TÍTULO: El difícil arte de guardar libros. La digitalización de sus 28 millones de documentos es el gran reto; llevan 80.000. |
TÍTULO: EN PRIMER PLANO= LA GUARIDA DEL ASESINO DE DAMASCO.
Bachar al Asad y su mujer.foto. |
XLSemanal ha accedido al álbum personal del presidente sirio, Bachar al Asad. Mostramos el lado familiar e íntimo de un hombre que ya ha dejado más de 7000 muertos en las calles de su país y ha sido acusado de crímenes contra la humanidad por la ONU.
La periodista norteamericana ha volado medio mundo para entrevistarlo, a él, al líder de un país incluido por EE.UU. en el llamado `eje del mal´. ¿Y qué le pregunta la reportera? ¡Que qué lleva en su iPod! Es para partirse. «¡Que qué llevo en mi iPod! –dice el presidente de Siria, e intenta mantener bajo control su rostro–. Bueno, un montón de canciones». ¿Qué tipo de música? «Country, francesa... Mi primera lengua extranjera fue el francés», responde con una sonrisa.
Este episodio, protagonizado por una estrella televisiva de EE.UU., ocurrió hace cinco años. El aficionado al country de entonces es hoy un dictador sangriento. ¿Por qué Occidente ha estado tan engañado? Quizá porque quiso dejarse engañar.
El reino de los Asad ha sido durante décadas una isla de estabilidad en un mar de caos, un refugio del secularismo en una región donde bulle el fanatismo religioso. Por supuesto que se sabía que había presos políticos, torturas y que en las elecciones el presidente arrasaba con el 97 por ciento de los sufragios. Sí, pero hasta hace poco en Siria convivían en paz 22 millones de ciudadanos de diferentes religiones y etnias y las mujeres paseaban descubiertas sin problemas.
Ni la corrupción ni la implicación de figuras del régimen en el tráfico de armas, lavado de dinero y terrorismo; nada dañó su ascendencia entre los líderes occidentales. Bachar, se dijo, era distinto a los demás. Un espíritu refinado, un oftalmólogo –se inclinó por esta especialidad porque en su práctica se ve poca sangre– con una prometedora carrera en Gran Bretaña obligado a heredar el poder tras la muerte en 1994 de su hermano Basil. Bachar era un garante de progreso y reformas.
Si la primavera árabe no se hubiese extendido a Siria, muchos seguirían aferrados a esa imagen. Por cálculo político, por esa convicción profunda que también mantuvo a Hosni Mubarak al frente de Egipto durante tanto tiempo, EE.UU., Europa e Israel preferían un tirano del lado de Occidente a cualquier veleta demócrata con tendencias islamistas. Al Asad y Mubarak lo sabían, por eso se presentaban como bastión contra el islamismo. En el caso del sirio, además, se presentaba con una imagen cautivadora, cuyo mayor exponente era su propia esposa.
Seis meses después de su toma de posesión
en verano del año 2000, el joven gobernante se casó con Asma el Akhras, de padres sirios y criada en Londres. Cuando pidió su mano, ella estaba a punto de entrar en Harvard. Luego renunció a su ya iniciada carrera en el mundo de la banca de inversión, con puestos en el Deutsche Bank y J. P. Morgan, para vivir al lado del dictador.
Asma es inteligente y atractiva. Con ella, el glamour aterrizó en el país. Las revistas occidentales estaban fascinadas: «La luz en un país de sombras», la definió Paris Match. La pasada primavera, un mes antes del estallido de la revuelta, Vogue describió a la «Rosa del desierto» como «la más fresca y magnética de las primeras damas». ¿Sabía Asma adónde la conducía ese matrimonio? Si no fue así, no debió de tardar mucho en descubrirlo: el país de las mil y una noches que Bachar le había estado vendiendo al mundo era, en realidad, un Estado mafioso.
Su marido recibió a toda prisa la preparación necesaria para, llegado el momento, suceder a Asad padre. Sin embargo, no tuvo tiempo suficiente para construir su propia base de poder en el seno de los servicios secretos y de las Fuerzas Armadas. A Bachar, consecuentemente, le enseñaron que debía valerse del apoyo del clan familiar, un grupo de codiciosos parientes que saben que o se sostienen entre todos o se hunden todos.
Esa es la lección que dejó Hama, la capital de los sunitas del país que, a comienzos de los 80, se alzó contra el régimen. Hafez el Asad, hijo de campesinos pobres de las montañas costeras del norte, llegado a la cima del poder mediante una brillante carrera en las Fuerzas Aéreas, reprimió la revuelta con todos los recursos a su alcance. En marzo de 1982 envió tropas al mando de su hermano Rifat para combatir a los rebeldes. El bombardeo se prolongó tres semanas. Murieron decenas de miles; la ciudad fue arrasada.
Tras aquello, nadie se atrevió a alzarse de nuevo.
Parientes de Asad y miembros leales se hicieron con los principales puestos del país. Una tupida red de agentes de los servicios secretos controlaba la Administración y el Ejército. Su cúpula informaba directamente al jefe del Estado.
Asad padre, junto con su clan, gobernó con puño de hierro 18 años. Disfrutó de una autoridad ilimitada y, cuando nombró sucesor a su hijo Bachar, exigió obediencia. Con su muerte, sin embargo, no todo fue tan fácil y quedaron a la vista las costuras del régimen.
Bajo el gobierno de Bachar, el sistema ha ido de crisis en crisis. Su autoridad no basta para contener la sed de poder y dinero de esa red de parientes que lo sostiene. Bachar ha conseguido reafirmar su puesto en lo más alto con grandes esfuerzos y tras permitir que los demás se enriquezcan desvergonzadamente.
Rami Machluf, primo materno de Bachar,
es el símbolo más claro de la corrupción del clan. Posee participaciones en el primer proveedor de telefonía móvil del país, el monopolio en la importación de coches de lujo y su propia línea aérea. En un telegrama fechado en 2008 de la Embajada de EE.UU. en Damasco se lo llamaba «icono sirio de la corrupción». Machluf se lleva una comisión de todos los inversores extranjeros que quieren poner el pie en Siria.
El presidente, aseguran algunos, ha intentado contener a su primo, si bien en los últimos tiempos carece del poder suficiente. Es posible que carezca también de la voluntad política; él mismo se lleva un buen pellizco. Se cree que, valiéndose de testaferros, la familia habría desviado cientos de miles de millones. Los principales beneficiarios junto a Bachar son su hermano Maher, su hermana Bushra y el marido de esta, Asif Shaukat.
Durante todos estos años, nadie ha parecido darse cuenta de lo que la codicia de los poderosos estaba generando en el seno del país. Cuando estallaron las revueltas en Túnez y Egipto en 2011, el presidente aseguró que algo así no sucedería en Siria. Semanas más tarde, el gobernador de la ciudad de Dara –primo del presidente– hizo torturar a un grupo de estudiantes por escribir eslóganes de la primavera árabe en una pared. La brutalidad del régimen prendió la mecha de una indignación largo tiempo latente.
¿Y qué ha hecho el clan? Responder con violencia. Siete mil víctimas mortales después, parecen no ser conscientes de la situación. Un buen ejemplo es una noticia que ha llegado recientemente desde Suiza: tras un proceso judicial de varios meses, Hafez Machluf ha conseguido que el Estado suizo desbloquee fondos a su nombre por valor de tres millones de euros. «Machluf –dice un analista de Damasco– parece actuar bajo una única consigna: tras nosotros, el diluvio. Si nuestro sistema se hunde, arrastraremos a toda Siria al abismo».
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