Hace unos años me llamó un amigo editor: «Tienes que venir, he encontrado algo que va a interesarte». Quedamos en una plaza del centro de Londres, resolvió en la recepción los trámites para mi acceso a un edificio encajado como un tomo más entre las fachadas del lugar y entré por primera vez en la London Library.
La obra de Thomas Carlyle refleja la frecuente tensión de quienes han sido educados con una fuerte fe religiosa, en su caso una variante escocesa del calvinismo, y luego la abandonan. Era un escritor satírico -«la historia es una destilación de rumores»- pero siempre animado por la creencia en el valor de la esperanza y de la acción.
Cuando vivió en Londres visitaba como otros escritores y académicos la British Library, una monumental biblioteca que guardaba su colección en diversos edificios y ofrecía un ritual de lectura en su sala circular, en el interior del Museo Británico, hasta su traslado a una nueva sede en 1997. Pero escritores e investigadores debían permanecer en el edificio y devolver los libros al final de la jornada. Es la norma común en las grandes bibliotecas.
La ética de la London Library, fundada por Carlyle en 1841, se ajusta a los principios de alguien que creía en la importancia de la conducta más que en las normas prescritas: sus miembros podrían llevarse los libros a su casa durante el tiempo que necesitasen. A Charles Dickens, uno de sus primeros socios, le trasladaron a su domicilio dos carretas de libros cuando escribía 'Historia de dos ciudades'. Y la confianza se otorga incluso a miembros que residen en el extranjero. Piden el envío a su dirección y los responsables de la biblioteca saben que lo devolverán cuando terminen.
500 euros al año
Un tercio de sus 7.200 miembros, que pagan unos quinientos euros anuales, tiene su residencia fuera de Londres y no puede disfrutar del goce cotidiano de visitar la sede de St. James'Square, que fue una de las primeras edificaciones construidas en la capital británica con postes metálicos, y hojear sus 24 kilómetros de estantes.
Hay un millón de libros, 130.000 en la sección de Historia, escritos setenta idiomas. Se adquieren unos 8.000 cada año, en su mayoría por sugerencias de los miembros, y no se retira ninguno. Hay también colecciones de 750 publicaciones periódicas. La de 'The Times' en papel va desde 1813 hasta 2000, cuando se adoptó el archivo digital del diario.
Dunia García-Ontiveros, directora de bibliografía y catalogación, confirma la profundidad de los anaqueles de este «lugar mágico», de este «laberinto». Hay una copia muy temprana de 'La Celestina', una de las colecciones más completas en el mundo de comedias sueltas, populares en la España de los siglos XVII al XIX. Y ocho libros de Soledad Puértolas, por elegir al azar una escritora contemporánea.
Hay muchas anécdotas de hallazgos en estos pasillos con suelo de reja metálica, para la aireación imprescindible en la conservación de los libros. Cuando 'The Times' encargó a Arthur Koestler un artículo sobre el campeonato del mundo de ajedrez entre Bobby Fisher y Boris Spassky en Reikiavik, en 1972, el autor de 'Testamento español' dudó entre buscar en la sección de ajedrez o en la de Islandia.
Encontró 'Chess in Iceland and in Icelandic Literature' (Ajedrez en Islandia y en la literatura islandesa), publicado en Florencia en 1905, en la sección de Ciencia y Miscelánea, una caja de sorpresas en un catálogo que no se ordena con los criterios convencionales de la biblioteconomía.
Salvo en la sala principal de lectura se pueden usar ordenadores portátiles o teléfonos móviles, porque se supone que los miembros están trabajando y necesitan mantenerse comunicados con el mundo exterior. Aquí escribió parte de su obra T. S. Eliot y hay un cuadro de su viuda, Valery, junto al de Carlyle, porque fue una de sus grandes patronas.
Mi amigo me guió aquel primer día por los estantes hasta un libro dejado allí por un exiliado en Londres de la Guerra Civil, en el que había escrito una nota, el testimonio de que por allí habían pasado los miembros del Consejo Nacional Vasco formado entre las incertidumbres y agitaciones de la Segunda Guerra Mundial.
Ubicación. En St. James Square, barrio de City of Westminster, junto a una de las casas más caras del mundo: 100 millones de libras.
Sus cifras. Un millón de libros y 7.200 socios. Pagan 500 euros al año. Si busca un tomo, ubíquelo bien: hay 24 kilómetros de estantes.
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