sábado, 15 de octubre de 2011

CUANDO EL PRESENTE SE NOS ESCURRE.

Atrapados por el pasado o temerosos ante el futuro, a veces los sentimientos negativos nos impiden vivir el ahora. Nuestra historia emocional está fuera del tiempo y no se sujeta al calendario.
Presionados por lo que tenemos que hacer, pensando en lo que no hemos completado, las horas se escapan volando. Cansados e insatisfechos, no somos capaces disfrutar de lo que estamos viviendo. Nuestro psiquismo se compone de zonas que no controlamos. En ocasiones nos sentimos dominados por pensamientos que se nos imponen y que contaminan de malestar el presente. Atrapados por el pasado y temerosos ante el futuro, el ahora puede escapársenos de forma insensible. ¿Hasta qué punto nos sentimos arrastradas por unas exigencias que no deseamos?

Para vivir bien el presente debe actuar con eficacia una función psíquica llamada “principio de realidad” y que tiene que ver con el “yo” de la persona, permitiéndole posponer y sustituir algunos deseos imposibles por otros posibles. Este principio tiene en cuenta los límites y mide las dificultades que se han de sortear, así como el tiempo que se necesita para alcanzar lo deseado. Gracias al “principio de realidad”, las personas se adaptan a lo que hay, utilizando la experiencia pasada y aprendiendo a proyectarla hacia el futuro. Se disfruta el presente cuando no se está atado al pasado y se tiene un proyecto para el futuro.

En caso contrario, sentiremos que los días pasan sin más y que, lejos de dirigir nuestra vida, ésta navega a la deriva por un mar de demandas que no podemos dominar. Irene llegó al tratamiento muy insatisfecha con su vida. Acudió a una psicoterapia psicoanalítica porque una amiga se lo había recomendado, pero desconfiaba. Se sentía perdida, agobiada por una vida que no deseaba, sin disfrutar de nada. Solo le funcionaba bien el trabajo, pero ya no le gustaba. Comenzó a hablar a borbotones, como si necesitara expulsar de sí un malestar insoportable: “Hace dos años y tres meses comenzó todo a ir de mal en peor, no sé cómo, me vi enredada en una maraña cotidiana que me agobiaba y no me gustaba. Me siento culpable con mis hijos, porque siempre estoy de mal humor. Mi marido me dijo el otro día que me estaba convirtiendo en una amargada, como mi madre. Y tuvimos una bronca”.

RESOLVER EL PASADO. La psicoterapeuta preguntó: “¿Qué pasó hace dos años y tres meses?”. “Mi madre murió de un infarto cuando estaba en mi casa. Sucedió de noche y no la escuché. Ella siempre me decía que lo mejor era no aguantar a un hombre y ser independiente. Yo nunca le hice caso, siempre fui alegre y estaba muy contenta con mi vida, pero no sé por qué ahora no puedo sentirme bien con lo que tengo como...”, respondió. Irene se quedó en silencio, sin poder acabar la frase . “Me está relatando lo que le está pasando como antes se refería a su madre”, le señaló la psicoterapeuta. Irene se sentía culpable en relación a su madre y después de su muerte comenzó a identificarse con ella. Se reprochaba no haberla cuidado bastante, haberla abandonado un poco, en lo que también se identificaba con ella, pues de niña Irene se había sentido abandonada por su madre, que siempre estaba un poco enferma y claramente prefería a su hermano mayor.

Esas palabras precisas dichas en el momento oportuno, comenzaron a deshacer un nudo que la mantenía atada a la figura materna.
Hicieron alumbrar una parte de su historia pasada que ella no podía elaborar. La psicoanalista acababa de nombrar una realidad de su infancia marcada por la presencia de una madre distante y fría que siempre ocultó entre tanta queja su dificultad para asumir su propia feminidad y la maternidad.

Irene era muy exigente consigo misma y se hacía cargo de demasiadas cosas. Había vivido a su madre como a una mujer muy poco dispuesta a estar cuando se la necesitaba. Ella hacía lo contrario en un intento de ser distinta y de dar todo lo que no recibió, pero eso la hacía al mismo tiempo olvidarse de sí misma y abandonar lo propio.

Cuando pudo elaborar la relación con su progenitora dejó de identificarse con ella y en lugar de abandonar todo lo que había conquistado con su esfuerzo, comenzó a sentir que dirigía su vida y que le gustaba su presente. No era cierto, como antes de la terapia pensaba, que recordar no servía para nada porque el pasado no se podía cambiar. Había recordado una parte olvidada de su infancia que no le permitía reconciliarse consigo misma. Lejos de hacer culto a la memoria, la repetición del que olvida le impide vivir su presente y programar su porvenir, tal como afirma el psicoanalista Germán García. La historia emocional está fuera del tiempo, no se sujeta al calendario.

Las cuentas pendientes con el pasado emborronan nuestro presente y dejan opaco nuestro futuro. Si no hay proyecto, pierde sentido todo lo que hacemos hoy. El psicoanálisis descubrió que en muchas ocasiones no es la realidad externa la que causa el sufrimiento, sino la interpretación errónea que la persona hace de ella a partir de unos conflictos crónicos sin resolver. La insatisfacción que sentía Irene hacia su vida actual era el resultado de la proyección del conflicto inconsciente que la mantenía sujeta a su madre.

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