De padres saltereños, Emilio Lledó nació en el barrio de Triana, Sevilla en 1927, aunque con seis años se trasladó a Vicálvaro, entonces un pueblo pequeño de Madrid; allí estudió la primaria con un maestro, que recuerda de por vida, y padeció la Guerra Civil. Cursó el bachillerato en el instituto Cervantes y se licenció en filosofía en la Universidad de Madrid en 1952, donde fue apoyado por un joven Julián Marías. De inmediato se fue a Alemania, para huir de la realidad de entonces, y prosiguió sus estudios con sus maestros alemanes en filosofía Hans-Georg Gadamer y Karl Löwith o con Otto Regenbogen, quien le encaminó hacia la filología clásica. Pudo concluir allí su tesis doctoral al conseguirle Gadamer una beca de la "Alexander von Humboldt Stiftung".
En 1955 se incorporó a la Universidad de Madrid como ayudante de Santiago Montero Díaz. Pero regresó a Alemania, casado: Gadamer era decano de la Facultad y le comunicó que había un puesto para él en Heidelberg. Y, si bien 1958 obtuvo una cátedra de instituto, pidió la excedencia para volver de nuevo a Alemania, donde estaría diez años en conjunto, durante esa etapa.
En 1962 regresó a España, pues finalmente se incorporó con su mujer, la catedrática de alemán Montserrat Macau Matas, a la docencia secundaria en Valladolid. A los dos años, en 1964, obtuvo la cátedra de Fundamentos de filosofía e Historia de los sistemas filosóficos de la Universidad de La Laguna, a donde se trasladó, y fue una experiencia decisiva en su vida. Poco después, en 1967, opositó a la cátedra de Filosofía de la Universidad de Barcelona, la obtuvo y permaneció once años muy fructíferos en la capital catalana. En 1978 se trasladó a la UNED de Madrid.
En la UNED ha desarrollado una actividad notable hasta su jubilación, si bien volvió a Alemania durante un tiempo como investigador, pues en 1988 fue nombrado miembro vitalicio del Instituto para Estudios Avanzados de Berlín (fellow del Wissenschaftskolleg), y se estableció allí durante tres años, pues luego estuvo en la Universidad libre de esa ciudad. Precisamente allí escribió dos de sus grandes monografías: El silencio de la escritura y El surco del tiempo.
Fue elegido a continuación, el 11 de noviembre de 1993, miembro de la RAE; tomó posesión el 27 de noviembre de 1994, y ocupa el sillón Ele minúscula; en esa institución desempeñó el cargo de Académico Bibliotecario (1998-2006).
[ Reconocimientos
En 1990, recibió el premio Alexander Von Humboldt del gobierno de Alemania. Fue nombrado "Hijo Predilecto de Andalucía" en 2003. En 2004 se le otorgó el XVIII Premio Internacional Menéndez Pelayo en reconocimiento a su trayectoria como investigador y docente en las Humanidades. Recibió en 2005 la "Cruz Oficial de la Orden del Mérito" de la República Federal de Alemania. En 2007, le fue concedido el II Premio Fernando Lázaro Carreter creado por la Fundación Germán Sánchez Ruipérez. En el pueblo de sus padres, Salteras (Sevilla), se ha inaugurado una biblioteca con su nombre. La Junta de Andalucía le concedió uno de los Premios Cultura 2008, el María Zambrano, por "su papel en la recuperación de la filosofía griega y el helenismo en España, así como su contribución al desarrollo de la hermenéutica en el panorama de la filosofía española contemporánea". En este mismo año, como homenaje a su labor docente, la comunidad educativa del nuevo Instituto de Educación Secundaria de Numancia de la Sagra, Toledo, acordó poner su nombre al nuevo centro.En febrero del 2011 realizó un largo diálogo en la Fundación Juan March con Manuel Cruz,[1] con objeto de hacer un recorrido por su trayectoria vital y creativa a modo de reflexión autobiográfica.
Obra
Su trabajo intelectual se mueve entre la interpretación de textos claves de la historia de la filosofía, y la meditación teórica sobre esta labor interpretativa. Está enraizado en la corriente hermenéutica y considera que el lenguaje es el elemento esencial en el pensar y en el instalarse del hombre en la sociedad o en la naturaleza. La filosofía no es sino la meditación sobre tal instalación; y la historia de la filosofía se entiende como "memoria colectiva" del complejo proceso seguido por la humanidad.El pensamiento de Lledó se vertebra en el tiempo a través de tres ejes principales: 1) la filosofía griega clásica, con una mirada especial a los diálogos platónicos y a las éticas aristotélicas, así como al epicureísmo; 2) la atención al lenguaje como objeto principal del análisis filosófico, en clara convergencia con el desarrollo de las principales corrientes del pensamiento europeo de posguerra, y 3) la elaboración de una amplia reflexión sobre la temporalidad y la escritura que acabará desembocando en una bien trabada filosofía de la memoria y en una antropología textual de raíces eminentemente hermenéuticas. Todo ello llevado a cabo en el anómalo contexto de la cultura española del tardo-franquismo y de la transición a la democracia, en aquel intento de renovación de la filosofía que dio lugar al segundo enganche de la cultura española del siglo XX con la filosofía europea. De este segundo enganche, que sobrevino después del que protagonizara a principios de siglo Ortega y Gasset, Lledó ha sido una figura de principal importancia.[2]
Lledó ha traducido un clásico como W. Capelle, Historia de la filosofía griega (última edición, Gredos, 2003), ha prologado ediciones de Platón (de quien ha traducido varios diálogos) o de Aristóteles, y ha colaborado en trabajos colectivos para la difusión de la filosofía. Asimismo ha dirigido una colección de esta disciplina para el Círculo de Lectores.
Publicó muy pronto, algo retocada, su tesis doctoral El concepto 'poiesis' en la filosofía griega (1961), que se ha recuperado en 2010, con traducciones de los textos y nuevas palabras introductorias.
Pero en una primera etapa, sobre todo, Lledó escribió dos libros que definen su personal modo de trabajar en la filosofía y su evolución, a través de la lengua y de la historia, como son Filosofía y lenguaje (1971) y Lenguaje e historia (1978). Asimismo hizo un balance La filosofía, hoy (1975) del pensamiento de esos años de ebullición.
En los ochenta, entregó su monografía sobre El epicureísmo, muy reeditada e intensa, y otros dos libros que dieron nuevo impulso a su trabajo: La Memoria del logos, que es un minucioso recorrido sobre los diálogos de Platón, y Memoria de la ética, que gira en torno a la moral de Aristóteles (autores de referencia para él, junto a Kant o Nietzsche). Sobre esa base, sale recientemente El origen del diálogo y de la ética. Una introducción al pensamiento de Platón y Aristóteles, en 2011.
Otro tipo de ensayos, de 1991 y 1992, definen más su expresión actual, cada vez más abierta. Así, El silencio de la escritura, que obtuvo el Premio Nacional de Ensayo (España), y El surco del tiempo, trabajo novedoso sobre el Fedro platónico. Luego, en 1998, recopiló un voluminoso libro de artículos, Imágenes y palabras: ensayos de humanidades, donde daba cuenta de su amplia labor indagadora. Previamente, en Días y libros, había recogido un abundante número de textos breves como comentarista de la filosofía y de la cultura en general. Asimismo, agrupó sus conversaciones hasta 1997 en Palabras entrevistas.
En el siglo XXI, ha publicado tres libros de artículos agrupados temáticamente: Elogio de la infelicidad (2005), de gran aliento ensayístico; El marco de la belleza y el desierto de la arquitectura (2009), más breve; y Ser quien eres (2009), libro amplio que ahonda en su ideas sobre la educación. Además ha venido recuperando, con nuevas introducciones, los libros precedentes.
En general, su obra se caracteriza por el uso jugoso y rico de palabras claras, consistentes, por una pasión expresiva y rigurosa, por el empeño de que el pensamiento antiguo o moderno tenga peso ante unos desgarros del presente que no oculta., etc.
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