El rey encarrilado
La biografía de Guillermo Alejandro Nicolás Jorge Fernando
de Orange se puede leer como la crónica de una domesticación. El hombre
rubicundo y sonriente que vemos en las fotos, ese padre amantísimo que
ayer mismo cumplió los 46 y pasado mañana se convertirá en rey de los
Países Bajos, fue un joven propenso a los excesos que contemplaba su
futuro con desgana. Y, si nos remontamos todavía más en su vida, nos
encontraremos con un niño problemático y un poco salvaje, experto en dar
quebraderos de cabeza a la familia real. De su infancia, se suele
recordar aquella ocasión en la que dedicó un sonoro 'oprotten' a «la
prensa holandesa», una forma menos fina de mandar a los periodistas al
carajo, y también hubo alguna ocasión en la que recurrió directamente al
tirachinas.
«Tenía problemas con mis padres y ellos los tenían
conmigo», ha admitido el propio príncipe al ser preguntado por su
adolescencia. Y eso que Guillermo Alejandro y sus hermanos -Friso, que
ahora tiene 44 años y está en coma desde febrero de 2012 por un
accidente de esquí, y Constantino, de 43- crecieron protegidos del
escrutinio público y de su propia condición. Su madre, Beatriz, dio
instrucciones al servicio para que los llamase por su nombre de pila,
sin tratamientos ni bobadas. «Creo que tuvimos una infancia normal, nos
veíamos expuestos solo en rarísimas ocasiones», recuerda el heredero.
Ante el carácter cada vez más conflictivo de su hijo mayor, los reyes
decidieron enviarlo a un internado de Gales, para ver si allí lo
enderezaban. Después hizo el servicio militar y estudió Historia en la
Universidad de Leiden, empleando seis años para una carrera de cuatro.
De aquella época le viene el apodo de 'Príncipe Pils', por
su afición a trasegar cerveza. Como si fuese una venganza tardía por el
exabrupto y las pedradas de la infancia, la prensa holandesa hizo
popular una foto en la que se le veía bebiendo, y Guillermo Alejandro
adquirió una fama quizá exagerada de príncipe parrandero e insensato.
«Mi imagen no es algo que me mantenga ocupado todos los días, pero me
entristece que una fotografía mía con un vaso haya tenido más influencia
en mi imagen que los años de entrenamiento para ser rey», se ha
lamentado alguna vez. Lo que está claro es que, mientras apuraba las
mieles de la juventud, que son mucho más dulces cuando se dispone de una
asignación de príncipe, el porvenir que tenía marcado le parecía muy
poco apetecible. Dorine Hermans, autora de varios libros sobre la
familia real holandesa y la dinastía de los Orange, recuerda una frase
que dijo el heredero a los dieciocho años: «Si me planteasen 'puedes
elegir, tú o Friso', yo respondería inmediatamente que se hiciese cargo
Friso. Pero creo que Friso no estaría de acuerdo. Él siempre les dice a
los amigos: 'Podéis pelearos con Alex, pero no le matéis, porque
entonces tendría que ser rey yo'».
¿Cómo es en realidad Guillermo Alejandro? «Es muy directo,
tiene un gran sentido del humor, resulta encantador cuando quiere, pero
también puede mostrarse muy testarudo e irascible -le describe Hermans-.
Es un padre de familia que adora a su mujer y a sus hijas, y también a
sus padres, sus hermanos y sus abuelos. En 1997 dijo que le gustaba más
la manera de gobernar de su abuela Juliana que la de su madre, y siempre
mantuvo una buena relación con su abuelo Bernardo, que le llevaba en
barca cuando era niño y de adolescente le enseñó a pilotar». Los
expertos en la casa real holandesa coinciden en señalar que Guillermo
Alejandro ha salido mucho mejor de lo que esperaban, incluso hay alguno
que considera su evolución «un pequeño milagro», y el mérito de esa
metamorfosis se suele atribuir a Máxima Zorreguieta, la economista
argentina a la que conoció en la Feria de Abril de Sevilla y con la que
se casó hace once años. «Desde que ella entró en su vida, ha dado
muestras de que le agrada la tarea a la que está destinado. Está
totalmente entregado a Máxima», resume Dorine Hermans.
Máxima también ha sabido ganarse a los holandeses, pese a
los recelos que inspiró el pasado de su padre, ministro durante la
dictadura militar argentina. La pareja ha tenido tres hijas -Catalina
Amelia, Alexia y Ariadna- y se ha mantenido más o menos limpia de
escándalos. El más grave fue su inversión en un 'resort' turístico en
Mozambique, un proyecto tachado de inmoral y ensombrecido por sospechas
de corrupción que les ha complicado la vida durante cuatro años, hasta
que en 2012 vendieron su propiedad. También han tenido enfrentamientos
con los medios de comunicación e incluso llevaron a juicio a la agencia
AP, por unas fotos que les habían tomado mientras esquiaban en
Argentina. Pero, en general, los conflictos en los que se ve envuelto el
príncipe son de índole menor: el año pasado se disculpó, por ejemplo,
por haber participado en un torneo de lanzamiento de inodoros en Rhenen,
bonito festejo en el que arrojó con estilo un váter pintado de naranja.
Y también metió la pata durante un discurso en México, al citar en
castellano la versión grosera de un refrán: «Camarón que se duerme
-dijo- se lo lleva la chingada».
Maratón y patinaje
En las últimas semanas, la mayor controversia se ha
referido a sus ingresos. Con la abdicación de su madre y su ascenso al
trono, Guillermo Alejandro pasará a cobrar un salario anual de 825.000
euros, al que se suma una dotación de 4,4 millones para gastos. A Máxima
le corresponderán 327.000 euros por un concepto y 574.000 por el otro.
«Si hay recortes, debemos pensar que la mayor parte del gasto es por la
gente que trabaja para nosotros. Y eso son empleos», destacó el príncipe
en una entrevista televisiva que se emitió hace diez días. En ella
también explicó por qué ha decidido reinar con su propio nombre,
Guillermo Alejandro, en lugar de convertirse en Guillermo IV: «Quiero
seguir siendo yo mismo», aclaró.
Por eso tampoco abandonará su gran afición, la de pilotar.
Para mantener la licencia, ha de cumplir un determinado número de horas
de vuelo al año, así que no resulta raro que el propio príncipe se ponga
a los mandos en las salidas al extranjero de la familia real. «Esa
responsabilidad de llevar un avión con pasajeros te aclara la mente»,
asegura. Guillermo Alejandro es además un buen deportista, que corrió en
una ocasión la maratón de Nueva York y también completó, de incógnito,
los doscientos kilómetros de la Carrera de las Once Ciudades, la gran
fiesta del patinaje sobre hielo en Holanda. El martes, este experto en
gestión del agua se convertirá en el rey más joven de Europa, y los
holandeses contemplan el relevo sin las profundas dudas que el príncipe
les inspiró durante muchos años. Eso sí, hay algo que ni siquiera Máxima
ha conseguido corregir. A la argentina le encanta bailar, pero parece
que su marido se adapta mejor al trono que al ritmo: «Intento empujarle
-se resigna la futura reina-, pero tiene las caderas un poco rígidas».
TÍTULO: MI PADRE DECÍA QUE SOLO HAY QUE IZAR LAS BANDERAS CUANDO LAS PROHÍBEN,.
«Mi padre decía que solo hay que izar las banderas cuando ... - Hoy
«Mi padre decía que solo hay que izar las banderas cuando las prohíben»
Rosa Regàs juega con sus perros en el jardín de su masía,
recostada sobre una hamaca y a la tenue sombra de la higuera que le
regaló Oriol Bohigas. Cerca están el sauce llorón de Jaime Salinas, la
palmera de Juan Benet y otros árboles de Félix de Azúa, Manuel Huerga,
Javier Rioyo y un puñado de escritores, amigos y familiares. «Cuando me
vine a vivir aquí, quienes me visitaban me preguntaban qué traían, y a
todos les decía que un árbol. Así he formado este jardín», explica. Al
fondo hay unos olivos y más allá una valla tras la que sestean ocas,
burros y algunas gallinas. Es el entorno en el que discurre la
existencia cotidiana de una mujer que, como tituló Neruda sus memorias,
confiesa que ha vivido. Y cada día de su intensa trayectoria ha ido
soltando lastre para apurar lo esencial: la oportunidad de emocionarse,
reír, llorar, ser solidaria y poder hacer felices a quienes la rodean.
- Compré esta masía en 1975 y me empadroné aquí cuando
empecé a trabajar para la ONU, pero no me vine a vivir de manera
definitiva hasta que dimití como directora de la Biblioteca Nacional, en
2007.
La conversación ha comenzado en la cocina. Está sentada
ante una mesa de madera antigua, aunque no tanto como la casa (1748),
mientras los tres perros que la siguen a todas partes entran y salen y
pasan entre los cestos donde hay patatas, cebollas, huevos y unos
tomates.
- Ha ocupado puestos relevantes en importantes
instituciones y ha viajado por todo el mundo. ¿Cómo lleva vivir sola en
una masía aislada en el campo?
- Siempre he preferido pasear por una ciudad, pero el campo
tiene muchas cosas buenas, aunque pagas un IBI que te mueres, si
quieres conexión con la red de agua la tienes que poner tú y apenas hay
cobertura de móvil, como si esto fuera Ghana. Pero me gusta ver amanecer
en primavera, sentir los olores y los colores...
- ¿Y qué hace, cómo pasa las horas?
- Por la mañana, leo las noticias, cojo el coche y hago
algunos recados. Luego, muy temprano, como algo y después camino un rato
y trabajo. A última hora veo el programa de Wyoming y me salto las
noticias porque me dan tristeza. Después leo, sobre todo novelas rusas
del XIX, aunque también Proust y ensayos sobre los problemas actuales, y
me acuesto. Y escucho música. Casi siempre clásica, de Bach a Richard
Strauss.
- Se ha retirado al campo después de haber llevado una vida
muy urbana desde siempre, porque nació en Barcelona y luego vivió en
París...
- Sí. Mi padre era de ERC y tenía un cargo en la
Generalitat en el momento en que comenzó la guerra. Él estuvo en
Barcelona hasta el día antes de la caída de la ciudad, pero a mi hermano
Oriol y a mí nos enviaron a París en 1937. Luego, acabada la guerra, mi
abuelo -que, como la mayoría de la burguesía catalana, se había pasado
al franquismo- logró que volviéramos. Nunca olvidaré que el día antes de
partir estuvimos con mi padre en París viendo 'Blancanieves'. Mi
abuelo, que era católico y facha, consiguió la patria potestad y nos
enviaron a colegios de curas y monjas.
- No parece tener un recuerdo muy idealizado de su infancia.
- Es que no se puede idealizar viviendo con un abuelo
déspota que era como Abraham: nos habría sacrificado si Dios se lo
hubiese pedido. Por su culpa, solo podíamos ver a mi madre una vez al
mes.
- ¿Por qué?
- Porque mis padres se habían separado y mi madre se fue a
vivir con una amiga con la que estuvo hasta su muerte, con más de 90
años. Hasta los 17 apenas me relacioné con nadie: mis compañeras de
colegio tenían prohibido hablar con la hija de unos rojos y además
separados...
- ¿Envidiaba usted a las familias tradicionales?
- Cuando estaba interna en el colegio, venían los padres de
las demás chicas a verlas y yo pensaba que algún día tendría una
familia pero distinta. Al final me inventé la mía porque no me gustaban
los modelos que veía. Creo que el éxito está en que los padres (o las
madres) sean autónomos y consigan que los niños lo sean. No hay que
imponer nada, salvo la buena educación.
Los años del cambio
Se casó muy joven «con un chico de clase media-alta» y a
los 24 años tenía cinco hijos. Entonces, se matriculó en la Universidad
gracias a las 3.000 pesetas que le dio su madre para hacerlo. «Al
principio, a mi marido no le gustó que estudiara», recuerda con la
mirada casi perdida, mientras recorre la casa con los periodistas,
enseñándoles dónde duermen sus nietos y bisnietos cuando van a
visitarla. Confiesa que no se sentía identificada con Rosa María Sardà
cuando la interpretó a ella en la serie de TV basada en el libro en el
que contaba sus veranos rodeada de nietos en la masía y se ríe, jovial,
cuando se le pregunta por su trayectoria inicial de 'señora de la buena
sociedad catalana'. «Ni mi hermano ni yo heredamos nada de nuestro
abuelo. Siempre he vivido del dinero que he ganado. Toda la vida me han
llamado 'pija' y no sé muy bien por qué».
- Tras su paso por la Universidad, trabajó en una editorial. Allí conoció a Carlos Barral. ¿Cómo fue la experiencia?
- Mi educación literaria la hice con él, de 1964 a 1970. Si
los intereses espurios de ciertas personas no le hubieran arrebatado su
editorial, yo habría seguido allí, donde conocí a tantos autores. Pero
no fue así, y en 1970 monté mi propia editorial para hacer lo que había
aprendido.
- Y luego una revista de arquitectura, y su presencia en
las noches de Bocaccio... Ustedes, los de la 'gauche divine', eran
modernos, glamurosos, de izquierdas.
- Nos divertíamos y vivíamos, pero también trabajábamos
mucho. Eso de la 'gauche divine' tenía su gracia, pero la denominación
estaba equivocada. Éramos de izquierdas, sí, pero casi nadie militaba en
ningún partido. Y nos interesaba mucho saber lo que se estaba haciendo
en el mundo en distintas disciplinas.
- Además, tenían vidas agitadas que algunos han ido
contando con muchos detalles, a veces escabrosos. ¿Le molestó lo que
publicó Salvador Pániker en sus diarios?
- ¿Qué? ¿Lo de que nos habíamos acostado? Algún tiempo
después de publicar el libro nos encontramos y se lo comenté: 'Mira
Salvador, si tú lo dices no tengo por qué dudarlo, pero la verdad es que
no lo recuerdo...' Si has llevado una vida muy libre, esa es la
respuesta adecuada. Al margen de eso, las cosas pueden verse así, como
dice, pero tenga en cuenta que entonces los famosos no eran como ahora.
En el piso de encima de mi casa de Cadaqués vivió Marcel Duchamp, pocos
años antes de esta época de la que hablamos, y nunca vi por allí a
ningún periodista...
Conciencia y literatura
La escritora habla de la represión vivida en esa época. No
tanto la política, que sufrían más en Madrid, «donde muchos
intelectuales estaban vinculados al PCE y por eso era mayor el control»,
como la social. Los recuerdos fluyen ante una botella de vino blanco y
un fuet, y los ojos de Regàs sonríen tras los cristales azules de sus
gafas al contar cómo eran los grupos de matrimonios católicos que
aparecen en su reciente novela 'Música de cámara' y en los que ella
misma participó. «El jefe del nuestro era Jordi Pujol, que iba con Marta
Ferrusola. Lo pasé mal en esos años. Cualquier cosa que hicieras era un
drama. La mierda de represión social del 'qué dirán' estaba muy
vigente».
- Luego llegó su toma de conciencia política.
- Sí, el punto de partida estuvo en una conferencia de
Vázquez Montalbán a la que asistí en la Universidad. Luego conocí a
gente de izquierdas y hasta les dejé mi casa para reuniones. Tenían que
irse un rato antes de que llegara mi marido... ¡Si se llega a enterar!
- Y la toma de conciencia personal.
- Al cumplir los 50 años estaba harta de la editorial y
pensé que tenía pendiente escribir. Así que cambié el rumbo de mi vida:
dejé de fumar, me separé, vendí la editorial, me puse a escribir y al
tiempo preparé las oposiciones para traductora de la ONU. Empezó
entonces mi vida de nómada.
- ¿Cómo fue esa vida?
- Soy una persona con raíces en las ideas, pero no en el
territorio. Por eso he estado muy a gusto en todas partes, lo mismo en
París que en Nairobi. El día que me iba de un sitio me daba algo de
pena, pero se me pasaba enseguida, en cuanto pensaba que iba a conocer
otro lugar.
- Lo de escribir parece una vocación tardía.
- No pude hacerlo hasta que me dediqué a la traducción. El
primer libro fue un encargo que me hizo Carlos Trías, un texto sobre
Ginebra. Luego llegué a la narrativa y descubrí que se basa en la
experiencia y la memoria, pero hay que darle autonomía, hay que hallar
la música de la prosa. Escribí mi primera novela con 58 años.
- Pero luego ha recibido los premios Nadal, Planeta, Ciudad
de Barcelona y hace bien poco el Biblioteca Breve. ¿No se ha
arrepentido de haber empezado antes, a la vista del éxito?
- No, porque entonces me habría perdido otra parte de mi
vida, la gente que conocí... No cambiaría nada de mi pasado, ni siquiera
mi matrimonio, aunque no haya podido presumir de que el amor de mi vida
durara para siempre. No, creo que solo cambiaría unos pequeños errores,
nada importante.
El futuro y las patrias
La entrevista continúa en un restaurante de Calella de
Palafrugell situado en los bajos del antiguo hotel Batlle, donde Joan
Manuel Serrat compuso 'Mediterráneo'. Para llegar hasta allí, hay que
transitar unos kilómetros por una carretera que atraviesa un par de
núcleos de población y luego caminar por unas calles peatonalizadas en
las que pueden verse unas cuantas 'senyeras' y 'esteladas' en ventanas y
balcones. Regàs comenta, casi resignada, que no le gusta ese alarde de
banderas. Ni las catalanas ni las españolas, matiza.
- Nunca había visto tantas como ahora, en Barcelona y en
Madrid. Mi padre decía que las banderas solo deben izarse cuando están
prohibidas, y no es el caso. El amor que tengo por Cataluña no tiene
nada que ver con eso. Si tuviera que buscar un referente, sería Espriu,
no una bandera.
- Si no le gustan las banderas, tampoco las continuas apelaciones a la patria que hacen algunos.
- Por supuesto. Pero no es de ahora. Fíjese en lo que
ocurrió con Banca Catalana. Pujol dijo que aquello era un ataque a
Cataluña. La confusión del líder con la patria es el primer paso hacia
el fascismo. Ahora sucede igual. Y la patria esconde tanta mierda...
Todo es una gran estafa. También lo es tener un presidente del Gobierno
que ha incumplido todas sus promesas. Todo es una broma macabra, y la
mayor es que la deuda privada de los bancos se convierta en pública y se
pague con la casa, la sanidad y la educación de la gente.
- ¿Imagina una Cataluña independiente?
- Tengo muy poca imaginación para el futuro. Pero lo que
más me sorprende es que luchemos por una Cataluña independiente de la
mano de un partido lleno de corruptos.
- En un ámbito más personal, ¿qué pide al futuro?
- Me gustaría envejecer con la cabeza clara, como mi madre.
Me gustaría despedirme de mis hijos, decirles que he tenido una vida
intensa. Y que ellos, que tienen trabajos relacionados con la cultura,
puedan salir adelante. En cuanto a los amigos, me quedan tan pocos...
Casi todos han muerto.
- ¿Echa de menos a alguien?
- Sí. A Eugenio Trías, a Agustí Fancelli, a Carlos Barral, a
mi madre y a muchos más. Realmente, ya no tengo a nadie con quien
hablar de literatura.
- ¿Se ha quedado con ganas de mandar a hacer puñetas a mucha gente?
- No. Lo he hecho en cada ocasión en la forma en que he
podido. Tampoco me gusta romper con nadie. No lo hecho ni con mi marido
ni con mis amantes. Soy más de acumular. Por eso, cuando hago una fiesta
aquí, por cualquier motivo, aparecen muchas personas. Tener una casa
siempre abierta es una de las cosas que más me gustan.
- Pero vive sola.
- Es curioso. Nunca he necesitado de mucha gente, pero si
me dicen hace unos años que iba a vivir aquí, sola, y encima
disfrutarlo... Eso sí que es algo que he aprendido.
- ¿Qué es, finalmente, la vida?
- Una oportunidad que te da la naturaleza para emocionarte,
reír, llorar, ser solidario... Algo que tiene su principio y su final y
no hay que darle más vueltas. Nos rebelamos contra el olvido que
seremos y por eso creamos cualquier trascendencia. Dentro de cincuenta
años nadie se acordará de nosotros, y qué más da si hemos tenido la
oportunidad de vivir. La vida es ir dejando lastre. Te da pena, pero no
puedes volver atrás.
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