Juan Bonilla Gago (Jerez de la Frontera, Cádiz, 11 de agosto de 1966) es un escritor español, ganador del Premio Biblioteca Breve en 2003.
Su primera obra, El que apaga la luz, fue publicada en 1994 en la editorial Pre-Textos. Era una recopilación de relatos que fue seleccionada por una encuesta realizada por la revista Quimera entre críticos, académicos y escritores como uno de los mejores libros de relatos de la literatura española del siglo XX. También el diario El País incluyó, en el año 2000, El que apaga la luz entre los libros más destacados de los últimos 25 años. En 2009, el libro ha sido reeditado por Pre-Textos, con la incorporación de cinco relatos nuevos.
En 1996 publicó en Ediciones B la novela Nadie conoce a nadie,[1] que fue llevada al cine en 1999 por Mateo Gil con el mismo título y con Eduardo Noriega, Paz Vega y Jordi Mollá como protagonistas. Su segundo libro de relatos, La Compañía de los solitarios, apareció en 1998. En el año 2000 vio la luz su tercer libro de relatos, La noche del Skylab (Espasa Calpe y Círculo de Lectores). En 2003, su novela Los príncipes nubios (Seix-Barral) obtuvo el Premio Biblioteca Breve. Ha sido traducida a diez idiomas y en la actualidad el director norteamericano Alfredo Devilla está rodando una película basada en ella. La obra narrativa de Bonilla se completa con la novela Yo soy, yo eres, yo es (Planeta), y con los libros de relatos El estadio de mármol (Seix-Barral, 2005) y Tanta gente sola (Seix-Barral, 2009), con el que obtuvo el Premio Mario Vargas Llosa al mejor libro de relatos publicado ese año.
Ha publicado cuatro libros de poemas. Partes de guerra, El belvedere, Buzón vacío, todos ellos publicados por Pre-Textos, y Cháchara, publicado por la editorial Renacimiento, donde también apareció en 2009 la antología poética Defensa personal, realizada por Miguel Albero.
Dirige la revista Zut.
Bonilla ha incursionado también en la traducción; particularmente, a él se debe la versión de Sadístico, esperpéntico e incluso metafísico, de Terenci Moix, publicada en 2011.,etc.
TÍTULO:-2- CLARA SÁNCHEZ.
Clara Sánchez: ``¡Qué poco dejaron los ingleses por aquí, aparte del idioma y del té!´´
Guadalajara, 56 años. Novelista. Autora del relato titulado `Entre kikuyus y matatos´.
``Ya me habían hablado de Kibera y es increíble, pero casi se ha convertido en atracción turística. No quisiera pensar que incluso la pobreza vende. De este continente, los occidentales nos llevamos muchas cosas, no todas materiales. Limpiezas de conciencia, sentirse diferente porque se ha estado en un sitio distinto, cierto sentimiento de grandeza por haber echado una mano a esa pobre gente. Nos llevamos los profundos horizontes y la paz y el silencio de la sabana, la energía de tantos animales juntos que casi no nos deja dormir. Nos llevamos una mayor comprensión del planeta. Y, francamente, qué poco han dejado los ingleses en esta bendita tierra aparte del idioma. Quizá el saber hablar muy bajo, el servir bastante bien el té, alguna construcción... Para entrar en Kibera, tenían que acompañarnos dos militares, lo que quizá era un poco exagerado, pero es que puede que a sus habitantes no les gusten los mirones´´.
``Ya me habían hablado de Kibera y es increíble, pero casi se ha convertido en atracción turística. No quisiera pensar que incluso la pobreza vende. De este continente, los occidentales nos llevamos muchas cosas, no todas materiales. Limpiezas de conciencia, sentirse diferente porque se ha estado en un sitio distinto, cierto sentimiento de grandeza por haber echado una mano a esa pobre gente. Nos llevamos los profundos horizontes y la paz y el silencio de la sabana, la energía de tantos animales juntos que casi no nos deja dormir. Nos llevamos una mayor comprensión del planeta. Y, francamente, qué poco han dejado los ingleses en esta bendita tierra aparte del idioma. Quizá el saber hablar muy bajo, el servir bastante bien el té, alguna construcción... Para entrar en Kibera, tenían que acompañarnos dos militares, lo que quizá era un poco exagerado, pero es que puede que a sus habitantes no les gusten los mirones´´.
TÍTULO:-3- EDUARDO MENDOZA.
EDUARDO MENDOZA--foto.
Soy muy dejado. No me daban premios y no me importaba.
Soy muy dejado. No me daban premios y no me importaba.
Se puede acabar de una vez con los `Códigos Da Vinci´ y demás best sellers? Sí. ¿Cómo? A base de carcajadas. Lo demuestra el escritor catalán en su nueva novela. XLSemanal tenía que entrevistarlo.
Cuesta creer, y mucho, que Eduardo Mendoza (Barcelona, 1943) cuente 65 castañas. Más aún cuando uno se acomoda frente a su sonrisa de eterno diablillo, aunque las canas que blanquean su bigote indiquen aires de solemnidad. La sensación de desconcierto aumentará al comprobar que su ironía se mantiene a prueba de gilipolleces. Una hojeada a El asombroso viaje de Pomponio Flato, que Seix Barral saca a la venta el jueves, lo confirma. Al igual que esta charla, en la que el autor más desopilante de España se ríe de sí mismo.
XLSemanal. ¿Cuándo se plantea escribir esta novela?
Eduardo Mendoza. Siempre que acabo un libro que me ha dado trabajo, porque era largo y porque en la fase final hay que hacer un esfuerzo de documentación, me tomo un descanso. Primero, porque sí, porque estoy harto. Y, segundo, por no seguir con la inercia de continuar metido en el mismo tema. Hay que cortar.
XL. Y vaya si cortó...
E.M. [Sonríe] A veces, para no quedarme viendo la tele, hago una traducción o una obra de teatro. De pronto, se me ocurrió esta idea. Había leído alguno de estos libros llamados best sellers, para ver de qué iban estos Códigos Da Vinci y no sé qué, y saqué la conclusión de que son un máximo disparate. Pero un disparate hecho desde la ignorancia, no desde el conocimiento. Hice lo mismo que Dan Brown, pero en vez de de ida, de vuelta. ¿Que he descubierto que Jesucristo tuvo un hijo con la Magdalena...? ¡Bah! Esto es una tontería que ya se decía en el siglo II, ¿qué más da? Lo que yo hice fue, por puro entretenimiento, escribir algo sin muchas honduras. Algo así requiere escribir deprisa, en plan charla de café. No tiene más trascendencia.
XL. Queda claro que su intención es meter el dedo en el ojo de las novelas de consumo. Pero hasta para hacer eso hay que documentarse. ¿Ha leído muchas?
E.M. [Ríe] No he pasado de El código Da Vinci, la verdad. Lo leí porque me había encontrado en lugares donde transcurre la novela enormes colas de gente, como en Saint-Sulpice. Aquello me dejó perplejo. Vi allí unas colas de visitantes que el templo no había tenido jamás [ríe]. Me dije: «¡Esto lo tengo que leer!».
XL. ¿Gajes de una literatura de consumo masivo quizá?
E.M. Quizá. Estamos en un momento en que ya no sabemos qué diablos significa eso de ‘masivo’. Hoy en día no se sabe quién consume la literatura y, por lo tanto, a quién va dirigida. Nadie lee en este país y, sin embargo, las cifras de ventas son enormes. ¿Sólo lee el 40 por ciento? Pero, claro, de una población alfabetizada enorme. Antes era el cien por cien de una población alfabetizada mínima.
XL. ¿Cómo ve eso el autor?, ¿con un cierto desconcierto quizá?
E.M. Sí, pero al mismo tiempo con un gran interés. A mí me parece que estamos viviendo un momento fascinante. Hasta hace poco ningún escritor, salvo honrosas excepciones como Victor Hugo, a quien habían regalado un carruaje incluso, vivía de lo que escribía. Todos los escritores eran unos desgraciados. Actualmente hay algunos que se hacen ricos y muchos que vivimos de la literatura sin agobios y sin tener que estar esclavizados y entregando continuamente, como hacía Balzac. Tenemos un trabajo agradable. Somos hasta bien vistos por el resto de la sociedad. Por lo tanto, estamos en un estado transitorio que no puede durar. La salud es un estado que tiende a acabar mal. Lo que nos rodea no augura nada bueno. Todo cambia a gran velocidad y de manera contradictoria. Ya no hay géneros obligados. Vale todo.
XL. Y en ese vale todo. ¿Lo peor de El Código Da Vinci?
E.M. [Sonríe] No creo que sea un enemigo al que batir. Sí que es verdad que crean en mucha gente el espejismo de que están entrando en un mundo de conocimiento y no de puro entretenimiento. Cosa que no tendría nada que objetar más allá de que a mí La guerra de las galaxias me parece muy bien siempre que el que la vea no crea que le están dando una lección maestra sobre astronomía. Hay ahí un punto que roza un poco la categoría de timo, de estafa. El problema es que hoy por hoy hay tantos timos circulando por ahí que por uno más no nos vamos a escandalizar.
XL. ¿Existe una demanda real de este tipo de novelas?
E.M. Existe una demanda real, pero no sabemos de qué. Cuando yo era joven, los museos estaban absolutamente vacíos y sólo había un guardia durmiendo ahí en un polvoriento rincón. Ahora hay unas colas tremendas y la gente hace viajes para ver un nuevo museo. ¿Qué va a buscar la gente allí? El cuadro, el arte, un contacto con una cultura como cuando iban a las catedrales porque había habido un milagro. Es lo mismo. No sabemos lo que cada uno por dentro está haciendo cuando compra el libro o lee lo que le han dicho que hay que leer, que a veces es una novela muy divertida pero otras veces es un tocho sobre filosofía o un libro de Stephen Hawkings que no entiende ni el mismo Stephen Hawkings. ¿Quién sabe por qué hacemos lo que hacemos? ¡Pero si hasta compramos una determinada marca de desodorantes porque pensamos que con él puesto vendrán las mujeres a perseguirnos! [ríe].
Cuesta creer, y mucho, que Eduardo Mendoza (Barcelona, 1943) cuente 65 castañas. Más aún cuando uno se acomoda frente a su sonrisa de eterno diablillo, aunque las canas que blanquean su bigote indiquen aires de solemnidad. La sensación de desconcierto aumentará al comprobar que su ironía se mantiene a prueba de gilipolleces. Una hojeada a El asombroso viaje de Pomponio Flato, que Seix Barral saca a la venta el jueves, lo confirma. Al igual que esta charla, en la que el autor más desopilante de España se ríe de sí mismo.
XLSemanal. ¿Cuándo se plantea escribir esta novela?
Eduardo Mendoza. Siempre que acabo un libro que me ha dado trabajo, porque era largo y porque en la fase final hay que hacer un esfuerzo de documentación, me tomo un descanso. Primero, porque sí, porque estoy harto. Y, segundo, por no seguir con la inercia de continuar metido en el mismo tema. Hay que cortar.
XL. Y vaya si cortó...
E.M. [Sonríe] A veces, para no quedarme viendo la tele, hago una traducción o una obra de teatro. De pronto, se me ocurrió esta idea. Había leído alguno de estos libros llamados best sellers, para ver de qué iban estos Códigos Da Vinci y no sé qué, y saqué la conclusión de que son un máximo disparate. Pero un disparate hecho desde la ignorancia, no desde el conocimiento. Hice lo mismo que Dan Brown, pero en vez de de ida, de vuelta. ¿Que he descubierto que Jesucristo tuvo un hijo con la Magdalena...? ¡Bah! Esto es una tontería que ya se decía en el siglo II, ¿qué más da? Lo que yo hice fue, por puro entretenimiento, escribir algo sin muchas honduras. Algo así requiere escribir deprisa, en plan charla de café. No tiene más trascendencia.
XL. Queda claro que su intención es meter el dedo en el ojo de las novelas de consumo. Pero hasta para hacer eso hay que documentarse. ¿Ha leído muchas?
E.M. [Ríe] No he pasado de El código Da Vinci, la verdad. Lo leí porque me había encontrado en lugares donde transcurre la novela enormes colas de gente, como en Saint-Sulpice. Aquello me dejó perplejo. Vi allí unas colas de visitantes que el templo no había tenido jamás [ríe]. Me dije: «¡Esto lo tengo que leer!».
XL. ¿Gajes de una literatura de consumo masivo quizá?
E.M. Quizá. Estamos en un momento en que ya no sabemos qué diablos significa eso de ‘masivo’. Hoy en día no se sabe quién consume la literatura y, por lo tanto, a quién va dirigida. Nadie lee en este país y, sin embargo, las cifras de ventas son enormes. ¿Sólo lee el 40 por ciento? Pero, claro, de una población alfabetizada enorme. Antes era el cien por cien de una población alfabetizada mínima.
XL. ¿Cómo ve eso el autor?, ¿con un cierto desconcierto quizá?
E.M. Sí, pero al mismo tiempo con un gran interés. A mí me parece que estamos viviendo un momento fascinante. Hasta hace poco ningún escritor, salvo honrosas excepciones como Victor Hugo, a quien habían regalado un carruaje incluso, vivía de lo que escribía. Todos los escritores eran unos desgraciados. Actualmente hay algunos que se hacen ricos y muchos que vivimos de la literatura sin agobios y sin tener que estar esclavizados y entregando continuamente, como hacía Balzac. Tenemos un trabajo agradable. Somos hasta bien vistos por el resto de la sociedad. Por lo tanto, estamos en un estado transitorio que no puede durar. La salud es un estado que tiende a acabar mal. Lo que nos rodea no augura nada bueno. Todo cambia a gran velocidad y de manera contradictoria. Ya no hay géneros obligados. Vale todo.
XL. Y en ese vale todo. ¿Lo peor de El Código Da Vinci?
E.M. [Sonríe] No creo que sea un enemigo al que batir. Sí que es verdad que crean en mucha gente el espejismo de que están entrando en un mundo de conocimiento y no de puro entretenimiento. Cosa que no tendría nada que objetar más allá de que a mí La guerra de las galaxias me parece muy bien siempre que el que la vea no crea que le están dando una lección maestra sobre astronomía. Hay ahí un punto que roza un poco la categoría de timo, de estafa. El problema es que hoy por hoy hay tantos timos circulando por ahí que por uno más no nos vamos a escandalizar.
XL. ¿Existe una demanda real de este tipo de novelas?
E.M. Existe una demanda real, pero no sabemos de qué. Cuando yo era joven, los museos estaban absolutamente vacíos y sólo había un guardia durmiendo ahí en un polvoriento rincón. Ahora hay unas colas tremendas y la gente hace viajes para ver un nuevo museo. ¿Qué va a buscar la gente allí? El cuadro, el arte, un contacto con una cultura como cuando iban a las catedrales porque había habido un milagro. Es lo mismo. No sabemos lo que cada uno por dentro está haciendo cuando compra el libro o lee lo que le han dicho que hay que leer, que a veces es una novela muy divertida pero otras veces es un tocho sobre filosofía o un libro de Stephen Hawkings que no entiende ni el mismo Stephen Hawkings. ¿Quién sabe por qué hacemos lo que hacemos? ¡Pero si hasta compramos una determinada marca de desodorantes porque pensamos que con él puesto vendrán las mujeres a perseguirnos! [ríe].
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