Carrie Fisher: `He aprendido a vivir sin drogas.
Maniacodepresiva, alcohólica y consumidora de drogas durante años, la actriz y escritora Carrie Fisher trató de encontrar su curación en la terapia de electrochoques. La cosa funciona por el momento, pero ¿a qué precio?
Carrie Fisher- foto,.
Carrie, la princesa de `La guerra de las galaxias´, tenía una mente punzante. Un cerebro tan agudo y sarcástico que la convertía en la invitada permanente de las mejores fiestas. Sin embargo, la juerga continua terminó en centros de desintoxicación y salas de hospital, sometida a regulares lavados de estómago. Hace 27 años documentó este duro proceso brillantemente en una novela semiautobiográfica, donde se narraba la lucha de una actriz contra su adicción a las drogas y los analgésicos. El libro, titulado Postcards, fue adaptado al cine en 1990. Ahora, Carrie Fisher publica un nuevo libro, Shockaholic, donde cuenta la terapia de electrochoques que lleva siguiendo desde hace una década para sojuzgar los demonios de la adicción.
Carrie es hija de Debbie Reynolds, la protagonista de Cantando bajo la lluvia, y de Eddie Fisher, un popular cantante melódico. Una pareja modélica en los 50 que acabó en un divorcio sonado cuando Fisher abandonó a su esposa para convertirse en el cuarto marido de Elizabeth Taylor, en 1959.
Fisher podía haberse contentado con ser la hija de unos padres famosos, pero en 1977 aceptó un papel en una película de ciencia ficción que la hizo conocida en todo el mundo, La guerra de las galaxias. Tras el éxito arrollador continuó dedicándose a la actuación, la escritura y el consumo de drogas, con algunos interludios de desintoxicación seguidos de más trabajo y más drogas.
Carrie siempre fue propensa a los olvidos deliberados, pero hoy gran parte de su memoria a corto plazo ha sido disuelta por completo a causa de la terapia electroconvulsiva. Su antaño extenso vocabulario, del que siempre estuvo muy orgullosa, se ha esfumado para siempre y ha sido reemplazado por versiones más simples de la misma palabra.
El electrochoque, frente a ciertos desórdenes mentales, es un método que sigue vigente. Estigmatizado por muchas películas, sin embargo, estudios médicos rigurosos respaldan su eficacia en ciertos casos. Carrie asegura que es lo único que le permite abstenerse. «No duelen. Primero, te duermen, y no sufres convulsiones. Te inyectan un anestésico. Te dicen que sueñes con los angelitos. Luego tienes dolor de cabeza, vuelves a casa, te echas una siesta... y ya está».
En el libro que acaba de publicar la actriz no solo relata sus regulares sesiones de electroshock, también indaga sobre la extraña relación con su padre. Un hombre que la abandonó, se desentendió de ella, pero al que Carrie estuvo viendo hasta que murió, el año pasado, a los 82 de edad. Carrie cuidó de él, pero a su modo: su padre estaba en una silla de ruedas y ella le preparaba cigarrillos de marihuana. «La nuestra no era una relación tradicional», dice. «Yo lo quería y dejé de esperar de él que se comportara como un padre al uso». Padre e hija tenían mucho en común. Unas bonitas voces, el deseo de ser escuchados, la tendencia a consumir drogas...
Los problemas de la actriz con el alcohol y las drogas hicieron que su hija, Billie, por entonces de 13 años de edad, tuviera que irse de casa para vivir con su padre, Bryan Lourd. Este, con quien Carrie nunca se casó, homosexual, es presidente de Creative Artists Agencia, una importante compañía de representación artística. ¿Carrie no llegó a darse cuenta de que era gay? «Bryan seguramente se olvidó de mencionarlo», contesta ella, sin querer entrar en el tema.
«Desde luego, aquello fue muy duro para mi hija. Desde entonces, nunca va a terminar de fiarse de mí. La persona que ha sido adicta sabe a lo que me refiero». Carrie habla de Billie con orgullo maternal. «Es buena, amable, una chica fantástica... Genéticamente es el premio gordo de la lotería. A veces se preocupa mucho por mí. Tiene un corazón de oro».
«Gracias a la terapia, he sido bastante más productiva durante estos últimos cuatro años. Eso sí: engordé. Dejé las drogas, pero entonces me dio por comer e ir de compras de forma compulsiva... y también por practicar sexo con completos desconocidos. Hubo veces en las que me lo monté con un fulano en la parada del autobús. No tenía ninguna relación personal». Tengo la impresión de que lo del sexo lo dice en broma. Fisher no se ha liberado de su adicción a escandalizar a los demás.
Desde que sigue la terapia de electrochoques tiene pequeños olvidos. «En ocasiones vuelvo a leer una y otra vez el mismo párrafo de un libro, aunque soy consciente de que me suena. Resulta que es la tercera vez que estoy leyendo American pastoral, un libro sobre el envejecimiento. El envejecimiento te aporta sabiduría, pero también es un coñazo soberano: siempre andas hinchada, te salen arrugas…».
¿Ha aprendido a vivir sin recurrir a drogas o medicamentos de los fuertes? «Sí. Una aprende a rodearse de amigos de verdad. No quiero que mi hija vuelva a sentirse angustiada por mí, así que hago lo posible por portarme bien».
¿Diría que la relación con su hija ha sobrevivido a tantas turbulencias? «Sí, pero no ha sido fácil. Billie llegó a odiarme. Ahora, solo deseo lograr que lleve una vida agradable, que pueda ser muy feliz. En su momento le fallé, pero me ha perdonado». Billie está estudiando Música y Gestión Empresarial Musical en la universidad de Nueva York y, según dice su madre, nunca va a dejar de sentirse inquieta por lo que Carrie pueda hacer cuando está a solas.
El verdadero amor de Carrie Fisher fue el cantante Paul Simon. Estuvieron saliendo juntos seis años, se casaron en 1983, continuaron casados un año, estuvieron divorciados durante otro año y volvieron a vivir juntos tres años más. Una relación de 12 años en total. «Nos entendíamos perfectamente. Lo pasábamos en grande juntos. Pero éramos demasiado parecidos, y eso no es un buen fundamento para una relación».
Carrie suelta una risita sin alegría y dice: «Siempre estábamos echando un polvo para celebrar nuestra última reconciliación, y es que nos pasábamos media vida rompiendo». Y añade: «Tengo muy buen recuerdo de Paul. También me acuerdo de que yo por entonces tomaba mucho LSD». ¿Se acuerda del LSD? «Es otro recuerdo agradable». Por esa época solía bromear: «Me hace falta un poco de LSD... Creo que voy a llamar a mi médico y decirle que me duele un poco el pie».
Durante mucho tiempo, Carrie estuvo visitando al médico y al dentista que le recomendó Michael Jackson. «Ya sabe usted cómo son los médicos de Los Ángeles... Cuanto más famoso es el paciente, más formidable es la receta».
¿Cómo era Michael en las distancias cortas? «Bueno, no era una persona normal y corriente. No había otro como él. Tenía una presencia especial, y es que era una buena persona. Quería mucho a todo el mundo y hacía lo posible por que todo el mundo tuviera aquello que quería. No era un ser oscuro; simplemente era un poco extraño. Lo normal, por otra parte. Yo misma soy extraña. Pero Michael a la vez tenía una faceta muy normal, y lo mismo me pasa a mí». Las últimas Navidades las pasaron juntos. «Michael quería llevarse bien con todos. Quería que siempre te sintieras cómoda y, si no lo conseguía, las drogas eran su solución. Confiaba en los niños porque los niños no podían tratar de manipularlo ni quererlo por razones equivocadas. A Michael le gustaban las personas que no sabían quién era él. Era su forma de contrarrestar los aspectos desagradables de su existencia. Las personas así eran pura inocencia, y él entonces se sentía inocente también. Pero no era tan inocente para no darse cuenta de que algunas personas de su círculo eran poco de fiar».
¿Alguna vez lo vio en compañía de su madrina y madre de fantasía, Elizabeth Taylor? «Muchas veces, y siempre estaban muy a gusto juntos. No tenían que explicarse nada ni tratar de que el otro no se sintiera mal por el hecho de ser famoso. El club de los famosos es un club más bien complicado. Elizabeth Taylor y yo al final nos hicimos amigas. Cuando iban a darle un premio, siempre me pedía que hiciera la presentación. Y yo siempre decía: ‘Gracias a Elizabeth, de todo corazón, ¡por haber conseguido que Eddie se fuera de nuestra casa para siempre!’».
Carrie añade: «Elizabeth, cierta vez, me llamó y me pidió el número de mi padre. Yo no sabía que llevaban tiempo sin hablarse. Cuando ella lo telefoneó, él al principio creyó que se trataba de una impostora. Pero Elizabeth entonces empezó a decirle que no olvidara ir al médico ni seguir con su medicación. Una charla de amigos. Cuando Eddie murió, llamé a Elizabeth y se lo dije. La pobre se puso a llorar. Era muy buena persona».
¿Su padre también era una buena persona? «Era buena persona, pero un padre fatal. En realidad estaba mal de la cabeza, yo hasta cierto punto hacía lo posible por congraciarme con él. Siempre estaba haciéndole reír. Eddie era muy divertido y un encanto, un muchacho, un niño... Nunca llegó a ser un hombre hecho y derecho, pero, a diferencia de Michael, el sexo era muy importante para él. Tenía un gran apetito sexual. Era un hombre con un encanto tremendo, y lo echo mucho de menos».
Carrie explica: «El otro día, mi madre vino a verme y se sorprendió de que en la casa hubiera tantas fotos de Eddie». «Eddie justo acababa de morirse y resulta que todas sus fotografías estaban en mi sala de estar». ¿A su madre no le gustó ver tantas fotos del marido que la había abandonado? «Símplemente, tomó nota». ¿Nunca llegó a producirse una reconciliación entre ambos? «No. Una noche coincidieron en venir a verme al teatro, a uno de mis monólogos. Él ya estaba en la silla de ruedas, y ella vino a visitarme al camerino. Él al poco rato vino al camerino también, y mi madre entonces se escondió de las perchas con la ropa. Pero luego, cuando salió, se tropezó con Eddie en el ascensor. Fue la única vez que volvieron a encontrarse».
«La muerte de Eddie me ha dejado hundida. En los últimos años, nos llevábamos de maravilla, pero entonces volví a perderlo otra vez. Al menos disfruté de esos últimos años. De estar aquí y ahora, sin duda aprovecharía para tirarle los tejos a usted. Eso sí, al final estaba perdiendo la cabeza por completo. Eddie, además de fumar un cigarrillo tras otro, siempre estaba fumando marihuana. Yo a veces le traía bailarinas de striptease a casa... Aunque las últimas que le traje no le gustaron demasiado. Ojalá la terapia de electrochoques fuera selectiva a la hora de abandonar los recuerdos».
¿Cree que va a olvidarse de nuestro encuentro «Voy a olvidarme de los detalles. Los detalles no son mi fuerte. No recuerdo ciertas palabras. Antes era muy rápida mentalmente, pero ahora ya no establezco las conexiones mentales con tanta rapidez. A saber si es por el LSD, por los electrochoques o porque una se hace mayor».
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