domingo, 4 de marzo de 2012

CARMINA FERRÉ UNA MUJER LUCHADORA./ LA PEQUEÑA GRANJA Y LA VACA,.

TÍTULO: DESAYUNO DE DOMINGO...CON CARMINA FERRÉ.

"Le enseño a mi hijo a que ande conmigo, agarrado a la silla´´

Carmén Ferré-foto- A los 17 años iba en moto con una amiga y me salté un `stop´. Ella murió y yo vivo en una silla de ruedas. Con 39 años he tenido un hijo. He recibido el premio ONCE a la Solidaridad y la Superación.



XLSemanal. Dice que no entiende por qué la ONCE le ha concedido el premio a la Superación.
Carmina Ferré.
Pues no mucho, la verdad; porque para mí la vida que hago es normal. Me han dado un premio por tener un hijo, y eso es lo más normal del mundo, ¿no?


XL. ¿Y si su hijo le pide que le compre una moto?
C.F.
No me lo planteo ahora; habrá que ver cómo es el crío, si es responsable, aunque yo también lo era... y mira.


XL. ¿Su discapacidad le afecta a la hora de tener relaciones sexuales?
C.F.
Del pecho para abajo no tengo ninguna sensibilidad. El sexo es distinto; tienes que aprender a vivirlo de nuevo, pero de otra manera, claro. Es un sexo mucho más cerebral y debes aprender a potenciar la parte del cuerpo en la que tienes sensibilidad.


XL. ¿Tuvo un embarazo sin notar absolutamente nada?
C.F.
A los cuatro o cinco meses, cuando me acostaba, ponía las manos encima de la tripa y notaba que se movía y, más adelante, sentía las pataditas en mis manos, sí.


XL. Y el parto, sin dolor.
C.F.
Sin dolor, sí, y sin epidural. Yo siempre digo que de lo malo saques lo que puedas… Alguna ventaja debíamos tener [se ríe]. Nada más ver nacer a mi hijo, pregunté: «¿Mueve bien las piernas?». Sabes que no va a tener tu problema…, pero lo preguntas.


XL. A su hijo ya le toca empezar a andar…
C.F.
Ya va de la mano con su padre, con mi madre, con sus tíos… pero ahora le estoy enseñando a que ande conmigo, de mi mano y agarradito a la silla.


XL. ¿Cuántas sillas tiene?
C.F.
Dos. La plegable la uso cuando voy en coche. Cambiarte de silla no es como cambiarte de zapatos: cuando estás acostumbrada a una, no quieres otra.


XL. Por cierto, ¿es presumida y se cambia mucho de zapatos?
C.F.
Con los zapatos, aunque ni te aprietan ni te duelen los pies, tienes que vigilar que no te hagan rozaduras. Y sí, soy presumida.


XL. ¿Hasta el punto de ponerse tacones?
C.F.
Sí, pero antes que lucir zapatos bonitos prefiero comprarme ropa interior sexy [se ríe].


XL. Si tuviera una lámpara de Aladino, ¿qué le pediría?
C.F.
Civismo en las ciudades. Los coches mal aparcados, las cosas tiradas por el suelo… nos afectan mucho.

Su Desayuno es el siguiente:

Por partida doble: A las siete, al levantarme, tomo leche con cereales. Y después, entre las diez y las once, un pequeño bocadillo de pan con tomate, un café y algo de fruta.

TÍTULO: LA PEQUEÑA GRANJA Y LA VACA,.

Existen ciertas historias que circulan por Internet de una manera casi obsesiva. A mí mismo ya me han enviado varias veces cosas que he escrito aquí. Un interesante intercambio se ha establecido entre los lectores y la columna, lo cual solo enriquece mi trabajo. La siguiente historia merece ser recontada:

Un filósofo paseaba por un bosque con un discípulo, conversando sobre la importancia de los encuentros inesperados. Según el maestro, todo lo que está delante de nosotros nos ofrece una oportunidad de aprender o enseñar.

En este momento cruzaban el portal de una granja, que, aunque muy bien situada en un hermoso paraje, tenía una apariencia miserable.

–Vea este lugar –comentó el discípulo–. Usted tiene razón: acabo de aprender que mucha gente está en el paraíso, pero no se da cuenta, y continúa viviendo en condiciones miserables.

–Yo dije aprender y enseñar –retrucó el maestro–. No basta con constatar lo que sucede: es preciso verificar las causas, pues solo entendemos el mundo cuando entendemos las causas.

Llamaron a la puerta y fueron recibidos por los moradores: un matrimonio y tres hijos, con las ropas sucias y rotas.

–Usted está en medio de este bosque y no hay ningún comercio en los alrededores –dijo el maestro al padre de familia–. ¿Cómo sobreviven aquí?

Y el hombre, calmadamente, respondió:

–Amigo mío, tenemos una vaquita que nos da varios litros de leche todos los días. Una parte de ese producto la vendemos o la cambiamos en la ciudad vecina por otros tipos de alimentos; con la otra parte producimos queso, cuajada y mantequilla para nuestro consumo. Y así vamos sobreviviendo.

El filósofo agradeció la información, contempló el lugar durante algunos instantes y se marchó. En mitad del camino le dijo al discípulo:

–Busca esa vaca, llévala hasta ese precipicio que tenemos enfrente y tírala abajo.

–¡Pero si es el único medio de sustento de aquella familia!

El filósofo permaneció mudo. Sin otra alternativa, el muchacho hizo lo que le había ordenado y la vaca murió en la caída.

La escena quedó grabada en su memoria. Pasados muchos años, cuando ya era un exitoso empresario, decidió volver al mismo lugar, confesar todo a la familia, pedirles perdón y ayudarlos financieramente.

Cual no fue su sorpresa al ver el lugar transformado en una bella finca, con árboles floridos, coche en el porche y algunos niños jugando en el jardín. Se desesperó al pensar que aquella humilde familia había tenido que vender la propiedad para sobrevivir tras perder la vaca. Apresuró el paso y fue recibido por un casero muy amable y simpático.

–¿Adónde fue la familia que vivía aquí hace diez años? –preguntó.

–Continúan siendo los dueños –fue la respuesta.

Asombrado, entró corriendo en la casa, y el propietario lo reconoció. Le preguntó cómo estaba el filósofo, pero el joven estaba ansioso por saber cómo había conseguido mejorar la granja y situarse tan bien en la vida:

–Bien, nosotros teníamos una vaca, pero se cayó al precipicio y murió –dijo el hombre–. Entonces, para mantener a mi familia, tuve que plantar verduras y legumbres. Las plantas tardaban en crecer, así que comencé a cortar madera para su venta. Al hacer esto, tuve que replantar los árboles y necesité comprar semillas. Al comprarlas, me acordé de las ropas de mis hijos y pensé que tal vez podía cultivar algodón. Pasé un año difícil, pero, cuando la cosecha llegó, yo ya estaba exportando legumbres, algodón, y hierbas aromáticas. Nunca me había dado cuenta de todo mi potencial aquí: ¡fue una suerte que aquella vaca muriera!

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