Una de mis debilidades respecto a los habitantes de los lugares que visito, son las personas con oficio artesanal. Estas me dan la oportunidad de volver al pasado, a las historias que me cuenta mi abuelo de cómo se hacían las cosas antiguamente.
En el Cairo, nos metimos en una callejuela donde encontramos un café en el que nos sirvieron té y una shisha. Enseguida me fijé que había un taller en un bajo que daba a la calle con tres hombres haciendo zapatos. Las preguntas me asaltaron: ¿Cuántos zapatos habrán hecho en su vida? ¿Cómo empezaron el oficio?¿Cómo siguen las modas? ¿Saben que su trabajo es artesanal y que la mayoría de zapatos que lleva la gente se hacen en grandes fábricas?
Le pedí a Yahaya (el chico libio-japonés) que les preguntará si me dejaban hacerles fotos. Los zapateros contestaron que sí y les hice fotos mientras hacían su trabajo.
Una parte de mí se siente mal cuando hago fotos a personas que están haciendo su trabajo. Por eso me gusta pedir primero permiso.
Pagaría por saber que piensan en ese momento. Supongo que algunos deben preguntarse qué interés tiene para los visitantes su trabajo, si sólo hacen zapatos. Ojalá entendieran que su oficio está casi extinguido en los países más desarrollados. Que un zapatero es la persona que te pone tachuelas nuevas en los zapatos y eso también está en vía de extinción porque yo ya tengo zapatos donde vienen otras tachuelas de goma de repuesto. No quiero mencionar a los carpinteros, que para los niños de hoy un carpintero debe ser quien te atiende en el IKEA. Lo más cercano a un carpintero de oficio para ellos debe ser el que viene a montar los muebles si sus padres han pagado ese servicio.
En fin, tengo una debilidad melancólica con los oficios.
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