lunes, 31 de octubre de 2011

LOS CONEJOS DE LA CARRETERA.

Daniel se reía dentro del auto por las gracias que hacía su hermano menor, Carlos.
Iban de paseo con sus padres al Lago Rosado. Allí irían a nadar en sus tibias aguas y elevarían sus nuevas cometas. Sería un día de paseo inolvidable.

De pronto el carro se detuvo con un brusco frenazo. Daniel oyó a su padre exclamar con voz ronca:
- ¡Oh, mi Dios, lo he atropellado!
- ¿A quién, a quién?, le pregunta Daniel.
- No se preocupen, responde su padre-. NO es nada.

El auto inicia su marcha de nuevo y la madre de los chicos enciende la radio y se escucha una canción de moda en los parlantes. Cantemos esta canción, dice mirando a los niños en el asiento de atrás.

La mamá comienza a tararear una tonada. Pero Daniel mira por el vidrio trasero y ve tendido sobre la carretera el cuerpo de un conejo adulto.
- Para el coche papi, gritó Daniel. Por favor, detente.
- ¿Para qué?, responde su padre.
- ¡El conejo, le dice, el conejo allí en la carretera, herido!
- Dejémoslo, dice la madre, es sólo un animal.
- No, no, para, para.
- Sí papi, no sigas - añade Carlitos-. Debemos recogerlo y llevarlo al hospital de animales. Los dos niños estaban muy preocupados y tristes.
- Bueno, está bien.
Y dando vuelta recogen al conejo herido.

Pero al reiniciar su viaje son detenidos un poco más adelante por una radiopatrulla de la policía vial y les informan que una gran roca ha caído sobre la carretera por donde iban, cerrando el paso.
Foto de un conejo entre la hierba al lado de la carretera.

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