TITULO: Entrevista a Ignacio Bosque y Violeta Demonte.
Ignacio Bosque y Violeta Demonte-foto- son dos jóvenes catedráticos de Lengua que coincidieron en los años setenta en la Universidad Autónoma de Madrid, en el departamento de Fernando Lázaro Carreter. Sus trayectorias compendian muchos rasgos de estos nuevos científicos. Provienen de las dos orillas de la lengua: Demonte nació en Argentina, cuyo acento, mitigado, no ha perdido del todo, y Bosque es levantino, radicado en Madrid. Los dos combinaron la formación en la península con estancias en Estados Unidos, donde entraron en contacto con la mayor revolución en lingüística contemporánea: la gramática generativa. Mientras que Violeta Demonte es de los pocos científicos españoles citados por Noam Chomsky, Ignacio Bosque además ha prestado atención a la gramática tradicional: continuó la edición de la Gramática de Salvador Fernández Ramírez (iniciada en 1951). Bosque entró en la Real Academia, de la que es casi el miembro más joven, en 1997.
¿Es ésta una gramática para saber cómo hay que hablar?
— No, en absoluto: esa es la misión de una gramática normativa, como la de la Real Academia, que señala qué es lo que se debe y no se debe decir. Nuestra gramática es descriptiva, cuenta cómo es y cómo funciona nuestra lengua, y lo hace por primera vez de una forma muy completa. La nuestra es una gramática del alcance de las que hay para otras grandes lenguas: el inglés, el francés, el italiano o el alemán, pero que faltaba en la nuestra.— Faltaba la investigación de base: no existían los trabajos parciales que luego permiten una labor de síntesis. Por suerte, los últimos años han visto esa necesaria eclosión de estudios sobre el español, tanto en España e Hispanoamérica como en países no hispanohablantes.
Pero, por otra parte, había que elaborarla como un proyecto colectivo: en la situación actual de los estudios sobre el español, nadie puede abarcarlo todo. Por fortuna (porque en este sentido a la ciencia de la lengua le está ocurriendo como a las ciencias "duras"), los campos de trabajo se han ido especializando.
— Sí, realmente no abundan los proyectos colectivos en nuestro país: hay una especie de fatalismo, de decir: no saldrá nunca… ¡Pero salió! Hicimos primero un plan general con división en capítulos, y unas normas para los colaboradores. Éstas incluían desde aspectos formales hasta listas de terminos que convenía evitar, y otros que debían usarse. Luego vino la recepción de los trabajos, y la lectura cuidadosa de cada uno: hubo enmiendas, propuestas de nueva redacción, nuevas entregas… Por último el trabajo de unificación, de creación de referencias cruzadas (más de 6.000), índice de materias (5.400 entradas), de palabras y expresiones estudiadas (más de 6.300)… El trabajo total fue de seis años. Pero sólo la última etapa duró dos años.
En un momento en el que no abundan proyectos editoriales de tan largo alcance, ¿qué ha hecho posible un trabajo de esta envergadura?
— El primer impulso vino de la Fundación Ortega y Gasset, que puso a nuestra disposición locales, ordenadores (el correo electrónico es vital para un proyecto con tanta gente) y secretaría. Posteriormente recibimos el apoyo de la Real Academia, que propició la publicación de la obra dentro de una de sus colecciones.
— La lingüística reciente se ha caracterizado por la variedad de posiciones teóricas: ¿cómo han logrado que especialistas de procedencias y formación dispares colaboren en un todo homogéneo?
— Hay que decir que los coautores se han prestado muy bien a la tarea común, buscando los puntos de encuentro, y renunciando a veces a nomenclaturas especializadas para converger en un mismo terreno. A este respecto, conviene recordar que nuestra Gramática ha recogido lo más posible de los conceptos de la gramática tradicional (como "adjetivo", o "complemento directo"), introduciendo elementos nuevos sólo cuando resultaban beneficiosos o inevitables. Esto ha ocurrido sobre todo en temas que recorren distintas categorías gramaticales, por ejemplo la cuantificación (que afecta a adverbios: "mucho", o a expresiones nominales: "cada persona…").
— Hay algún tema clásico, tal vez olvidado durante largo tiempo , que haya sido recuperado por la investigación actual.
— Sí: precisamente la elipsis (o supresión de determinados elementos) está en esa situacion. Posiblemente desde la gramática latina que escribió el Brocense, a finales del siglo XVI, no se había tratado el tema de manera específica, hasta que reaparece en nuestra obra…
— ¿Para quién es esta Gramática?
— Por ser una obra descriptiva, y por su parentesco con la gramática tradicional, creemos sinceramente que cualquier persona culta y con interés por el idioma puede abordarla. Pero una parte importante de su público serán los profesores que tienen que explicar cómo funciona la lengua española a sus alumnos.
También otros se beneficiarán de su existencia: los profesores y creadores de materiales para enseñanza de español a extranjeros, los que trabajan sobre trastornos del lenguaje, los que se ocupan de tratamientos automáticos de la lengua natural, es decir: los que harán posible en el futuro que los ordenadores entiendan o hablen español…
— Tres tomos, más de cinco mil quinientas páginas… ¿Es necesario leerlo todo?
— ¡No! Se trata de una obra de consulta. Precisamente la riqueza de referencias cruzadas e índices hace posible que se localicen en seguida los fenómenos o las palabras que se quieran consultar, en todos los lugares donde se estudian desde distintas perspectivas. La lengua es realmente algo muy complejo, y era necesario dar a la obra esta estructura "hipertextual" para reflejarlo.
— Se dice (y es cierto) que la lengua española está de moda en el mundo. Parece que esta gramática se ha recibido con expectación internacional.
— Sí: precisamente el 5 de noviembre la universidad de Ohio (Estados Unidos) organiza un congreso para presentarla y empezar a debatir sus contenidos.
Se ha denunciado más de una vez el estado de descuido de los estudios sobre nuestra lengua. Pero he aquí, en el plazo de poco tiempo, esta gran Gramática y el nuevo Diccionario de español actual, de Manuel Seco… ¿Cuáles son las carencias más urgentes que quedan?
— En primer lugar, sobre todo, el Diccionario histórico, nunca concluido. Es un vergüenza que tengamos que acudir a obras sobre otras lenguas para suplirlo… No existe una Sintaxis histórica , pero es que tampoco tenemos una Sintaxis dialectal. En el estudio del léxico, quedan todavía muchos campos sin explorar... Por otra parte, no tenemos un Diccionario de conectores, ni de Clases de predicados, ni un Diccionario de construcciones. Sí: en español aún queda mucho trabajo por hacer.
Algunas de estas obras serán útiles para especialistas, de otras se podrán beneficiar los usuarios normales de la lengua, pero hay que pensar que muchas veces sólo después de las obras de investigación pura pueden surgir las síntesis utilizables por un público más amplio.
Por último, no olvidemos que las grandes lenguas, las que tienen más poder económico o científico son las más estudiadas (el inglés es la lengua que se ha descrito más completamente de todas las del mundo), y eso no es una casualidad…
— He oído reflexionar alguna vez a Ignacio Bosque sobre la labor del lexicógrafo comparada con la del gramático: sería algo así como una tarea infinita frente a otra finita, acotada… ¿Es así, en realidad?
—
(Se ríen) Hasta cierto punto… La labor del lexicógrafo es minuciosa y acumulativa: coger una palabra, trabajarla, dejarla, coger otra, trabajarla… ¡Y constantemente aparecen nuevas palabras…! Da un poco de vértigo. El gramático, sin embargo, trabaja con un conjunto cerrado de variables: no aparece frecuentemente un nuevo modo verbal, por ejemplo, ni se encuentra uno con un demostrativo más de la noche a la mañana. Tal vez por esa razón me dedico a la gramática del español: a lo mejor un día vemos la tarea terminada, aunque… aún queda mucho…
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