. El puente de Howrah eleva sus 26.000 toneladas de acero sobre el río Hoogly, que divide Calcuta en dos mitades., foto.
Un hombre masca betel junto al puente. El producto proviene de la nuez de areca y tiene propiedades estimulantes y afrodisíacas.
El autobús es el medio de transporte por excelencia, aunque todavía convive con 'rickshaws' explotados en condiciones de esclavitud.
La costumbre india de mascar betel, un estimulante cuyo esputo es muy corrosivo, amenaza la estabilidad del puente más transitado del mundo.
diría que sangran por las encías, si no fuera por la sonrisa bobalicona que se les queda en la cara. Pero al Gobierno bengalí este hábito ha dejado de hacerle gracia. La costumbre india de mascar betel, la nuez de areca que se extrae de la palmera y cuyos efectos estimulantes y afrodisiacos son de sobra conocidos en el lejano Oriente, está provocando un auténtico quebradero de cabeza a las autoridades de Calcuta, una ciudad de 15 millones de habitantes.
A finales de noviembre, el Kolkata Port Trust, la autoridad portuaria de Calcuta, confirmaba que el puente Howrah, uno de los tres que sobrevuelan el curso fluvial al paso por la ciudad y considerado una maravilla de la ingeniería, está gravemente herido. La enfermedad que ha hecho presa en él es la corrosión y la causa de esta decadencia, la malsana costumbre de escupir de los bengalíes, aficionados a mascar betel y llenar después de salivazos el tablero en voladizo sobre el que, se calcula, transitan a diario 100.000 vehículos y alrededor de 150.000 peatones.
El estado de salud de la estructura siempre ha sido motivo de preocupación para el Kolkata Port Trust, sobre todo por la descorazonadora manera de conducir de la población local. Pero no acaban ahí los problemas. La condiciones meteorológicas del país, sometido a monzones que duran tres meses, y la endémica falta de mantenimiento dibujan un panorama desolador. Tampoco ayuda la superpoblación de aves -se calcula que sólo los cuervos superan el millón de ejemplares-, que dejan todo perdido de guano.
El betel, que se consume mezclado con tabaco, es, sin embargo, el enemigo número uno a batir. Su acidez está literalmente devorando el metal; la corrosión se come el revestimiento de las vigas de acero que sustentan el puente, dejando el esqueleto expuesto a filtraciones de agua que extienden la podredumbre por toda la estructura. Expertos consultados, como el ingeniero de mantenimiento Abhijit Choudhary, han dado ya la voz de alarma. Dicen que la funda que envuelve la base de las vigas tenía un ancho de seis milímetros en 2005 y que hoy en día apenas tiene tres. El problema es grave, y más si se tiene en cuenta que la infraestructura se inauguró hace casi 70 años y está concebida para soportar a diario el paso de 60.000 vehículos, la mitad de los que realmente circulan por la zona.
TÍTULO: La ciudad a escala:
El puente de Howrah une el centro de Calcuta con la ciudad hermana de Howrah y es la postal por excelencia de esta megaurbe. En el lado oeste se levanta una de las estaciones ferroviarias más grandes del mundo, de atmósfera colonial y 23 andenes, por donde pasan a diario 300 trenes y un millón de personas. Solo la cola de taxis supera los 200 metros. En cuatro filas.
El puente de Howrah es un prodigio. Se despliega de una a otra orilla sin columnas que lo anclen al cauce del Hoogly, que ataca desde aquí los últimos kilómetros que lo separan del Golfo de Bengala, en pleno delta del Ganges. Los británicos emplearon en su construcción 26.000 toneladas de acero. No lleva ni tuercas ni tornillos; las piezas de este gigantesco mecano se unen con remaches. Cuando lo inauguraron, después de seis años de obras, era el tercero más grande del mundo en su género.
El puente en sí mismo es una reproducción a escala de la ciudad, con vendedores de fruta atrincherados en los accesos, buscavidas que se ofrecen a pararte un taxi y guardias armados con varas. El viaducto es pasillo, cuarto de estar y a menudo excusado para miles de indigentes. Ya no se permite ganado en el puente. Tampoco hay tranvías, en un intento, decían, de aligerar el peso que soporta la estructura. Pero la marea humana es incesante y la banda sonora se completa con una sinfonía de bocinazos, acelerones y frenazos. Por no hablar de las mercancías. Y así las 24 horas.
El problema de los salivazos ha llevado a las autoridades a tomar cartas en el asunto y plantear soluciones de emergencia. A nadie le gusta tener por tarjeta de presentación una escupidera gigante. El doctor Abhijit Choudhary ha liderado una campaña contra lo que muchos califican de «amenaza social» y ha sido el primero en solicitar la creación de una «policía verde» que ponga freno «a los que fuman, orinan, escupen y defecan en la calle».
La propuesta que tiene más visos de salir adelante es forrar con fibra de vidrio las vigas ancladas al tablero del puente, un material lavable que las envolvería hasta una altura de dos metros y así no dejar ningún hueco expuesto. Sus promotores piensan en decorar la superficie protectora con una selección de los dioses que integran el olimpo indio, con la esperanza de que el respeto reverencial que inspiran desanime a la gente a escupir en el suelo. Instalarlo llevaría tres o cuatro meses. Una solución, confían, a pedir de boca.
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