TÍTULO: Suiza es España,.
Cuando
en el mundo había dos bloques me resultaban muy simpáticos los
neutrales, a los que no hay que confundir con los neutrones. Una vez que
cayeron los muros que separaban Occidente del resto del mundo, mi punto
de vista sobre los equidistantes empezó a resquebrajarse: no es lo
mismo pasar de todo cuando dos macarras se están zurrando entre sí, que
ver a un gigante abusón hacer lo que le viene en gana con los más
débiles y no decir ni mu.
Mientras Gérard Depardieu se
convierte en ruso, otros muchos optan por hacerse los suecos, quizá
porque creen que encogerse de hombros es la mejor manera de mantener la
dignidad. Pero el país neutral por antonomasia es Suiza, a quienes
muchos despistados de la geografía colocan precisamente en Escandinavia.
Un Estado admirable en el que consultan a la ciudadanía en referéndum
cada dos por tres, donde no tira nadie un papel al suelo, con cuatro
lenguas oficiales y sin ningún problema para entenderse. No me digan que
con estos datos no les entran ganas de hacerse suizo, aunque te acaben
vendiendo en una pastelería. Y no les digo nada de los bancos de allí,
donde te tratan con una discreción admirable y te sientes como en casa.
Eso es lo que le ha debido de pasar a Bárcenas,
que se llevó los 22 millones a Suiza convencido de que aquello era
territorio español pero con más montañas y relojerías. Lo que está fuera
de toda duda es que alguien como él pudiera pecar de falta de
patriotismo. Ya lo verán: es más fácil que Suiza pase a ser la vigésima
región española antes que reconocer que el tesorero del partido del
Gobierno se lo llevaba crudito y evadía capitales.
TÍTULO: Tener las de ganar
No
sale uno de su asombro. Un día abres los periódicos y descubres que
grandes cadenas de hipermercados se las apañan para pagar a sus
proveedores 200 días después de efectuar las compras. No sirve de nada
que existan normativas que lo limitan a un máximo de 90 días porque se
las saben todas. Con conseguir que firmen el consentimiento para recibir
el pago en determinada fecha, se van de rositas y se escapan
judicialmente. Alguien se preguntaba en la radio por qué no denuncian
esos proveedores a las grandes cadenas y la respuesta es muy simple: si
se atreven a intentarlo, no vuelven a ver sus productos en las
estanterías y se los tienen que comer con patatas. Te enteras luego del
rocambolesco desenlace del caso Pallerols,
con sus corruptelas para desviar fondos europeos para la formación de
desempleados, y me acordé de la época en la que trabajé en ese
sector. En aquellos días también sabíamos de entidades que se quedaban
con lo que no les correspondía. O por no hablar de quienes obligaban al
profesor a devolver bajo mano parte del sueldo oficialmente
recibido. Los mismos de siempre preguntaban de nuevo por qué no se
actuaba contra aquella ilegalidad. Volvíamos a dar la misma
respuesta: intentar cualquier heroicidad era una condena a no trabajar
jamás en el sector en muchos kilómetros a la redonda. De estos dos
asuntos, que parecen tan distintos, acaba uno por sacar tres
conclusiones: a quien maneja la sartén por el mango es muy difícil
ponerle contra las cuerdas; retar a quien tiene siempre las de ganar no
es aconsejable; esperar una justicia igual para débiles y poderosos se
está convirtiendo en una quimera.
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