Entre
agujas y maniquíes también se lucha por la libertad. Una nueva
generación de diseñadores musulmanes está empeñada en deconstruir ...
A la uniformidad dictada por la ley del Corán, los modistos
emergentes oponen creaciones como chadores sexies, bañadores entallados,
velos deportivos y burkas satinados. Sin desafiar abiertamente
los preceptos religiosos, aprovechan los resquicios de la ortodoxia
para abrir mayores espacios a la mujer islámica.
La opinión pública europea, enzarzada en interminables polémicas sobre el velo, apenas ha reparado en la profunda transformación del modo de vestir de estas mujeres. En efecto: una generación de diseñadores jóvenes ha ido poniendo en jaque el estereotipo de feminidad escondida bajo ropajes informes y oscuros. La musulmana de hoy, dicen, quiere ser bella, elegante y moderna. Lo confirma la proliferación de pasarelas orientales. A la pionera Jakarta Fashion Week de la capital indonesia (que aspira a ser el París de la moda islámica) se han sumado la londinense Arabian Fashion World, la afgana International Kabul Fashion y la iraní Tehran Fashion Week, finalmente abierta al público de ambos sexos (eso sí, ellas con el velo y la capa de rigor).
No esperemos ver escotes, minifaldas o transparencias. Nada de eso; las creaciones deben acatar el sacrosanto principio de modestia y no hacer ostentación de belleza física ni riqueza. “La indumentaria islámica básica comienza con el cubrimiento de la cabeza. Cuanto menos se muestre, mejor”, explica Raja Rezza Shah, director del Islamic Fashion Festival de Kuala Lumpur. En el marco de esos límites, los diseñadores emergentes hacen verdaderos alardes de imaginación. La fusión de creatividad y conservadurismo ha cuajado en un guardarropa que cumple con las exigencias estilísticas y con los preceptos espirituales: turbantes “street style”, prendas deportivas, abayas –las clásicas túnicas oscuras que cubren el cuerpo– con abalorios, hijabs (velos) con cristales de Swaroski y los burkas de fantasía de la afgana Zolayka Sherzad. Pero también faldas, chaquetas y trajes de ejecutiva que puedan ser chic y a la vez sintonizar con la moda islámica (un recurso muy socorrido para conseguir el efecto deseado son los estampados inspirados en las alfombras indias o en los decorados geométricos de la Alhambra).
El potencial de negocio es cuantioso.
Según estima Tamara Hostal, directora de la Universidad de Moda Francesa de Dubai, en el mundo hay 800 millones de musulmanas que gastan en ropa una media de 90 euros anuales, en total 72.000 millones de euros. La clientela se reparte en dos sectores: las consumidoras de los países musulmanes, vigiladas por el clero y las autoridades, y las comunidades inmigrantes en Occidente, más desinhibidas. En ambos casos, las compradoras pertenecen al mismo estamento social, la pujante clase media cuya exposición a la cultura global está volviendo más atenta a la moda.
“Nuestros diseños pretenden empoderar a las mujeres y, a la vez, mostrar la fortaleza de la árabe tradicional”, señala Sarah Madani, fundadora de la firma Rouge Couture. Para las usuarias se trata también de resaltar con esos atavíos su identidad. “Como mujer árabe y musulmana, me siento conmovida por mi cultura y mi religión, y quiero enseñar al mundo la belleza de mi herencia cultural”, afirma Samah Ali, estudiante palestina de la Preston University Ahman de Emiratos Árabes Unidos. Este sector, todavía en pañales, se va expandiendo con ímpetu. Ya cuenta con una agencia de modelos acorde con sus reglas, la neoyorquina Underwraps de la diseñadora Nailah Lymus, y con una prensa especializada, como la revista Emel del Reino Unido, la turca Âlâ o Aquila Style de Singapur, por no hablar de la multitud de blogs de moda, entre los que está el español “Diario de una conversa al Islam”, que abunda en consejos prácticos de vestimenta.
Un armario de contradicciones
Pero una cultura conservadora no cambia de la noche a la mañana. A las jóvenes aún les resulta difícil seguir la carrera de modelo. Wolfgang Schwarz, director de la agencia Look Models International de Viena recuerda a “una modelo marroquí que se negaba a posar con bañadores y lencería”. La resistencia se expresa incluso en medios como Sayidaty, una de las más populares revistas femeninas de Medio Oriente, donde siguen tapando con Photoshop los brazos y piernas desnudos en los reportajes comprados al extranjero.
El mundo musulmán se debate entre dos tendencias: de un lado, se difunde el uso de velos y burkas; del otro, las féminas quieren más libertad, pero sin perder su identidad. ¿Logrará la moda conciliar ambas? “En Oriente y en Occidente, el código de la indumentaria se basa en la dialéctica de mostrar y ocultar –señala el catedrático Jorge Lozano, de la Universidad Complutense de Madrid–. La diferencia radica en que donde hay moda, esa dialéctica se torna muy dinámica, y donde no la hay, es estática. Los cambios enseñan que el Islam es polisémico y admite lecturas muy diferentes del cuerpo femenino”.
A despecho de críticas y de contradicciones, estos artículos de fe y a la vez de moda prosiguen su marcha por el camino del medio, alejados del tradicionalismo forzoso y del liberalismo a ultranza. No faltarán quienes les tachen de ser meros retoques cosméticos de la Shariah, la ley coránica; sin embargo, otras voces, como la bloguera indonesia Kiki Fauzias, ven en la explosión de diseñadoras, periodistas y blogueras especializadas la demostración de que “el Islam es dinámico y compatible con la modernidad”.
Entre el burka y el biquini
La fusión entre la modestia y la del diseño se refleja en el “burkini” que deja al descubierto solo las manos, el rostro y los pies. No todos lo ven con buenos ojos; doctores de la ley coránica objetan que, al salir del agua, marca sus formas; en lado opuesto, algunas mujeres juzgan que tapa demasiado y molesta al nadar.
La opinión pública europea, enzarzada en interminables polémicas sobre el velo, apenas ha reparado en la profunda transformación del modo de vestir de estas mujeres. En efecto: una generación de diseñadores jóvenes ha ido poniendo en jaque el estereotipo de feminidad escondida bajo ropajes informes y oscuros. La musulmana de hoy, dicen, quiere ser bella, elegante y moderna. Lo confirma la proliferación de pasarelas orientales. A la pionera Jakarta Fashion Week de la capital indonesia (que aspira a ser el París de la moda islámica) se han sumado la londinense Arabian Fashion World, la afgana International Kabul Fashion y la iraní Tehran Fashion Week, finalmente abierta al público de ambos sexos (eso sí, ellas con el velo y la capa de rigor).
No esperemos ver escotes, minifaldas o transparencias. Nada de eso; las creaciones deben acatar el sacrosanto principio de modestia y no hacer ostentación de belleza física ni riqueza. “La indumentaria islámica básica comienza con el cubrimiento de la cabeza. Cuanto menos se muestre, mejor”, explica Raja Rezza Shah, director del Islamic Fashion Festival de Kuala Lumpur. En el marco de esos límites, los diseñadores emergentes hacen verdaderos alardes de imaginación. La fusión de creatividad y conservadurismo ha cuajado en un guardarropa que cumple con las exigencias estilísticas y con los preceptos espirituales: turbantes “street style”, prendas deportivas, abayas –las clásicas túnicas oscuras que cubren el cuerpo– con abalorios, hijabs (velos) con cristales de Swaroski y los burkas de fantasía de la afgana Zolayka Sherzad. Pero también faldas, chaquetas y trajes de ejecutiva que puedan ser chic y a la vez sintonizar con la moda islámica (un recurso muy socorrido para conseguir el efecto deseado son los estampados inspirados en las alfombras indias o en los decorados geométricos de la Alhambra).
El potencial de negocio es cuantioso.
Según estima Tamara Hostal, directora de la Universidad de Moda Francesa de Dubai, en el mundo hay 800 millones de musulmanas que gastan en ropa una media de 90 euros anuales, en total 72.000 millones de euros. La clientela se reparte en dos sectores: las consumidoras de los países musulmanes, vigiladas por el clero y las autoridades, y las comunidades inmigrantes en Occidente, más desinhibidas. En ambos casos, las compradoras pertenecen al mismo estamento social, la pujante clase media cuya exposición a la cultura global está volviendo más atenta a la moda.
“Nuestros diseños pretenden empoderar a las mujeres y, a la vez, mostrar la fortaleza de la árabe tradicional”, señala Sarah Madani, fundadora de la firma Rouge Couture. Para las usuarias se trata también de resaltar con esos atavíos su identidad. “Como mujer árabe y musulmana, me siento conmovida por mi cultura y mi religión, y quiero enseñar al mundo la belleza de mi herencia cultural”, afirma Samah Ali, estudiante palestina de la Preston University Ahman de Emiratos Árabes Unidos. Este sector, todavía en pañales, se va expandiendo con ímpetu. Ya cuenta con una agencia de modelos acorde con sus reglas, la neoyorquina Underwraps de la diseñadora Nailah Lymus, y con una prensa especializada, como la revista Emel del Reino Unido, la turca Âlâ o Aquila Style de Singapur, por no hablar de la multitud de blogs de moda, entre los que está el español “Diario de una conversa al Islam”, que abunda en consejos prácticos de vestimenta.
Un armario de contradicciones
Pero una cultura conservadora no cambia de la noche a la mañana. A las jóvenes aún les resulta difícil seguir la carrera de modelo. Wolfgang Schwarz, director de la agencia Look Models International de Viena recuerda a “una modelo marroquí que se negaba a posar con bañadores y lencería”. La resistencia se expresa incluso en medios como Sayidaty, una de las más populares revistas femeninas de Medio Oriente, donde siguen tapando con Photoshop los brazos y piernas desnudos en los reportajes comprados al extranjero.
El mundo musulmán se debate entre dos tendencias: de un lado, se difunde el uso de velos y burkas; del otro, las féminas quieren más libertad, pero sin perder su identidad. ¿Logrará la moda conciliar ambas? “En Oriente y en Occidente, el código de la indumentaria se basa en la dialéctica de mostrar y ocultar –señala el catedrático Jorge Lozano, de la Universidad Complutense de Madrid–. La diferencia radica en que donde hay moda, esa dialéctica se torna muy dinámica, y donde no la hay, es estática. Los cambios enseñan que el Islam es polisémico y admite lecturas muy diferentes del cuerpo femenino”.
A despecho de críticas y de contradicciones, estos artículos de fe y a la vez de moda prosiguen su marcha por el camino del medio, alejados del tradicionalismo forzoso y del liberalismo a ultranza. No faltarán quienes les tachen de ser meros retoques cosméticos de la Shariah, la ley coránica; sin embargo, otras voces, como la bloguera indonesia Kiki Fauzias, ven en la explosión de diseñadoras, periodistas y blogueras especializadas la demostración de que “el Islam es dinámico y compatible con la modernidad”.
Entre el burka y el biquini
La fusión entre la modestia y la del diseño se refleja en el “burkini” que deja al descubierto solo las manos, el rostro y los pies. No todos lo ven con buenos ojos; doctores de la ley coránica objetan que, al salir del agua, marca sus formas; en lado opuesto, algunas mujeres juzgan que tapa demasiado y molesta al nadar.
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