domingo, 28 de agosto de 2011

DISPAROS DE REALIDAD.

¿Qué nos queda? Todo y nada: el árbol de la esperanza en el que se recorta sobre las montañas del valle herido y la extensión de la ciudad agonizante. Ese árbol resistió todas las catástrofes humanas e inhumanas y sigue allí y reverdece. Con su arte de fotógrafo, Pablo Ortiz Monasterio ha asegurado el triunfo de la luz en medio del corazón de las tinieblas". Con tan vehementes palabras concluye su texto José Emilio Pacheco (premio Cervantes 2009) para presentar la obra del mexicano Pablo Ortiz en el Centro Cultural Las Claras, sede principal de la décima edición de Fotoencuentros, evento fotográfico que patrocina la Fundación Cajamurcia y que coordina Paco Salinas.
Las 17 exposiciones del festival se aglutinan en torno a un interrogante: "Humanos ¿cómo somos?". La concisa pregunta aboca la propuesta a un registro documentalista en el que lo variado de la oferta no permite que se sucumba frente al estereotipo del compromiso maniqueo. El poliedro creativo queda fijado por la mirada subjetiva de cada fotógrafo, quien centra su trabajo en una realidad concreta que se momifica y congela. Si nosotros podemos ser espectadores de estas instantáneas temporales es por la firmeza, la insistencia dispendiosa y gratuita de la mirada de cada uno de estos fotógrafos; estas obras no se pueden concebir fuera de sus singulares circunstancias: el obturador actúa como una guillotina del tiempo y la imagen es la huella de la luz sesgada. Cada toma nos hace conscientes de que la caja oscura no es un agente reproductor neutro sino una máquina que produce efectos deliberados. Cada fotografía ha reducido el hilo del tiempo a un punto. Ya saben: "El tiempo de la foto no es el del Tiempo", aquello que sentenciara Denis Roche. Alegato obvio pero enfatizado si hablamos de fotografías documentales expuestas, ahora, sobre paredes desnudas con acompañamiento escaso de palabras; imágenes que se desprenden del anclaje al que las somete el texto que las acompaña cuando aparecen editadas en medios gráficos para instalarse en el más allá acrónico e inmutable de la imagen sobre la pared.
En Fotoencuentros se recogen trabajos pausados que recorren una vida (o casi) como los de José Miguel de Miguel (Centro Cultural Cajamurcia, Cartagena), cuya obra atrapa el tiempo de cigarros y legañas de la posguerra española. Un trazo en la historia a la que toma el pulso el periodista y editor de la revista FOTO Manuel López (Muralla Bizantina, Cartagena) y a quien el ex presidente Felipe González, en el texto de presentación, reivindica como testigo activo. Frente a la Historia con mayúsculas, relevos generacionales. Susana Girón (Centro Cultural Las Claras), con las instantáneas capturadas en su entorno familiar, nos sugiere que los cambios del tiempo no operan exclusivamente en la gran Historia sino también en el interior de esa pequeña historia cuya medida puede ser la existencia de cada uno de nosotros. Metáforas del tiempo que también destila la obra de Óscar Fernando Gómez (Puertas de Castilla, Murcia), que con sus tomas desde su taxi en Monterrey practica las tres virtudes que constituyen al verdadero artista: la vigilancia, la sabiduría y, la más paradójica de todas, la fragilidad.
Estas bondades nos hacen reconocer al fotógrafo como héroe privilegiado que no puede esconderse atemorizado por los acontecimientos, más bien los mira de frente y hace suyo el principio de atestiguamiento al datar ontológicamente la existencia de lo que da a ver. Tomo como ejemplos las imágenes del periodista Vidal Coy (galería Detrás del Rollo, Murcia) dando fe del remoto éxodo de los kurdos iraquíes, los bellísimos retratos del medio rural de Bert Teunissen (Molinos del Rió, Murcia), las poéticas ensoñaciones de Ángel Haro (galería Bambara, Cartagena) sobre los personajes que habitan los lindes de río Ncomati en Mozambique, la espontánea adolescencia de David Hornback (Ramón Alonso Luzzy, Cartagena) o el registro voluntarioso y en clave de admiración que sobre la vida de Ramón Gaya realiza Juan Ballester (Archivo General, Murcia).
El festival concluirá a finales del mes de febrero. Por recortes de presupuesto este año no habrá Fotomaratón: el auténtico encuentro documental que congrega a todos los aficionados. Tampoco se editará catálogo. Paradojas de una edición en la que careceremos del documento que prolonga la vida del festival más allá de estas fechas concretas. La alegría de vivir (1966), de José Miguel de Miguel-foto.

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