domingo, 25 de marzo de 2012

ESPECIAL MODA LAS MUSAS OLIVIA PALERMO./ Rodaballo---EL ALMIREZ.

TÍTULO: ESPECIAL MODA LAS MUSAS OLIVIA PALERMO.

Así se crea una " it girl"----Olivia Palermo-foto-, hija de un rico de Nueva York, se ha convertido en una maniquí viviente capaz de convertir en oro todo lo que se pone. ¿ Casualidad o gran operación de "marketing"?
se lo contamos.

«Solo soy una jovencita, pero algunas jovencitas tienen un padre poderoso»
. Esta frase desafiante es lo más incisivo que ha dicho en público Olivia Palermo en sus 26 años de vida. Fue en un momento en el que se vio acorralada, lo que explica que por una vez se saltase el guion que le había diseñado su equipo de publicistas: por la boca muere el pez, así que mejor no abrirla si no es para decir `estupendeces´. Por ejemplo, una vez le preguntaron por sus actividades favoritas. Respuesta: «Amo que me hagan la manicura y la pedicura».

Con esta táctica puede que te subestimen, pero no podrán crucificarte. «Solo es una chica mona», la sentenció Valentine Rei, periodista especializado en moda de SocialiteRank, la temida web que encumbraba y defenestraba a la crema de la sociedad neoyorquina. Fue un error garrafal, pues pasaba por alto la astucia de Olivia y... a su poderoso papá, Douglas Palermo, un promotor inmobiliario que acabó cerrándole el `chiringuito´ con una querella.

Aquella refriega judicial fue la consagración de Olivia como la reina de las it girls de Nueva York y, por tanto, del mundo. ¿Pero qué es una it girl? Wikipedia la define como una mujer atractiva que recibe una cobertura mediática desproporcionada para sus logros. El término lo acuñó el novelista Elinor Glyn, y la primera it girl fue la actriz Clara Bow, que protagonizó en 1927 la película It. Simbolizaría el eterno femenino. La chica ingenua y fatal al mismo tiempo. Truman Capote las llamaba `cisnes´. Eran las anfitrionas de los salones, las musas de modistos, cineastas y escritores. Criaturas etéreas cuya personificación literaria es Holly Golightly, la protagonista de Desayuno en Tiffany`s, a la que dio vida Audrey Hepburn; aunque su encarnación en la vida real fue Babe Paley, clienta compulsiva de Givenchy y Valentino.

Existe otro término, aunque es bastante indigesto: `celebutante´. Una mezcla de `celebridad´ y `debutante´. Chicas bien que están en todos los saraos y salen en todas las fotos. ¿Por qué son famosas? Precisamente porque están en todos los saraos y salen en todas las fotos. Y su vestuario marca tendencia. Las it girls son maniquíes virales que convierten en oro todo lo que se ponen. Tienen más capacidad de persuasión que una campaña publicitaria. Y son mucho más baratas.

Una it girl aspira a estar siempre fabulosa, pero es agotador. La mayoría de las actrices consagradas solo se somete a esa tortura si hay alfombra roja. Y a la que te descuidas van de trapillo. Así que el glamour del Hollywood dorado ha perdido lustre. Hay pues un apartamento vacío en esa milla de oro. Y las it girls, estilosas `okupas´, han dado una patada en la puerta y han dicho «aquí estoy yo».

¿Cómo se fabrica una it girl?

Hay dos maneras. La primera es rodearse de un equipo de publicistas, estilistas... El arquetipo es Olivia Palermo. Olivia era una candidata improbable; no le faltaba pedigrí, pero tampoco le sobraba. Solo era una más entre el ramillete de aspirantes a suceder a la emperatriz de Park Avenue y número 1 perenne en la lista de SocialiteRank, Tinsley Mortimer, que estaba en el ocaso pues había llegado a la edad de... 30 años. Olivia es una niña bien. Hija de un constructor y de una decoradora. Educada en colegios privados, un año en Francia, estudios de Comunicación. A los 20, le llegó la hora de lanzarse al mundo. Y como otras niñas bien entró en el carrusel de los eventos benéficos de alta gama, lo que en Nueva York llaman charity circuit, el `circuito de la caridad´. Olivia no se perdió un cotillón, un brunch. El fotógrafo Patrick McMullan, omnipresente en estos eventos, se fijó en ella. Publicó una foto de Olivia en su blog con un comentario elogioso. La volvió a ver en otra fiesta y volvió a retratarla, aunque esta vez le advirtió. «Mira adónde te metes, porque una vez que estás ante el ojo público la gente te lanzará como una pelota. Y no sabes dónde aterrizarás». Ella se lo tomó como un desafío.

Olivia demostró que tenía el don de la ubicuidad. Se arrimaba a los famosos justo cuando había cámaras cerca. Empezaron a lloverle las críticas. «¡Esos modales carnívoros! Parece Paris Hilton». Para entonces aún no se sabía que había contratado a un publicista de renombre, Dennis Wong. Y que se limitaba a seguir un plan trazado. Pagó el carísimo cubierto de cenas de gala destinadas a recaudar fondos para los necesitados. Y siempre iba estupenda. Físicamente no destaca (1,62 de estatura), pero como resume una revista femenina: «Todas tenemos malos días, menos Olivia Palermo».

Sin embargo, no fue suficiente para que SocialiteRank la considerase siquiera en el `top 20´ de las socialités. «No te suicides, casi lo consigues», le recomendaron con cierta sorna. Se la consideraba una advenediza. Y empezaron a hacerle el vacío. Y se puso nerviosa. Dejó de recibir invitaciones. «Tengo 400 amigos en mi BlackBerry», declaró, negando que fuese una apestada. Por entonces su padre fue condenado por el impago de 2,75 millones de dólares a sus acreedores. Y se destapó que había emitido cientos de facturas falsas.

El escándalo paterno la convirtió en la comidilla, aunque también le dio un eco fulgurante. De repente, todo Nueva York supo quién era Olivia. El tiro de gracia para su carrera hubiera sido un comprometido correo electrónico, supuestamente enviado por ella a su lista de contactos, en el que detallaba lo que se gastaba al mes en sesiones de depilación y ropa. SocialiteRank lo publicó. Olivia desmintió que fuera suyo. Y Douglas Palermo encargó defender el honor de su hija a su bufete de abogados, nada menos que el de Cyrus Vance Jr., hijo del que fuera secretario de Estado. SocialiteRank tuvo que cerrar. Valentine Rei sostiene que la filtración de aquel e-mail fue una trampa urdida por el publicista de Olivia, que salió de aquel torbellino convertida en el nuevo cisne.

Ahora es la niña bonita oficial. El epítome del buen gusto. Musa de Hilfiger. Modelo de Mango. Portada de Harper`s Bazaar... Novia del macizo Johannes Huebl. Mano derecha de Diane von Fürstenberg. Carne de reality (en la MTV llegó a cobrar diez mil euros por capítulo). Y con un blog de moda que, por supuesto, ella no escribe. Lo hace un equipo de profesionales.

Pero hay otra manera, menos rebuscada, de convertirse en it girl. Espontáneamente. Es lo que sucede con la británica Alexa Chung, de 28 años. Si Olivia es el trasunto modoso de Paris Hilton, Alexa Chung es el reflejo libre de Kate Moss. Al menos, eso opina Jane Keltner de Valle, directora de Teen Vogue. «Hubo una época en la que todas las chicas querían ser Kate, Kate, Kate. Ahora dicen: ¡Alexa!».

Alexa Chung es deslenguada. Dice lo que le viene a la cabeza, aunque no sea lo más apropiado. Y no tiene estilista. Va por libre y se ha ganado el crédito de la calle. «No tengo tetas. Y mis piernas son flacuchas. Pero es lo hay. Y me visto adaptándome a lo que tengo. Mi cuerpo es mi única referencia. Es muy halagador que otras chicas quieran imitar mi estilo, pero lo único que hago es intentar sacarme partido», confiesa.

Tampoco es una hija de papá. Su padre es diseñador gráfico. Alexa dice que ha heredado de él el buen ojo para las proporciones. «Y lo aplico a la ropa». Su madre, ama de casa. Alexa es la menor de cuatro hermanos y se crio en un pueblo a cien kilómetros de Londres. La moda nunca fue una prioridad en casa, aunque ella se obsesionó con ser modelo, como tantas adolescentes. Hizo sus pinitos a los 16 años, pero lo dejó. «No puedo expresar lo aburrida que estaba y cómo bajó mi autoestima. Me sentía una inútil. He conocido a las chicas más guapas del mundo, pero también son las que están más deprimidas».

Reconoce que le encantan los mercadillos. «Y soy muy británica al vestirme. Como hace mal tiempo hay que vestirse a capas, como una cebolla». Cómo se combinan esas capas ya es cuestión de gustos. Y a las blogueras que diseccionan sus atuendos les encanta. Pero que nadie se confunda. Alexa puede ponerse un vestido de segunda mano, pero es la musa de Karl Lagerfeld, y un bolso de Mulberry que lleva su nombre vale mil euros. The Sunday Telegraph la coloca entre las cien mujeres más poderosas del Reino Unido. ¿Y cómo se mide hoy el poder? Según Millard Drexler, presidente de la cadena de grandes almacenes J. Crew: «Lo importante es que la gente te busque en Google. Y las veinteañeras buscan a Alexa».


TÍTULO: Rodaballo


EL ALMIREZ.

Asegura el `Larousse gastronomique´, diccionario de referencia para las artes coquinarias, que el rodaballo es «el rey de la cuaresma». Bueno es, desde luego, para tiempos de penitencia y mejor aún para los del gozo porque, como decía Álvaro Cunqueiro, es «el faisán del mar». Todo lo que este pez escotoftálmido tiene de feo lo tiene de sabroso y, como comenta Indalecio Prieto, socialista notable y gastrónomo sobresaliente, si hubiera que diseñar un escudo para la izquierda este debiera integrar un rodaballo sobre campo de gules (rojo). Lo del rodaballo lo explicaban porque el pez tiene sus dos ojos en el lado izquierdo «como símbolo de inteligencia».


El rodaballo arrastra su prestigio desde los tiempos más remotos. Cuenta Juvenal, el maestro latino de la sátira en el transito del siglo I al II, que un pescador de Alba Longa admirador de Domiciano, el último emperador de la dinastía Flavia, le regaló a este un rodaballo gigantesco, más grande que todas las cazuelas y enseres de la cocina imperial. Domiciano consultó con varios miembros del Senado sobre la conveniencia de trocear el pez para su preparación. Acordaron, para no perjudicar el resultado final, la contratación de un alfarero que hiciera una fuente capaz para hornear la pieza.


Los de piscifactoría son un buen bocado, pero los llamados salvajes constituyen una auténtica exquisitez. Merece reseña el último que –a la gallega, con una ajada con un toque de pimentón dulce y patatas cocidas– me sirvieron en la Casa D’a Troya (Emiliano Barral, 14, Madrid) donde la familia Ortega Vila mantiene vivas las mejores costumbres de la cocina gallega.

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