Agustín
Iglesias-foto- tiene 59 años, pero se define como un chico urbano que quiere
hacer teatro. Rechaza ser calificado como neorural, uno de ...
En 2005 vendió lo que tenía en Madrid, se vino a Los Santos de Maimona y abrió una sala de teatro en un supermercado,.
Agustín Iglesias Director teatral de la sala Guirigai de Los Santos de Maimona,.
Agustín Iglesias tiene 59 años, pero se define como un
chico urbano que quiere hacer teatro. Rechaza ser calificado como
neorural, uno de esos urbanitas quemados que dejan la gran ciudad y se
vienen al campo: «Yo ni soy campesino ni tengo vocación campesina ni
hippie de ningún tipo».
Su padre era ebanista y su madre una mujer muy emprendedora
que lo mismo trabajaba en el metal que abría una tienda de bordados.
Vivían en Vallecas y Agustín era un muchacho con inquietudes que
apuntaba maneras para ser ingeniero de minas, pero acabó haciendo
Magisterio porque así tenía más tiempo para el teatro.
Ejerció como maestro tres años hasta que vio claro que era
imposible compatibilizar la enseñanza y la pasión teatral. Fundó el
grupo de teatro Guirigai, una de las referencias culturales de la
Transición, triunfó con sus montajes en Europa y en América y de pronto,
un buen día, decidió romper con todo, dejar Madrid y venirse con su
mujer, Magda, y sus escenografías a Los Santos de Maimona.
-Estás loco, Agustín. ¿No le decían eso?
-No creo estar loco por haberme venido a Extremadura, creo
que ha sido uno de los actos más lúcidos que hemos hecho Magda y yo. Y
más con esta crisis brutal. Hemos venido a arraigarnos a un territorio.
Tenemos mejores condiciones que en Madrid, la vida no es tan dura.
Tenemos un espacio de creación y el respeto de la gente de la comarca,
del pueblo, de la región. Los vecinos que nunca han venido ni van a
venir a la sala a ver teatro se sienten orgullosos de nosotros. Y en el
ayuntamiento encontramos cordialidad, es un ayuntamiento muy pequeño,
tampoco vas a pedir más.
TÍTULO: UNA LUCHA CON ATRACTIVO TURÍSTICO,.
Una lucha con atractivo turístico
En
el Campamento Dignidad de Plasencia hay toque de diana. A las siete y
media de la mañana están arriba los entre siete y diez acampados,.
Lejos de enfriarse, crece la solidaridad con quienes
eligieron la catedral para reivindicar justicia social hace casi dos
meses
El Campamento Dignidad de Plasencia recibe a diario visitas de vecinos y también de visitantes
Les han prestado colchones y menaje de cocina y les llevan la comida
Muchos se pasan cada día a escuchar, que es lo único que pide la plataforma
En el Campamento Dignidad de Plasencia hay toque de diana. A
las siete y media de la mañana están arriba los entre siete y diez
acampados que se turnan para dormir en la catedral, el lugar en el que
se han asentado tras llegar a un acuerdo con el Obispado. A esa hora
tienen que abrir la puerta de las estancias que ocupan para que pasen
los trabajadores del templo.
Es una de las reglas del acuerdo que indignados y clérigos
han pactado con el fin de mantener un orden. La semana que viene se
cumplirán dos meses de esta ocupación y lejos de enfriarse, los apoyos
que recibieron en un principio han ido creciendo, hasta el punto de que
se han convertido en algo parecido a reclamo turístico más.
El Campamento Dignidad se hizo realidad el 27 de febrero en
una noche de frío, lluvia y viento que no fueron suficientes para echar
atrás al medio centenar de vecinos de la ciudad del Jerte que
decidieron montarlo. Tras celebrar una asamblea pública bajo el reloj
del Abuelo Mayorga y alzar pancartas de protesta en un pleno del
Ayuntamiento, decidieron irse a dormir a la plaza de la catedral, al
raso, en lugar de hacerlo en sus camas.
Fue la manera que eligieron para reclamar justicia social y
medidas que frenen los desahucios, promover una renta básica de al
menos 600 euros y llevar a las instituciones a firmar planes laborales
para emplear a 25.000 extremeños. La meteorología horrible de aquella
noche no los doblegó, ni tampoco la presencia de policía que pretendía
frenar sus intenciones. Se plantaron frente al templo y al día siguiente
incluso traspasaron sus puertas. Y allí se quedaron.
Es donde continúan, junto a la catedral vieja de Santa
María, ocupando un patio y unas estancias en las que duermen, comen, se
entretienen e informan. Se las cedió la Iglesia placentina, que en dos
ocasiones anteriores hizo lo propio con otros vecinos que llamaron a sus
puertas; primero coincidiendo con una huelga general en 1977 y después
con motivo de las protestas de los trabajadores que se quedaron en la
calle por el cierre de la vieja fábrica de gres Gresiber, en la década
de los 80, y que estuvieron varias semanas resguardados en esta misma
sede.
Ceder la catedral fue una de las primeras muestras de
solidaridad que recibieron los ahora acampados. Y si algo sorprende más
de cincuenta días y noches después es que en vez de decaer la moral, que
al principio suele ser más fuerte, cada vez hay más ánimo porque van
consiguiendo más adhesiones.
Por ejemplo, las de las decenas de turistas que se topan
con ellos en su recorrido por la zona monumental, entran a saludarles y
de paso dejan huella en los folios de recogida de firmas que tienen
justo al pasar la puerta principal, una sucesión de hojas en las que
aparecen los nombres de madrileños, valencianos, vascos, catalanes...,
que estuvieron de paso por Plasencia.
«Ha habido incluso un señor que vino expresamente de Madrid
para conocernos, después de saber de nosotros a través de las redes
sociales», cuenta Agustín Real.
Entre los últimos en dejar su rúbrica están Margarita y su
madre, dos madrileñas que harán lo mismo cuando lleguen a Mérida, otro
de los destinos de su periplo por Extremadura.
El obispo, Amadeo Rodríguez, también ha firmado en ese
listado y el Jueves Santo, cuando terminó la misa de la mañana, se pasó
por el campamento y tomó unas migas con ellos. De hecho, antes de
terminar la celebración dijo a sus feligreses que ese era su plan para
inmediatamente después.
Otros sacerdotes como Felipe García y Julián Martín también
están con ellos y se encargan de llevarles a diario comida de Casa
Betania, el comedor social de Cáritas.
«Yo no soy hombre de Iglesia pero reconozco la labor que
ellos y otros sacerdotes están haciendo y lo agradezco enormemente»,
dice Valeriano 'Chiqui', uno de los veteranos de la lucha social en la
ciudad del Jerte, fundador de la Plataforma de Parados que se puso en
marcha hace ya cinco años.
En el caso de que la comida no llegue para todos, tienen
bombonas de camping gas, sartenes y demás menaje para cocinar algo,
gracias de nuevo a la voluntad de los vecinos de Montehermoso, que a
través de la asociación Valderrosas les ha cedido este instrumental.
Otras asociaciones, como la del barrio del Pilar de Plasencia les ha
dejado una paellera gigante, mientras que la de San Miguel ha puesto a
disposición su local vecinal por si lo necesitan.
Mayores y pequeños
Lo cierto es que por el campamento pasa gente de todas las
edades y colores. Políticos y expolíticos, sindicalistas, amas de casa,
abuelos, gente de misa diaria, agnósticos u hosteleros para ver si
necesitan algo o, simplemente, charlar.
«Lo que más me emociona, hasta el punto de que alguna vez
ha hecho que se me quiebre la voz, es la gente mayor y los numerosos
jóvenes que están con nosotros», cuenta Manuel Rodríguez, el coordinador
del grupo.
Entre los primeros están los coros El Pandero, del Hogar de
La Avenida de La Vera y también el de La Data, que les acompañan
cantando las jotas indignadas a las que les ponen música tradicional.
Entre los segundos hay gente como Rubén Pajares, de 25 años
y estudiante de Edificación en el campus placentino de la Uex, que va a
la catedral varios días .
«Lo hace mucha más gente como yo, hasta más pequeños,
menores de edad incluso, que simpatizan con la reivindicación pacífica
de esta gente. Reclaman derechos en libertad y justicia social. Los que
venimos lo hacemos para que sientan apoyo, para charlar o echar una mano
en lo que haga falta».
Un dato curioso es que el jueves, coincidiendo con la
celebración en Plasencia de un Congreso Nacional de Enfermería, hubo
alumnos llegados desde fuera que se pasaron por el campamento a hacer
una pancarta con la que por la tarde les acompañaron en su concentración
en la calle.
«Nos dijeron que en el hotel en que estaban alojados no
tenían espacio para prepararla», cuenta Alejandro Sánchez, uno de los
jóvenes acampados, que solo excepcionalmente sale de la catedral «para
ir a casa, ver a mis padres y cumplir como buen hijo y algunos sábados
para estar con los Scouts porque soy monitor».
Ignacio Izquierdo es otro de los indignados de menos edad y solamente la gripe ha conseguido que se fuera unos días a casa.
Una de las habituales en sus visitas es la concejala Flor
Prieto que, de hecho, fue la primera en mostrar apoyo la misma noche que
se organizó el campamento .
«Suelo pasarme lunes y miércoles cuando salgo de la Escuela
de Idiomas. Son los días en los que celebran asamblea y me gusta
quedarme y después difundir lo que dicen a través de las redes
sociales».
Como en Plasencia, hay dos campamentos Dignidad más en la
región, tanto en Badajoz como en Mérida, donde se montó el primero. En
ambos casos están frente a las oficinas del Servicio Extremeño Público
de Empleo (Sexpe).
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