Han sido años de tópicos y mala leche. Demasiado tiempo el que han soportado muchos valientes que buscaban el amor a través de las redes telemáticas. Internet como fuente de inspiración para buscar el alma gemela. Vehículo facilitador para encontrar un compañero con el que compartir viaje. Tan bella empresa solo recibía incomprensión y chistes fáciles: ¡Seguro que es un callo malayo! ¿Te ha enviado una foto? Dice que se llama María, pero seguro que es Manolo, friki, que eres un friki… Encajando las risas en la espalda, mientras la pantalla del ordenador nos devolvía frases que llenaban vacíos que pensábamos no existían.
Pero se acabó. Leo en El Mundo que acaba de publicarse un estudio de la Universidad de Chicago, recogido en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS), que viene a decir que los matrimonios nacidos de una relación iniciada en páginas de citas online duran más y son más satisfactorios para los miembros de la pareja. Mucho más que aquellos que se conocieron en bares (qué lugares) o en arriesgadas citas a ciegas. Una vez roto el mito, la verdad es que la forma de trabajar de estas webs facilita bastante que las relaciones perduren. Básicamente, al introducir nuestros datos y preferencias al rellenar el perfil, estamos ahorrando bastante tiempo y sorpresas comparado con una aventura iniciada desde cero en cualquier barra de bar. Si te gusta el cine iraní de los ochenta, y buscas pareja con tu misma afición, cuestión que además es vital para ti, te ahorrarás ir encuestando por el local nocturno una por una a las personas que puedan ser tu media naranja, y desde luego mejorará bastante tu reputación. A nadie le gusta ir por ahí con un tipo que se empeña en preguntarle a todo lo que se mueve si conoce a directores persas de los años de la movida. La web lo hará por ti, y en el caso de que exista ese alma gemela unida por el celuloide de oriente, os pondrá en contacto.
La vida conectada es un regalo. Los tabúes y mitos de antaño, que veían en la Red un nido de peligros, y cuyo uso para conocer gente era observado con cautela por los más conservadores en la materia, son cosa, ahora más que nunca, del pasado. Disfrutar, en toda su amplitud, de las ventajas de la tecnología, es un derecho que nos hemos ganado. El desconocimiento, una lacra que solo podemos combatir con una educación digital para todos, es el mayor aliado de eso que llamamos brecha digital. De moda durante mucho tiempo, pero olvidada a pesar de que sigue siendo el analfabetismo del siglo XXI en los países más desarrollados. Busque usted una novia o un novio en Internet, sin miedo al qué dirán ni a los agoreros. Bastantes problemas tenemos ya, como para no aprovechar la conexión en algo que nos alegre el cuerpo, y el espíritu.
TÍTULO: A PROPOSITO DE CAMILLA,.
A propósito de Camilla,
De
pequeña, decidí que ser hada era mucho mejor que ser princesa. Las
hadas eran libres, podían volar, hablar con los animales y llevar ...
De pequeña, decidí que ser hada era mucho mejor que ser princesa.
Las hadas eran libres, podían volar, hablar con los animales y llevar
esos vestidos etéreos, más bonitos que los de las princesas y, sobre
todo, mucho más cómodos, sin corsés ni perifollos, amén de que con un
toque de varita mágica podían convertir a una rana en príncipe. En
cambio, ser princesa presentaba demasiados inconvenientes. Tenían que
obedecer y, para casarse finalmente con el príncipe azul, debían sortear
agotadoras dificultades. Además, no tenían ningún quehacer
emocionante. Las presentaban un poco paniaguadas y tontorronas, sin más
papel que man tener los rizos bien peinados y esperar a que las mirara
el príncipe. Así que me puse de nombre hada Catalina y me metí tanto en
el papel que, si en casa me regañaban por alguna travesura, les
amenazaba con convertirles en ranas.
Me parece que entre las princesas de hoy y las de los cuentos infantiles no hay tanta distancia. Siempre busco en las revistas la foto de Camilla, duquesa de Cornualles. Aunque no tengo ni un pelo de monárquíca, siento cierta simpatía irracional por ella. Creo que se debe a que es la menos princesa de todas, una mujer real y no una maniquí perfecta. Durante años le colocaron el sambenito de “la mala”, “la otra”. Y nadie parecía comprender cómo un hombre podía estar prendado de ella y no de la glamourosa Diana de Gales. Al fin y al cabo, Camilla tiene unos kilos de más, un rostro no muy agraciado y no es una jovencita. Es una matrona a la que le gusta la vida campestre, a la que su aspecto físico le preocupa lo justo y que tiene más intereses que lucir palmito, porque no lo tiene o porque prefiere un buen solomillo aunque eso conlleve un michelín.
Nunca he podido entender por qué en su día la reina Isabel no se dio cuenta de que la mujer ideal para su hijo Carlos era Camilla, que, además, es igual de peculiar que los Windsor. Quizá Diana de Gales fue el verso suelto, la nota discordante en esta familia amante de la caza del zorro, los largos paseos por el campo, la discreción y las buenas maneras. Camilla es como ellos, pero en una versión más relajada. Junto a la ya reina Máxima de Holanda, me parece la más auténtica, la más libre. Y, de todas las princesas, solo ella produce la impresión de sentirse contenta consigo misma. No entiendo por qué los ingleses no se han rendido a la duquesa de Cornualles, que es la quintaesencia de lo británico. No es guapa, no es glamurosa, viste discretamente, luce una sonrisa socarrona y, sobre todo, parece feliz, al contrario que algunas candidatas a reina, que tienen el gesto agrio, la mirada cansada y el porte estirado. Creo que, si le llega la oportunidad, será una reina que encarnará a la perfección la indosincrasia de Inglaterra. Dirán ustedes que a qué viene este artículo. Acabo de estar en la peluquería, que es donde hojeo las revistas del corazón, y me he topado con uno de esos reportajes de princesas y príncipes. Allí estaba Camilla, sonriente, segura de sí misma y despreocupada de la competición que se establece entre las “royals” para ver quién es la más delgada, la más estilosa, la más “in”, la más princesa.
Me parece que entre las princesas de hoy y las de los cuentos infantiles no hay tanta distancia. Siempre busco en las revistas la foto de Camilla, duquesa de Cornualles. Aunque no tengo ni un pelo de monárquíca, siento cierta simpatía irracional por ella. Creo que se debe a que es la menos princesa de todas, una mujer real y no una maniquí perfecta. Durante años le colocaron el sambenito de “la mala”, “la otra”. Y nadie parecía comprender cómo un hombre podía estar prendado de ella y no de la glamourosa Diana de Gales. Al fin y al cabo, Camilla tiene unos kilos de más, un rostro no muy agraciado y no es una jovencita. Es una matrona a la que le gusta la vida campestre, a la que su aspecto físico le preocupa lo justo y que tiene más intereses que lucir palmito, porque no lo tiene o porque prefiere un buen solomillo aunque eso conlleve un michelín.
Nunca he podido entender por qué en su día la reina Isabel no se dio cuenta de que la mujer ideal para su hijo Carlos era Camilla, que, además, es igual de peculiar que los Windsor. Quizá Diana de Gales fue el verso suelto, la nota discordante en esta familia amante de la caza del zorro, los largos paseos por el campo, la discreción y las buenas maneras. Camilla es como ellos, pero en una versión más relajada. Junto a la ya reina Máxima de Holanda, me parece la más auténtica, la más libre. Y, de todas las princesas, solo ella produce la impresión de sentirse contenta consigo misma. No entiendo por qué los ingleses no se han rendido a la duquesa de Cornualles, que es la quintaesencia de lo británico. No es guapa, no es glamurosa, viste discretamente, luce una sonrisa socarrona y, sobre todo, parece feliz, al contrario que algunas candidatas a reina, que tienen el gesto agrio, la mirada cansada y el porte estirado. Creo que, si le llega la oportunidad, será una reina que encarnará a la perfección la indosincrasia de Inglaterra. Dirán ustedes que a qué viene este artículo. Acabo de estar en la peluquería, que es donde hojeo las revistas del corazón, y me he topado con uno de esos reportajes de princesas y príncipes. Allí estaba Camilla, sonriente, segura de sí misma y despreocupada de la competición que se establece entre las “royals” para ver quién es la más delgada, la más estilosa, la más “in”, la más princesa.
Durante años le colgaron el sambenito de “la mala”. Nadie entendía cómo el príncipe Carlos podía estar prendado de ella
y no de Diana de Gales.
y no de Diana de Gales.
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