Por primera vez desde hace décadas, muchos japoneses se plantean marcharse de su rico y avanzado país por culpa del tsunami y las fugas radiactivas de Fukushima.
Desempleado por el tsunami. La tarjeta de visita de Takahiro Chiba, un chef de 'sushi' de Ishinomaki, no deja lugar a dudas. El agua superó los dos metros en su restaurante, donde trabajaba desde hacía 20 años en plena zona de bares de Tachimachi. "Mi mujer, Noriko, y dos de mis críos se quedaron atrapados en la tercera planta del inmueble, donde vivíamos", nos explica el cocinero, quien, tras el potente terremoto, se fue corriendo al colegio para recoger a su tercer hijo y no pudo volver luego a su casa porque estaba inundada.
Las olas gigantes sepultaron a más de 3.000 personas en esta populosa ciudad de la costa noreste de Japón y anegaron la mitad de su casco urbano, incluyendo su famoso Museo del Manga, un singular edificio con forma de platillo volante a orillas del río Kitakami que aún sigue cerrado.
Desde aquel fatídico 11 de marzo del año pasado, Takahiro ha cambiado el mandil y los afilados cuchillos con que cortaba el pescado crudo por el mono y los romos martillos de una carpintería donde ayuda a fabricar muebles para la reconstrucción. Aunque es un manitas, necesitará mucho más que un serrucho y unas tablas para rehacer su local y, lo que es más importante, su vida.
Un futuro en Maine
Takahiro jamás había pensado en emigrar de Japón, pero a sus 40 años ha decidido aceptar una oferta de trabajo en un restaurante de 'sushi' de Estados Unidos gracias a la iniciativa de una filántropa americana que quería ayudar a damnificados del tsunami. "Allí habrá más oportunidades para mí y mi familia", confía el cocinero, cuyo plan inicial es probar suerte tres años pero no tendría inconveniente en quedarse para siempre si todo sale bien. Ensimismados con los dibujos animados ante un televisor Panasonic de 38 pulgadas y jugando al mismo tiempo con un iPad, sus hijos, Koharu, Rui e Ishiro, que tienen entre 12 y 6 años, aseguran que ya han empezado a estudiar inglés y se muestran "ilusionados, pero también un poco asustados". Menos contento parece, en cambio, su padre, Takashi, que abrió hace cuatro décadas el restaurante de 'sushi' de la familia, uno de los más populares de Ishinomaki.
Al igual que a 'Ultraman', el famoso héroe de cómic que vino del espacio para salvar la Tierra y cuya estatua decora su calle, a Takahiro le espera su propia aventura 'manga' en Maine, el estado americano de las langostas. Por primera vez desde hace décadas, muchos japoneses se plantean emigrar de su país -la tercera potencia económica del mundo y uno de los más desarrollados- por culpa del tsunami y las fugas radiactivas en la siniestrada central nuclear de Fukushima. "Estoy preocupado por la radiación porque el pescado puede estar algo contaminado", confiesa Takahiro, quien hasta se compró un contador Geiger para medir los alimentos y, como la mayoría de la sociedad nipona, duda de la información del Gobierno sobre el accidente en la planta atómica, situada a 150 kilómetros de Ishinomaki.
Solidaridad
Mientras unos se van, otros vienen. Es el caso de Yuhei Suzuki, un joven voluntario de Kobe, en el centro del archipiélago nipón, que ha fundado una pequeña empresa solidaria para contribuir a la reconstrucción. Con las redes de los pescadores y cuernos de ciervo de la cercana península de Oshika, golpeada por el tsunami, elabora pulseras y collares que luego vende por 1.000 y 2.800 yenes (9 y 25 euros), respectivamente. Su idea ha sido posible gracias a la incubadora de empresas promovida por la ONG Comité Ishinomaki 2.0, que, según uno de sus artífices, Yoichi Koizumi, persigue "la actualización de la ciudad tras el tsunami y su recuperación económica".
La retirada de los escombros y el resurgimiento del litoral nipón arrasado por el mar han atraído a un sinfín de empresas constructoras y albañiles. A lo largo de la Ruta 45, que serpentea por la devastada costa, los pocos hoteles que quedaron en pie están llenos y Sendai, capital de prefectura de Miyagi, vive un momento de auge económico. Curiosamente, donde más se nota es en sus abarrotados restaurantes y bares. Por precios muy superiores a lo normal y jugando con sus armas de seducción, coquetas camareras ataviadas con trajes de noche y moños de fin de año dan palique a los clientes, muchos de los cuales aprovechan para desahogarse y contar sus traumas del tsunami. En esta estricta sociedad de emociones contenidas, el alcohol y la compañía -aunque sea pagada- ayudan a soltar la lengua y superar la catástrofe.
TÍTULO: LA MUJER EN ROMA YA ERA EMPRENDEDORA.
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