TÍTULO:, PRIMER PLANO, LA ENTREVISTA XL Ochenta años del nacimiento de Jayne Mansfield. Todos soñaban con Jayne,.
Ochenta años del nacimiento de Jayne Mansfield. Todos soñaban con Jayne/foto -
La gente solo está interesada en mis números: 102-53-89», bromeaba jayne mansfield sobre las medidas de su espectacular cuerpo. y es que,Ochenta años del nacimiento de Jayne Mansfield. Todos soñaban con Jayne
Antonio Padilla -
XL Semanal
A fondo / Exclusiva
Es uno de los mayores 'sex symbols' de
la historia. Con el cuerpo de Marilyn Monroe y un coeficiente
intelectual propio de una persona superdotada, revolucionó Hollywood.
Vivió solo 34 años pero dejó cientos de fotos de 'pin up', veinte
filmes, tres maridos, cinco hijos y una leyenda negra que agrandó su
trágica muerte.
La gente solo está interesada en mis números:
102-53-89», bromeaba jayne mansfield sobre las medidas de su
espectacular cuerpo. y es que no era fácil que pasase inadvertida. quizá
por eso los policías que se acercaron al coche destrozado no dudaron un
segundo.
La mujer fallecida era la Mansfield. Aquella madrugada del 29 de junio de 1967 había neblina en la carretera nacional 90, cerca de Slidell, en el estado de Luisiana. Un tractor con remolque redujo repentinamente la marcha para no chocar contra un camión fumigador. Y se produjo el desastre. El Buick Electra que avanzaba detrás se estrelló contra el remolque del tractor.
En el Buick viajaban seis personas: tres niños en la parte trasera y tres adultos en el ancho asiento delantero, tan propio de los cochazos de la época. Los pequeños tan solo sufrieron heridas leves, pero los mayores murieron en el acto. Las otras dos víctimas mortales son el último amante de Mansfield, Sam Brody, y el chófer Ronnie Harrison. La noticia causó sensación. Corrieron todo tipo de rumores sobre el siniestro ocurrido en Misisipi: que Mansfield resultó decapitada en el choque; que en ese momento estaba haciendo algo más que manitas con su amante... Otros insistieron en que el accidente se veía venir, que la escultural rubia tenía los días contados tras haberse involucrado en el satanismo y desairado al enigmático Anton LaVey, el fundador de la Iglesia de Satán. No parece que hubiese mucha verdad en tan sorprendentes aseveraciones, pero ¿por qué el fallecimiento de Jayne Mansfield encendió así la imaginación popular?
Nacida el 19 de abril de 1933 con el nombre de Vera Jayne Palmer y crecida en Nueva Jersey y Texas en el seno de una familia de clase media, la pequeña Jayne pronto descolló por su gran inteligencia natural. Además de sacar unas notas excelentes en la escuela, tenía gran facilidad para los idiomas (llegaría a hablar cinco lenguas con fluidez) y hacía gala de notable talento musical: a los doce años tocaba el piano, el violín y la viola en la categoría de concertista. Unas cualidades paradójicas en quien, de adulta, iba a ser conocida como el epítome de la rubia con físico espectacular, pero con cerebro de mosquito.
A los diecisiete años se casó con Paul Mansfield, cuyo apellido adoptó y conservó incluso después de separarse. Con él se trasladó a Los Ángeles en 1954. El objetivo: triunfar en Hollywood. Una meta compartida por millares de provincianas más o menos guapas. Jayne tenía dos ventajas sobre la mayoría: su coeficiente intelectual de 163 puntos (propio de los individuos geniales) y un tipazo en forma de reloj de arena coronado por una imponente delantera. Con esos talentos como arma, Mansfield se presentó a decenas de concursos de belleza en Los Ángeles. Y los ganó casi todos: Miss Orquídea, Miss Cuatro de Julio, Miss Contador Geiger, Reina del Suéter de Nailon, Miss Chihuahua...
Jayne saltó a la fama en 1955 gracias a una argucia de la productora RKO para promocionar la película Underwater, un bodrio de aventuras en el Caribe cuyo principal aliciente era el uso de novedosas cámaras submarinas destinadas a recoger en detalle el esplendoroso cuerpo de la protagonista, Jane Russell. En el curso de una recepción para la prensa celebrada junto a la piscina del estudio, la Mansfield contratada para el evento se puso a chapotear ataviada con un escuetísimo biquini cuya parte superior no tardó en desprenderse por accidente. Las cámaras recogieron la exuberancia de aquella modelo hasta entonces desconocida ante el despecho de la eclipsada Jane Russell.
A raíz del incidente del biquini, la voluptuosa figura de Jayne Mansfield pasó a decorar las portadas de innumerables revistas para hombres. Lista como ella sola, se dijo que había llegado su momento y que con las curvas no bastaba. Se tiñó de rubio platino y adoptó las afectaciones de la explosiva rubia tonta que arrasaba entonces, Marilyn Monroe, con quien iba a ser comparada de manera recurrente. Y las puertas de Hollywood se le abrieron por fin. Mansfield obtuvo su primer papel protagonista en The girl cant help it (1956). La siguieron otras películas, pero ninguna tuvo verdadero éxito porque Jayne empezaba a ser víctima de su impostado papel de rubia descerebrada: nadie terminaba de tomarla en serio. Empezaron entonces los problemas personales. En 1956 se divorció de Paul Mansfield. Volvería a casarse otras dos veces: la primera, con el culturista Mickey Hargitay, que había obtenido el título de Mister Universo; después, en 1964, con el director Matt Cimber. Y tuvo un sinfín de amantes, entre ellos dicen los hermanos Robert y John Kennedy, en una réplica más de Marilyn Monroe.
Pero, curiosamente, las rápidas transformaciones del papel de la mujer en Estados Unidos provocaron que a principios de los años sesenta Mansfield empezara a ser contemplada como una figura anacrónica y un punto patética. En el curso de su primera visita a Estados Unidos en 1964, los Beatles expresaron su interés por conocer a la rubia despampanante con la que habían fantaseado de adolescentes. Se llevaron un chasco al conocerla, hasta tal punto que George Harrison se refirió a ella como «esa vieja petarda». Jayne Mansfield en ese momento tenía 31 años. Los años sesenta fueron de absoluta decadencia. Con un físico cada vez más caricaturesco y deformado como consecuencia de sus crecientes problemas con el alcohol, definitivamente descartada por los grandes estudios de Hollywood, Jayne Mansfield se refugió en actuaciones de club nocturno, donde interpretaba canciones picantes, y en ridículos papeles en películas europeas de bajo presupuesto. Durante sus correrías por Europa, Mansfield llegó a visitar España, donde en 1965 apareció en un programa musical de TVE junto con Manolo de la Calva y Ramón Arcusa, el Dúo Dinámico... ¡acompañándolos al violín, nada menos!
El accidente de tráfico en el que falleció en 1967 puso un abrupto punto final al declive artístico de Jayne Mansfield y tuvo un efecto inesperado: el organismo regulador de la seguridad viaria obligó a instalar una barra parachoques en la parte inferior de los remolques de tractor. En Estados Unidos, este tipo de protección sigue siendo conocida como la barra Mansfield.
TÍTULO: A FONDO Los secretos de la Alhambra -
A
las abejas les fascinan los relieves árabes. Es lógico: son ideales
para colocar sus panales. Pero para quienes se afanan en mantener la ..
La mujer fallecida era la Mansfield. Aquella madrugada del 29 de junio de 1967 había neblina en la carretera nacional 90, cerca de Slidell, en el estado de Luisiana. Un tractor con remolque redujo repentinamente la marcha para no chocar contra un camión fumigador. Y se produjo el desastre. El Buick Electra que avanzaba detrás se estrelló contra el remolque del tractor.
En el Buick viajaban seis personas: tres niños en la parte trasera y tres adultos en el ancho asiento delantero, tan propio de los cochazos de la época. Los pequeños tan solo sufrieron heridas leves, pero los mayores murieron en el acto. Las otras dos víctimas mortales son el último amante de Mansfield, Sam Brody, y el chófer Ronnie Harrison. La noticia causó sensación. Corrieron todo tipo de rumores sobre el siniestro ocurrido en Misisipi: que Mansfield resultó decapitada en el choque; que en ese momento estaba haciendo algo más que manitas con su amante... Otros insistieron en que el accidente se veía venir, que la escultural rubia tenía los días contados tras haberse involucrado en el satanismo y desairado al enigmático Anton LaVey, el fundador de la Iglesia de Satán. No parece que hubiese mucha verdad en tan sorprendentes aseveraciones, pero ¿por qué el fallecimiento de Jayne Mansfield encendió así la imaginación popular?
Nacida el 19 de abril de 1933 con el nombre de Vera Jayne Palmer y crecida en Nueva Jersey y Texas en el seno de una familia de clase media, la pequeña Jayne pronto descolló por su gran inteligencia natural. Además de sacar unas notas excelentes en la escuela, tenía gran facilidad para los idiomas (llegaría a hablar cinco lenguas con fluidez) y hacía gala de notable talento musical: a los doce años tocaba el piano, el violín y la viola en la categoría de concertista. Unas cualidades paradójicas en quien, de adulta, iba a ser conocida como el epítome de la rubia con físico espectacular, pero con cerebro de mosquito.
A los diecisiete años se casó con Paul Mansfield, cuyo apellido adoptó y conservó incluso después de separarse. Con él se trasladó a Los Ángeles en 1954. El objetivo: triunfar en Hollywood. Una meta compartida por millares de provincianas más o menos guapas. Jayne tenía dos ventajas sobre la mayoría: su coeficiente intelectual de 163 puntos (propio de los individuos geniales) y un tipazo en forma de reloj de arena coronado por una imponente delantera. Con esos talentos como arma, Mansfield se presentó a decenas de concursos de belleza en Los Ángeles. Y los ganó casi todos: Miss Orquídea, Miss Cuatro de Julio, Miss Contador Geiger, Reina del Suéter de Nailon, Miss Chihuahua...
Jayne saltó a la fama en 1955 gracias a una argucia de la productora RKO para promocionar la película Underwater, un bodrio de aventuras en el Caribe cuyo principal aliciente era el uso de novedosas cámaras submarinas destinadas a recoger en detalle el esplendoroso cuerpo de la protagonista, Jane Russell. En el curso de una recepción para la prensa celebrada junto a la piscina del estudio, la Mansfield contratada para el evento se puso a chapotear ataviada con un escuetísimo biquini cuya parte superior no tardó en desprenderse por accidente. Las cámaras recogieron la exuberancia de aquella modelo hasta entonces desconocida ante el despecho de la eclipsada Jane Russell.
A raíz del incidente del biquini, la voluptuosa figura de Jayne Mansfield pasó a decorar las portadas de innumerables revistas para hombres. Lista como ella sola, se dijo que había llegado su momento y que con las curvas no bastaba. Se tiñó de rubio platino y adoptó las afectaciones de la explosiva rubia tonta que arrasaba entonces, Marilyn Monroe, con quien iba a ser comparada de manera recurrente. Y las puertas de Hollywood se le abrieron por fin. Mansfield obtuvo su primer papel protagonista en The girl cant help it (1956). La siguieron otras películas, pero ninguna tuvo verdadero éxito porque Jayne empezaba a ser víctima de su impostado papel de rubia descerebrada: nadie terminaba de tomarla en serio. Empezaron entonces los problemas personales. En 1956 se divorció de Paul Mansfield. Volvería a casarse otras dos veces: la primera, con el culturista Mickey Hargitay, que había obtenido el título de Mister Universo; después, en 1964, con el director Matt Cimber. Y tuvo un sinfín de amantes, entre ellos dicen los hermanos Robert y John Kennedy, en una réplica más de Marilyn Monroe.
Pero, curiosamente, las rápidas transformaciones del papel de la mujer en Estados Unidos provocaron que a principios de los años sesenta Mansfield empezara a ser contemplada como una figura anacrónica y un punto patética. En el curso de su primera visita a Estados Unidos en 1964, los Beatles expresaron su interés por conocer a la rubia despampanante con la que habían fantaseado de adolescentes. Se llevaron un chasco al conocerla, hasta tal punto que George Harrison se refirió a ella como «esa vieja petarda». Jayne Mansfield en ese momento tenía 31 años. Los años sesenta fueron de absoluta decadencia. Con un físico cada vez más caricaturesco y deformado como consecuencia de sus crecientes problemas con el alcohol, definitivamente descartada por los grandes estudios de Hollywood, Jayne Mansfield se refugió en actuaciones de club nocturno, donde interpretaba canciones picantes, y en ridículos papeles en películas europeas de bajo presupuesto. Durante sus correrías por Europa, Mansfield llegó a visitar España, donde en 1965 apareció en un programa musical de TVE junto con Manolo de la Calva y Ramón Arcusa, el Dúo Dinámico... ¡acompañándolos al violín, nada menos!
El accidente de tráfico en el que falleció en 1967 puso un abrupto punto final al declive artístico de Jayne Mansfield y tuvo un efecto inesperado: el organismo regulador de la seguridad viaria obligó a instalar una barra parachoques en la parte inferior de los remolques de tractor. En Estados Unidos, este tipo de protección sigue siendo conocida como la barra Mansfield.
TÍTULO: A FONDO Los secretos de la Alhambra -
Los secretos de la Alhambra
Gran parte del monumento más visitado
de España está cerrado al público o se abre solo en contadas ocasiones.
'XLSemanal' ha tenido un acceso excepcional a la Alhambra oculta y a
quienes se ocupan de restaurarla y mantenerla viva.
A las abejas les fascinan los relieves árabes. Es lógico:
son ideales para colocar sus panales. Pero para quienes se afanan en
mantener la Alhambra impoluta, «como si fuera a aparecer la suegra en
cualquier momento», las abejas son una pesadilla.
Esta 'lucha' contra los insectos no es ALGO que se le ocurra a los más de dos millones de visitantes que pasan cada año por el Patio de los Leones. Hay muchas cosas que escapan al turista. Por un lado están los lugares cerrados que se sueña con dar a conocer, pero también las labores minuciosas, de trastienda y restauración, que en muchos casos ya solo se desarrollan aquí. En ellas se afanan medio millar de empleados que pese a los recortes y otras complicaciones que no faltan muestran su orgullo por moverse cada día por las entrañas de uno de los parajes más famosos del mundo.
Entre los lugares cerrados al público hay algunos que jamás podrán ser visitados. Un ejemplo son las mazmorras de la Alcazaba, la fortaleza medieval de adusta silueta. Solo puede accederse a ellas, a las celdas siniestras donde los cautivos esperaban el pago de su rescate, a través de una estrecha escalera de caracol. Reformar el sitio para que sea accesible supondría su total falsificación, el adiós a su atmósfera singular; pero permitir el paso en la situación actual pondría en peligro a los turistas que se aventuraran al descenso.
Otros lugares andan a la espera de una restauración total. Es el caso de Torres Bermejas, el edificio del complejo más visible desde la ciudad, que no ha sido jamás abierto al público. O de los Baños de Comares, a los que entramos junto con Elena Correa, jefa de restauración de la Alhambra. «Llevan quince años cerrados y hay que afrontar una actuación integral», comenta mientras repasa parte de sus hermosas yeserías policromadas.
Estos baños son un punto mágico: tienen una estructura similar a la de los baños romanos, con zonas calientes y frías, pero cuentan con la atmósfera recogida y la minuciosa decoración, siempre sin motivos figurativos, del periodo nazarí. En este refugio silencioso se relajaban los gobernantes del último reducto árabe en la península. ¿Cuándo podrán verse? Teniendo en cuenta que las medidas que se debían tomar para la restauración del Patio de los Leones se debatieron durante 40 años y que las obras acabaron el pasado mes de julio, nadie se atreve a dar una fecha.
Luego están los numerosos lugares que solo se abren cada tanto, rotativamente, como el Peinador de la Reina, ahora en restauración, o la Torre de la Cautiva. Esta última es otro punto impresionante: alimentada por la suave luz natural que proporciona su estudiada orientación, las filigranas de sus paredes no desmerecen las de los lugares más afamados del monumento. Debe disfrutarse sentado en el suelo, como lo hicieron sus habitantes originales; por las ventanas dispuestas a esa altura se contemplan los jardines multicolores, y en el techo se representa una alegoría sobre la ascensión al séptimo cielo. Que cabe imaginar como un lugar muy similar a este.
La verdad es que la Torre de la Cautiva se mantiene cerrada, salvo contadas excepciones, ante la certeza de que los visitantes tocan. Y desgastan. Y dejan una grasa que no somos muy conscientes de transportar en las yemas de los dedos. Es algo desafortunado, pero parece difícil resistirse a la tentación de sentir esas tramas de increíble belleza.
En los últimos años, la alhambra ha batido récords: «En 2011 hicimos nuestro tope de visitantes, 2,3 millones, y en 2012 bajamos un 2 por ciento, pero a cambio logramos un máximo en recaudación por la diversificación de la oferta de entradas, que es uno de los mecanismos básicos para luchar contra la crisis», señala Villafranca. Por ejemplo, además de tiques más económicos que solo dan derecho a visitas parciales o a los conciertos que se desarrollan en verano, han introducido una oferta de lujo para empresas en viajes de negocio o congresos que quieran visitar el lugar fuera de las horas de apertura al público.
En su condición de monumento más visitado de España año tras año, la Alhambra ha conseguido ser casi el único de titularidad pública autosuficiente: cubre el presupuesto previsto para su mantenimiento con la venta de entradas. Y eso le permite mirar hacia delante con un optimismo que no se estila mucho en estos tiempos. Y hasta afrontar proyectos nuevos, como el futuro Centro de Recepción de Visitantes, que reordenará los accesos al conjunto. El concurso lo ganó el arquitecto portugués Álvaro Siza, premio Pritzker, quien lo ha definido así: «el proyecto de mi vida». Se espera que esté concluido en no mucho más de cinco años.Esa relativa independencia económica también hace posible contar con un equipo en el que no faltan las ideas innovadoras. Una de las más curiosas es el Proyecto Redalh, que pretende recuperar las técnicas artesanales de la época en que la Alhambra era un palacio habitado, entre el siglo XIII y el XVI. Muchas de ellas son ya conocidas por los artesanos del monumento, pero aún son más las que cayeron en el olvido porque apenas hay documentación; como explica el jefe del taller de yesería, Ramón Rubio Domene: «En aquella época no solía coincidir que el que supiera un oficio también escribiera».
Los restauradores de la Alhambra saben que algunas de esas tareas olvidadas siguen siendo empleadas por artesanos marroquíes y andan intercambiándose visitas para mostrarse distintas técnicas o métodos de elaboración de materiales; por ejemplo, el pegamento fabricado a partir de cartílago de conejo que se emplea en la Alhambra para pegar las piezas a las paredes, no solo por sus ventajas ecológicas, sino también porque su uso es del todo reversible.
En los trabajos de jardinería se sigue un espíritu parecido. Las huertas se están repoblando con los cultivos que alimentaban a los habitantes en la época: alcachofas, habas, coliflores, coles, vides... También hay olivos y, de hecho, se comercializa en pequeñas cantidades un aceite elaborado con la producción de los árboles del entorno. Además, han empezado a recuperar la población de arrayanes (también conocidos como mirtos), unos arbustos que alcanzan gran altura, fueron dominantes en el paraje y de los que únicamente quedaba un solitario ejemplar.
Ese tipo de medidas son una plasmación del debate continuo que se suscita entre los conservadores de un sitio como este: ¿es mejor dejar que el tiempo ejerza su desgaste o conservar todo en el mejor estado posible, colocando piezas (o plantas) nuevas? Elena Correa, la jefa de restauración, adopta para la tarea que lidera un enfoque mixto: «Aquí debemos tener en cuenta el estado de la estructura. Si una viga está carcomida y pone en peligro el conjunto, hay que sustituirla por una nueva, sin más, aunque esta sea lo más respetuosa posible con lo ya existente. Las piezas de museo son distintas: es preferible mantenerlas en el estado en que se encuentren».
Ese debate surge también ante la acumulación histórica de «aportaciones espontáneas» de los visitantes. El militar jordano que en 2011 marcó con una moneda su nombre y la fecha en una yesería fue sancionado con una multa, pero en cambio se dejan por ahora los grafitis que se considera que tienen algún valor, desde los árabes del siglo XIV hasta los de los soldados napoleónicos que ocuparon el recinto en el siglo XIX, pasando por los del escritor Washington Irving, que con su obra diera a conocer el lugar al público estadounidense.
Otra faceta desconocida es el combate cotidiano contra la fauna local. Además de las abejas, están los aún más agresivos vencejos, que intentan anidar en el monumento. Y de las estribaciones de Sierra Nevada descienden de cuando en cuando garzas, tejones y hasta algún jabalí, pero aquí nadie parece sorprenderse mucho: «Esto no es el entorno controlado de un museo; esto es un lugar lleno de vida».
Luchar contra los dedos curiosos
Ramón Rubio, quien dirige el taller de yeserías, destaca que son los dedos de los visitantes, y no la sismología de Granada, los que más dañan las filigranas de yeso. Su equipo archiva copias de todos los motivos decorativos -como se ve en la imagen- para realizar reposiciones si fuera necesario.'Puntos táctiles'. El deterioro que provocan los visitantes al tocar es tal que sus artesanos andan en un proyecto curioso: la creación de 'puntos táctiles', reproducciones fieles hechas por ellos de los alicatados, las yeserías y los azulejos que estarán al alcance de los visitantes. «Con el desgaste que tendrán, durarán un año como mucho, pero lo importante es el manoseo que van a quitarle a los originales». tecnología. Rubio ha patentado un material que permite detectar las nuevas incorporaciones de yeso en los originales. Basta con pasar una luz ultravioleta por la superficie y se ve lo añadido. El invento ya ha despertado el interés del Museo del Louvre. Cumple con la ambición de todo conservador: intervenir con las menores consecuencias.
Como hace seis siglos
«Cuando hace 19 años me dijeron que me contrataban para la Alhambra, me vine dando saltos», dice Miguel Prado, que posa entre sus dos compañeros, Trino Urquiza y Eduardo Gallego. Prado no tiene formación como restaurador, porque no retoca piezas, las crea: es carpintero desde los once años. el último trabajo. En los últimos tiempos han tenido que renovar las piezas de madera de los cañones tardomedievales expuestos a la intemperie, incluyendo la base y las ruedas. Para esas piezas nuevas emplea madera de olmo cortado en la propia Alhambra hace cinco o seis décadas, «que guardamos como oro en paño», confiesa. herramientas de época. Su equipo crea sus propias herramientas como se hizo hace siglos. «No es posible comprar un gramil en una tienda», explica; el gramil es la cuchilla con la que se hacen las hendiduras decorativas árabes.
El jardinero que leía a Proust
«Trabajando aquí te das cuenta de que no existe una tensión entre lo moderno y lo antiguo. Solo importa lo mejor», explica Cristóbal Romera, 31 años trabajando en los jardines del Generalife, como hiciera su padre. sin químicos. Romera, al mando de 16 jardineros, dedica parte de su energía a encontrar alternativas al uso de productos químicos. Por ejemplo, cultiva la albahaca limón como insecticida natural. lo espiritual. Cristóbal dice que, como cualquier jardinero que haya leído En busca del tiempo perdido, su labor se ha visto marcada por Proust. «Esta profesión te permite filosofar, hacerte a ti mismo». Y qué mejor que en la Alhambra: «Porque el espíritu del lugar existe, no es una cursilería».
Techos al alcance de la mano
Solo un diez por ciento de los techos de madera de la Alhambra pueden trasladarse. El dato es importante en el día a día de María José Domene; si debe actuar en el sitio, tiene que pasar toda su jornada a varios metros de altura, sobre un andamio, mirando hacia arriba. «Hago taichí para luchar contra los problemas cervicales -dice-, pero los becarios acaban baldados». labores para la historia. Ahora están trabajando en la sala el Peinador de la Reina, que se abre solo de forma ocasional y posee maderas del siglo XIII. «El Peinador no está mal para el tiempo que tiene. Y, aunque cuenta con restauraciones de varias épocas, creo que podemos dejarlo apañado para unos cien años».
Esta 'lucha' contra los insectos no es ALGO que se le ocurra a los más de dos millones de visitantes que pasan cada año por el Patio de los Leones. Hay muchas cosas que escapan al turista. Por un lado están los lugares cerrados que se sueña con dar a conocer, pero también las labores minuciosas, de trastienda y restauración, que en muchos casos ya solo se desarrollan aquí. En ellas se afanan medio millar de empleados que pese a los recortes y otras complicaciones que no faltan muestran su orgullo por moverse cada día por las entrañas de uno de los parajes más famosos del mundo.
Entre los lugares cerrados al público hay algunos que jamás podrán ser visitados. Un ejemplo son las mazmorras de la Alcazaba, la fortaleza medieval de adusta silueta. Solo puede accederse a ellas, a las celdas siniestras donde los cautivos esperaban el pago de su rescate, a través de una estrecha escalera de caracol. Reformar el sitio para que sea accesible supondría su total falsificación, el adiós a su atmósfera singular; pero permitir el paso en la situación actual pondría en peligro a los turistas que se aventuraran al descenso.
Otros lugares andan a la espera de una restauración total. Es el caso de Torres Bermejas, el edificio del complejo más visible desde la ciudad, que no ha sido jamás abierto al público. O de los Baños de Comares, a los que entramos junto con Elena Correa, jefa de restauración de la Alhambra. «Llevan quince años cerrados y hay que afrontar una actuación integral», comenta mientras repasa parte de sus hermosas yeserías policromadas.
Estos baños son un punto mágico: tienen una estructura similar a la de los baños romanos, con zonas calientes y frías, pero cuentan con la atmósfera recogida y la minuciosa decoración, siempre sin motivos figurativos, del periodo nazarí. En este refugio silencioso se relajaban los gobernantes del último reducto árabe en la península. ¿Cuándo podrán verse? Teniendo en cuenta que las medidas que se debían tomar para la restauración del Patio de los Leones se debatieron durante 40 años y que las obras acabaron el pasado mes de julio, nadie se atreve a dar una fecha.
Luego están los numerosos lugares que solo se abren cada tanto, rotativamente, como el Peinador de la Reina, ahora en restauración, o la Torre de la Cautiva. Esta última es otro punto impresionante: alimentada por la suave luz natural que proporciona su estudiada orientación, las filigranas de sus paredes no desmerecen las de los lugares más afamados del monumento. Debe disfrutarse sentado en el suelo, como lo hicieron sus habitantes originales; por las ventanas dispuestas a esa altura se contemplan los jardines multicolores, y en el techo se representa una alegoría sobre la ascensión al séptimo cielo. Que cabe imaginar como un lugar muy similar a este.
La verdad es que la Torre de la Cautiva se mantiene cerrada, salvo contadas excepciones, ante la certeza de que los visitantes tocan. Y desgastan. Y dejan una grasa que no somos muy conscientes de transportar en las yemas de los dedos. Es algo desafortunado, pero parece difícil resistirse a la tentación de sentir esas tramas de increíble belleza.
En los últimos años, la alhambra ha batido récords: «En 2011 hicimos nuestro tope de visitantes, 2,3 millones, y en 2012 bajamos un 2 por ciento, pero a cambio logramos un máximo en recaudación por la diversificación de la oferta de entradas, que es uno de los mecanismos básicos para luchar contra la crisis», señala Villafranca. Por ejemplo, además de tiques más económicos que solo dan derecho a visitas parciales o a los conciertos que se desarrollan en verano, han introducido una oferta de lujo para empresas en viajes de negocio o congresos que quieran visitar el lugar fuera de las horas de apertura al público.
En su condición de monumento más visitado de España año tras año, la Alhambra ha conseguido ser casi el único de titularidad pública autosuficiente: cubre el presupuesto previsto para su mantenimiento con la venta de entradas. Y eso le permite mirar hacia delante con un optimismo que no se estila mucho en estos tiempos. Y hasta afrontar proyectos nuevos, como el futuro Centro de Recepción de Visitantes, que reordenará los accesos al conjunto. El concurso lo ganó el arquitecto portugués Álvaro Siza, premio Pritzker, quien lo ha definido así: «el proyecto de mi vida». Se espera que esté concluido en no mucho más de cinco años.Esa relativa independencia económica también hace posible contar con un equipo en el que no faltan las ideas innovadoras. Una de las más curiosas es el Proyecto Redalh, que pretende recuperar las técnicas artesanales de la época en que la Alhambra era un palacio habitado, entre el siglo XIII y el XVI. Muchas de ellas son ya conocidas por los artesanos del monumento, pero aún son más las que cayeron en el olvido porque apenas hay documentación; como explica el jefe del taller de yesería, Ramón Rubio Domene: «En aquella época no solía coincidir que el que supiera un oficio también escribiera».
Los restauradores de la Alhambra saben que algunas de esas tareas olvidadas siguen siendo empleadas por artesanos marroquíes y andan intercambiándose visitas para mostrarse distintas técnicas o métodos de elaboración de materiales; por ejemplo, el pegamento fabricado a partir de cartílago de conejo que se emplea en la Alhambra para pegar las piezas a las paredes, no solo por sus ventajas ecológicas, sino también porque su uso es del todo reversible.
En los trabajos de jardinería se sigue un espíritu parecido. Las huertas se están repoblando con los cultivos que alimentaban a los habitantes en la época: alcachofas, habas, coliflores, coles, vides... También hay olivos y, de hecho, se comercializa en pequeñas cantidades un aceite elaborado con la producción de los árboles del entorno. Además, han empezado a recuperar la población de arrayanes (también conocidos como mirtos), unos arbustos que alcanzan gran altura, fueron dominantes en el paraje y de los que únicamente quedaba un solitario ejemplar.
Ese tipo de medidas son una plasmación del debate continuo que se suscita entre los conservadores de un sitio como este: ¿es mejor dejar que el tiempo ejerza su desgaste o conservar todo en el mejor estado posible, colocando piezas (o plantas) nuevas? Elena Correa, la jefa de restauración, adopta para la tarea que lidera un enfoque mixto: «Aquí debemos tener en cuenta el estado de la estructura. Si una viga está carcomida y pone en peligro el conjunto, hay que sustituirla por una nueva, sin más, aunque esta sea lo más respetuosa posible con lo ya existente. Las piezas de museo son distintas: es preferible mantenerlas en el estado en que se encuentren».
Ese debate surge también ante la acumulación histórica de «aportaciones espontáneas» de los visitantes. El militar jordano que en 2011 marcó con una moneda su nombre y la fecha en una yesería fue sancionado con una multa, pero en cambio se dejan por ahora los grafitis que se considera que tienen algún valor, desde los árabes del siglo XIV hasta los de los soldados napoleónicos que ocuparon el recinto en el siglo XIX, pasando por los del escritor Washington Irving, que con su obra diera a conocer el lugar al público estadounidense.
Otra faceta desconocida es el combate cotidiano contra la fauna local. Además de las abejas, están los aún más agresivos vencejos, que intentan anidar en el monumento. Y de las estribaciones de Sierra Nevada descienden de cuando en cuando garzas, tejones y hasta algún jabalí, pero aquí nadie parece sorprenderse mucho: «Esto no es el entorno controlado de un museo; esto es un lugar lleno de vida».
Luchar contra los dedos curiosos
Ramón Rubio, quien dirige el taller de yeserías, destaca que son los dedos de los visitantes, y no la sismología de Granada, los que más dañan las filigranas de yeso. Su equipo archiva copias de todos los motivos decorativos -como se ve en la imagen- para realizar reposiciones si fuera necesario.'Puntos táctiles'. El deterioro que provocan los visitantes al tocar es tal que sus artesanos andan en un proyecto curioso: la creación de 'puntos táctiles', reproducciones fieles hechas por ellos de los alicatados, las yeserías y los azulejos que estarán al alcance de los visitantes. «Con el desgaste que tendrán, durarán un año como mucho, pero lo importante es el manoseo que van a quitarle a los originales». tecnología. Rubio ha patentado un material que permite detectar las nuevas incorporaciones de yeso en los originales. Basta con pasar una luz ultravioleta por la superficie y se ve lo añadido. El invento ya ha despertado el interés del Museo del Louvre. Cumple con la ambición de todo conservador: intervenir con las menores consecuencias.
Como hace seis siglos
«Cuando hace 19 años me dijeron que me contrataban para la Alhambra, me vine dando saltos», dice Miguel Prado, que posa entre sus dos compañeros, Trino Urquiza y Eduardo Gallego. Prado no tiene formación como restaurador, porque no retoca piezas, las crea: es carpintero desde los once años. el último trabajo. En los últimos tiempos han tenido que renovar las piezas de madera de los cañones tardomedievales expuestos a la intemperie, incluyendo la base y las ruedas. Para esas piezas nuevas emplea madera de olmo cortado en la propia Alhambra hace cinco o seis décadas, «que guardamos como oro en paño», confiesa. herramientas de época. Su equipo crea sus propias herramientas como se hizo hace siglos. «No es posible comprar un gramil en una tienda», explica; el gramil es la cuchilla con la que se hacen las hendiduras decorativas árabes.
El jardinero que leía a Proust
«Trabajando aquí te das cuenta de que no existe una tensión entre lo moderno y lo antiguo. Solo importa lo mejor», explica Cristóbal Romera, 31 años trabajando en los jardines del Generalife, como hiciera su padre. sin químicos. Romera, al mando de 16 jardineros, dedica parte de su energía a encontrar alternativas al uso de productos químicos. Por ejemplo, cultiva la albahaca limón como insecticida natural. lo espiritual. Cristóbal dice que, como cualquier jardinero que haya leído En busca del tiempo perdido, su labor se ha visto marcada por Proust. «Esta profesión te permite filosofar, hacerte a ti mismo». Y qué mejor que en la Alhambra: «Porque el espíritu del lugar existe, no es una cursilería».
Techos al alcance de la mano
Solo un diez por ciento de los techos de madera de la Alhambra pueden trasladarse. El dato es importante en el día a día de María José Domene; si debe actuar en el sitio, tiene que pasar toda su jornada a varios metros de altura, sobre un andamio, mirando hacia arriba. «Hago taichí para luchar contra los problemas cervicales -dice-, pero los becarios acaban baldados». labores para la historia. Ahora están trabajando en la sala el Peinador de la Reina, que se abre solo de forma ocasional y posee maderas del siglo XIII. «El Peinador no está mal para el tiempo que tiene. Y, aunque cuenta con restauraciones de varias épocas, creo que podemos dejarlo apañado para unos cien años».
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