lunes, 18 de febrero de 2013

EL DECANO DEL CHOCOLATE../ UN RASTRILLO COMO ALTERNATIVA AL PARO,.

TÍTULO: EL DECANO DEL CHOCOLATE..

Linneo llamó al cacao alimento de dioses (theobroma en griego) y uno se siente inclinado a darle la razón después de un rato de charla con el .
 Foto del chico pastelero que ayuda al señor hacer el chocolate,.
Linneo llamó al cacao alimento de dioses (theobroma en griego) y uno se siente inclinado a darle la razón después de un rato de charla con el navarro Jesús Subiza. El que probablemente sea el chocolatero más veterano de Europa -92 años- es el reclamo más convincente de las virtudes que adornan a su producto. «Mi secreto es que todos los días desayuno una tableta de 125 gramos», repite como un mantra después de vanagloriarse de no haber pasado ni un solo día de su larga existencia en cama por enfermedad.
Subiza tiene razones para presumir de salud: exhibe una energía y una vitalidad sorprendentes para su edad y hace gala de una agilidad que para sí quisieran muchos con menos décadas que él a sus espaldas. Sus análisis clínicos, asegura, son los de un cuarentón y los médicos solo le muestran interés cuando tratan de averiguar las claves de su buen estado físico.
Si de él dependiese instauraría un régimen alimenticio universal que giraría en torno al chocolate. «Hace poco conocí a un fraile peruano que me confesó que tanto él como sus 17 hermanos se habían criado hasta los cinco años a base de leche materna; eran muy pobres y en el hogar nunca había entrado un trozo de carne, la madre sacó adelante a sus 18 hijos con su leche gracias a la energía que le daba el cacao, que era de lo poco que tenían para comer».
El agradecimiento de Subiza hacia el chocolate va bastante más allá de su salud: tanto su vida como la sus antepasados han girado alrededor de su elaboración y venta. El chocolatero hace memoria sin dejar de atender los recados que le llegan por teléfono en el despacho de la bajera, mitad tienda y mitad fábrica, que la familia Subiza tiene en Pamplona. Fuera hace mucho frío y cae una lluvia densa que no tardará en convertirse en nieve. El despacho es estrecho pero la historia promete: «Mi bisabuelo Manuel Subiza Azcárate, se fue a trabajar a Arnegi, un pueblo en la frontera con Francia, hacia 1790, un año después de la Revolución. Allí entró a trabajar en una casa que era fábrica de chocolate y que estaba a medio camino entre los dos países, es decir, media casa en Francia y la otra media en España».
La precisión no es baladí porque el chocolate fue durante décadas objeto de un interminable debate entre las autoridades eclesiásticas para determinar si podía ser consumido -y fabricado- en periodo de vigilia. Dado que el consenso general tardó en alcanzarse, durante muchos años lo que estaba un día autorizado en Francia estaba vetado en España y viceversa. «Hacían el chocolate en un lado u otro de la casas en función del calendario de prohibiciones que se aplicaba en cada país», sonríe Subiza. Aprendidos los rudimentos del oficio, el bisabuelo hizo las maletas y se trasladó a la cercana localidad de Erro. Fue allí donde terminó de forjarse la muy duradera alianza entre los Subiza y el chocolate. «Entonces era un alimento muy popular y eso permitió que tanto mi abuelo como mi padre siguiesen con el negocio».
El tiempo de la patata
Jesús empezó a echar una mano con 13 años. El chocolate había sido asimilado hasta el punto de convertirse en elemento insustituible en la sociedad de la época. «En la zona de Erro se solía presentar a los recién nacidos en la iglesia unos días después del bautizo y había costumbre de regalarles gallinas y tabletas de chocolate. No nos faltaba trabajo porque entonces las familias tenían de seis hijos en adelante», recuerda.
Pero llegó la Guerra Civil y ese mundo se desmoronó. «La posguerra fue terrible, sobrevivimos gracias a las patatas. Era imposible hacer chocolate de verdad porque solo se encontraban sucedáneos: apenas había cacao, las harinas eran de algarroba y de algodón... hasta el azúcar sabía amargo de lo malo que era». Pasaron los años y Jesús se dio cuenta de que las cosas no volverían a ser iguales. Los pueblos se vaciaban y el chocolate retrocedía ante la tentación burbujeante de los nuevos refrescos.
En 1960 dijo adiós a Erro y se asentó en Pamplona. Desde entonces no ha parado de trabajar (el año pasado le dieron el premio al mejor autónomo por su trayectoria). «Cuando llegué éramos catorce chocolateros, ahora solo quedamos nosotros», proclama con una mezcla de orgullo y pena. Echa la vista atrás y reconoce que siente cierto vértigo ante tantos recuerdos. Sin embargo, aún tiene cuerda para rato... siempre que a mano haya una buena tableta.
 
TÍTULO:  UN RASTRILLO COMO ALTERNATIVA AL PARO,.
 
 Todo empezó en petit comité cuando se estaba terminando el verano y a un grupo de amigos y conocidos en paro se les ocurrió salir a la calle 
 
Todo empezó en 'petit comité' cuando se estaba terminando el verano y a un grupo de amigos y conocidos en paro se les ocurrió salir a la calle con las manualidades y productos de artesanía que ellos mismos elaboran. Su intención era vender las piezas o someterlas a trueque, de manera que se instalaron un domingo en una nave de Galisteo que en un pispás se les quedó pequeña. La iniciativa fue enganchando cada vez a más gente y en tan solo cinco meses han conseguido atraer a medio centenar de vecinos del norte de Cáceres, de Salamanca y de Béjar, a los que se les unirán en breve algunos de Madrid que ya han mostrado interés por participar en esta iniciativa.
Se trata del Rastrillo de Galisteo que cada segundo domingo de mes reúne en torno a la muralla de esta localidad del norte de Cáceres a expositores que venden o cambian sus productos. No se admiten puestos en los que se venda mercancía comprada a otros (intermediación), ni tampoco la venta al por mayor. Las condiciones para instalarse es que se acuda con producción propia, antigüedades, objetos de colección o de segunda mano y que todos los que participen estén tan dispuestos a la venta como al trueque.
«Como economía sostenible es una salida para mucha gente que está en casa porque se ha quedado en paro o que hace manualidades y produce artesanía. Están viendo en esta propuesta una ocasión estupenda para mostrar su trabajo y sacarle rendimiento», cuenta Pilar Sánchez, una de las promotoras de esta actividad.
Además de acudir con la producción propia, se está dando la oportunidad de exponer ropa, pequeños electrodomésticos, teléfonos, juguetes, máquinas de fotos y libros que se guardan intactos en casa pero sin darles uso. Con ellos se forma una sección de segunda mano que complementa el rastrillo con antigüedades y viejas curiosidades, entre las que están teniendo un éxito especial los libros.
«Muchos compradores acuden con un libro en la mano para cambiarlo por otro. Es una opción que está teniendo cada vez más adeptos», añade Pilar.
Además de crecer en número de participantes, la fórmula del rastrillo va a expandirse geográficamente, extendiéndose desde Galisteo hasta otras localidades como Torrejoncillo y Holguera, donde se ubicará los próximos días 17 de febrero y 24 de marzo.
«Los segundos domingos de mes seguiremos instalándonos en Galisteo, que es donde surgió la iniciativa, pero queremos irnos moviendo por otras localidades coincidiendo con que tengan eventos, ofreciendo esa posibilidad a sus ayuntamientos como una actividad más que pueda atraer público», apunta Sánchez.
Precisamente el consistorio de Galisteo supo ver la oportunidad del rastrillo cuando accedió a que se instalaran junto a la muralla los vendedores, quienes pidieron permiso para utilizar un espacio público porque la nave en la que empezaron a funcionar era insuficiente para acoger a todos los que se iban uniendo a los fundadores.
Terapia psicológica
Los organizadores señalan que el rastrillo está sirviendo también como terapia psicológica, para sacar a la gente a la calle, para comprobar que lo que hace gusta a los demás. «¿Qué haces metido en casa todo el día dándole vueltas a la cabeza, que es a lo que algunos se dedicaban? Para muchas personas está siendo un aliciente preparar sus cosas de cara al rastrillo, se entretienen con ello y le dan salida».
Participar de esta cita cuesta 50 céntimos según los metros de puesto que se vayan a ocupar, un dinero que se reinvierte en el crecimiento del rastrillo. No se necesita licencia y basta con comunicar a los organizadores que se quiere participar unos días antes del evento (se les puede localizar a través de Facebook como Rastrillo de Galisteo).
«Hasta que no demos la vuelta completa a la muralla no pararemos», asegura Pilar Sánchez, que está encantada con la aceptación que la propuesta está teniendo entre los que se encuentran a uno y otro lado de los puestos. En su caso, está feliz, igual que todos aquellos que hicieron posible esta propuesta para conseguir que muchas personas estén volviendo a creer en sus posibilidades y en la oportunidad de seguir adelante.

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