sábado, 10 de marzo de 2012

ENRÉDATE- OTRAS FORMAS DE HABLAR./ EN FIN, UNA PENA./ 7 DÍAS- CITAS.

TÍTULO: ENRÉDATE- OTRAS FORMAS DE HABLAR.

Calles de intimidad sin nadie, olvido y sol,
y siempre unas bandadas atristando el oeste,
y ese vals en retreta, pobre encanto en la noche:
nos busca su florido pesar, su voz nos quiere.
¿Qué busca un joven al hablar de una u otra manera?-foto.
 Menudo, en las noches de insomnio, me pregunto por cuál quimera me dejé arrastrar al orientar toda mi vida en la busca de la poesía. Esa destructora inquietud en la espera infructuosa ha sido lúcidamente captada por Ungaretti en las páginas finales de su primer libro, en una prosa titulada “Ironía”. Se esboza en ese texto una escena nocturna en la que la nevada desnudez de una tierra invernal grávida de indicios primaverales se liga a la imposibilidad de la escritura: “A esta hora, sólo a un raro soñador le es dado el martirio de continuar su obra”, concluye Ungaretti. ¿Por qué alude a esta catastrófica hora de tortura al terminar su extraordinario libro? ¿Por qué asocia las palabras obra y martirio en el momento de hacer un necesario alto en el camino? A la supervivencia de la masacre de la guerra, al feliz retorno a la tierra de sus ancestros, le sucede una incomprensible y dilatada pausa de zozobra. Y es que entre la obra apenas concluida y la obra por realizar se abre de pronto un abismo: una noche que disimula su crueldad en una calma de gélida impotencia.
En esas irónicas horas nocturnas de descreación (porque sin agregar nada nuevo devoran lo que uno creía firmemente establecido), soportadas en una especie de fantasmagórico huerto de los olivos alojado en un recodo poco frecuentado de la mente, más de una vez he repasado en silencio algunas de las definiciones de la poesía que mi memoria ha ido reteniendo al azar a lo largo de los años. Digiero con dificultad las definiciones programáticas de la teoría literaria, pero siento viva simpatía por las que surgen al acaso en libros que no pretenden sentar cátedra; definiciones que con toda evidencia son producto de una experiencia vivida. Una de ellas la encontré en las palabras prologales de una antología del poeta cubano Gastón Baquero; la sentencia, atribuida a Heidegger por el mismo Baquero, dice así: “La poesía es la leyenda de la desnudez de lo existente”. Fue mi primer encuentro con el filósofo. Por la fuerza de secreto que alienta en el mágico rumbo del pensamiento que contiene la frase, en más de una ocasión me he sentido llevado por ella hasta la inminencia misma de la poesía, como si fuese el verso inicial de un poema inconcluso. De hecho, cuando leí la proposición (hace unos veinticinco años) me impresionó más que toda la poesía de Gastón Baquero, a quien guardo gratitud por ese mínimo pero extremadamente fructífero acontecimiento que me deparó su libro. Se diría que las palabras de Heidegger están poseídas por “la sagrada sobriedad del agua” donde sumergen sus cabezas los cisnes hölderlineanos.

TÍTULO: EN FIN, UNA PENA.


Ojeras con reflejos violeta, pelo encrespado y con raíces, jersey dado de sí.
"¿ Cómo voy a volver al mundo de la gente sin pañal con estas pintas"? - Pienso.
NO SUPE LO BIEN QUE HABÍA ESTADO, lo cómoda que había vivido, lo tranquila que era mi existencia hasta que volví a ellos. No fui consciente de la liberación –de cuerpo y de mente– en la que había dormitado tantos meses hasta que me la quitaron. Bueno, hasta que yo misma me la quité. Soy tonta, sí, soy idiota. Tremendamente estúpida. Porque aunque me destrocen, aunque me duela, aunque me corroan hasta el último músculo de mi cuerpo, he vuelto. A los tacones. A los malditos, torturadores y diabólicos tacones.

TODO EL EMBARAZO –la excusa perfecta–, plana. Toda la baja maternal, plana –¡y en chándal!–. Tantos meses sin maquillarme. Sin pasarme secador y plancha por el pelo. Sin ceñirme vaqueros imposibles. Sin colocarme y recolocarme –y clavarme en las costillas– sujetadores sin tirantes. Sin hacerme la pedicura. Sin pensar qué zapatos, medias, jersey y abrigo combinar con la falda. Sin subirme a las alturas en tacones pensados para estar sentada. Tanto tiempo cómoda. Tanto tiempo sin tiempo para arreglarme. Tanto tiempo sin sufrir.

PERO, CLARO, SALES A LA CALLE por primera vez sin tu bebé y se desactiva el escudo protector anti-miradas, el escudo me-da-igual-lo-que-piensen-de-mí, el escudo aquí-estoy-yo-feliz-con-mi-criatura-y-que-le-den-al-mundo. Sales a la calle sola –¡cuántos meses hace que no te pasaba eso!– y un destello fugaz te pone sobre aviso. No puede ser, piensas, no puede ser. Sigues caminando y en el siguiente escaparate casi te caes del susto. No puede ser, insiste tu cabecita. No. Pero sí. Disimuladamente, te paras en la tercera tienda –de aparatos de ortopedia, que pretendes mirar con muchísimo interés– y entonces ya no puedes seguir fingiendo, porque la realidad te devuelve tu imagen tal y como te ven los demás: con ojeras que tienen incluso reflejos violetas, con el pelo encrespado y con tanta raíz que se te junta la falta de tinte con las puntas abiertas, y con esos vaqueros tan cómodos pero que te hacen el culo tan caído; en realidad, te hacen el culo como te ha quedado tras el parto, pero los que obran el milagro óptico se te meten por sitios que aún tienes sensibles.

MIENTRAS TE APOYAS DISIMULADAMENTE en la pared para no desmayarte, ves también que tu piel parece la de un pollo acabado de sacar del asador, que la espalda tiene una muy ligera curva que podría confundirse con el inicio de una joroba, que el jersey que te has puesto está dado de sí después de tantos meses de lactancia, que tus ojos parecen sacados de un 'after hours' y que el alma se te escapa a cada suspiro. "¿Cómo voy a ir a trabajar mañana así?", piensas. "¿Cómo voy a volver al mundo de la-gente-sin-pañal con estas pintas?". Necesito sentirme segura, así que me bajo de YouTube un vídeo-consejo de un gimnasio de Nueva York que enseña a andar con tacones. Cuerpo recto y pecho hacia el cielo para fingir seguridad. Abdominales contraídos para usar la parte baja de la espalda y tener más estabilidad. Caderas y rodillas relajadas para no andar, sino deslizarte como una estrella.

P. D.: "Para presumir hay que sufrir", decía mi madre. Sin dolor no hay recompensa, creo yo. Tras tanto tiempo viéndome a través de los ojos de mi bebé –no importa nada, nada, nada más que el amor–, ahora vuelvo a mirarme a través de los ojos de los demás. Y vuelve a ser tan duro como antes. ¡Qué pena!

TÍTULO: 7 DÍAS- CITAS.
10 Sabado-- Mujer, belleza y exilio. 11 Domingo--Una tarde en la opera. 12 Lunes---Manual antiñoñería,
13 Martes-- Inmersión sensorial. 14 Miércoles--- Virtuosismo al piano, 15 Jueves--- Doble ración  de Clooney.
16--Viernes-- Flamenco y humor.

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