TÍTULO: Entrevista a Fernando Arrabal: “Lo único que hago de izquierdas es decir que soy de izquierdas.
Mi sueño sería ser un santo pagano.
[Subo íntegra la entrevista con Fernando Arrabal que sale hoy en "versión pop" en Público, con motivo de su conferencia-pregón de ayer que sirvió de arranque al Festival Eñe]
¿En qué va a consistir este pregón-conferencia… titulado The 100 most influential people in the world?
¡Pensaba que usted me lo iba a contar a mí!
[Silencio]
¡Ah, yo sé de qué voy a hablar! Lo supongo. Pero claro… la vida está hecha de golpes de teatro. Y la confusión está siempre presente, desgraciadamente. Así que lo que pienso que voy a decir, es posible que no lo diga, y que diga todo lo contrario. Está usted muy bien peinado, caballero. Casi tan bien como yo [se toca el pelo].
A raíz del título, podemos averiguar que hablará usted de…
Pero el título no es mío. Es de uno de sus colegas periodistas. Es una persona que se interesa mucho por el arte y la poesía de hoy. Es el redactor jefe de la revista Time. Él encontró el título completo.
Vale: entonces, podemos adivinar que hará algo en relación con la lista de las 100 personas más influyentes de ‘Time’
Obviamente. Es un hecho capital. Sobre todo en el contexto en el que ha venido: Time es el periódico del capital, por tanto nada bromista. Y a nosotros, los hombres de izquierdas, nos interesa mucho lo que diga el capital. Sobre todo lo que dice el capital a través de ese santuario religioso que es la bolsa. Allí el dinero se convierte en dinero: ¡Es un milagro! ¡El milagro de la bolsa!
Este señor, como la mayoría de sus colegas (y no hay muchos que puedan compararse en altura a Time, si acaso, Newsweek), ha elegido a las 100 personalidades y creo que ha estado afortunado al darles el título de “influyentes”. No ha dicho “poderosos” ni “los más famosos”. Me consta que es coleccionista de la mejor pintura y que él hubiera deseado que las 100 personas más influyentes del mundo no fueran los que han sido. ¡Hay muchos jóvenes!
Es una lista muy interesante. Cuando fundé con Jodorowsky y Topor el Grupo Pánico, una de las cosas que más nos preocupaba era el valor de las cosas. El valor de las cosas siempre ha sido enigmático: por qué H y no B.
Si lo más influyentes no son los más poderosos, ¿qué tipo de poder ejercen estas 100 personas?
Volvemos al Pánico y al valor de las cosas. Estando en el grupo surrealista, que fue como el ala cultural del trotskismo, ya nos planteamos también cómo se puede juzgar la influencia. Es muy difícil determinar qué es influyente. Por eso el acierto de la palabra.
La mayoría de mis colegas han protestado, gente que se dedica a la poesía de verdad. Qué vergüenza, han dicho. ¿Sabe usted cuántos dramaturgos hay en la lista de 100? Cero. ¿Cuántos poetas? Cero. ¿Novelistas? Cero. ¿Filósofos? Cero. Obviamente estaban ofendidos y pensaban que se ha hecho de mala uva. Yo creo que no se ha hecho con mala uva, sino intentando darle un nombre a lo que son estas personas: son influyentes. Como puede serlo por ejemplo Didier Drogba. Puede influir en la política de su país de una forma determinante: él puede nombrar el presidente de la República de la Costa de Marfil, pero también puede influir en el café que vamos a tomar, porque la publicidad que él hace se considera una de las que más engancha del mundo. Lady Gaga también es muy interesante cuando se mira desde el punto de vista de la cultura.
¿Por qué la cultura ha sido eliminada? ¿Por qué la cultura ya no significa nada? En Time hubo un tiempo en que tenía un tercio del periódico dedicado a la cultura. Hoy solo hay tres páginas, y casi siempre dedicadas a gadgets. Es interesante saber dónde estamos y por qué este papel tan escaso de la cultura; por qué el santuario Bolsa nos ha eliminado.
¿Ha sido eliminada la cultura porque no es influyente? ¿O porque los medios han hecho que no sea influyente?
Eso ha traído como consecuencia, por ejemplo, que las grandes opciones sociológicas, las más bellas, no han sido abordadas. Por ejemplo: hay un socialismo económico, que no me interesa demasiado, pero hay otro socialismo extraordinario, sexológico por ejemplo, el de Charles Fourier. Y en su terreno pocas cosas han sido exploradas. ¿Por qué estas formas culturales de convivencia las ponemos aparte? Y repito que no es por una decisión del editor de Time: a él le encantaría poner a Arrabal en primera página. Pero es cierto que si ponen a Arrabal, o a mis amigos Kundera o Houellebecq, al día siguiente el público retiraría la suscripción. Ese periódico dejaría de existir.
Si en vez de un futbolista, quien saca café de la máquina en un spot es un poeta, nadie compraría ese café. No es de mala fe. En realidad soy yo el que ha hecho eso. Yo y todo el mundo: no compraríamos el café si quien lo anuncia es un poeta. ¿Por qué estamos en las catacumbas? ¿Por qué nos han eliminado?
¿Y qué pinta un expresidente como Clinton en una lista como esa?
Clinton que salta a estas listas, al igual que salta Carla Bruni en lugar de Sarkozy, porque obviamente nos interesamos más por su felación por su política. Y como todavía no hay felación de Obama, Clinton puede influir más que él porque su mitología está más presente.
Por cierto, ¿qué le parece Obama?
Yo me encuentro siempre al margen de la política, nunca he votado, y lo único que hago de izquierdas es decir que soy de izquierdas. Pero soy anarquista de izquierdas. Se vio la llegada de Obama con una esperanza excepcional. Y en mi caso, por motivos completamente racistas: el hecho de que fuera negro me entusiasmo. Mi primer viaje a los EEUU fue en 1960, y en Nueva Orleans no podía tomar el café en un supermercado en la parte black: tenía que ir a la parte white. Lo más modesto entonces en Nueva Orleans era una barcaza sucísima para cruzar el Mississipi: allí había váteres para colored people y para white people. Es hermoso ver ese cambio. Supongo que, como todo jefe de estado, no puede hacer la revolución. Que es lo que poetas como yo desaríamos.
¿Conoces a Lady Gaga?
Me gusta la palabra gaga. En Francia es muy conocida y significa chocho en el sentido viejo, carcamal. Y Lady Carcamal me gusta como título. Pero no soy un gran conocedor ella.
Creo que le gustaría: es excesiva y punto surrealista. ¡Y juega con la carne cruda!
Creo que en un momento dado habló del movimiento Pánico. No sé si se lo habría dicho alguno de sus agentes o asesores. Y le hizo una canción a Alejandro, que bien podría ser Jodorowsky…
Hablando de gadgets, ¿cómo se lleva con la tecnología?
Me llevo muy bien. Precisamente uno de los puntos de tensión con los suerralistas fue mi pasión por la ciencia y la exactitud. Incluso hice un programa para hacer cuadros en Internet. E hice una exposición con ellos. Nos quejamos de que Internet está abierto a toda clase de desinformaciones, pero también está abierto a toda clase de exactitudes. Y si creamos el Pánico fue por la misión de confusión. Estoy en contra de la confusión, pero por desgracia, está ahí.
Decías hace unos años que Internet no era amenaza para el libro ni para el autor como autoridad. ¿Hoy sigues creyéndolo?
Sí: mi batalla es con mis agentes y con las sociedades de autores. Hay compañías en el mundo entero que me hacen el honor de representar mi teatro. Y se supone que tiene que haber un porcentaje de por medio. Yo no quiero hablar contra mis colegas, pero la literatura nos permite vivir. Y para qué más. Si se pudieran hacer mis libros con piedras, pues que se hagan, no hay ningún problema. Lo que tengo que decir ojalá se diga de cualquier manera. ¿Cuál es el problema de que un libro mío se puede coger gratuitamente en Internet?. Es un problema para el santuario del que hablábamos, pero a mí no hay ningún problema.
Internet permite tener un contacto con sus lectores. Mire el caso de Pérez-Reverte…
¿Quién?
Pérez-Reverte. Dijo que Moratinos era un “mierda” por llorar.
Usted me habla de dos personas que no conozco.
La cosa es que Twitter y Facebook permite a los autores tener feedback con sus lectores.
Facebook me interesa mucho. Una cosa que siento es que soy un poquitín célebre y completamente desconocido a la vez. Lo único que me molesta de Facebook es que hay muchos Fernandos Arrabal. ¡Uno tiene cinco mil amigos! Y todos tienen un aspecto auténtico. Que yo sepa, no emplean el nombre para promocionarse ni hacer nada. No sé porqué han creados estos Fernandos Arrabal…
Lo sé: te he buscado esta mañana, pero no sabía cuál era el verdadero…
Pues yo soy uno de ellos [risas]. Solo tengo 400-500 amigos. No puedo comunicar realmente porque todo el mundo va para otro lado. Está al alcance de cualquiera ser Fernando Arrabal.
¿Dónde está hoy la vanguardia?
Dan ganas de darle a usted una azotaina por formular esa pregunta. Al decir una cosa así, da la impresión de que esto ha terminado. La vanguardia no es provocación. Conocí a todos los vanguardistas, privilegio o desgracia de la edad: Andy Warhol, los beatniks, surralistas… y no he conocido a ninguno que fuera provocador. La provocación es un acto gratuito, imposible de controlar, que es autodestructivo, centrípeto y finalmente cretino.
El primero en utilizar la palabra provocación fue Franco. Tengo un libro aquí [saca de su mochila su Carta al General Franco] que contra él en vida. Fue un best seller en el extranjero y por él me metieron en la cárcel. Pero cuando los franquistas vieron que mi teatro y mis obras estaban representadas en el mundo entero, tuvieron que inventar algo. No iban a decir: “Arrabal es un mal escritor”. Había que decir algo que me descalificara completamente, y lo que más puede descalificar a un escritor es llamarlo “provocador”. Un provocador es un imbécil que cree que el espectador es un imbécil y que se va a hacer tragar todas sus mentiras. Es un ataque perfecto.
Retomo: no le gusta entonces que le pregunte donde está hoy la vanguardia…
Lo que no puedo pensar es que esto no termina. No se trata de una provocación, de un momento, sino de intentar mejorar las cosas en calidad y cantidad: Pánico quería mejorar el surrealismo. Precisamente acaba de morir Mandelbrot, el mayor matemático del mundo, al que nombraron Trascendente Sátrapa por el Colegio de Patafísica, un título que tienen los creadores más importantes del siglo XX (mientras que los Nobel se han equivocado alguna vez). Y me destinaron a mí a llevarle el título a Nueva York. Será la última cosa que hará. Por cierto, que a Louis Bourgeois fui también el encargado de llevarle un titulo parecido (el de Patafísico, que aunque no está a la altura del de Sátrapa, es el que recibió, por ejemplo, Picasso) antes de su muerte. Lo puede ver usted en YouTube.
Hago un paréntesis para hablar de que hay YouTubes míos, como usted sabrá, que han visto millones de personas y podría ser el escritor mas visitado del mundo. Sin embargo, con Bourgeois hicimos una vídeo genial, en la que incluso yo bailo en Nueva York, y donde se la ve a ella encantada de recibir el título. ¿Y cuantas personas lo han visitado en Internet? Apenas mil. Es uno de mis Youtubes menos visitados: ahí tienes: porque no interesa la cultura.
Pero siguiendo con Mandelbrot, yo le dije en Nueva York: “Se le considera el último avatar de las matemáticas, el rey de las matemáticas de vanguardia”. Y me dijo: “Pero Arrabal, ¿cómo se puede hablar de vanguardia? Euclides, en su tiempo, tenía los conocimientos suficientes para hacer los objetos fractales”.
¿Le ha afectado la crisis?
¿Qué crisis?
Esa de la que hablan los medios…
Eso son inventos [ríe]. Como lo de que yo soy provocador. Son inventos de la Bolsa.
No sé si ha oído hablar de dos escándalos recientes en España, relacionados con la censura: uno lo ha sufrido Sánchez Dragó por escribir que había tenido relaciones sexuales con dos menores de 13, y el otro ha sido por la película A serbian film, que muestra la violación de bebé de tres meses.
Qué horror, una violación de un bebé. La pena es que no conozco los casos y me gustaría conocerlos mejor para poder hablar. Pero sabe usted que en el aspecto de la sexualidad yo soy muy diferente. Jodorowsky, que me conoce, lo ha repetido muchas veces: yo he pasado 20 años de castidad y voy por otro mundo. Soy diferente en ese terreno a los demás. No me interesa demasiado todo eso.
Antes de irnos, Arrabal me dice: “Ah, pero tengo un regalo para usted. No era para usted, pero tiene mucha suerte: así era yo. Es un libro con textos de Kundera”. Y mientras se hace las fotos (“no me explico como siendo tan horrosamente feo y arrugado quedo tan bien en las fotos”), me dice, señalando a la mesa de al lado: “Mira qué hermosa mi novia. Fíjese que cara que tiene. ¿No la ve usted? La de las gafitas. Catedrática en la Sorbona. Retirada. Sabe mil veces más que yo de todo. Fíjese qué inocencia tiene. Y vivimos juntos desde hace casi 60 años…”
Sí, leí sobre ello y sobre sus años de castidad juntos…
Ah, eso fue capital en nuestra vida.
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TÍTULO. Entrevista con David Jiménez-periodista;
El periodista David Jiménez ha cubierto para el periódico El Mundo numerosos conflictos, entre ellos los de Afganistán, Cachemira o Timor Oriental. Sus informaciones se publican a menudo en diversos medios europeos, entre ellos el Corriere della Sera italiano o el The Guardian británico. Su corresponsalía, con sede inicial en Hong Kong y actualmente en Bangkok, le ha conducido a China, Indonesia, Filipinas y Nepal así como a la mayoría de los países de su entorno, muchos de los cuales ha visitado en distintas ocasiones. Sus experiencias y sus viajes le permitieron poner a rostro a los diez niños asiáticos protagonistas de Hijos del Monzón, libro ganador el I Premio de Literatura de Viajes Camino del Cid y obra que plasma una realidad que resulta preciso conocer: la historia de quienes no han logrado subirse al tren de las oportunidades y que han sido a menudo aplastados por un modelo de sociedad que les ha hurtado la voz.
David, tu libro describe historias muy duras sobre niños que deben sobrevivir, no siempre con éxito, en algunas de las zonas más abandonadas del mundo. Cuando decidiste publicar el libro, ¿cuál es el mensaje principal que querías transmitir a tus lectores?
Durante mis años como corresponsal me encontré con esos niños en guerras, revoluciones o desastres naturales. Sentí la necesidad de contar sus historias. No podía creer, por ejemplo, que cientos de niños vivieran en las alcantarillas de Mongolia y que sus historias no se conociera. A la hora de escribir el libro volví a buscar a esos niños de los que había escrito para saber qué había sido de ellos y de los países en los que vivían. Quería mostrar a los lectores un mundo que normalmente les es ajeno o queda demasiado lejos para que ocupe su pensamiento. Me ha sorprendido la reacción de los lectores, porque muchos me escriben para decirme que tras leer el libro ven el mundo de otra forma. Si Hijos del Monzón les ha ayudado a superar la indiferencia o les motiva a ayudar en adelante, entonces habrá valido la pena escribirlo.
¿Te ha resultado difícil escribir estas historias? ¿Es posible trasladar esa realidad a papel impreso sin que esta quede considerablemente mermada?
La complejidad del libro estaba en dar un final a las historias de los niños. Por ejemplo, en el capítulo en el que describo mi encuentro con Reneboy, un niño que vive y trabaja en el mayor vertedero de Manila, tuve que volver al mismo sitio años después para buscarle y tratar de saber hasta qué punto había cambiado su vida. Encontrarle supuso una decepción porque demostraba la falta de esperanza para gentes cuyo drama no está tanto en la pobreza, sino en la certeza de que para ellos nada va a cambiar. Siempre traté de ser fiel a la vida de los niños, a la historia de los países y a mis experiencias durante 10 años como corresponsal. Quizá lo más difícil fue, desde el punto de vista de la narrativa, combinar esos tres elementos sin que las historias de los niños perdieran protagonismo o coherencia.
En buena parte de los comentarios sobre Hijos del Monzón se incide en las “vidas trágicas” de sus protagonistas. Quizás lo realmente destacable de esas historias es, frente a la tragedia o el drama, la extraordinaria dignidad de esos niños y su voluntad para seguir adelante. ¿Es así?
Hijos del Monzón es un libro duro, pero no triste. Es verdad que los niños viven en situaciones extremas, pero yo también prefiero quedarme con la dignidad y el coraje que demuestran para salir adelante. En el primer capítulo se cuenta la historia de Vothy, una pequeña de cinco años enferma de sida en Camboya. Su vida es dramática, pero también un ejemplo de lo mejor de la condición humana. Vothy se convierte en la alegría de un hospital donde los enfermos cuentan las horas antes de morir y en el que nadie presta atención a los que se van a marchar. Ella lo sabe y decide hacer esos últimos momentos lo más felices posible para los pacientes.
En esa dignidad, ¿no existe un mensaje esperanzador?
Sin duda. No escribí el libro para deprimir a nadie, sino para decirle al lector que si aparcamos la indiferencia, podemos cambiar las cosas. Los niños de Hijos del Monzón demuestran que la voluntad puede con casi todo. Su afán de superación, de hecho, ha inspirado a muchos lectores en su vida diaria.
Es interesante que los más jóvenes lleguen a las historias de Hijos del Monzón. ¿Crees que tu libro podría ser una lectura recomendable para cualquier chico o chica de nuestro país? ¿Por qué?
Aprecio a todos los lectores que han leído el libro, pero admito que siento una satisfacción especial cuando los más jóvenes muestran interés en una feria o una presentación. Muchos viven aislados de otra realidad que no sea el centro comercial de su barrio, la última ropa de marca o el grupo de pop favorito. La mayoría ni siquiera imaginan que pueda existir un mundo como el de Hijos del Monzón y creo que es estupendo que lo descubran, que se den cuenta de lo privilegiados que son y que sean educados en la compasión hacia quienes no han tenido la fortuna de nacer en Madrid, sino en Ulan Bator. Soy un convencido de que es en la niñez y en la adolescencia cuando se puede despertar el espíritu solidario del individuo (más tarde suele ser tarde) y que debe ser una parte más de la formación de una persona. Creo, además, que Hijos del Monzón está escrito con un lenguaje simple y directo que lo hace fácil de leer y esto ayuda a enganchar a lectores jóvenes.
Tu libro conduce al lector a los confines “humanos” de la Tierra. A veces estos confines no se hallan en apartados espacios geográficos, sino muy cerca de nosotros, en las ciudades más opulentas del mundo. Este contraste entre la riqueza y la pobreza es muy patente en buena parte de Asia. Por tu experiencia como corresponsal, ¿crees que este contraste determinará los futuros acontecimientos políticos en el continente, o por el contrario la pobreza es un factor secular y secundario en la toma de decisiones políticas?
Ya no es necesario viajar a África para ver cómo es el Tercer Mundo. Lo tenemos en nuestras ciudades, como bien dices, y tenemos escenas surrealistas como la de Brasil, donde los operadores turísticos organizan tours a las barriadas pobres de Río. Que lo tengamos más cerca no nos ha hecho comprender sus causas ni ha hecho que nos importe más. Está ahí, lo sabemos, pero lo hemos borrado de nuestra consciencia. Nadie se levanta por la mañana y dice: “Voy a ver cómo viven en la barriada pobre de tal o cual sitio”. Preferimos no pensar en los pequeños Terceros Mundos que han crecido en nuestras ciudades. En Asia o Latinoamérica el contraste es mayor, porque la clase media apenas existe y la sociedad está dividida entre pobres y ricos. No hay un término medio. Pero se trata de situaciones insostenibles, por mucho que la elite de Manila se refugie tras barrios rodeados de muros de cuatro metros y agentes armados. Sin un reequilibrio que ofrezca oportunidades a los que tienen menos, las grandes urbes se harán insostenibles, viviremos más inestabilidad política y también, más conflictos.
Generalmente los medios de comunicación sólo se refieren a estos lugares del mundo para hacerse eco de grandes catástrofes y tragedias. Realmente, ¿sólo “venden” las cifras y los muertos o es posible un enfoque distinto?
Creo que aquí la labor del periodista es fundamental. Existe un agotamiento por parte de la audiencia. Les hemos bombardeado con cifras y muertos sin contarles las historias humanas que hay detrás. La consecuencia es que hemos anestesiado a quienes queríamos informar. Se dan imágenes de tragedias en unos segundos, antes de dar paso al fútbol, y la gente apenas presta ya atención. Pero si el periodista está en el lugar y humaniza a las víctimas que hay detrás de la tragedia, ayudando a que la audiencia se identifique con ellas, entonces estamos formando a una población y acercando esas vidas para que importen. Al lector o al televidente, además, hay que darle esperanza, evitando transmitir un mensaje de pesimismo y desdén. Si ofrecemos la visión de que nada cambia, una mera sucesión de relatos de pobreza inevitable y previsible, llega un momento en que la gente se distancia. Hay que contar también las historias de éxito y el progreso, porque se está produciendo y Asia es un ejemplo de ello.
Una de las historias aquí incluidas, la de Reneboy, tiene lugar en el vertedero de Manila, donde viven hacinadas y en condiciones terribles miles de familias. Hijos del Monzón describe una serie de lugares a los que a muchos de tus lectores no les gustaría viajar jamás. ¿Existe, en tu opinión, alguna razón para que un viajero que llegue a Manila se desplace hasta el vertedero de Payatas?Esto me recuerda a un viaje que hice con amigos a Camboya. Tras visitar los templos y las playas, íbamos conduciendo cuando le dije al conductor que se metiera por un camino de arena. Al final había un vertedero y decenas de niños hurgando entre la basura. Los rostros de mis amigos palidecieron y durante varios minutos no pudieron decir nada. “Es diferente que en la televisión”, dijo uno de ellos. Por primera vez, habían visto, tocado y olido la miseria. Desde entonces me han agradecido aquella visita. Yo creo, en primer lugar, que visitar ese tipo de sitios debería ser condición indispensable para cualquier político. Y me parece recomendable que, en los casos en los que sea seguro, el turista salga de su hotel de cinco estrellas y se mezcle con la gente de las barriadas. No hace falta que sea un vertedero ni el lugar más pobre. Porque viajar es conocer y no puedes decir que conoces un país cuando te has pasado el día encerrado en tu resort. Yo siempre recomiendo a la gente que pierda el miedo y se mezcle con la gente. Aprendes mucho más que leyendo mil guías turísticas y al extranjero se le recibe casi siempre con amabilidad y agradecimiento. Asia, donde el crimen es mucho menor que en Europa, es el sitio perfecto para tomar el té en las barriadas pobres y escuchar lo que sus habitantes tienen que decir. Después, uno se va a cenar a un restaurante estupendo, por supuesto, porque nadie te está pidiendo que vivas en una chabola o te cambies por la persona que lo está pasando mal. Sólo que comprendas su situación y, si puedes, ayudes en lo posible.
¿Existe algún lugar de Asia que te haya “tocado” especialmente y que recomendarías a cualquier viajero?
Asia es un mundo, reúne al 66% de la población del planeta y tiene millones de pequeños secretos de los que sin duda desconozco la mayoría. Yo recomendaría que cada uno busque el suyo y para eso es fundamental dejar el autocar con el grupo, huir de los lugares de turismo masivo y viajar sin brújula. La Birmania que yo adoro, por ejemplo, nunca será la misma para otro viajero. Sus sensaciones, sus motivaciones, sus encuentros, sus vivencias…todo será especialmente suyo. No estoy hablando de emprender grandes aventuras ni recorrerse el Himalaya. A veces, en una callejuela junto a nuestro hotel, podemos encontrar el lugar o la gente que haga nuestro viaje único.
Imagina que no fueras el autor de este libro, imagínate como lector: ¿por qué motivos recomendarías la lectura de Hijos del Monzón?
Hijos del Monzón es un libro sobre la condición humana, lo mejor y lo peor de ella. Es un libro de guerra (Afganistán) y del anhelo de paz; es un libro de pobreza (Filipinas) y de cómo millones de personas nadan contra corriente para superarla; es un libro de demonios como Pol Pot (Camboya) y de ángeles como el Dalai Lama; es un libro de niños a los que se les ha tratado de robar la dignidad (Mongolia) y del fracaso de quienes lo han intentado; es un libro sobre un periodismo literario y directo que se está perdiendo; y es el libro de un largo viaje de 10 años que me llevó a descubrir un mundo fascinante y otro que, entre todos, debemos cambiar.
TÍTULO: GEORGES SIMENON:
Georges Joseph Christian Simenon (Lieja, 13 de febrero de 1903 - Lausana, 4 de septiembre de 1989) fue un escritor belga en lengua francesa.
Nació en Lieja, oficialmente el 12 de febrero de 1903. Su vida comienza regida por el misterio, pues en realidad nació el viernes 13 de febrero, pero fue declarado como nacido el 12, por superstición. Simenon fue un novelista de una fecundidad extraordinaria, con 192 novelas publicadas bajo su nombre y una treintena de obras aparecidas bajo 27 seudónimos. Los tirajes acumulados de sus libros alcanzan 550 millones de ejemplares. También fue de llamar la atención en otros aspectos: una vez declaró haber hecho el amor a treinta mil mujeres, cifra que, por supuesto, no ha podido confirmarse.
André Gide, André Therive y Robert Brasillach fueron los primeros en reconocer que se trataba de un gran escritor.
Simenon nació en el tercer piso del 26 (actualmente 24) de la « rue Léopold », en Lieja. Fue el primer hijo de Désiré Simenon, contador de una oficina de seguros, y de Henriette, ama de casa, decimotercera hija nacida en una familia acomodada, quienes se casaron el 22 de abril de 1902. A finales de abril de 1905, la familia se mudó al 3 de la « rue Pasteur » (actualmente 25 de la "rue Georges Simenon") en el barrio de Outremeuse. Encontramos la historia de su nacimiento al comienzo de su novela Pedigree.
La familia Simenon era originaria del Limburgo belga, una región de tierras bajas cercanas al río Mosa, encrucijada entre Flandes, Alemania y los Países Bajos. La familia de su madre era también originaria de Limburgo, pero del lado holandés, región llana de tierras húmedas y de brumas, de canales y de granjas. Por el lado de su madre, descendía de Gabriel Brühl, campesino y criminal de la banda de los verts-boucs que azotó Limburgo a partir de 1726, desvalijando granjas e iglesias durante el régimen austríaco, y que terminó colgado en septiembre de 1743 en el Patíbulo de Waubach. Esta ascendencia explica quizás el particular interés del comisario Maigret por las gentes sencillas convertidas en asesinos.
En febrero de 1911, la familia se instala en una gran casa en el 53 de la « rue de la Loi », donde su madre alquila habitaciones a inquilinos -estudiantes o pasantes-, de diversos orígenes (rusos, polacos, judíos o belgas). Esto fue para el joven Georges una extraordinaria apertura al mundo que encontraremos en varias de sus novelas como Pedigree, Le Locataire o Crime impuni. Poco después de esta época, se convierte en niño de coro, experiencia que encontramos en L’Affaire Saint-Fiacre y en Le Témoignage de l’enfant de chœur.
En septiembre de 1914, durante su sexto curso, entra al colegio jesuita de Saint-Louis. En el verano de 1915, a la edad de doce años, tiene su primera experiencia sexual con una "muchachona" de quince años, lo que será para él una verdadera revelación, completamente encontrada al adoctrinamiento de pudibundez y castidad impartido por los padres jesuitas. Simenon prefiere, por otro lado, ingresar al colegio Saint-Servais, especializado en ciencias y en letras, en donde pasó los siguientes tres años escolares. Sin embargo, el futuro escritor fue siempre relegado por sus compañeros más adinerados; si en el colegio de los jesuitas Simenon se alejó de la religión, en el colegio Saint-Servais encontró suficientes razones para odiar a los ricos, quienes le hicieron sentir su inferioridad social.
En febrero de 1917, la familia se muda a una antigua oficina de correos abandonada en el barrio de Amercœur. En junio de 1918, tomando como pretexto los problemas cardíacos de su padre, decide abandonar definitivamente los estudios, sin participar siquiera en los exámenes de fin de año. Se sucederán, a partir de entonces, varios trabajos ocasionales sin futuro (aprendiz de panadero, encargado de biblioteca).
En enero de 1919, en abierto conflicto con su madre, Simenon debuta como reportero de la sección de sucesos del periódico conservador La Gazette de Liège, dirigido por Joseph Demarteau tercero. Esta etapa periodística fue para el joven Simenon, a la edad de dieciséis años, una experiencia extraordinaria que le permitió conocer los recovecos de una gran ciudad, tanto en la política como en la criminalidad; asimismo, pudo adentrarse en la vida nocturna, conoció los ambientes marginales de los bares y de las casas de paso, y aprendió a redactar de manera eficaz. Escribió más de 150 artículos bajo el seudónimo « G.Sim ». Durante este periodo se interesó particularmente en las investigaciones policiales y asistió a conferencias sobre el método policíaco científico, impartidas por el criminalista francés Edmond Locard.
En junio de 1919, la familia se muda para retornar al barrio de Outremeuse, en la rue de l’Enseignement. Simenon redactó allí su primera novela Au pont des Arches, publicada en 1921 bajo su seudónimo de periodista. A partir de noviembre de 1919, publica las primeras de sus 800 columnas humorísticas, bajo el seudónimo de Monsieur Le Coq (hasta diciembre de 1922). Durante este periodo, profundiza su conocimiento del ambiente nocturno, de las prostitutas, la ebriedad y de las casas de cita. En sus recorridos, encuentra anarquistas, artistas bohemios, así como a dos asesinos a que encontraremos en su novela Les Trois crimes de mes amis. Frecuenta también a un grupo artístico, denominado « La Caque », pero sin comprometerse realmente; es en este medio donde conoce a una estudiante de Bellas Artes, Régine Renchon, con quien se casa en marzo de 1923.
En 1928, inicia un largo viaje en gabarra que aprovecha para sus reportajes. De este modo descubre el mar y la navegación, que será una constante a lo largo de toda su vida. Simenon decide en 1929 emprender un viaje por los canales de Francia y hace construir un barco el "Ostrogoth" en el que vive hasta 1931. En 1930, en una serie de novelas cortas escritas para Détective, por encargo de Joseph Kessel, aparece por primera vez el personaje del comisario Maigret. En 1932, Simenon inicia una serie de viajes y de reportajes sobre África, Europa oriental, la Unión Soviética y Turquía. Después de una larga travesía por el Mediterráneo, se embarca en un viaje alrededor del mundo entre 1934 y 1935. En sus escalas efectúa reportajes, se entrevista con numerosos personajes, y toma muchas fotografías. Aprovecha también para descubrir el placer de las mujeres de todas las latitudes.
Simenon descubre La Rochelle en 1927 en camino de sus vacaciones en la Isla de Aix, huyendo de la peligrosa atracción de Joséphine Baker de la que era amante. En ese año descubre también la pasión por el mar, y es en el curso de una travesía en barco que desembarcará en los muelles de La Rochelle e irá a tomar un trago al « Café de la Paix » que luego será su cuartel general y escenario central de su novela « Le Testament Donadieu ». Es en este café, en 1939, donde toma conocimiento a través de la TSF de la declaración de guerra; Simenon ordena entonces una botella de champagne, y haciendo frente a la sorpresa de los parroquianos, dice : « ¡Al menos así estaremos seguros que ésta no se la beberán los alemanes!».
De abril de 1932 a 1936, se instala con su esposa « Tigy » en La Richardière, una mansión del siglo XVI, situada en Marsilly, que utilizará como modelo del castillo Donnadieu: « ese edificio de piedra gris coronada de pizarras, rodeado por una avenida de castaños, con un pequeño parque estrecho, tupido, húmedo, arrinconado entre viejos muros, un bosque en miniatura, dos hectáreas de robles, ámbito de arañas y serpientes ».
Desde comienzos de 1938, alquila la villa Agnès, en La Rochelle, antes de comprar en agosto de 1938 « una casa sencilla de la campiña » en Nieul-sur-Mer. Su primer hijo nacerá allí en 1939.
La visión ambigua que Simenon tendrá de la región y de la burguesía local ofuscará algunas veces a sus habitantes. Finalmente, incómodos pero felices, en 1989, la ciudad le rendirá un homenaje al bautizar con el nombre de « Georges Simenon » al muelle situado al frente del de los Grandes Yates, sin embargo ya muy enfermo, Simenon no pudo hacer el viaje. En 2003, otro homenaje tuvo lugar en presencia de su hijo « John Simenon ».
En 1952, es recibido en la Academia Real de Bélgica, y regresa definitivamente a Europa en 1955. Después de un animado período en la Costa Azul codeándose con la jet-set, termina por instalarse en Lausana, Suiza. En 1960, preside el festival de Cannes; aquel año la prestigiosa Palma de Oro es atribuida al film de culto La Dolce vita de Federico Fellini.
En 1972, renuncia a la novela, pero sin dejar la escritura y la exploración de los meandros humanos, comenzando por sí mismo, en una larga autobiografía de 21 volúmenes, dictada a su pequeño magnetófono: «Ideas que jamás tuve. Me interesé por los hombres, el hombre de la calle en particular, intenté comprenderlo de una manera fraternal.... ¿Qué he construido? En el fondo, eso no me interesa».
El suicidio de su hija Marie-Jo enlutó sus últimos años.
El mensaje de Simenon es complejo y ambiguo: ni culpables ni inocentes absolutos, sólo culpabilidades que se engendran y se destruyen en cadena. Las novelas del escritor sumergen al lector en un mundo rico de formas, colores, olores, ruidos, sabores y sensaciones táctiles; al que se entra desde la primera frase...
Fuera del Comisario Maigret, sus mejores novelas están basadas en intrigas situada en pequeñas ciudades de provincia en las que incuban sombríos personajes de apariencia respetable, pero dedicados a oscuras empresas, en una atmósfera hipócrita y agobiante, de la que los mejores ejemplos son las novelas Les Inconnus dans la maison y Le Voyageur de la Toussaint, pero también Panique, Les Fiançailles de M. Hire, La Marie du port y La Vérité sur bébé Donge,etc.
David, tu libro describe historias muy duras sobre niños que deben sobrevivir, no siempre con éxito, en algunas de las zonas más abandonadas del mundo. Cuando decidiste publicar el libro, ¿cuál es el mensaje principal que querías transmitir a tus lectores?
Durante mis años como corresponsal me encontré con esos niños en guerras, revoluciones o desastres naturales. Sentí la necesidad de contar sus historias. No podía creer, por ejemplo, que cientos de niños vivieran en las alcantarillas de Mongolia y que sus historias no se conociera. A la hora de escribir el libro volví a buscar a esos niños de los que había escrito para saber qué había sido de ellos y de los países en los que vivían. Quería mostrar a los lectores un mundo que normalmente les es ajeno o queda demasiado lejos para que ocupe su pensamiento. Me ha sorprendido la reacción de los lectores, porque muchos me escriben para decirme que tras leer el libro ven el mundo de otra forma. Si Hijos del Monzón les ha ayudado a superar la indiferencia o les motiva a ayudar en adelante, entonces habrá valido la pena escribirlo.
¿Te ha resultado difícil escribir estas historias? ¿Es posible trasladar esa realidad a papel impreso sin que esta quede considerablemente mermada?
La complejidad del libro estaba en dar un final a las historias de los niños. Por ejemplo, en el capítulo en el que describo mi encuentro con Reneboy, un niño que vive y trabaja en el mayor vertedero de Manila, tuve que volver al mismo sitio años después para buscarle y tratar de saber hasta qué punto había cambiado su vida. Encontrarle supuso una decepción porque demostraba la falta de esperanza para gentes cuyo drama no está tanto en la pobreza, sino en la certeza de que para ellos nada va a cambiar. Siempre traté de ser fiel a la vida de los niños, a la historia de los países y a mis experiencias durante 10 años como corresponsal. Quizá lo más difícil fue, desde el punto de vista de la narrativa, combinar esos tres elementos sin que las historias de los niños perdieran protagonismo o coherencia.
En buena parte de los comentarios sobre Hijos del Monzón se incide en las “vidas trágicas” de sus protagonistas. Quizás lo realmente destacable de esas historias es, frente a la tragedia o el drama, la extraordinaria dignidad de esos niños y su voluntad para seguir adelante. ¿Es así?
Hijos del Monzón es un libro duro, pero no triste. Es verdad que los niños viven en situaciones extremas, pero yo también prefiero quedarme con la dignidad y el coraje que demuestran para salir adelante. En el primer capítulo se cuenta la historia de Vothy, una pequeña de cinco años enferma de sida en Camboya. Su vida es dramática, pero también un ejemplo de lo mejor de la condición humana. Vothy se convierte en la alegría de un hospital donde los enfermos cuentan las horas antes de morir y en el que nadie presta atención a los que se van a marchar. Ella lo sabe y decide hacer esos últimos momentos lo más felices posible para los pacientes.
En esa dignidad, ¿no existe un mensaje esperanzador?
Sin duda. No escribí el libro para deprimir a nadie, sino para decirle al lector que si aparcamos la indiferencia, podemos cambiar las cosas. Los niños de Hijos del Monzón demuestran que la voluntad puede con casi todo. Su afán de superación, de hecho, ha inspirado a muchos lectores en su vida diaria.
Es interesante que los más jóvenes lleguen a las historias de Hijos del Monzón. ¿Crees que tu libro podría ser una lectura recomendable para cualquier chico o chica de nuestro país? ¿Por qué?
Aprecio a todos los lectores que han leído el libro, pero admito que siento una satisfacción especial cuando los más jóvenes muestran interés en una feria o una presentación. Muchos viven aislados de otra realidad que no sea el centro comercial de su barrio, la última ropa de marca o el grupo de pop favorito. La mayoría ni siquiera imaginan que pueda existir un mundo como el de Hijos del Monzón y creo que es estupendo que lo descubran, que se den cuenta de lo privilegiados que son y que sean educados en la compasión hacia quienes no han tenido la fortuna de nacer en Madrid, sino en Ulan Bator. Soy un convencido de que es en la niñez y en la adolescencia cuando se puede despertar el espíritu solidario del individuo (más tarde suele ser tarde) y que debe ser una parte más de la formación de una persona. Creo, además, que Hijos del Monzón está escrito con un lenguaje simple y directo que lo hace fácil de leer y esto ayuda a enganchar a lectores jóvenes.
Tu libro conduce al lector a los confines “humanos” de la Tierra. A veces estos confines no se hallan en apartados espacios geográficos, sino muy cerca de nosotros, en las ciudades más opulentas del mundo. Este contraste entre la riqueza y la pobreza es muy patente en buena parte de Asia. Por tu experiencia como corresponsal, ¿crees que este contraste determinará los futuros acontecimientos políticos en el continente, o por el contrario la pobreza es un factor secular y secundario en la toma de decisiones políticas?
Ya no es necesario viajar a África para ver cómo es el Tercer Mundo. Lo tenemos en nuestras ciudades, como bien dices, y tenemos escenas surrealistas como la de Brasil, donde los operadores turísticos organizan tours a las barriadas pobres de Río. Que lo tengamos más cerca no nos ha hecho comprender sus causas ni ha hecho que nos importe más. Está ahí, lo sabemos, pero lo hemos borrado de nuestra consciencia. Nadie se levanta por la mañana y dice: “Voy a ver cómo viven en la barriada pobre de tal o cual sitio”. Preferimos no pensar en los pequeños Terceros Mundos que han crecido en nuestras ciudades. En Asia o Latinoamérica el contraste es mayor, porque la clase media apenas existe y la sociedad está dividida entre pobres y ricos. No hay un término medio. Pero se trata de situaciones insostenibles, por mucho que la elite de Manila se refugie tras barrios rodeados de muros de cuatro metros y agentes armados. Sin un reequilibrio que ofrezca oportunidades a los que tienen menos, las grandes urbes se harán insostenibles, viviremos más inestabilidad política y también, más conflictos.
Generalmente los medios de comunicación sólo se refieren a estos lugares del mundo para hacerse eco de grandes catástrofes y tragedias. Realmente, ¿sólo “venden” las cifras y los muertos o es posible un enfoque distinto?
Creo que aquí la labor del periodista es fundamental. Existe un agotamiento por parte de la audiencia. Les hemos bombardeado con cifras y muertos sin contarles las historias humanas que hay detrás. La consecuencia es que hemos anestesiado a quienes queríamos informar. Se dan imágenes de tragedias en unos segundos, antes de dar paso al fútbol, y la gente apenas presta ya atención. Pero si el periodista está en el lugar y humaniza a las víctimas que hay detrás de la tragedia, ayudando a que la audiencia se identifique con ellas, entonces estamos formando a una población y acercando esas vidas para que importen. Al lector o al televidente, además, hay que darle esperanza, evitando transmitir un mensaje de pesimismo y desdén. Si ofrecemos la visión de que nada cambia, una mera sucesión de relatos de pobreza inevitable y previsible, llega un momento en que la gente se distancia. Hay que contar también las historias de éxito y el progreso, porque se está produciendo y Asia es un ejemplo de ello.
Una de las historias aquí incluidas, la de Reneboy, tiene lugar en el vertedero de Manila, donde viven hacinadas y en condiciones terribles miles de familias. Hijos del Monzón describe una serie de lugares a los que a muchos de tus lectores no les gustaría viajar jamás. ¿Existe, en tu opinión, alguna razón para que un viajero que llegue a Manila se desplace hasta el vertedero de Payatas?Esto me recuerda a un viaje que hice con amigos a Camboya. Tras visitar los templos y las playas, íbamos conduciendo cuando le dije al conductor que se metiera por un camino de arena. Al final había un vertedero y decenas de niños hurgando entre la basura. Los rostros de mis amigos palidecieron y durante varios minutos no pudieron decir nada. “Es diferente que en la televisión”, dijo uno de ellos. Por primera vez, habían visto, tocado y olido la miseria. Desde entonces me han agradecido aquella visita. Yo creo, en primer lugar, que visitar ese tipo de sitios debería ser condición indispensable para cualquier político. Y me parece recomendable que, en los casos en los que sea seguro, el turista salga de su hotel de cinco estrellas y se mezcle con la gente de las barriadas. No hace falta que sea un vertedero ni el lugar más pobre. Porque viajar es conocer y no puedes decir que conoces un país cuando te has pasado el día encerrado en tu resort. Yo siempre recomiendo a la gente que pierda el miedo y se mezcle con la gente. Aprendes mucho más que leyendo mil guías turísticas y al extranjero se le recibe casi siempre con amabilidad y agradecimiento. Asia, donde el crimen es mucho menor que en Europa, es el sitio perfecto para tomar el té en las barriadas pobres y escuchar lo que sus habitantes tienen que decir. Después, uno se va a cenar a un restaurante estupendo, por supuesto, porque nadie te está pidiendo que vivas en una chabola o te cambies por la persona que lo está pasando mal. Sólo que comprendas su situación y, si puedes, ayudes en lo posible.
¿Existe algún lugar de Asia que te haya “tocado” especialmente y que recomendarías a cualquier viajero?
Asia es un mundo, reúne al 66% de la población del planeta y tiene millones de pequeños secretos de los que sin duda desconozco la mayoría. Yo recomendaría que cada uno busque el suyo y para eso es fundamental dejar el autocar con el grupo, huir de los lugares de turismo masivo y viajar sin brújula. La Birmania que yo adoro, por ejemplo, nunca será la misma para otro viajero. Sus sensaciones, sus motivaciones, sus encuentros, sus vivencias…todo será especialmente suyo. No estoy hablando de emprender grandes aventuras ni recorrerse el Himalaya. A veces, en una callejuela junto a nuestro hotel, podemos encontrar el lugar o la gente que haga nuestro viaje único.
Imagina que no fueras el autor de este libro, imagínate como lector: ¿por qué motivos recomendarías la lectura de Hijos del Monzón?
Hijos del Monzón es un libro sobre la condición humana, lo mejor y lo peor de ella. Es un libro de guerra (Afganistán) y del anhelo de paz; es un libro de pobreza (Filipinas) y de cómo millones de personas nadan contra corriente para superarla; es un libro de demonios como Pol Pot (Camboya) y de ángeles como el Dalai Lama; es un libro de niños a los que se les ha tratado de robar la dignidad (Mongolia) y del fracaso de quienes lo han intentado; es un libro sobre un periodismo literario y directo que se está perdiendo; y es el libro de un largo viaje de 10 años que me llevó a descubrir un mundo fascinante y otro que, entre todos, debemos cambiar.
TÍTULO: GEORGES SIMENON:
Georges Joseph Christian Simenon (Lieja, 13 de febrero de 1903 - Lausana, 4 de septiembre de 1989) fue un escritor belga en lengua francesa.
Nació en Lieja, oficialmente el 12 de febrero de 1903. Su vida comienza regida por el misterio, pues en realidad nació el viernes 13 de febrero, pero fue declarado como nacido el 12, por superstición. Simenon fue un novelista de una fecundidad extraordinaria, con 192 novelas publicadas bajo su nombre y una treintena de obras aparecidas bajo 27 seudónimos. Los tirajes acumulados de sus libros alcanzan 550 millones de ejemplares. También fue de llamar la atención en otros aspectos: una vez declaró haber hecho el amor a treinta mil mujeres, cifra que, por supuesto, no ha podido confirmarse.
André Gide, André Therive y Robert Brasillach fueron los primeros en reconocer que se trataba de un gran escritor.
Simenon nació en el tercer piso del 26 (actualmente 24) de la « rue Léopold », en Lieja. Fue el primer hijo de Désiré Simenon, contador de una oficina de seguros, y de Henriette, ama de casa, decimotercera hija nacida en una familia acomodada, quienes se casaron el 22 de abril de 1902. A finales de abril de 1905, la familia se mudó al 3 de la « rue Pasteur » (actualmente 25 de la "rue Georges Simenon") en el barrio de Outremeuse. Encontramos la historia de su nacimiento al comienzo de su novela Pedigree.
La familia Simenon era originaria del Limburgo belga, una región de tierras bajas cercanas al río Mosa, encrucijada entre Flandes, Alemania y los Países Bajos. La familia de su madre era también originaria de Limburgo, pero del lado holandés, región llana de tierras húmedas y de brumas, de canales y de granjas. Por el lado de su madre, descendía de Gabriel Brühl, campesino y criminal de la banda de los verts-boucs que azotó Limburgo a partir de 1726, desvalijando granjas e iglesias durante el régimen austríaco, y que terminó colgado en septiembre de 1743 en el Patíbulo de Waubach. Esta ascendencia explica quizás el particular interés del comisario Maigret por las gentes sencillas convertidas en asesinos.
Su juventud en Lieja
En septiembre de 1906 nació su hermano Christian, quien será el hijo preferido de sus padres, lo que marcó profundamente a Georges. Este malestar lo encontramos en novelas como Pietr-le-Letton y Le Fond de la bouteille. Aprende a leer y a escribir a los tres años en la Escuela Sainte-Julienne para párvulos. A partir de septiembre de 1908, empieza sus estudios primarios en el Institut Saint-André, donde siempre se ubica entre los tres primeros puestos de su clase, durante los seis años que ahí pasó, hasta julio de 1914.En febrero de 1911, la familia se instala en una gran casa en el 53 de la « rue de la Loi », donde su madre alquila habitaciones a inquilinos -estudiantes o pasantes-, de diversos orígenes (rusos, polacos, judíos o belgas). Esto fue para el joven Georges una extraordinaria apertura al mundo que encontraremos en varias de sus novelas como Pedigree, Le Locataire o Crime impuni. Poco después de esta época, se convierte en niño de coro, experiencia que encontramos en L’Affaire Saint-Fiacre y en Le Témoignage de l’enfant de chœur.
En septiembre de 1914, durante su sexto curso, entra al colegio jesuita de Saint-Louis. En el verano de 1915, a la edad de doce años, tiene su primera experiencia sexual con una "muchachona" de quince años, lo que será para él una verdadera revelación, completamente encontrada al adoctrinamiento de pudibundez y castidad impartido por los padres jesuitas. Simenon prefiere, por otro lado, ingresar al colegio Saint-Servais, especializado en ciencias y en letras, en donde pasó los siguientes tres años escolares. Sin embargo, el futuro escritor fue siempre relegado por sus compañeros más adinerados; si en el colegio de los jesuitas Simenon se alejó de la religión, en el colegio Saint-Servais encontró suficientes razones para odiar a los ricos, quienes le hicieron sentir su inferioridad social.
En febrero de 1917, la familia se muda a una antigua oficina de correos abandonada en el barrio de Amercœur. En junio de 1918, tomando como pretexto los problemas cardíacos de su padre, decide abandonar definitivamente los estudios, sin participar siquiera en los exámenes de fin de año. Se sucederán, a partir de entonces, varios trabajos ocasionales sin futuro (aprendiz de panadero, encargado de biblioteca).
En enero de 1919, en abierto conflicto con su madre, Simenon debuta como reportero de la sección de sucesos del periódico conservador La Gazette de Liège, dirigido por Joseph Demarteau tercero. Esta etapa periodística fue para el joven Simenon, a la edad de dieciséis años, una experiencia extraordinaria que le permitió conocer los recovecos de una gran ciudad, tanto en la política como en la criminalidad; asimismo, pudo adentrarse en la vida nocturna, conoció los ambientes marginales de los bares y de las casas de paso, y aprendió a redactar de manera eficaz. Escribió más de 150 artículos bajo el seudónimo « G.Sim ». Durante este periodo se interesó particularmente en las investigaciones policiales y asistió a conferencias sobre el método policíaco científico, impartidas por el criminalista francés Edmond Locard.
En junio de 1919, la familia se muda para retornar al barrio de Outremeuse, en la rue de l’Enseignement. Simenon redactó allí su primera novela Au pont des Arches, publicada en 1921 bajo su seudónimo de periodista. A partir de noviembre de 1919, publica las primeras de sus 800 columnas humorísticas, bajo el seudónimo de Monsieur Le Coq (hasta diciembre de 1922). Durante este periodo, profundiza su conocimiento del ambiente nocturno, de las prostitutas, la ebriedad y de las casas de cita. En sus recorridos, encuentra anarquistas, artistas bohemios, así como a dos asesinos a que encontraremos en su novela Les Trois crimes de mes amis. Frecuenta también a un grupo artístico, denominado « La Caque », pero sin comprometerse realmente; es en este medio donde conoce a una estudiante de Bellas Artes, Régine Renchon, con quien se casa en marzo de 1923.
Simenon en París
Durante todo este período, en el que frecuenta a bohemios y marginales, comienza a acariciar la idea de una verdadera ruptura, que hará realidad después de la muerte de su padre, en 1922, huyendo con la rubia Régine Renchon para instalarse en París. En París Simenon lleva una "vida de artista", descubriendo aquella gran capital y aprendiendo a amarla por sus delirios, sus desórdenes y sus delicias. Se lanza al descubrimiento de sus cafés, sus comerciantes de carbón, sus pensiones, sus hoteles lamentables, sus fábricas de cerveza y sus restaurancillos, que le ofrecen el vino del Beaujolais, el embutido y los sencillos platillos adobados tradicionales (la gastronomía es un leitmotiv secundario en las novelas del comisario Maigret, basta recordar al comisario en una de sus típicas escenas; ordenando bocadillos y cervezas en el curso de una enquête (investigación) o durante un interrogatorio). Allí encuentra al vulgo parisino de artesanos menesterosos, conserjes desabridos y tipos miserables de doble vida. Comienza a escribir bajo diferentes seudónimos y su creatividad le asegura un éxito financiero inmediato.En 1928, inicia un largo viaje en gabarra que aprovecha para sus reportajes. De este modo descubre el mar y la navegación, que será una constante a lo largo de toda su vida. Simenon decide en 1929 emprender un viaje por los canales de Francia y hace construir un barco el "Ostrogoth" en el que vive hasta 1931. En 1930, en una serie de novelas cortas escritas para Détective, por encargo de Joseph Kessel, aparece por primera vez el personaje del comisario Maigret. En 1932, Simenon inicia una serie de viajes y de reportajes sobre África, Europa oriental, la Unión Soviética y Turquía. Después de una larga travesía por el Mediterráneo, se embarca en un viaje alrededor del mundo entre 1934 y 1935. En sus escalas efectúa reportajes, se entrevista con numerosos personajes, y toma muchas fotografías. Aprovecha también para descubrir el placer de las mujeres de todas las latitudes.
Simenon y la región de La Rochelle
En la obra de Simenon, treinta cuatro novelas y novelas cortas se sitúan o evocan la ciudad de La Rochelle. Entre Las Novelas, podemos citar « Le Testament Donnadieu » (1936), « Le Voyageur de la Toussaint » (1941) y « Les Fantômes du Chapelier ».Simenon descubre La Rochelle en 1927 en camino de sus vacaciones en la Isla de Aix, huyendo de la peligrosa atracción de Joséphine Baker de la que era amante. En ese año descubre también la pasión por el mar, y es en el curso de una travesía en barco que desembarcará en los muelles de La Rochelle e irá a tomar un trago al « Café de la Paix » que luego será su cuartel general y escenario central de su novela « Le Testament Donadieu ». Es en este café, en 1939, donde toma conocimiento a través de la TSF de la declaración de guerra; Simenon ordena entonces una botella de champagne, y haciendo frente a la sorpresa de los parroquianos, dice : « ¡Al menos así estaremos seguros que ésta no se la beberán los alemanes!».
De abril de 1932 a 1936, se instala con su esposa « Tigy » en La Richardière, una mansión del siglo XVI, situada en Marsilly, que utilizará como modelo del castillo Donnadieu: « ese edificio de piedra gris coronada de pizarras, rodeado por una avenida de castaños, con un pequeño parque estrecho, tupido, húmedo, arrinconado entre viejos muros, un bosque en miniatura, dos hectáreas de robles, ámbito de arañas y serpientes ».
Desde comienzos de 1938, alquila la villa Agnès, en La Rochelle, antes de comprar en agosto de 1938 « una casa sencilla de la campiña » en Nieul-sur-Mer. Su primer hijo nacerá allí en 1939.
La visión ambigua que Simenon tendrá de la región y de la burguesía local ofuscará algunas veces a sus habitantes. Finalmente, incómodos pero felices, en 1989, la ciudad le rendirá un homenaje al bautizar con el nombre de « Georges Simenon » al muelle situado al frente del de los Grandes Yates, sin embargo ya muy enfermo, Simenon no pudo hacer el viaje. En 2003, otro homenaje tuvo lugar en presencia de su hijo « John Simenon ».
Simenon después de la guerra
Simenon pasa la guerra en Vendée y mantiene correspondencia con André Gide. En 1945, al finalizar la guerra, se traslada a Estados Unidos, a Connecticut, pero va a recorrer durante diez años ese inmenso continente, a fin de saciar su curiosidad y su apetito por la vida. Durante esos años norteamericanos, visita intensamente Nueva York, Florida, Arizona, California y toda la Costa Este, miles de miles de moteles, de rutas y de paisajes grandiosos. Va a descubrir también una nueva manera de trabajar para la Policía y la Justicia y conoce también a su segunda esposa, la canadiense Denise Ouimet, 17 años más joven que él. Simenon vivirá con ella una relación pasional de sexo, celos y disputas alcohólicas.En 1952, es recibido en la Academia Real de Bélgica, y regresa definitivamente a Europa en 1955. Después de un animado período en la Costa Azul codeándose con la jet-set, termina por instalarse en Lausana, Suiza. En 1960, preside el festival de Cannes; aquel año la prestigiosa Palma de Oro es atribuida al film de culto La Dolce vita de Federico Fellini.
En 1972, renuncia a la novela, pero sin dejar la escritura y la exploración de los meandros humanos, comenzando por sí mismo, en una larga autobiografía de 21 volúmenes, dictada a su pequeño magnetófono: «Ideas que jamás tuve. Me interesé por los hombres, el hombre de la calle en particular, intenté comprenderlo de una manera fraternal.... ¿Qué he construido? En el fondo, eso no me interesa».
El suicidio de su hija Marie-Jo enlutó sus últimos años.
Análisis
A diferencia de muchos autores de hoy, quienes intentan construir una intriga lo más compleja posible -como en un juego de ajedrez- Simenon propone una intriga simple, con un argumento y personajes definidos, y un héroe dotado de humanidad, obligado a ir al borde de sí mismo, de su lógica.El mensaje de Simenon es complejo y ambiguo: ni culpables ni inocentes absolutos, sólo culpabilidades que se engendran y se destruyen en cadena. Las novelas del escritor sumergen al lector en un mundo rico de formas, colores, olores, ruidos, sabores y sensaciones táctiles; al que se entra desde la primera frase...
En la estación de Poitiers, en la que había cambiado de tren, ella no pudo resistir. (...) Hacía realmente calor. Era agosto y el expreso que la había traído desde París estaba rebosante de gente que se iba de vacaciones. Revolviendo furtivamente en su bolsa para buscar una moneda, balbuceó: Sírvame otra.El crítico Robert Poulet ha dicho: "Casi todos sus relatos comienzan por cien páginas magistrales en las que se asiste como a un fenómeno natural y en las cuales se encuentra infaliblemente ante una determinada cantidad de materia viva de la que otro Simenon se apoderará para extraer dramas y sorpresas bastante menos hábilmente" Él también ha precisado que Simenon era mejor en la pintura de estados que en la de acciones, definiendo su universo como estático.
Extraído de Tía Jeanne
Fuera del Comisario Maigret, sus mejores novelas están basadas en intrigas situada en pequeñas ciudades de provincia en las que incuban sombríos personajes de apariencia respetable, pero dedicados a oscuras empresas, en una atmósfera hipócrita y agobiante, de la que los mejores ejemplos son las novelas Les Inconnus dans la maison y Le Voyageur de la Toussaint, pero también Panique, Les Fiançailles de M. Hire, La Marie du port y La Vérité sur bébé Donge,etc.
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