viernes, 2 de marzo de 2012

LA CICATRIZ DANAYS PERDIÓ EL BRAZO POR SER ARROLLADA POR EL METRO DE MADRID.

Perdió el brazo arrollada por el metro en
Madrid. Estamujer ciega, que vivía de su
guitarra, lucha por una indemnización.

Perdió el brazo al ser arrollada por el Metro de Madrid hace dos años. Esta mujer ciega, que se ganaba la vida con su guitarra, sigue peleando por una «indemnización justa» ..

LA CICATRIZ DANAYS PERDIÓ EL BRAZO POR SER ARROLLADA POR EL METRO DE MADRID.foto.

Corres y corres y nunca llegas. Es una pesadilla muy habitual, una carrera de obstaculos sin fin, con un argumento que no se acaba de entender. Si la has sufrido comprenderás mejor la historia de Danays Bautista (Cuba, 1973), una mujer a la que la vida le ha puesto más trabas que a los demás. Y que todavía vive -o sobrevive- y sonríe. El destino le avisó de que esto no iba a ser un camino de rosas una tarde en La Habana, cuando la bala perdida de un policía la dejó ciega. Tenía 5 años. Después se vino a España, un país que empezó a conocer mientras rasgaba las cuerdas de su guitarra. Así se hizo un hueco en la selva de Madrid, pero cuando la música empezaba a darle una tregua sufrió otro desgraciado accidente: se cayó a las vías del metro y las ruedas le amputaron el brazo izquierdo. «La vida me dijo: 'Chica, a empezar de nuevo. Otra vez'». En mayo hará dos años de aquello y sigue su viaje, ahora en una cruzada por la seguridad en el metro y su propia indemnización (le ofrecen 30.000 euros) que aún no ha cobrado por considerarla insuficiente.
No sabe muy bien qué ocurrió. Iba a ver a una amiga a Gran Vía. Línea 1. Estaba de pie en el andén, fue a entrar en el metro y se cayó por el espacio que separa a los vagones. Al momento estaba bajo las tripas sucias de un convoy que arrancaba y se llevaba por delante la mano que marcaba los acordes.
No podía razonar, ni respirar. Recuerda un olor a aceite usado y a maquinaria lubricada. «Eso lo llevo muy mal todavía. Fue un segundo y fue un siglo. Sentí dolor... Dolor es una palabra muy pequeña a veces». Tampoco ha conseguido volver al subsuelo sin un guía. «No puedo con esa sensación de indefensión». Pasó 50 horas en quirófano. «Usaron conmigo todo un 'leroy merlin' de bricolaje», bromea.
Pero esta no es una historia de carnes abiertas, sino más bien de cicatrices, de adaptación, más de sanar que de sufrir. Tampoco es un atardecer de verano el paisaje que dibuja Danays frente a un café con leche en la casa en la que vive en Vallecas. Lo sirve Alicia, su «mamá adoptiva» en España, una trabajadora de la ONCE con una hija de 12 años que le ofreció su casa, su compañía y una mano amiga para elegir el abrigo, atar ese puñetero botón y tender un brazo seguro en las aceras atestadas de Madrid. En determinadas situaciones, la vida diaria puede atrapar como las arenas movedizas. «El mundo está hecho para la gente que ve y no es mi caso. Cuando eres ciego, tus ojos son tus manos y yo solo tengo una, con lo que todo se complica bastante. No hay muchas cosas que puedas hacer con una mano. Lo que antes hacías en tres minutos, ahora tardo quince. Por ejemplo, la ropa. Cuesta mucho. Antes tampoco podía mover la cabeza, así que lavarme el pelo era un suplicio. Intento ser lo más autónoma posible, pero no es fácil».
Con la ayuda de Alicia y de Soledad, una entrenadora de la ONCE, ha conseguido salir a la calle sola con un bastón, cosa de por sí difícil, más si no hay otro brazo para parar un golpe, protegerse o buscar el abono del transporte en un bolsillo. Pisar sola la acera ha sido un paso enorme, como el de Armstrong, pero en la intimidad vacía que dejan los periodistas cuando se largan. «Voy con miedo a la calle, pero doy la batalla y aquí las pequeñas victorias cuentan». En unos meses, contará con otra amiga leal en su guerra contra las circunstancias. Es una perrita labradora negra que ya desde cachorra se está preparando en una asociación de Toledo: será sus ojos y la mano que no tiene. Se la presentaron por sorpresa en un concierto y se llama 'Alma'.
A Danays se le han quedado varias cosas por el camino desde que cayera al vacío en Nueva Numancia: «Salud y autonomía, evidentemente. También ilusión y capacidad de soñar a largo plazo». Y ha ganado otras. «Siento la importancia del afecto. Ha sido una avalancha de gente que me ha dado su cariño. También aceptación y la conciencia de que la vida es un segundo». Si una fotografía atrapara este instante de la conversación, frente a la habitación de Danays aparecería el sol blanco de la mañana de Lavapiés dibujando sombras sobre la fachada de ropa tendida, ventanas que dan a cuartos con pósters y cedés que cuelgan de cuerdas para ahuyentar a las palomas. Su cuarto es un bodegón tranquilo con cosas que ya no están, que ya no tiene: hay una botella con agua y arena de mar y conchas traídas de Cuba, una pantalla de ordenador con una imagen suya que no ve, una foto en la que aparece tocando la guitarra, y esa misma guitarra, en una funda negra, apoyada sobre la pared. Cuando estaba en el hospital, antes de regresar a casa, pidió que la escondieran para no tener que enfrentarse a ella. Ahora ha aprendido a tenerla ahí, a su lado, aunque no la saca casi nunca: si la toma, la afina con una mano en un tris. Eso tampoco le sirve de mucho, pero el sonido le reconforta. Lo escucha en los ensayos. «Siempre la llevo para que la toque alguien; me gusta oírla».
«¿Qué va a ser de mí?»
«Mira, he ganado una cosa más en este tiempo: varias canciones que me han regalado los amigos». Ya no las compone ella. Antes, Danays tocaba, cantaba y componía, esa fue su vida desde niña. Ahora solo canta. «Tengo las ideas en la cabeza, pero yo me expreso con una guitarra. Ahora no puedo hacer llegar esas ideas a un instrumento». Ha intentado componer por todos los medios. Al principio le regalaron una melódica, un familiar del acordeón que se asemeja a un pequeño piano que funciona a viento. Pero no se arreglaba con él. Después vino un teclado conectado al ordenador -un portátil que le habla y le lee la pantalla a toda velocidad-, con el que se pelea desde hace meses, pero que está lejos aún de ser un compañero con quien poner en claro la maraña de canciones que crecen deslavazadas en su cabeza.
Los conciertos le van mal, «como a todos los músicos», solo que antes tocaba y cantaba y ahora necesita, al menos, un compañero. La cuenta corriente está bajo mínimos. Sobrevive gracias a Alicia, a su casa, a las actuaciones contadas y a un concierto benéfico que le dedicaron sus amigos cuando aún estaba atada al suero. No puede pasar mucho más tiempo sin cobrar la indemnización del metro, que gestiona su abogada. «Comprenderás que haya aprendido a estar en el ahora. Siempre tengo presente un interrogante gigantesco: ¿qué va a ser de mí?».
No ha habido más canciones desde aquel 17 de mayo, pero algunas de las que cantaba han tomado un nuevo sentido, como si ellas también hubieran vuelto, de alguna manera, a nacer. Durante la entrevista no cesa de tararerar una de los Beatles, 'From me to you', -'If there's anything that you want. If there's anything I can do. Just call on me and I'll send it along with love from me to you'-, pero las melodías renacidas son otras, sobre todo una de Bueno y Urquiza que se titula 'A Contracorriente': «Tengo ganas de volar por fuera de la ley [...] Y que salga el sol del armario.
Danays vive en Vallecas en casa de Alicia, una trabajadora de la ONCE. Ha aprendido a manejar el portátil con una sola mano.

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