monta, Otash no era un detective cualquiera. Después de sobrevivir a una infancia en los bajos fondos, servir en los Marines y salir por la puerta de atrás del departamento de Policía de Los Ángeles, abrió una agencia de detectives en Hollywood a principios de los cincuenta. Empezó contrastando informaciones para la revista sensacionalista Confidential y terminó espiando a todo el star system, convirtiéndose en el hombre mejor informado de Hollywood. Y también en uno de los más temidos. Solo tenía una condición: no trabajaba para comunistas. Por lo demás, tenía la clientela más selecta de la ciudad: Bette Davis, Judy Garland, Lana Turner y, por supuesto, Marilyn Monroe estaban o en su nómina de clientes o en su lista de espiados. A veces, en ambas.
Ejercía con tanto estilo y glamour como los detectives de las películas: recorría Hollywood en un Cadillac con chófer en el que le solían acompañar un pequeño séquito de mujeres, bebía güisqui en cantidades industriales y fumaba cuatro paquetes de cigarrillos al día. Era tan carismático que Otash sirvió de inspiración para el investigador privado al que Jack Nicholson dio vida en Chinatown. Y el escritor de novela negra James Ellroy, que se basó en él para escribir un personaje de su Trilogía americana, lo ha convertido en el protagonista de Shakedown, su último e-book. Ellroy conoció a Otash en vida. Y este le hizo un puñado de confidencias indiscretas como que, en asuntos de alcoba, John F. Kennedy era «un hombre de dos minutos». En Shakedown, el personaje inspirado en Otash se describe a sí mismo como «el perro del infierno que tenía cautivo a Hollywood».
Para contrarrestar este despiadado retrato de Otash, su hija, Colleen, y su socio Manfred Westphal, un veterano publicista de Hollywood, han decidido abrir la caja de Pandora veinte años después de su muerte. En junio, Colleen, fruto del matrimonio fallido de Otash con la actriz Doris Houck, le facilitaba al Hollywood Reporter algunos de los documentos originales del detective, que habían estado acumulando polvo en un almacén del Valle de San Fernando durante algo más de dos décadas.
Sus notas desvelan algunos de los secretos mejor guardados de las estrellas de la época. Judy Garland lo contrató cuando estaba divorciándose de su tercer marido, Sidney Luft. Otash descubrió pronto el origen de los problemas de Garland. «Llevaba pocos días en casa de Judy cuando me di cuenta de que estaba tomando algo. No sabía si eran narcóticos o si estaba bebiendo [...]. Recogí todas las botellas y las guardé bajo llave. Luego, empecé a buscar las pastillas. No podía creer la habilidad de aquella mujer para esconder las drogas. Había de todo: estimulantes, relajantes y cosas que ni siquiera yo sabía qué eran. Estaban guardadas en un agujero que había hecho en el colchón [...]. Eché toda esa basura en el retrete y tiré de la cadena». Pero a Garland, según recogen sus notas, no le sentó bien que el detective se deshiciera del alijo. «Los narcóticos y el alcohol son la mejor prueba que él [por Luft] podría llevar al juicio. Créeme», le aconsejó él.
Pero Otash también podría haber estado implicado en asuntos más turbios, como el asesinato de Johnny Stompanato, uno de los gánsteres más famosos de la época, que tuvo un sonado affaire con Lana Turner. Cuando la noche del 4 de abril de 1958 la Policía llegó a la casa de la actriz, se encontró al gánster muerto por apuñalamiento. Cheryl, la hija de 14 años de Turner, confesó haberlo asesinado cuando él había intentado agredir a su madre. Lo que allí ocurrió es todavía hoy un misterio. Según ha revelado ahora Manfred Westphal, Otash le confesó antes de morir que llegó al lugar del crimen antes que la Policía, retiró el cuchillo del cuerpo sin vida del gánster y se lo dio a Cheryl. Pero el detective, en vida, siempre negó esa historia.
Sin embargo, una de las transcripciones más jugosas es la que documenta el momento en el que Phyllis Gates se enfrentó a su marido, Rock Hudson, por sus fundadas sospechas sobre la homosexualidad del actor. Según las anotaciones de Otash, que fue contratado por la propia Gates para espiar a su marido, la conversación tuvo lugar el 21 de enero de 1958.
Gates utilizó un test de Rorschach al que Hudson se había sometido para sacar a relucir el tema. «Me dijiste que habías visto mariposas y también serpientes. El terapeuta me explicó que las mariposas son sinónimo de femineidad y que las serpientes representan penes. No te estoy condenando, pero, si reconoces el problema, deberías hacer algo para arreglarlo». Los reproches fueron subiendo de tono. «¡Todo el mundo sabe que recoges chicos de la calle desde poco después que nos casáramos y todavía sigues haciéndolo pensando que estar casado te sirve de tapadera!». Aunque Hudson empezó negándolo, la ofensiva de Gates terminó surtiendo efecto cuando se quejó de lo fugaces que eran sus relaciones sexuales. «¿Eres tan rápido con los chicos?». «Bueno, es una cuestión física. Los chicos no encajan. Por eso dura más», le contestó él.
Pero, sin duda, la información más valiosa que recogen los documentos tiene que ver con Marilyn Monroe. Por encargo del magnate Howard Hughes, que buscaba información para desacreditar a los Kennedy, Otash vigilaba la casa que Peter Lawford cuñado de los políticos demócratas tenía en Malibú. «Cuando se pinchó la casa de Lawford, Monroe no era parte del plan», escribe en sus documentos. «Era para averiguar lo que estaban haciendo los demócratas por encargo de Hughes y Nixon. Monroe se convirtió en un subproducto». Así es como Otash escuchó a Marilyn Monroe y al presidente Kennedy en plena relación sexual. «Sí, teníamos pinchada la casa de Lawford. Sí, escuché una cinta de Jack Kennedy follándose a Monroe. Pero no quiero entrar en los gemidos y lamentos de su relación. Estaban teniendo una relación sexual. Y punto».
Durante más de 30 años, otash guardó silencio sobre lo que ocurrió el 5 de agosto de 1956, el día que Marilyn Monroe murió. En 1985 le contó a Los Ángeles Times que Lawford le había llamado aquella madrugada para pedirle que hiciera «lo que fuera necesario para retirar cualquier prueba incriminatoria» contra sus cuñados.
Ahora, los nuevos documentos arrojan más luz sobre las últimas horas de la actriz. Monroe había contratado a Otash para que pinchara los teléfonos de su casa a fin de poder grabar todas sus conversaciones. Pero el detective instaló micrófonos en toda la casa. En las notas que dejó para su hija, Colleen, explica que el día de su muerte él estaba vigilando a Marilyn. «Escuché morir a Marilyn Monroe», escribe sin dar más detalles, para añadir que había grabado una airada pelea entre Lawford, Monroe y Bobby Kennedy solo unas horas antes de su muerte. La literalidad de sus notas pone los pelos de punta. «Ella dijo que se sentía como un pedazo de carne. Fue una discusión violenta sobre su relación y el compromiso y las promesas que él le hizo a ella. Ella gritaba mucho y ellos estaban tratando de calmarla. Ella estaba en el dormitorio y Bobby cogió la almohada y la cubrió con ella en la cama para que los vecinos no la escuchasen. Finalmente, ella se calló y entonces él solo quiso salir de allí». Otash se enteró de la muerte de Monroe cuando Lawford lo llamó al día siguiente y le pidió que retirara cualquier prueba de la casa. Se desconoce lo que el detective se llevó de allí.
En 1965, Otash perdió su licencia de detective tras verse involucrado en una conspiración para dopar a un caballo de carreras. El 5 de octubre de 1992 murió en Los Ángeles de un ataque al corazón. Tenía 70 años. Según el Hollywood Reporter, la noche de su muerte también estuvo rodeada de misterio. Nada más conocerse su fallecimiento, su abogado, Arthur Crowley, llegó y vació el apartamento. Se llevó todo, incluido el archivador rojo en el que Otash guardaba el material de sus investigaciones secretas. Las cintas de sus grabaciones, incluidas las de Marilyn y Kennedy, desaparecieron. Ahora, algunos de sus documentos han visto la luz. Y podrían no ser los últimos.
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