domingo, 16 de junio de 2013

A FONDO México. El país de los 30.000 desaparecidos,./ PRIMER PLANO EL MISTERIO DE AUDREY,.


TÍTULOA FONDO México. El país de los 30.000 desaparecidos


El mundo ya no es digno de la palabra / nos la ahogaron adentro...». Así se despedía el poeta mexicano Javier Sicilia de la poesía.

Se buscan 26.121 personas…O más


Por primera vez el Gobierno de México muestra un registro oficial de desaparecidos, pero hay que depurarlo porque no son todos los que están, ni están todos los que son

“No tienen ni idea del monstruo que hay detrás de esa base de datos”, dice el hombre que más restos ha encontrado, los de cientos de personas (tal vez entre ellas su hijo) que fueron “cocinadas” por ‘El Pozolero’ para hacerlas desaparecer




O-C-E-G-U-E-D-A R-U-E-L-A-S, F-E-R-N-A-N-D-O. La base de datos se pone en marcha. “Ninguna coincidencia”, contesta el ordenador. Desaparecido hasta de la base de datos de los desaparecidos. El hijo de Fernando Ocegueda Flores, un estudiante de ingeniería de 23 años de Tijuana a quien un comando de encapuchados con uniformes de policía se llevaron de su propia casa ante la impotencia de sus familiares el 10 febrero de 2007, no está en el primer registro oficial que presenta el gobierno y que suma 26.121 “no localizados” . Se trata de un listado del sexenio de Felipe Calderón (2006-2012) que incluye también a extraviados y que el ejecutivo se ha comprometido a limpiar y cotejar con las ONG para tener un mapa real del problema. ¿Y luego? “No tienen ni la menor idea del monstruo que hay detrás de esa base de datos –dice Ocegueda, más indignado que frustrado- Y decir que van a buscar cuando no tienen un plan específico de búsqueda… es un engaño más”.

Ocegueda no cree en las buenas palabras del gobierno del PRI. Tampoco creyó en las del PAN, el gobierno que inició la guerra frontal contra el narco y que ni siquiera ofreció datos concretos de los muertos. Este hombre de 55 años acaba de ser citado en Secretaría de Gobernación para contar la experiencia de la Asociación Unidos por los Desaparecidos de Baja California, una de las más veteranas en la búsqueda de personas. Y propuso algunas cosas muy concretas: 1) que los procesos puedan seguirse por internet para “no sufrir las humillaciones constantes” de las autoridades; 2) que se clarifique que la Ley de Víctimas aprobada en febrero tiene efectos retroactivos, “que no está claro”, y 3) que se compartan los bancos de ADN.
“En 2008 el FBI donó a la procuraduría el sistema CODIS que es el programa informático que usan en EEUU para cotejar de forma rápida las muestras de ADN”, explica. “Eso deberían de tenerlo todos los estados de México pero las comprobaciones siguen haciéndose manualmente y no se comparte información porque los estados no se tienen confianza”.

Madres de desaparecidos. (AP Photo)
Ocegueda lleva seis años buscando a su hijo pero su historia está marcada por un nombre propio: Santiago Meza, alias “El pozolero” [el pozol es un caldo típico mexicano]. Detenido en 2009 confesó que su trabajo era ‘cocinar’ a los cientos de muertos que el cártel de Tijuana le entregaba. Los metía en toneles metálicos y los hervía durante horas en sosa caústica para hacerlos desaparecer. Luego enterraba los restos. Dijo dónde, pero nadie busco…hasta que una copia de la declaración de Meza llegó de forma anónima a manos de Ocegueda.
Organizados en grupos de 20 personas, llamando por los móviles cada dos horas para estar siempre ubicados (por seguridad), salen en sus coches en busca de fosas (las del Pozolero u otras localizadas gracias a las denuncias ciudadanas). “Hacemos lo que tenía que hacer la autoridad”, lamenta. En 6 años han localizado a diez personas y cuatro predios del Pozolero. Cuando llegan al lugar llaman al grupo de expertos de la Procuraduría General de la República, con quien concretaron acuerdos, y son ellos los que empiezan a escavar. “El momento más duro es cuando llegan los perros rasguñan y empiezan a salir restos, masas gelatinosas, huesos…Es muy desagradable. Ahí pienso ‘podría ser mi hijo’”.
En febrero de este año se localizó otra finca de ‘El Pozolero’: salieron 800 dientes, 15 aparatos de ortodoncia y 1.800 huesos humanos. “Un éxito”, dice entre el dolor y satisfacción. La Asociación quiere que les cedan los terrenos. “Necesitamos juntar los pedazos de carne que se quedaron regados, juntarlos y hacer una iglesia, un memorial, lo que sea, un sitio para venir y recordar a los nuestros”. El respeto por el dolor es otra parte del reconocimiento de las víctimas que sigue pendiente.
16.000 restos sin identificar
En la primavera de 2011 el suelo mexicano empezó a escupir muertos: Tamaulipas, Durango… Se llegaron a localizar 40 narcofosas en solo un mes. Los cadáveres se empezaron a contar por decenas, por cientos…. Luego dejaron de contar. Las señales de que algo pasaba eran tan simples como la acumulación de maletas en la central de autobuses de Matamoros (Tamaulipas) porque sus dueños se habían esfumado en el trayecto, pero nadie quería verlas. Muchos eran emigrantes centroamericanos que nadie nunca buscó por miedo, por falta de recursos.

Una mujer lleva una pancarta con fotografías de personas desaparecidas durante una marcha de las madres de desaparecidos en México D.F., 10 de mayo de 2012. (HRW)
Ese año, el grupo de trabajo de la ONU para desapariciones forzadas viajó a México y alertó del problema en “deterioro” y de que la impunidad permanecía “como el reto general” en el país. Ahora, un nuevo informe de Human Right Watch Los desaparecidos de México, habla de “una de las peores crisis de desaparecidos en América Latina a lo largo de su historia”. La ONG documentó 250 casos, 149 de ellos catalogados como desapariciones forzadas (cuando interviene una autoridad) y dijo que en ocasiones estos crímenes se hicieron de forma “planificada y coordinada”. Alerta, además, de que el número total es muchísimo mayor y denuncia la falta de investigaciones. Un ejemplo. Solo en Coahuila, la ONG Fuundec tiene registrados 320 casos, pero el gobernador dijo a HRW que tenían contabilizados 1.835.
Fuentes oficiales también informaron a HRW de la existencia de 16.000 cuerpos no identificados en todo el país pero no hay un registro común donde esté toda esa información y “mientras unos servicios forenses están muy cualificados en otros lugares piden hacer las pruebas de ADN a las esposas de los desaparecidos”, ironiza el autor del informe, Nick Steinberg.
Sin embargo, pese a estas disparidades, uno de los expertos del grupo de la ONU, Ariel Dulizky, asegura que “México tiene recursos para hacer una búsqueda cumpliendo los estándares científicos internacionales”. Además, puede llamar a expertos de fuera como los antropólogos forenses argentinos que ya han trabajado en el país. Pero antes, hay que depurar la base de datos actual, tomar el ADN a las familias y a los cadáveres no identificados, cotejarlo todo y comenzar a buscar. “Hay que actuar con rapidez porque cuanto más tiempo pase más difícil y costosa es la búsqueda, y México debe tener un compromiso a largo plazo porque estos procesos a veces tardan décadas”.
Ese compromiso es el que el nuevo ejecutivo del PRI debe demostrar más allá de las buenas palabras. “Una lista de ADN no significa una investigación y el test real no es solo la búsqueda sino también la justicia”, dijo el director de HRW para las Américas, José Miguel Vivanco, durante la presentación del informe.
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R-O-B-L-E-D-O F-E-R-N-A-N-D-E-Z, J-O-S-E A-N-T-O-N-I-O. Guadalupe Fernández teclea el hombre de su hijo en la base de datos oficial. El ordenador muestra un nombre, una fecha, un lugar. “Un nombre no lleva a ninguna parte”, suspira con preocupación. “Si al menos hubiera una foto alguien podría reconocerle”. A José Antonio, un ingeniero de 32 años que trabajaba para la mayor constructora del país, ICA, se lo comió la tierra en enero de 2009 en Monclova (Coahuila) cuando viajaba en su coche. Guadalupe lleva cuatro años buscándole y también reclamando justicia. Recorrió morgues, investigó, interrogó a detenidos a los que las autoridades no preguntaban, lloró, suplicó, protestó, se manifestó y aportó pruebas hasta que se dio cuenta que luego las tiraban.
Sufrió las amenazas de Los Zetas, el desprecio de la constructora y las humillaciones de las autoridades. Gracias a su insistencia consiguió que algunos responsables del crimen estén en la cárcel pero también ha visto como el máximo responsable de la desaparición de su hijo, un empresario que daba seguridad a ICA y que recaudaba extorsiones para los Zetas, según confesaron sus cómplices, fue liberado el último día del mandato de Calderón porque era amigo del gobernador priísta de Coahuila. Y cómo aunque le encontraron en su casa recortes de prensa de otros desaparecidos, lo que hacía pensar en vínculos entre unos y otros, nadie quiso investigar conexiones entre los casos.
El registro nacional de desaparecidos (aprobado por ley en el Congreso el 29 de abril de 2011 y que empezará a elaborarse dos años después, con la base de datos presentada el 26 de febrero de 2013) era una de las exigencias de Guadalupe como víctima, como miembro de Fuundec, y como mexicana. Pero cree que el Gobierno de Peña Nieto todavía está muy lejos de avanzar en la búsqueda de los que faltan y en hacer justicia. “Tengo la sensación de que tratan de desvirtuar el trabajo de años de las organizaciones. Llevamos semanas reuniéndonos con ellos, dándoles todos los datos y ahora presentan un listado que no dice nada, nos ofrecen un grupo de 20 expertos para ver todos los casos ¡y solo el expediente de mi hijo son 14 tomos! ¿cómo lo van a hacer?”
Cunde el escepticismo. El ejecutivo ha firmado ya un protocolo con el Comité Internacional de la Cruz Roja y confía en empezar las búsquedas “en cuestión de semanas”, según confesó el subsecretario de Gobernación Eduardo Sánchez. También han prometido más reuniones con la sociedad civil para depurar su listado. Pero HRW subraya que lo importante también es generar un clima de colaboración y mayor confianza entre las autoridades y familias y pone como ejemplo los avances que ha tenido Nuevo León al hacer esto. Pero esos esfuerzos no son generales.
Guadalupe recuerda como después de la localización de unas fincas con ‘cocinas’, como las del Pozolero, un funcionario la reconoció que había más pero nadie hizo nada, nadie buscó nada. Cuando el subsecretario fue preguntado si buscarían fosas o campos de trabajo forzado donde se cree que pueden ser llevados algunos desaparecidos, ingenieros, médicos, profesionales que según algunos testimonios son convertidos en esclavos de los cárteles, el subsecretario se limitó a decir que tiempo al tiempo. “Primero los protocolos”. La burocracia.
DEUDA CON EL PASADO Y CON EL PRESENTE
México tiene, además, una deuda pendiente con el pasado. Aunque menos conocido que los casos de Argentina, Chile o Guatemala, de 1970 a 1982, se acreditaron por lo menos 1.200 desapariciones forzadas, según el informe de la Comisión Mexicana de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos basado en el único documento histórico realizado hasta la fecha que data de 2001. Dicho informe habla de torturas que incluían desfiguraciones del rostro, roturas de huesos, rebanarles las plantas de los pies o colgar a los hombres por los testículos. También hablaban de cómo se arrojaron personas vivas al mar desde aviones del ejército.
La única ‘victoria’ de las víctimas de ese pasado es una sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) de 2009 en la que se condenó a México por la desaparición en 1974 de Rosendo Radilla, un compositor de corridos. En su sentencia, la Corte exige investigar, sancionar a los responsables y reparar a las víctimas. Nada de eso se ha cumplido 39 años después de la desaparición de Radilla y sus restos siguen en encontrarse aunque ya se han hecho varias excavaciones. “No hay voluntad política”, dice su hija, Tita Radilla.
Del presente tampoco se habla. Fuundec tiene ya registradas desapariciones en 2013, con el gobierno de Enrique Peña Nieto, “nueve llegaron en un solo día”, dijo su portavoz, Blanca Martínez. Y Cadhac, un colectivo similar de Nuevo León  lleva recogidas 12 denuncias que involucran a 47 personas en lo que va de año. “Las desapariciones no son como una llave de agua que la cierras y se acaba”, afirma su directora, Consuelo Morales. Para atender esos nuevos desaparecidos del gobierno del PRI, no hay nuevas órdenes, nuevos protocolos de atención. “Cuando tengamos datos, se los daremos”, afirma el subsecretario Martínez.

TÍTULO: PRIMER PLANO EL MISTERIO DE AUDREY,.



En primer plano

El misterio de Audrey




Dicen que, de no haberse retirado, habría sido la mayor estrella de la historia. Pero, con apenas 38 años, optó por la vida familiar. ¿Qué la llevó a abandonar Hollywood para refugiarse en Roma? Dos décadas después de su muerte, su hijo italiano saca a la luz los recuerdos romanos que cambiaron la vida de Audrey Hepburn.



Audrey Hepburn, en una imagen de la película 'Desayuno con diamantes'.
Convertida en inocente princesa, la vida de Audrey Hepburn cambió al recorrer las calles de roma a bordo de una vespa. Por arte de esa magia llamada cine, y de una sencilla película, Vacaciones en Roma, aquella actriz desconocida no solo se transformó, de la noche a la mañana, en una gran estrella con un Óscar en el bolsillo; sus cinematográficos paseos por la dolce vita romana, de la mano de Gregory Peck, le proporcionaron el estatus de símbolo de la Ciudad Eterna, tan incontestable para los propios romanos como el Coliseo o la Fontana di Trevi.
Audrey se ganó así el corazón de los romanos y quizá por ello acabó convirtiendo Roma en su hogar y en el refugio que le permitió alejarse de la frivolidad y la superficialidad de Hollywood, un lugar que revitalizó con su glamour y su carita de ángel inocente, pero en el que nunca se sintió completamente cómoda.
En Roma, sin embargo, se sintió a gusto desde el primer momento. El hechizo fue tan contundente que, después de mostrarse al mundo en aquella obra maestra de William Wyler, Hepburn rodó en la capital italiana dos películas más; en los años cincuenta se compró un apartamento al que acudía a menudo con su primer marido, Mel Ferrer, y en 1969 formó una nueva familia con su segundo esposo, el médico romano Andrea Dotti, convirtiendo la Ciudad Eterna en su hogar hasta mediados los ochenta.
Su hijo Luca Dotti, fruto de aquel último matrimonio, se ha decidido ahora, ayudado por más de 200 fotografías, a contar en el libro Audrey in Rome cómo se forjó esa relación entre la tercera mayor estrella femenina de todos los tiempos según el American Film Institute, la otra Hepburn, Katherine, es la reina y Bette Davis, la segunda y Roma.
«En 1953, cuando se rodó Vacaciones en Roma cuenta Dotti, la guerra estaba fresca en la memoria de los romanos, pero la película recuperó el espíritu despreocupado y divertido de la ciudad y, de pronto, mi madre fue adoptada como un nuevo icono local». Tres años después de aquella primera toma de contacto romana, la actriz británica de origen belga regresó para protagonizar la monumental Guerra y paz, rodada íntegramente en los estudios Cinecittà. Al bajar del avión en el aeropuerto de Ciampino, la prensa local, agradecida por haber devuelto la ciudad al mapa, la recibió como a una hija predilecta. Y así empezó todo. Finalizado el rodaje, Hepburn y Ferrer, su marido entonces y compañero de reparto en la adaptación del libro de Tolstói, compraron allí un apartamento que visitaban con frecuencia.
Eran los años del 'Hollywood del Tíber', del esplendor de Cinecittà, del auge de los paparazis que perseguían en busca de indiscreciones nocturnas a las estrellas que poblaban la noche local. Pero a Hepburn, más allá de una carita de sueño a altas horas de la noche en algún club, jamás la pillaron perdiendo los papeles. «He visto miles de fotografías de mi madre en los archivos de las principales agencias fotográficas asegura su hijo y siempre salía estupenda». Por un lado, sus años como bailarina de ballet proporcionaron a la actriz una compostura impecable durante toda su vida. Por otro, los fotógrafos, por aquella aura suya de símbolo romano, tuvieron con ella unos miramientos que jamás concedieron al resto de los astros cinematográficos. «Roma protegió a mi madre subraya Dotti. Los reporteros siempre le concedieron su espacio y su tiempo».
A finales de los años cincuenta, la actriz ya tenía su propio círculo de amigos. «Henry Fonda [tercer vértice del triángulo protagonista de Guerra y paz] se casó con una italiana, Afdera Franchetti, en 1957, y se mudó a Roma cuenta Dotti. Mi madre y Ferrer salían mucho con ellos. Fueron Afdera y su hermana Lorian quienes hicieron de mi madre una auténtica romana».
Audrey Hepburn siempre disfrutó de la ciudad. «Durante los casi 20 años en que mi madre vivió en Roma prosigue, la gente la conocía y casi todos los taxistas sabían dónde vivía. Todavía lo saben hoy. Me llevaba al colegio, al parque, a clases de natación, se reunía con mis profesores, compraba en los famosos pizzicagnoli [ultramarinos] romanos, cocinaba para nosotros o para sus amigos, sobre todo espagueti al pomodoro, su plato favorito, y daba largos paseos con sus perros. A veces, un fotógrafo la seguía y la inmortalizaba junto a mi padre en alguna callejuela cercana al Campo dei Fiori, esperando a que mi abuela les abriera la puerta de su casa para un almuerzo dominical».
Audrey Hepburn, cuenta el menor de sus dos hijos, nunca acabó de entender su propio atractivo. «Decía que tenía la nariz demasiado grande, lo mismo que los pies [calzaba un 39]; que era excesivamente delgada y que le faltaba pecho». Hepburn pesaba 50 kilos, medía 1,70 y su cintura apenas superaba los 50 centímetros, pero en una época dominada por las actrices voluptuosas y de curvas rotundas, Billy Wilder, al contratarla para Sabrina la segunda nominación consecutiva de la actriz al Óscar, vio a aquella joven de magnética sonrisa y con la clarividencia del genio soltó: «Esta jovencita convencerá al mundo de que los grandes senos y las curvas pronunciadas son un vestigio del pasado».
Hepburn, sin embargo, nunca acabó de verlo tan claro. «Se miraba a los espejos y decía: No entiendo por qué la gente me considera guapa revela su hijo. Su explicación era que, probablemente, poseía una buena combinación de defectos». Su sentido del humor fue, precisamente, una cualidad bien apreciada entre sus colegas. No en vano mantuvo amistad con muchos de sus compañeros de reparto como Gregory Peck, Rex Harrison, Humphrey Bogart o Cary Grant, quien llegó a decir: «Todo lo que pido por Navidad es otra película junto con Audrey Hepburn». El deseo de Grant nunca se cumplió. Cuatro años después de Charada [1963], lo único que rodaron juntos, ella le dio la espalda a la industria. «Mi madre nunca se comportó como una estrella: madrugaba, era puntual, no gritaba ni daba berrinches de diva. Aun así, debe de conservar todavía el récord mundial de portadas de revistas: 650 revela su hijo. Toda esa exposición la convirtió en alguien muy famoso y con mucho glamour, pero si sumamos el tiempo invertido solo en sesiones fotográficas suman dos años completos de su vida. Llegó un momento en que necesitaba algo más».
Hepburn tomó la decisión de dejar el cine no una, sino dos veces. Primero, en 1967 para cuidar del pequeño Luca. Más tarde, en los ochenta, tras un regreso enlazando tres películas, se retiró del todo para entregarse a la causa de la infancia de la mano de Unicef. «Mi madre nunca conoció a mis hijos subraya Dotti. Habría sido una abuela maravillosa, haciéndoles pasteles, estando con ellos siempre que pudiera, contándoles cuentos...
Decía que los niños deben jugar y ser felices porque necesitan de esa alegría a medida que crecen. Para ella, envejecer era parte del círculo vital. No entendía los esfuerzos de las mujeres por mantenerse jóvenes. Apreciaba hacerse mayor, ya que disponía de más tiempo para sí misma, su familia, y se alejaba del frenesí superficial de Hollywood».
Quienes la conocieron bien reconocen en Hepburn una tristeza que siempre la acompañaba. «La guerra señala Dotti. Perdió a casi toda su familia, su hogar... Eso permaneció latente en su alma, aunque detrás del dolor todo lo convertía en un descubrimiento. Cuando hablaba de su carrera, decía que había sido como ganar la lotería. Y en el fondo de su corazón, siempre fue una granjera. Creció entre Bélgica, Holanda e Inglaterra, en el campo, y amaba lo rústico. Por eso, al final de su vida eligió Suiza».
En los setenta, cuando Italia recibía las sacudidas de la mafia y el terrorismo, Hepburn insistía en que nada la apartaría de su familia. Vivió allí hasta 1986, seis años después de divorciarse del padre de Luca, cuando se trasladó a Suiza para estar cerca de su hijo, que estudiaba allí, interno, el bachillerato. En 1963, la actriz había comprado en ese país «con su propio dinero», solía decir con orgullo una granja. El romance de Hepburn con Roma había terminado.


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