miércoles, 7 de diciembre de 2011

UNA LUZ AL SUFRIMIENTO.

Hacía un año que se había recibido de Agrónoma en la Facultad de Ingeniería de Río Cuarto, Córdoba. Amaba su carrera y en mérito a sus notas y conocimientos, apenas recibida consiguió trabajo en E y ETA (Estudios y Ensayos de Tecnología Agropecuaria), un Instituto soñado y deseado por cualquier Ingeniero Agrónomo.
Estaba desarrollándose científicamente en su profesión, pero todo su trabajo se limitaba al laboratorio. Soñaba diariamente con hacer una tarea de campo; con estar entre cereales, viéndolos, tocándolos, analizándolos. Con cavar un pozo para ver en qué condiciones estaban los horizontes de tierra; qué pasaba con su humus, con su capa freática. Por eso fue que hoy, cuando entró el cadete a su oficina y le entregó la foja de tarea diaria, su corazón le dio un vuelco, le costaba creer lo que leía.
En ella, indicado explícitamente, decía que debía ir a la Estancia “La Margarita”, cuya ubicación figuraba en un croquis adjunto, para hacer un relevamiento de un lote cuyo rendimiento no era el esperado.

Antes de salir leyó exhaustivamente las condiciones detalladas en la foja en lo referente al lote y sus condiciones. Su primer análisis sobre el papel era de que no se podía hablar de poco rinde a causa de la Ley de los Rendimientos Decrecientes, puesto que en este caso en particular las variables económicas funcionaban perfectamente, hasta podría decirse que tendían hacia el punto de equilibrio, situación más que óptima. Aparentemente entonces, la causa no pasaba por ese lado.
Se dio cuenta de que no iba a ser un trabajo muy sencillo y ésta sola idea le encantó. Le producían placer los desafíos. Tenía ahora la oportunidad de demostrar y demostrarse cuán capacitada estaba.
Le facilitaron la Chata de la Empresa destinada para tareas rurales. Pasó antes por su casa, se puso la ropa adecuada a la circunstancia de un día de campo. Se sentía demasiado ansiosa pero igualmente no bajó el ritmo de lo que estaba haciendo.
Ya lista emprendió el camino. El croquis que le dieran era perfecto, a la hora ya estaba llegando sin haber tenido ninguna complicación, pues era fácil perderse en los caminos rurales cuando alguien no los conoce. Llegó al casco de la Estancia y quedó maravillada. Era una construcción antigua, sólida, perfectamente conservada, se notaba enorme. La cantidad de ambientes debía de ser muy importante.

Una escalinata de mármol blanco conducía hasta la puerta. Ésta era fuerte, firme, de cedro con una parte de vitró de diferentes colores que la hacían sencillamente exquisita. Tocó la aldaba y quedó esperando ser atendida mientras se regodeaba de tanta belleza.
Tardaron varios minutos en abrir, cuando lo hicieron, se encontró con una señora entrada en años, vestida con un uniforme impecable. Tras saludarla y preguntarle si era la Ingeniera que venía a ver el lote muerto, le dijo que la estaba esperando don Cosme en el Puesto Nro. 1. Le indicó cómo llegar a él, y con la misma sonrisa distante y profesional con que la había recibido, la saludó y cerró la puerta.
Mientras se dirigía al rodado pensó, ¿dijo lote muerto?, ¿qué habrá querido decir? La sola idea de la palabra utilizada le hizo esbozar una sonrisa, aunque reconoció en su interior curiosidad.
Rodaba por los caminos serpenteantes dentro de la Estancia. Todo era hermoso. Un oasis a pocas horas de la ciudad. Los distintos tonos de verde formaban una paleta de colores tan maravillosa que ni el mejor pintor pudiera haber logrado crear.

En mitad del camino recorrido se detuvo, no pudo evitarlo. Había un lote de lino en flor, el color celeste azulado de sus flores parecían formar una alfombra que se mecía suavemente con la brisa que soplaba; ese movimiento uniforme, cadencioso, hacía que sus ojos brillaran ante tanta maravilla y que su cerebro generara fantasías visuales.
Salió de su ensimismamiento y prosiguió el camino. A corta distancia de donde estaba divisó el Puesto.
Paró su pick-up cerca de él porque la presencia de dos enormes perros la intranquilizó un poco.
No se animó a bajar, sólo tocó bocina rogando que don Cosme, como lo llamara la empleada, la oyera.
Y así fue, desde atrás de la casa apareció quien evidentemente era la persona que estaba buscando.
Vestía bombachas batarazas, rastra de plata en la cintura, facón cruzado dentro de ella y asomando sólo el cabo. Un sombrero negro de fieltro y alas anchas adornaba su cabeza, y en los pies, alpargatas negras, limpias, impecables.
Era un hombre mayor, los surcos de su cara contaban de su edad. Cuando le dio la mano, éste se la apretó fuerte, como sólo lo hacen las personas directas y sinceras, y en el roce notó la aspereza de quien nunca debió tener una tarea fácil o sencilla.
Su voz sonó a trueno cuando le dijo -Soy Cosme Díaz, venga míja, si usted es la doctora , la estábamos esperando.
- No don Cosme, doctora no -dijo despacito para no herirlo- soy Ingeniera Agrónoma. Es lo mismo - respondió- . La estábamos esperando con unos amargos. Estoy mateando con la patrona debajo de las plantas en el patio de atrás, ahí está más fresco. Vamos mija , yo los cebo, les gustan ¿verdad?.
- Sí, claro, por supuesto -contestó. Aunque en realidad el mate amargo no le gustaba mucho era imposible decirle que no a alguien que lo ofrecía de esa manera.

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