domingo, 30 de junio de 2013

CONOCER, PSICOLOGIA,. CUIDADO NO SE DEJE ENGAÑAR POR SU CEREBRO,/ CONOCER HISTORIA, LA GRAN MENTIRA DE LA NASA,.

TÍTULO: CONOCER, PSICOLOGIA,. CUIDADO NO SE DEJE ENGAÑAR POR SU CEREBRO,.
  1. ¡Cuidado! No se deje engaÑar por su cerebro

    Para que los clientes dejen más dinero en el bote del bar, solo hay que poner la foto adecuada junto al recipiente. si unos ojos observan ...

    ¡Cuidado! No se deje engaÑar por su cerebro

    El premio Nobel Daniel Kahneman se ha interesado toda su vida por los errores que comete la mente. En su nuevo libro investiga los caminos tortuosos que seguimos al tomar decisiones.La intuición, dice, no es tan fiable. La memoria, tampoco... Él mismo nos lo cuenta y nos pone a prueba.
    Para que los clientes dejen más dinero en el bote del bar, solo hay que poner la foto adecuada junto al recipiente. si unos ojos observan desde la pared, dejamos el doble de dinero que si la imagen es de unas flores. «Las personas que se sienten observadas actúan de una forma más moral», explica el profesor Kahneman sobre las trampas de la mente humana con respecto a las propinas.
    XLSemanal. ¿Y funciona, aunque no nos hayamos dado cuenta de que había una foto colgada en la pared?
    Daniel Kahneman. Así es. El fenómeno se llama priming: no sabemos que hemos percibido un estímulo concreto, pero es posible demostrar que, a pesar de ello, reaccionamos a esa percepción.
    XL. Eso les gustará a los publicistas...
    D.K. El priming es algo muy extendido en el sector de la publicidad. Esa mujer tan atractiva que sale en el anuncio no está por casualidad: dirige automáticamente la atención al nombre del producto. Y luego, al ir a hacer la compra al supermercado, ese producto ya nos resultará conocido.
    XL. ¿No es mucho más importante la asociación erótica?
    D.K. Sí, pero el efecto más importante consiste simplemente en conseguir que un nombre nos resulte familiar. Lo que nos es familiar nos parece bueno. Es algo que la evolución ha enraizado profundamente en nosotros. Nuestros antepasados aprendieron lo siguiente: si me encuentro muchas veces con algo, y ese algo no me ha devorado, entonces puedo sentirme seguro. Por eso nos gusta lo que conocemos.
    XL. ¿Se puede hacer también política con esas técnicas?
    D.K. Por supuesto. Por ejemplo, es posible demostrar que todo aquello que le recuerda al ser humano su carácter mortal lo hace más obediente. Otro ejemplo: un experimento en el que dos grupos de voluntarios juegan a un juego de mesa. A los del primer grupo se les dice que el juego se llama 'juego comunitario'; a los del segundo, 'juego competitivo'. En el primer caso, la gente se muestra más dispuesta a ayudar, mientras que en el otro actúa de forma más egoísta... ¡y eso a pesar de que el juego es exactamente el mismo en ambos casos!
    XL. Resulta bastante inquietante...
    D.K. Tampoco es tan malo. A fin de cuentas llevamos muchísimo tiempo viviendo con ello.
    XL. En su libro dice que, en muchos casos, lo que hacemos es dejar la toma de decisiones en manos del denominado 'sistema 1'...
    D.K. Sí. Los psicólogos distinguen un 'sistema 1' y un 'sistema 2', que rigen nuestros actos. El sistema 1 es el de la intuición y produce incansablemente deseos, impresiones y sentimientos. El sistema 2 es el de la razón, el autocontrol y la inteligencia.
    XL. ¿Nuestro yo consciente, podría decirse?
    D.K. Exacto. El sistema 2 soy yo; esto es, el que cree que toma las decisiones. Pero, en realidad, la influencia del sistema 1 es enorme y, además, no se es consciente de ella. Sin saberlo, usted está gobernado en buena medida por un extraño. El sistema 1 decide si una persona le gusta, qué sentimientos experimenta... Todo eso sucede de forma automática.
    XL. ¿Y ese sistema 1 nunca duerme?
    D.K. Así es. El sistema 1 no se puede desconectar. El sistema 2, por el contrario, es bastante vago y solo se activa cuando es estrictamente necesario. El pensamiento consciente nos exige mucho; por eso solo nos lo podemos permitir de tanto en tanto. El lento pensamiento consciente supone un esfuerzo: consume los recursos químicos del cerebro, se inquieta el cuerpo, se acelera el ritmo cardiaco, se dilatan las pupilas...
    XL. Tras estudiar la intuición humana, ese sistema 1, parece que usted desconfía de ella...
    D.K. Yo no diría tanto... La mayoría de las veces, nuestra intuición funciona de una forma admirable. Pero resulta muy interesante estudiar en qué situaciones falla.
    XL. Generalmente, los expertos en una materia concreta aseguran que han desarrollado una muy buena intuición en su campo. ¿Debemos confiar en ella?
    D.K. Depende de la materia. Los pronósticos de los expertos en Bolsa, por ejemplo, son prácticamente inútiles. Las personas que quieran invertir deberían decantarse mejor por fondos de inversión indexados, que tratan de replicar un índice bursátil concreto sin hacer grandes cambios, es decir, sin la intervención de esos especialistas superdotados. Estos fondos consiguen mejores resultados que la media de los fondos seleccionados por unos expertos muy bien pagados. Sin embargo, la gente prefiere colocar su dinero donde cree que 'entienden' más, digan lo que digan las estadísticas.
    XL. ¿Así que todo es pura charlatanería?
    D.K. Es más complicado. Un charlatán sabe que solo está vendiendo humo. Pero la gente de Wall Street cree en lo que hace. Esa es la base de su magia: transmiten la ilusión de que entienden.
    XL. Y así se embolsan millones en bonificaciones...
    D.K. No sea usted cínico. Se puede pensar lo que se quiera del sistema bancario, pero por lo general un agente de Bolsa está convencido de que genera beneficios para sus clientes.
    XL. ¿Cómo se puede saber entonces si una previsión es de alguna utilidad?
    D.K. Lo importante es tener en cuenta que una previsión formulada con toda la confianza del mundo no dice nada sobre su grado real de certeza. Es más, debería hacernos desconfiar.
    XL. En caso de duda, dice usted, sería mejor confiar en un ordenador que en un experto.
    D.K. Cuando se trata de hacer pronósticos, los algoritmos suelen ser mucho mejores. Lo han demostrado cientos de estudios.
    XL. Eso no resulta muy halagador para la capacidad racional del ser humano.
    D.K. Los modelos informáticos también son inútiles a veces. Describir la situación política dentro de 20 años está fuera de su alcance; el mundo es demasiado complejo. Pero los modelos informáticos son buenos en los campos con cierta regularidad.
    XL. IBM quiere crear un ordenador que elabore diagnósticos médicos solo a partir de los síntomas y de la historia clínica del paciente. ¿Es esa la medicina del futuro?
    D.K. Creo que sí. No hay nada de mágico en ello.
    XL. ¿Y un programa informático podrá predecir también qué película será el próximo éxito de taquilla?
    D.K. ¿Por qué no? A fin de cuentas, la alternativa tampoco es que sea muy buena. La industria del entretenimiento invierte una gran cantidad de dinero en películas que no son rentables. No creo que resulte tan complicado desarrollar un programa mejor que el juicio intuitivo de los expertos.
    XL. Dice usted que tampoco deberíamos confiar mucho en nuestra memoria. Por ejemplo, afirma que, cuando una persona ha sufrido un dolor, visto en retrospectiva, le da igual cuánto tiempo duró...
    D.K. Las pruebas que tenemos son concluyentes. Lo hemos comprobado en pacientes sometidos a una colonoscopia. En algunos casos, les pedimos a los médicos que esperaran un poco más antes de retirarles la sonda. De esta forma, ese proceso tan desagradable era más largo, pero la valoración posterior que hacían de la prueba era como en los demás casos. Otros muchos experimentos han llegado a conclusiones similares.
    XL. ¿Cómo puede ser eso?
    D.K. Todos los recuerdos reciben en nuestra memoria una valoración: bueno, malo, peor... Y esa etiqueta es independiente de la duración. Solo hay dos factores determinantes: cuáles fueron los puntos álgidos, esto es, los peores o los mejores; y cómo terminó la cosa, cómo fue su final.
    XL. ¿El recuerdo también conforma las expectativas en el futuro?
    D.K. Así es. Lo demuestra un pequeño juego mental: imagínese que le proponen un viaje de vacaciones, pero que al final le darán un medicamento que le borrará los recuerdos. También le borran las fotos que haya hecho, claro. ¿Haría ese viaje? Muchas personas dicen que no. Prefieren renunciar al placer, aunque este no se vea afectado en absoluto por el borrado posterior. Lo que cuenta no es el disfrute, sino su recuerdo.
    XL. ¿Por qué esa importancia de los recuerdos?
    D.K. Porque es lo único que conservamos de la vida. Los años pasan y no dejan más que historias. Por eso la gente exagera su valor. Visto en perspectiva, ganará en su valoración el viaje de vacaciones que mejores recuerdos aislados le haya dejado. No importa nada cuanto se aburriera usted entre esos pocos grandes momentos.
    XL. Usted afirma que el éxito difumina el sufrimiento que conllevó. Sin esa indulgencia de la memoria, ¿no afrontaríamos nuevos retos?
    D.K. Por suerte, no sabemos con antelación lo doloroso que va a ser algo. Pero después sí recordamos el alivio que sentimos cuando todo termina. Es como el parto: la historia termina bien y eclipsa todo, por terrible que haya sido. Es como si estuviéramos divididos en un yo que vive las cosas y debe salir adelante, y un yo que recuerda y al que le da igual el sufrimiento, porque carece del sentido de la dimensión. Al final, lo que vivimos no es importante; lo determinante es que, al mirar atrás, lo veamos de una forma positiva.
    Kahneman, de 78 años, es el único pisólogo que ha ganado un Nobel, aunque fue el de Economía en 2002
    ¿Se fía de su mente? Cuatro experimentos con 'trampa'
    Prueba 1
    Juntar palabras
    Dos grupos de estudiantes deben construir frases a partir de unas palabras dadas. A los de un grupo les ofrecieron términos como 'olvidadizo', 'calvo', 'gris' o 'arruga', asociadas con personas de edad. A los del otro les proporcionaron palabras más variadas.resultado y conclusión: aquellos con el vocabulario vinculado a la tercera edad acabaron moviéndose de una forma visiblemente más lenta. Las palabras pueden determinar nuestros actos a través de los conceptos a los que se refieren.
    Prueba 2
    ¡Póngase a prueba!
    Un sencillo cálculo: un bate de béisbol y una pelota cuestan, juntos, 1,10 euros. Si el bate cuesta 1 euro más que la bola, ¿cuánto cuesta esta?Resultado y conclusión: «10 céntimos» es lo que contestó el 80 por ciento de los estudiantes consultados. La respuesta es errónea porque, de esa forma, el bate costaría 1,10 y el total daría 1,20. La respuesta correcta es 5. Aceptamos el primer número plausible que se nos pasa por la cabeza para ahorrarnos el esfuerzo de hacer el cálculo con toda la atención puesta en ello.
    Prueba 3
    Ju(z)gar a los dados
    Varios jueces a los que se les pedía que establecieran la sentencia para unos robos se dejaban 'orientar' por el número que habían obtenido antes tirando unos dados. Por ejemplo, si habían sacado un 3, la sentencia media que decidían era de 5 meses (más cerca del número obtenido en los dados); mientras que, si habían sacado un 9, la sentencia media era de 8 meses.Conclusión: el número que primero se nos viene a la cabeza actúa como un ancla: alejarnos de él nos exige realizar un esfuerzo consciente.
    PRUEBA 4
    No duele tanto
    Los voluntarios tenían que meter dos veces la mano en agua muy fría. La primera inmersión duraba 60 segundos. En la segunda, el agua empezaba a calentarse ligeramente a partir de los 60 segundos, pero la mano debía permanecer sumergida otros 30 segundos, hasta completar minuto y medio. A la pregunta de qué modalidad preferirían, el 80 por ciento eligió la segunda. Conclusión: en el recuerdo no importa nada la duración del dolor, solo cuenta cuál de las dos experiencias tuvo un final más llevadero.

    TÍTULO:  CONOCER HISTORIA, LA GRAN MENTIRA DE LA NASA,.
     

     LA GRAN MENTIRA DE LA NASA

    La gran mentira de la NASA
    Como semidioses. Así veía el ciudadano medio al puñado de astronautas que trabajaban en los sesenta para la NASA. No solo habían ..
    Historia

    La gran mentira de la NASA

    Las esposas de los héroes de la carrera espacial estadounidense fueron presentadas como las perfectas amas de casa. Pero tras sus sonrisas se escondían historias de miedo, adulterio y alcoholismo. Hablamos con algunas de las 'cónyuges estelares' de los años sesenta.
    Como semidioses. Así veía el ciudadano medio al puñado de astronautas que trabajaban en los sesenta para la NASA. No solo habían realizado misiones peligrosísimas que iban más allá de su comprensión; además, estaban superando a la URSS en la carrera espacial.
    La revista Life compró por una suma considerable el acceso exclusivo a esta nueva y rarísima especie de superhombres y a sus familias. Las fotos de la publicación proyectaban por todo el mundo las vidas modélicas de esos matrimonios patrióticos. Pero, por supuesto, no escribía sobre otro fenómeno galáctico emergente: las groupies de la era espacial, un batallón de mujeres empeñadas en acostarse con todos y cada uno de estos nuevos superhombres.
    Y es que la carrera espacial tenía un lado oculto. El libro The Astronaut Wives Club, de Lily Koppel, explica por primera vez la historia vista desde el punto de vista de las amas de casa. ¿Por qué se han decidido a hablar medio siglo después? Simplemente porque nadie se había molestado en preguntarles hasta ahora.
    La NASA fue creada en 1958 como respuesta al lanzamiento el año anterior del Sputnik 1, el primer satélite artificial soviético. Obsesionada por adelantarse a los rusos, la agencia tenía otra misión: distraer la atención de asuntos como la Guerra Fría, la crisis de los misiles cubanos o la guerra de Vietnam. Cada astronauta debía ser visto como un superhéroe. Y contar con la esposa perfecta. Para asegurarse, los metomentodo de la NASA no dudaban en husmear. «Un fulano de la NASA explica Jane Bassett se presentó en casa de los vecinos y empezó a hacer preguntas sobre nosotros: ¿Discuten? ¿Beben más de la cuenta?». Su marido, Charlie, integraba el tercer grupo de astronautas de la NASA. Murió en 1966 en un avión T-38 mientras preparaba su vuelo espacial. Betty Grissom cuyo esposo, Gus, uno de los siete del proyecto Mercury, murió en un incendio en el Apolo 1 agrega que el personal de la NASA «no era muy amable con nosotras». Las astroesposas sabían que podían comprometer las carreras de sus maridos. «Nuestra misión era apoyarlos, no ser neuróticas y ocuparnos de cuidar de los hijos y del jardín. Muchos creían que eran hombres superiores y que sus mujeres también debían serlo», afirma Jane.
    Harriet Eisele fue esposa de Donn F. Eisel, tripulante del Apolo 7. Ahora tiene 83 años y recuerda haber sido feliz al principio de su matrimonio, cuando su marido era piloto de pruebas en Nuevo México. «Entonces, las mujeres teníamos la vida reglada. Teníamos que ser apolíticas. No podíamos discutir con ellos, pues siempre vivíamos con el temor de que murieran en la próxima misión». Su esposo fue seleccionado en 1963. «Nada más llegar a Houston, las cosas cambiaron. Donn se transformó. Cada vez pasaba menos tiempo en casa. Los fines de semana asistía a las incontables fiestas a las que lo invitaban». Harriet descubrió que «estaba con otra mujer desde hacía años. En realidad estuvo con muchas». El divorcio llegó en 1969. ¿Cómo se lo tomaron las otras esposas? «Yo creía que ellas no daban el paso por miedo, pues se suponía que un divorcio llevaba al despido fulminante por parte de la NASA». Pero pasó lo contrario: «Los divorcios fueron cayendo como fichas de dominó».
    El marido de Jane Conrad, Pete (la tercera persona en caminar sobre la Luna), también fue seleccionado. Poco después de trasladarse a Houston, Pete fue bautizado por la prensa como uno de «los chicos go-gó» (junto con Dick Gordon y Alan Shepard) por su afición a la juerga. «No me atrevía a sospechar de Pete. Bueno, algo sí, pero me negaba a pensar en ello. Muchos sabían de sus infidelidades, pero no querían decírmelo». Su esposo al final le pidió el divorcio tras confesarle que le había sido infiel 16 de sus 30 años de casados. «Quizá fuera culpa mía, por no haberlo tratado como los demás: todo el mundo lo adulaba. Eres fantástico, el más grande. Y él se lo creía».
    Dos elementos aparecen en todas las conversaciones con las mujeres de los astronautas: infidelidades y miedo. Temerosa de que su marido fuera a morir, Jane practicaba un curioso ritual a la hora de hacer la cama: ponía las almohadas de cierta forma para ahuyentar la mala suerte. También temía que los demás detectaran su angustia. El remedio de la NASA para estos casos eran los ansiolíticos, pero solicitarlos era visto como un signo de debilidad que podía poner en peligro el empleo del esposo. «Si estábamos angustiadas, hacíamos lo posible para que nadie se enterase. Si queríamos un antidepresivo, no se lo pedíamos al médico de la NASA; visitábamos una consulta privada». Pero la NASA no tenía problemas en suministrar anfetaminas para que las esposas se mantuvieran delgadas y deseables.
    Para anunciar a una esposa que su marido había fallecido, la NASA contaba con un estrambótico protocolo. Otra esposa debía visitar a la viuda antes de que un funcionario le diera la noticia. La mujer de visita aparecía en la puerta de su amiga con la misión de aportar compañía, pero sin hacer mención a la noticia que pronto recibiría.
    A Betty Grissom nunca le gustó la NASA. «Cuando nos decían que las mujeres ayudáramos en la promoción haciendo discursitos, le dije a Gus que nos pagaran un sueldo». Betty odiaba los aires que se daban Alan Shepard (el quinto hombre en pisar la Luna) y John Glenn (el segundo americano en volar al espacio). A excepción de Gus, «todos se creían el no va más. Les gustaba la fama, pero ni siquiera querían ir a la Luna».
    Betty entró en conflicto con la NASA tras la muerte de su esposo. Por motivos técnicos aún desconocidos, Grissom murió con sus compañeros Ed White y Roger Chaffee el 27 de enero de 1967 cuando el módulo de mando del Apolo 1 se incendió. Betty exigió una indemnización de diez millones. Quebrantó así el pacto de silencio de las viudas espaciales. En un acuerdo extrajudicial se avino a aceptar 350.000 dólares. La NASA en su momento había asegurado que los tres hombres habían muerto en nueve segundos, pero un informe forense posterior dejó claro que habían seguido con vida durante por lo menos 15 minutos. «Querían que estuviéramos calladitas». Betty también acusó a la NASA de tratar de borrar el recuerdo de Grissom de la historia del proyecto Apolo y de quedarse de forma ilegal con su traje espacial.
    Después de los años sesenta, las mujeres perdieron el contacto entre ellas. De no haber sido por una reunión celebrada en 1991, nunca habrían compartido sus experiencias. Harriet recuerda que en la reunión apareció Susan, la mujer del astronauta Frank Borman. De pronto rompió a llorar. Había tenido problemas con el alcohol durante los sesenta, y años después se sometió a un programa de desintoxicación. La NASA jamás la ayudó. La historia de Susan marcó la velada. «Era la primera vez que nos sincerábamos. Fue una liberación».
    Esa noche se enteraron de que Alan Shepard participaba en fiestas de intercambio de parejas. Y de que la prensa estuvo a punto de buscarle un problema cuando un fotógrafo lo sorprendió entrando en un hotel con una prostituta. Joan Aldrin contó que se había sentido muy sola durante sus años con Buzz, que él tenía problemas con el alcohol y era muy depresivo.
    En 1963, la rusa Valentina Tereshkova orbitó alrededor de la Tierra 48 veces, a los 26 años de edad. Los estadounidenses enviaron a su primera mujer al espacio dos décadas después. ¿Sintieron las mujeres de la NASA envidia de su éxito? Jane Conrad es muy tajante: «No. Yo pensaba que los rusos habían enviado un mono al espacio, después a una mujer y que, al ver que habían sobrevivido, enviarían a un hombre». Y añade: «La NASA nunca hubiera enviado a una astronauta por miedo a que tuviera relaciones sexuales con el astronauta de turno. ¡O por aprensión a que menstruase! Creo que pensaban que enviar a una mujer era tan experimental como enviar un chimpancé».


     

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