A sólo 50 kilómetros de la siniestrada central de Fukushima, reabre un gigantesco parque acuático famoso por sus aguas termales y sus despampanantes bailarinas.
En otra parte del mundo, estaría cerrado y toda la zona a su alrededor habría sido evacuada. Pero aquí, en Japón, es la principal atracción turística de Iwaki, una ciudad de 340.000 habitantes situada a sólo 50 kilómetros de la siniestrada central nuclear de Fukushima 1. Se trata del parque acuático Hawai, un descomunal complejo de 300.000 metros cuadrados con tres hoteles de lujo, 72 estanques de aguas termales y cuatro grandes piscinas, cubiertas y al aire libre, con toboganes, saunas, restaurantes y tiendas.Fundado en 1965 por la potente empresa minera Jobankosan KK para crear una industria de ocio alternativa ante el declive de los pozos de carbón de la región, el parque Hawai se convirtió pronto en el icono más representativo de Iwaki, la segunda ciudad más populosa de la prefectura de Fukushima. Cada año recibía un millón y medio de visitantes y 370.000 huéspedes se alojaban en sus hoteles. Inmortalizado en famosas películas japonesas como 'Hula Girl' (2007), debía gran parte de su éxito a su compañía de 'Hawaianas', las esculturales bailarinas locales que, ataviadas con minifaldas, bikinis y coronas de flores tropicales, se contoneaban sobre el escenario moviendo compulsivamente las caderas al ritmo del tantán y el ukelele.Tras el devastador terremoto que tuvo lugar el 11 del marzo del año pasado, que dañó las instalaciones y sembró el pánico en sus piscinas, el medio millar de empleados tuvo que evacuar a los 2.500 clientes que, en bañador, visitaban el parque ese día. Aunque el complejo se libró del tsunami al enclavarse sobre una montaña, el accidente en la cercana central de Fukushima 1 obligó a alojar a los visitantes en los hoteles del recinto durante varios días, hasta que pasó el miedo y pudieron volver a sus casas.Colosal inversión Reunida el 11 de abril, la junta directiva acordó reabrir el parque en julio, una vez reparados los destrozos del seísmo. Pero, justo ese día, hubo otro potente temblor -de magnitud 6,6- que derribó la segunda planta frente al escenario, hundió el suelo 80 centímetros y movió los cimientos. Aquel terremoto resultó ser mucho destructivo que el anterior y forzó a cambiar los planes de reapertura."Los ingresos ascendían cada temporada a 13.500 millones de yenes (124 millones de euros). Pero, durante el último año, las pérdidas por el seísmo alcanzaron los 6.500 millones de yenes (59 millones de euros) y nos hemos gastado 4.500 millones de yenes (41 millones de euros) en reparar los daños", desglosa Tomohiro Murata, relaciones públicas del parque.Tras acometer tan colosal inversión, Hawai volvió a reabrir sus puertas el pasado 8 de febrero pese a la amenaza radiactiva que ha hundido el turismo en Japón y, muy especialmente, en Fukushima. "Hicimos una encuesta en las prefecturas vecinas y comprobamos que la gente tiene miedo a venir aquí, pero hemos recibido 5.000 visitantes diarios tras la reapertura", explica Murata, quien insiste en que "medimos la radiación cada jornada y los niveles son seguros para la salud porque están muy bajos: entre 0,05 y 0,12 microsieverts/hora".Un paseo por el climatizado recinto cubierto demuestra que el público no tiene miedo a las fugas radiactivas. Mientras la multitud chapotea con sus flotadores en las piscinas y los niños se lanzan por los toboganes, las 'hawaianas' dan la bienvenida desde el escenario. "¡Aloha!", saludan sonrientes mientras hacen el signo del "buen rollito" surfero: con el puño cerrado y los dedos pulgar y meñique extendidos."La reapertura de Hawai es un signo de la recuperación de Fukushima y ayudará a la gente a sentirse mejor, sobre todo a quienes han perdido algún ser querido", promete Mutsumi Kudo, una de las 34 bailarinas de la 'troupe'. Aunque todas ellas viven en los dormitorios colectivos de la empresa, los familiares de algunas han tenido que abandonar sus hogares al residir en los 20 kilómetros evacuados y cerrados en torno a la central nuclear.Empeñados en volver a la normalidad Además del parque acuático, el pasado verano reabrió el acuario de Iwaki, el mayor del noreste de Japón. Desafiando también al riesgo radiactivo, unos 7.000 corredores participaron en febrero en su famosa maratón, que discurrió bajo las humeantes chimeneas del puerto industrial.A pesar de que la vida se empeña en volver a la normalidad en Iwaki, la nube de Fukushima ha contaminado el huerto de Shizue Suzuki, que ya no puede seguir plantando arroz ni cebollas por culpa de la radiación. "Antes nos alimentábamos del huerto porque era más limpio y natural, pero ahora está contaminado con yodo y cesio", se queja la mujer, quien cree que "pasará mucho tiempo hasta que podamos cultivar aquí". Con sus verduras estigmatizadas por la radiactividad, la cooperativa agrícola JA de Fukushima ha demandado a Tepco, la empresa propietaria de la central, por más de 500 millones de euros.En Japón, pocos quieren comprar las verduras de Fukushima ni ir de turismo a su prefectura por miedo a la radiación. Ni siquiera al volcán atómico de Hawai.
TÍTULO: FOGONES QUE HABLAN EN FRANCÉS:En otra parte del mundo, estaría cerrado y toda la zona a su alrededor habría sido evacuada. Pero aquí, en Japón, es la principal atracción turística de Iwaki, una ciudad de 340.000 habitantes situada a sólo 50 kilómetros de la siniestrada central nuclear de Fukushima 1. Se trata del parque acuático Hawai, un descomunal complejo de 300.000 metros cuadrados con tres hoteles de lujo, 72 estanques de aguas termales y cuatro grandes piscinas, cubiertas y al aire libre, con toboganes, saunas, restaurantes y tiendas.
Fundado en 1965 por la potente empresa minera Jobankosan KK para crear una industria de ocio alternativa ante el declive de los pozos de carbón de la región, el parque Hawai se convirtió pronto en el icono más representativo de Iwaki, la segunda ciudad más populosa de la prefectura de Fukushima. Cada año recibía un millón y medio de visitantes y 370.000 huéspedes se alojaban en sus hoteles. Inmortalizado en famosas películas japonesas como 'Hula Girl' (2007), debía gran parte de su éxito a su compañía de 'Hawaianas', las esculturales bailarinas locales que, ataviadas con minifaldas, bikinis y coronas de flores tropicales, se contoneaban sobre el escenario moviendo compulsivamente las caderas al ritmo del tantán y el ukelele.
Tras el devastador terremoto que tuvo lugar el 11 del marzo del año pasado, que dañó las instalaciones y sembró el pánico en sus piscinas, el medio millar de empleados tuvo que evacuar a los 2.500 clientes que, en bañador, visitaban el parque ese día. Aunque el complejo se libró del tsunami al enclavarse sobre una montaña, el accidente en la cercana central de Fukushima 1 obligó a alojar a los visitantes en los hoteles del recinto durante varios días, hasta que pasó el miedo y pudieron volver a sus casas.
Colosal inversión
Reunida el 11 de abril, la junta directiva acordó reabrir el parque en julio, una vez reparados los destrozos del seísmo. Pero, justo ese día, hubo otro potente temblor -de magnitud 6,6- que derribó la segunda planta frente al escenario, hundió el suelo 80 centímetros y movió los cimientos. Aquel terremoto resultó ser mucho destructivo que el anterior y forzó a cambiar los planes de reapertura.
"Los ingresos ascendían cada temporada a 13.500 millones de yenes (124 millones de euros). Pero, durante el último año, las pérdidas por el seísmo alcanzaron los 6.500 millones de yenes (59 millones de euros) y nos hemos gastado 4.500 millones de yenes (41 millones de euros) en reparar los daños", desglosa Tomohiro Murata, relaciones públicas del parque.
Tras acometer tan colosal inversión, Hawai volvió a reabrir sus puertas el pasado 8 de febrero pese a la amenaza radiactiva que ha hundido el turismo en Japón y, muy especialmente, en Fukushima. "Hicimos una encuesta en las prefecturas vecinas y comprobamos que la gente tiene miedo a venir aquí, pero hemos recibido 5.000 visitantes diarios tras la reapertura", explica Murata, quien insiste en que "medimos la radiación cada jornada y los niveles son seguros para la salud porque están muy bajos: entre 0,05 y 0,12 microsieverts/hora".
Un paseo por el climatizado recinto cubierto demuestra que el público no tiene miedo a las fugas radiactivas. Mientras la multitud chapotea con sus flotadores en las piscinas y los niños se lanzan por los toboganes, las 'hawaianas' dan la bienvenida desde el escenario. "¡Aloha!", saludan sonrientes mientras hacen el signo del "buen rollito" surfero: con el puño cerrado y los dedos pulgar y meñique extendidos.
"La reapertura de Hawai es un signo de la recuperación de Fukushima y ayudará a la gente a sentirse mejor, sobre todo a quienes han perdido algún ser querido", promete Mutsumi Kudo, una de las 34 bailarinas de la 'troupe'. Aunque todas ellas viven en los dormitorios colectivos de la empresa, los familiares de algunas han tenido que abandonar sus hogares al residir en los 20 kilómetros evacuados y cerrados en torno a la central nuclear.
Empeñados en volver a la normalidad
Además del parque acuático, el pasado verano reabrió el acuario de Iwaki, el mayor del noreste de Japón. Desafiando también al riesgo radiactivo, unos 7.000 corredores participaron en febrero en su famosa maratón, que discurrió bajo las humeantes chimeneas del puerto industrial.
A pesar de que la vida se empeña en volver a la normalidad en Iwaki, la nube de Fukushima ha contaminado el huerto de Shizue Suzuki, que ya no puede seguir plantando arroz ni cebollas por culpa de la radiación. "Antes nos alimentábamos del huerto porque era más limpio y natural, pero ahora está contaminado con yodo y cesio", se queja la mujer, quien cree que "pasará mucho tiempo hasta que podamos cultivar aquí". Con sus verduras estigmatizadas por la radiactividad, la cooperativa agrícola JA de Fukushima ha demandado a Tepco, la empresa propietaria de la central, por más de 500 millones de euros.
En Japón, pocos quieren comprar las verduras de Fukushima ni ir de turismo a su prefectura por miedo a la radiación. Ni siquiera al volcán atómico de Hawai.
Alumnas del curso de cocina francesa durante una clase-foto-.
La Facultad de Filosofía y Letras de la UEx organiza un curso de cocina gala impartido en este idioma.
El olor de la cocina de Colette Charbonnier arranca, así, de entrada, un 'oh, la, la!. Huele a verdadera gloria en sus fogones, en los que se mezcla un exuberante 'clafoutis' de pera (una especie de flan al horno) y un parmentier au confit de canard de nota (es puré de patatas con alas de pato). El conjunto es música para la pituitaria y el ambiente es tan refinado y 'chic' como la película 'Julie y Julia', un homenaje a la gastronomía francesa que interpretó Mary Streep. También tenemos el desenfado y la alegría de 'Ratatouille'. Es una reunión de chicas en torno a materias primas de gran calidad y una elaboración meticulosa.
Doce alumnas asisten a estas clases en Cáceres, una actividad de 10 sesiones organizada por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Extremadura y que se imparte en locales de la Universidad Popular. Charbonnier y Elisa Luengo, ambas profesoras, son las artífices de esta escuela de cocina con doble finalidad: aprender a elaborar platos franceses mientras se profundiza el idioma y en la cultura gastronómica de este país en los que la cocina es una de sus mayores señas de identidad, una verdadera institución.
Colette Charbonnier es además la autora de un diccionario de términos culinarios franceses traducidos al español. «Colette Charbonnier es una excelente cocinera y ha dedicado mucho tiempo a elaborar su diccionario, que está en muchas escuelas de hostelería», explica Elisa Luengo, otra gran aficionada a los fogones. «Era una idea que ambas acariciábamos, la gastronomía es algo que nos acompaña siempre, vayamos donde vayamos tenemos que comer y que beber y en cada sitio se funciona de una manera», explica. Se lanzó la propuesta a la vicerrectora Isabel López Martínez y enseguida aceptó.
El programa abarca historia de la cocina, organización de la comida, vocabulario sobre productos y elementos, distintas zonas gastronómicas francófonas o literatura relacionada con esta materia. Y todo en francés. «Todos los días se hacen dos recetas y mientras se preparan explicamos algo o vemos un documental». Para Charbonnier es una oportunidad para mostrar las recetas de su país. «No sé si es la mejor del mundo, pero tiene una tradición muy antigua y en Francia la gastronomía tiene una gran importancia, lo que comemos, las reuniones en casa...», cuenta mientras cocina.
Entre las alumnas hay estudiantes de Filología Francesa y trabajadoras de la Universidad. Margarita Pacheco es profesora jubilada. «He descubierto el francés y es mi pasión, me interesa la lengua, la cocina y la cultura». Para Sheila Díaz, estudiante, es una forma de descubrir los secretos de una cocina «muy renombrada».
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