Xintang se fabrican cerca de mil millones de vaqueros al año. Jornadas interminables en condiciones penosas y con un aire irrespirable. Así trabajan 700.000 personas. Le mostramos cómo es esta ciudad del \'denim\'. No volverá a mirar un pespunte o un deslavado de la misma manera...
Las calles de Xintang tienen algo de las películas del lejano Oeste Aquí se fabrican un tercio de los pantalones vaqueros que se venden en todo el mundo, lo que ya serviría para la comparación. Pero es que, además, Xintang no dista mucho de ser una ciudad sin ley.
Situada a 50 kilómetros de Cantón, en China, es la fábrica mundial de vaqueros; un infierno terrenal y, al mismo tiempo, un paraíso para aquellos que -llegados del campo- buscan trabajo. Aquí, en las cadenas de las fábricas, como en una parodia de Charlie Chaplin en `Los tiempos modernos´, se teje, se cose, se descose, se lava, se deslava, se tiñe, se destiñe, se dobla, se empaqueta, se acarrea y se expide de manera interminable. En Xintang, los empleados de las 2.600 fábricas de vaqueros trabajan 12 horas diarias los 7 días de la semana. Tienen media jornada de descanso -solo media- el 15 de cada mes, cuando llega la paga, entre 2.000 y 4.500 yuanes (de 220 a 510 euros) en función de los pedidos. En esta ciudad china, como en miles de ellas, los empleados lanzan los fardos de vaqueros por las ventanas para acelerar las entregas. En esta ciudad bazar, los pescadores han guardado sus embarcaciones porque los peces han muerto, asfixiados por los contaminantes. Los nuevos barrios diseñados con tiralíneas alinean ahora sus avenidas. En la principal se levanta el centro internacional textil de los cowboys de Xintang, ya que, en chino, `vaquero´ se dice `pantalón de cowboy´. A lo largo de las calles, tiendas mayoristas de vaqueros, mercaderes de telas, fabricantes de etiquetas y logotipos, con los que producir a voluntad todos los vaqueros Levi´s, Diesel y Dior falsos del mundo.
En Xintang se fabrica la tercera parte de la producción mundial de vaqueros y las dos terceras partes de los adquiridos en China, lo que permite vivir a la casi totalidad de la población local, como Chen Ji Ni. Propietaria de la tienda Cheng Long Fu Shi (Prosperidad) y con solo 20 años, lleva con un talento sexy su actual best seller, un minishort bordado con encajes, y la clientela acude. Vendido por 30 yuanes (3,30 euros), se venderá por el triple en cualquier otro lugar de China. Por todas partes, la competencia es feroz. Los clientes hablan mandarín, cantonés, pero también inglés, francés, ucraniano y ruso. En un pasillo, unos nigerianos discuten como traperos para sacar un volquete de vaqueros defectuosos que enviarán a África.
Xintang es el Far West. Para quien pasa por aquí, imposible mirar después un vaquero sin fijarse en sus particularidades. Pliegues, bisutería, roturas, bordados, forma de un bolsillo, pespunte de otro color, arrugas generadas con un deslavado parcial, todo es objeto de una manipulación precisa que obliga a su autor a estar clavado ante su máquina durante días, meses y años. Unos tejen kilómetros de tela en un ambiente sofocante y con el ruido ensordecedor de las máquinas. Otros vigilan el tinte. Cerca de los engranajes manan productos sospechosos. Sacos de almidón, que se mezcla con el tinte, vibran bajo las moscas. En toda la ciudad, en todos los pisos, no hay más que talleres y ruido de máquinas de coser. En cuclillas en la acera, Luo, de 32 años, cose una por una más de 200 perlas en chalecos. A 4 yuanes la unidad. Uno a la hora, es decir, al término de sus 12 horas de trabajo, 5 euros. Su marido es taxista en moto clandestino. El número `oficial´ que aparece en su chaqueta amarilla fluorescente es falso.
En los portales de los edificios, grupos de personas sentadas en el mismo suelo cortan, con la ayuda de minúsculas tijeras, los hilos que sobresalen de las costuras. Han surgido oficios que atraen a miles de mujeres, incluso a niños. Están las que cortan los hilos, las que cosen burletes en los pantalones para que, en el deslavado, las partes cosidas aparezcan más oscuras o más claras. También están las que descosen estas mismas costuras. Muchas de estas destajistas eran campesinas hasta hace poco. Ahora alquilan sus campos a otros más pobres que ellas, los migrantes. Sentadas en grupo durante todo el día e incluso parte de la noche, han reconstituido, al lado de las fábricas, las comunidades que, hace apenas diez años, se reunían para desgranar el maíz. `En nuestra fábrica, dice Qiqi, una joven llegada de Hunan, nos proporcionan alojamiento y comida. Somos cuatro o seis por dormitorio. Nuestras camas se ocultan bajo unas mantas. El alojamiento está incluido en el sueldo. Si duermes en otro sitio, pierdes dinero. El sueldo se abona cada tres meses. Al principio, hay que aguantar´.
En la empresa Zengzhi, que fabrica vaqueros chinos de gama alta, el contramaestre que nos acompaña se asegura de que los empleados no se aparten del discurso oficial. Cuando preguntamos a Yang Bai Di, de 22 años, camiseta de Mickey y MP3 en marcha, cuánto gana, balbucea aterrorizada: `3500 yuanes por 8 horas de trabajo al día, y la comida es excelente´. Fuera de la fábrica, sus compañeras nos confirman que es mentira, por supuesto, como son falsos los Levi´s que se venden en la esquina. Fuera, en un restaurante frente a la fábrica, un grupo de obreras disfruta de su media jornada de descanso. Irán al centro de la ciudad para hacer algunas compras y, quién sabe, adquirir un vaquero, ya que todas llevan uno. `Ahorramos una tercera parte del sueldo, enviamos otra tercera parte a la familia que permanece en el pueblo y vivimos con la otra tercera parte´, dice Luang Hong Mei, de 20 años. ¿Es duro el trabajo? `No´, contestan a coro. Sin embargo, el único chico del grupo arriesga un `sí, porque el trabajo es demasiado repetitivo´. Todas las chicas se echan a reír. `Dice esto, sigue Luang, porque acaba de llegar´. Lo que significa que, al cabo de un tiempo, en medio del ruido, el calor y el estrés, el trabajo es aceptable, te olvidas de él.
Chou Xia, asignada a la vigilancia de las 130 máquinas tejedoras de la fábrica Hai Mao, a pesar del ruido infernal, ya no lleva tapones en los oídos. No importa si, con 22 años, ya está un poco sorda. `¿El ruido? Ya me he acostumbrado´. Xue Ju Zhan, el presidente de la poderosa cámara de comercio, muestra los progresos realizados: mejores dormitorios, habitaciones para parejas, agua caliente y, especialmente, una depuradora, orgullo de las autoridades locales. En la gigantesca zona industrial de Xi Zhou, donde se hacinan las plantas de lavado, unas tuberías recogen las aguas usadas. A pesar de los discursos rimbombantes, el filtrado no elimina todo y ya se han certificado vertidos de metales pesados: manganeso, cadmio (hasta 128 veces la dosis aceptable), mercurio, cromo, plomo... De hecho, cuando nos hacemos pasar por clientes preocupados por el respeto de las normas anticontaminación, la respuesta es clara: `Podemos respetarlas, pero costará más caro. Podemos arreglarnos de otra manera´. Peor para los mingong, esos migrantes con estatuto sospechoso, no ilegal, pero tampoco oficial. Son 200.000 de los 700.000 habitantes de Xintang. Aptos para las tareas más penosas y, por lo tanto, más peligrosas para la salud, forman la -primera línea-.
Las mujeres están clavadas ante sus máquinas; los hombres trepan a las lavadoras para acarrear las piedras que sirven para deslavar los vaqueros, sacan y trasladan los fardos de vaqueros húmedos, los recubren con potasio tóxico para deslavarlos. Toda la zona de Xi Zhou está bañada por una nube azulada. Entre chimeneas y tuberías, los dormitorios de los obreros tienen aspecto de viviendas protegidas o de cárceles. Los árboles parecen tener pelo, al estar cubiertos por una espuma de polvo azul. ¿Pesadilla? No, porque los trabajadores son felices de haber escapado de la miseria que azotaba a sus padres, dicen. Además, la conciencia sindical se despierta poco a poco y aparecen reivindicaciones. Por otra parte, a consecuencia de la política del hijo único, la ciudad de Xintang, como todas las demás ciudades industriales de China, carece de mano de obra. Por todas partes aparecen ofertas de empleo. Dentro de diez años, esta clase obrera aún joven se sentirá agotada y explotada. Las grandes fábricas ya han tenido que ceder con relación a la jubilación o el seguro médico. Sumadas a la subida del algodón, estas medidas han reducido fuertemente los márgenes de los fabricantes. El futuro se anuncia explosivo. En Xintang, la ciudad índigo, cuando el cielo está azul, cuesta respirar.
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