domingo, 4 de marzo de 2012

LA CARTA DE LA SEMANA CON "SHAME"/ Shopping-fit y otras gilipolleces.

TÍTULO: LA CARTA DE LA SEMANA CON "SHAME".

Como suele ocurrirme con casi todas las obras artísticas jaleadas por el establishment cultural, Shame, la película del británico Steve McQueen, me defraudó bastante. Envuelta en una aureola de escándalo que ha favorecido su promoción, Shame nos describe –con vocación naturalista y erizada de escabrosidades– la existencia sórdida y desgarradora (aunque sea bajo una fachada circunspecta) de un adicto al sexo, interpretado por Michael Fassbender. Como tantas otras obras de nuestra época, Shame es \''arte infiernado\''; esto es, arte que retrata la vida como un infierno desolado de suplicios sin fin, arte que trae los tormentos propios de la condenación eterna a nuestra andadura terrenal. El arte contemporáneo, tras asumir que no existe otra vida, ha instalado el infierno en la Tierra; y se dedica a apuñalar nuestra sensibilidad con el grito del hombre que ha renunciado a su esencia de ser espiritual, el hombre reducido a bestia herida, a puro gurruño de carne desesperada. En Shame esta visión del infierno terrestre se nos sirve con una mirada aparentemente impasible, aséptica, esterilizada, sin énfasis ni edulcoramiento; y el resultado final es una película calculadamente fría, incluso árida por momentos, cuyos personajes parecen contemplados por el director con esa mezcla de desapego y suficiencia clínica con que el entomólogo contempla a los insectos pinchados con un alfiler. El problema medular de la película es que esa mirada es, más allá de su lucidez, tan nihilista como la existencia de su protagonista. Steve McQueen parece decirnos: «Esto es lo que hay, y nada hay para remediarlo; y aun si hubiese remedio, yo no sé dónde se halla». Conclusión semejante a la que llegan otros cineastas de nuestra época, como Lars Von Trier: no hay salud en esta vida; y puesto que hemos negado que haya otra vida, no nos resta más salida que la aniquilación.

Este nihilismo esencial del arte contemporáneo lo ha dejado sin agonía ni catarsis; esto es, sin drama. No habiendo posibilidad de salir del abismo, ni siquiera dejándonos jirones de piel y de alma en el ascenso, el abismo se convierte en nuestro hábitat natural. Aunque, por lo menos, McQueen no se esfuerza en `acondicionar´ ese abismo, para que resulte menos incómodo o tortuoso para el espectador; lo que constituye un mérito innegable, en contraste con tantos otros intentos de presentarlo como una suerte de plácido marasmo, o hasta de gustoso refugio. En Shame, dentro de las limitaciones propias de un arte sin drama, se apuntan sin embargo algunas observaciones interesantes: las más notables se refieren a la incapacidad del protagonista para amar. Es un hombre vaciado de espíritu, un pelele a merced de sus pulsiones; y cuando la vida le exige sobreponerse, cuando se le ofrece la oportunidad de una redención, no puede ni siquiera pretenderla, porque su alma ha sido abolida: es un des-almado en el sentido estricto del término, incapacitado para la más elemental transferencia de afectos. Esta condición se hace palpable en la relación con su hermana, una muchacha de humanidad lastimada y aterida a la que, simplemente, no puede amar; y en la secuencia acaso más lograda de la película, en la que un escarceo en una habitación de hotel con una compañera de trabajo se salda con un `gatillazo´ vergonzante: pues el mero vislumbre de que en ese intercambio sexual haya algo más que una abrupta satisfacción de pulsiones lo desactiva.

Aquí Shame se atreve siquiera a mostrar algo que nuestra época escamotea: la sexualidad humana es inseparable de nuestra naturaleza espiritual; y todo intento de disociarlas se resuelve mediante la destrucción de ambas. De los efectos arrasadores de esta disociación no solo se deriva la pudrición de nuestra naturaleza, o la perversión de nuestra sexualidad; también se libera un demonio de consecuencias imprevisibles: porque la vocación espiritual de nuestra naturaleza es irrefrenable; y allá donde un ser humano se queda des-almado, el hueco que deja vacante su alma necesita llenarse de sucedáneos. Esos sucedáneos son los apetitos sublimados, la concupiscencia convertida en fuerza vital, deificada o elevada a un rango que no le corresponde. «Quitad lo sobrenatural y no tendréis lo natural, sino lo antinatural», nos advertía Chesterton; lo demoniaco, lo infernal, la vida infestada de corrosiva muerte, precisaríamos nosotros. De esta muerte en vida habla Shame; pero habla con las cuerdas vocales rotas, entre manoteos de asfixia, como suele ocurrir en el arte infiernado de nuestra época.

TÍTULO: Shopping-fit y otras gilipolleces:

Lo juro por Snoopy y el Barón Rojo. Cada vez que me choteo de una estupidez de género y en el acto se descuelga una talibana mentándome a la madre, quiero corregirme. Hallar el camino y ver la luz, como Paulo Coelho. Advierto, por ejemplo, que las ultrarradicales del negocio nunca se meten con las revistas femeninas, e incluso algunas ocupan puestos de responsabilidad en ellas; velando, supongo, para que allí todo sea canónicamente no sexista. Buena será el agua cuando no la maldicen, concluyo. Por eso el otro día decidí sumergirme en busca de doctrina, leyendo una de esas revistas con consejos del tipo Cómo lucir joven a los 80, ¿Quieres oler bien? y Divina de la muerte a todas horas. Así que fui al kiosco. A ver cómo plantean el feminismo práctico, me dije. Con la que está cayendo, habrá algo interesante para reorientar la economía doméstica, encontrar trabajos dignos y cosas así. Algo útil de verdad. Y en efecto; apenas abierta una revista, leí: «Además de ecológica y saludable, la bicicleta para ir al trabajo es muy trendy». Y pensé: promete. Pero me quedé corto. La bici era lo de menos, porque lo delicioso estaba en otro sitio: consejos para que una señora adelgace sin esas vulgaridades de sudar, nadar, correr o pegarse caminatas. Lo trendy es otra cosa, mariposa. Más cool.

Mantenerse en forma desde el sofá, según el texto, está al alcance de cualquiera. La dama en cuestión está viendo Sálvame, por ejemplo; y para quitarse, como es su obligación, esos kilos que sobran después de ir por los niños al cole y calzarse horas de cocina, plancha y fregote al salir del curro, si lo tiene, bastará con ponerse bajo los glúteos unos electrodos que agitan los antedichos glúteos mediante una técnica de autoestimulación llamada Personalfitness Forladies, o algo parecido. Aunque, si la prójima es de natural aventurero, en vez de autoestimularse el fitness sentada puede hacerlo de pie, con un sistema para videoconsola llamado, creo, My Digitalbody is Rich: un simulador de baile que usan las estrellas de Hollywood, «que nos hace levantarnos del sofá para realizar una actividad saludable y compatible». En torno a la tabla de planchar, por ejemplo. O mientras limpia cuartos de baño.

Pero la joya del asunto es el shopping-fit. «De tiendas -dice el artículo, con un par- pero en clave de ejercicio». Para reducir grasas no hay como ir de compras, a ser posible dejando el coche en un parking que obligue a caminar 15 minutos -en Madrid, de Goya a Serrano, sin ir más lejos o too far-. Y si lo dejas en la planta cuarta, mejor. Más escaleras para tu cuerpo. Luego, el truco consiste en «ver tiendas; imagina unas dos horas de trabajo cardiovascular ligero con activación de la circulación». Pero mucho ojo, previene cauto el artículo. No te limites a buscar trapitos que estén a mano. «Enreda también en las estanterías bajas porque te obligarán a realizar flexiones que tonifican los glúteos». El regreso, cargada de bolsas, ofrece también una excelente oportunidad de personal training «equivalente a 15-25 minutos de trabajo cardiovascular a ritmo medio». Y ya puestos a rizar el rizo, si en vez de bolsas de Prada, Farrutx y Loewe -esto no lo dice el artículo, pero se deduce del contexto- la señora va cargada como una mula con bolsas de Carrefour, de Supercor o del mercado del barrio, el trabajo cardiovascular puede ser ya la pera limonera. Echen cuentas. Calculen el nivel, Maribel, de personal training. Completado, a modo de guinda, por un consejo importante: «No olvides tu botellín de agua. El shopping-fit es una actividad que exige estar bien hidratada».

Pero eso no es todo. Lo más trendy para adelgazar, según la revista, es la cama. Estirar las piernas sentada mientras te bajas la cremallera de las botas altas de Manolo Blahnik. Luego, tumbada, rodar la pelvis y apoyar cada vértebra en el colchón «como si tu columna fuese un collar de perlas». Aunque la perla viene luego: «Espero a mi chico sentada sobre los huesecitos del glúteo... Por fin mi pareja se mete en la cama y aprovecho para hacer el último estiramiento con él». En este punto, claro, me lancé ávido sobre esas líneas, dispuesto a aprender, con el nihil obstat de las asociaciones para igualdad de género subvencionadas por la Junta de Andalucía y demás Juntas pero no revueltas, los detalles de dicho estiramiento. Y leí, fascinado: «Lleva tu pierna, flexionada, por encima de tu cuerpo hasta entrar en contacto con el cuerpo de tu chico -sobre maridos normales o pavos de cuarenta para arriba no se especifica nada-. Luego mantén la rodilla apoyada en él durante 20-30 segundos. Salta por encima de tu chico y repite esa posición con la pierna contraria».

Ahora cierren los ojos, e imaginen. Porfa. No me digan que no es trendy.

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