Desprendo una hoja, cada día,
del calendario, que me mira atónito…,
y,
en el desgarre que mi impaciencia deja,
creo escuchar
del número que fue, una débil queja.
La culpa no es de nadie;
no del día que pasa…,
ni de la noche,
que transcurre
amparada en la luz ya mortecina
de una lámpara antigua…,
ni del mismo destino, quizá,
ni de la vida…
¿De quién será?_me digo,
mientras mis dedos
arrancan una hoja cada día…
En la semilla
está la trayectoria del maíz,
el ciclo de la cosecha.
A los ojos del hombre,
es una lágrima.
Y en ella, una sonrisa amarga.
TÍTULO: EN ESPAÑA EL AUTÉNDICO MINISTERIO DE CULTURA ES LA TELEVISIÓN.
Juan MarseEscritor
El escritor catalán, que acaba de recibir el premio de las Letras de Madrid, se lamenta de la negativa influencia del medio sobre la cultura .
Ha sido un buen año en lo profesional para Juan Marsé (Barcelona 1933): acaba de recibir esta misma semana el Premio de las Letras de la Comunidad de Madrid y su novela 'Caligrafía de los sueños' ha sido juzgada de forma unánime por la crítica como una de las mejores de su extraordinario catálogo y una de las grandes obras de este 2011 que termina. En el despacho de su casa de Barcelona, mientras se adivina más que se oye a ratos la monótona narración del sorteo de la Lotería (la entrevista tuvo lugar el pasado jueves) que llega desde la calle, quizá desde algún establecimiento comercial, Marsé habla de literatura y de esos héroes derrotados que pueblan sus novelas. Estamos a apenas un kilómetro del barrio barcelonés donde transcurrió la infancia del escritor y donde viven sus personajes en un mundo en el que las fronteras entre la realidad y la imaginación han sido abolidas.
-Casi todo el mundo ha tenido motivo de queja en 2011. No es su caso a juzgar por premios y críticas muy positivas para su novela.
-Cuando acabo un libro no sé si estoy muy contento porque el resultado final siempre suele quedar por debajo de las expectativas que yo mismo había concebido. Lo entrego a mi agente cuando pienso que ya no lo puedo mejorar más pero soy consciente de la distancia existente entre el libro y el proyecto. Me considero escritor solo cuando escribo, así que, una vez terminada cada novela, soy alguien que camina por la calle pensando si será capaz de escribir la próxima.
-¿Con su experiencia y sus éxitos?
-Me siento como si no hubiera aprendido nada, como si las soluciones que he hallado para los problemas del libro que ya está acabado no me sirvieran para el próximo. Por eso vivo en un estado de aprendizaje permanente, que me parece que es bueno porque evita el amaneramiento.
-¿A estas alturas de su carrera le importan más los premios, las buenas críticas o la satisfacción de una página bien escrita?
-Los premios tienen poco que ver con la literatura y bastante más con la promoción de la literatura y de la venta de libros. No me parece mal; si se hace promoción de los jabones por qué no se va a hacer de los libros. Pero la literatura va por otro lado. Los premios no hacen que un libro perdure. En cuanto a las críticas, a mí no me afectan mucho. Me gusta un tipo de crítica que me enseñe algo sobre la obra, cosas que el autor no ve.
-¿Abunda esa crítica en España?
-No. Lo que más abunda es una crítica gacetillera. Por lo general, es demasiado complaciente. Me gustaría que fuera más combativa y selectiva. En cambio, creo que está al servicio de los grupos editoriales. Por supuesto, hablo en términos generales. Hay excepciones.
Biografía y ficción
-El protagonista de su última novela es un adolescente enamorado, frustrado por no poder ser pianista, testigo de la patética decadencia de una mujer, víctima indirecta de la persecución política. ¿La vida es muy dura también en las novelas?
-No me atrevo a hablar de las intenciones de otros escritores. A mí siempre me ha resultado muy difícil explicar por qué escribo de eso. Procuro hablar de lo que conozco y me es más próximo. Escribo de lo que he vivido, más o menos. Y eso pasa también con los escenarios. ¿Por qué me voy a inventar una ciudad si ya tengo Barcelona? Eso no significa que todo lo que cuento sea biográfico, claro.
-En este caso hay algunos datos que lo son de forma inequívoca: por ejemplo, usted quiso ser pianista.
-En 'Caligrafía de los sueños' hay una carga biográfica quizá superior a otras novelas. En mis libros está la ficción, aunque guarda siempre un cordón umbilical de unión con hechos vividos y personajes conocidos. Pero para el lector es irrelevante saber qué parte es biográfica y cuál no. Eso solo interesa a los estudiosos de una obra. Para el lector, lo que cuenta es lo que expresa el relato.
-Lectores a los que cada vez les gustan más los libros y las películas basados en hechos reales. ¿Por qué ese prestigio de la realidad?
-A mí eso de 'basado en hechos reales' me ha parecido siempre un camelo. En el cine, cuando veo eso al comienzo de una película, me salgo. Es cierto que ha habido y todavía hay un desprestigio de la literatura de ficción en favor de lo que podríamos llamar 'documento'. No sé de dónde ha surgido aunque por otra parte es obvio que toda la literatura se basa inicialmente en la realidad.
-¿Toda?
-Toda. La literatura desvinculada por completo de la realidad no existe. Incluso la ciencia ficción parte de elementos reales. Pero dicho todo eso, la única realidad que vale es la que es capaz de transmitir el autor. Tratar de contar la realidad absoluta es una pretensión vana.
-¿Por qué?
-Porque ni siquiera los recuerdos de la propia vida son fieles. Hace poco un familiar me corrigió algo que yo estaba contando de mí mismo. Y es que hasta los recuerdos se modifican con el tiempo.
-¿Ese prestigio de la literatura de 'no ficción' significa que flaquea la imaginación de los autores o la de los propios lectores?
-La confianza de los lectores en esa etiqueta puede terminar por verse afectada por un fraude. La credibilidad de un relato, para mí, depende de cómo se cuenta. Una escena cinematográfica tan sencilla como que alguien entre en una habitación, salude y fume un cigarrillo no me la creeré si el actor no la hace bien. Una mentira muy bien contada te la crees. Una verdad mal contada, no. Así que a mí esas etiquetas no me sirven. Por ejemplo, yo no leo nunca novela histórica. Si quiero conocer algo, acudo a fuentes de confianza: cronistas, historiadores.
-Sus novelas están ambientadas en tiempos muy duros. Ahora vivimos una crisis enorme, así que pueden estarse gestando libros extraordinarios que han escaseado en tiempos de bonanza.
-Sí, ya lo decía Tolstói en el arranque de 'Ana Karenina': las familias felices son todas iguales, las desgraciadas lo son cada una a su manera. El fracaso tiene un enorme prestigio en la literatura. A mí me tocó vivir en la infancia y juventud la época más dura del franquismo. Un mundo feliz no existe ni existirá, pero si todo el mundo fuera feliz, ¿para qué escribir novelas? ¡Menudo coñazo! La literatura de ficción es un intento de corregir el mundo. Como no nos gusta, lo reinventamos, tratamos de modificar la vida, de cambiar la realidad.
- Sin embargo, usted carga con la etiqueta de realista, no de utópico.
- Sí, y lo llevo muy bien, porque está dentro de la tradición literaria española, desde la novela picaresca. Soy condenadamente realista, aunque sea ficción lo que escribo.
Los efectos de la crisis
-Y ahora lo más real es una crisis durísima que justifica recortes que amenazan a la cultura: hay orquestas en peligro, compañías de teatro al borde del cierre, editoriales echando la persiana. ¿Teme por el futuro?
-La cultura es lo que menos interesa a los políticos. La temen, les da miedo; por eso es lo primero que recortan, junto a la educación. Que a mí me parece más importante incluso porque qué más da que haya o no haya Ministerio de Cultura si los chavales no saben leer. En el franquismo censuraban la cultura y en la democracia qué le voy a contar: cuántos políticos han salido diciendo idioteces. Hay ejemplos ilustres, como lo de Sara Mago y cosas así. Lo que les interesa es la televisión, que es una herramienta de enorme poder, y esa sí que incide en la cultura o la incultura de un país. Y aquí lo hace, en mi opinión, de forma negativa.
-¿En qué sentido?
-Los informativos de televisión terminan siempre con una nota que ellos llaman cultural. La gran mayoría de las veces es de un conjunto musical de esos que hacen ruido en vez de música. Supongo que eso es promoción publicitaria que pasan de matute como si fuera noticia. Raramente hablan de un libro, una exposición... El auténtico Ministerio de Cultura en este país es la televisión, en el sentido de que es lo que lleva para aquí o para allá el interés cultural de la gente. Y es un comecocos. Así que no espero nada de los políticos, ni en las autonomías ni en el Gobierno central.
-Pero algunas autonomías, como Cataluña, tienen consejeros con mucho prestigio en el sector.
-Sí, conozco bien a Ferrán Mascarell. Pero el Gobierno catalán en general confunde la lengua con la cultura. Y no es lo mismo. He conocido a unos cuantos consejeros de Cultura, y todos tienen como gran objetivo promocionar la lengua. Es algo que se ve bien en el cine: si la película es en catalán no importa que sea mala. Mejor si es buena, pero eso es secundario. Es un problema del nacionalismo. También del español, que es exactamente igual.
-¿También es un problema de cualquier gobierno el afán por cambiar a los gestores de las instituciones aunque lo hayan hecho bien? El cese de Josep Ramoneda en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona ha sorprendido.
-Lamento mucho esa visión corta, localista, que tienen los gobiernos. Lo veo de difícil solución, aunque no dejo de preguntarme por qué han sustituido a un gestor tan bueno,etc.
No hay comentarios:
Publicar un comentario