Hoy, como cada día, se quitarán la vida nueve personas en España. Aunque no estamos entre las diez naciones con mayor índice de suicidios de Europa, ya es la primera causa de muerte violenta en nuestro país. Los expertos dicen que se puede evitar. Y, aseguran, el primer paso para lograrlo es hablar abiertamente de ello. Lo hacemos en este reportaje.
El suicidio se puede prevenir, sí. No es un acto impulsivo, suele estar planificado. Y se sabe incluso que muchas personas que terminaron quitándose la vida consultaron antes a su médico de cabecera.
Eso sí, en ningún caso el facultativo identificó que su paciente pensaba suicidarse. ¿Podrían haberlo anticipado si hubiesen tenido una formación adecuada y la sensibilidad necesaria? Jerónimo Saiz Ruiz, presidente de la Fundación Española de Psiquiatría y Salud Mental, cree que sí. Y ahí el problema: cuando un paciente que acaba de intentar quitarse la vida falta a la siguiente cita con el psiquiatra y no pide otra, las alarmas brillan por su ausencia en España. Por eso, los expertos en conducta suicida reclaman una auténtica política de prevención.
Finlandia es un país ejemplar en este tema. Pese a su muy alta tasa de muertes voluntarias, es un modelo de éxito gracias a un efectivo plan nacional que en casi 20 años (de 1999 a 2009) redujo los suicidios de 30 por cada 100.000 habitantes a 19, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). «Allí, en el 88 por ciento de los intentos, la persona acude a una cita con el especialista en salud mental», explica Javier Jiménez Pietropaolo, psicólogo y fundador de la Asociación de Investigación, Prevención e Intervención del Suicidio (Aipis). «Aquí, solo en el 25 por ciento de los casos». Es cierto que en España no estamos entre los diez países europeos con mayor índice de suicidio (el primero es Lituania, con 34, y el décimo Bélgica, con 19,4), pero, aun así, quitarse la vida es la primera causa de muerte violenta en nuestro país. España dispone desde luego de un plan estratégico nacional de salud mental, entre cuyos objetivos está reducir las tasas de depresión y suicidio en grupos de riesgo. «Pero el desarrollo es muy dispar-subraya Saiz Ruiz, también jefe de psiquiatría del hospital Ramón y Cajal- porque quienes deben iniciarlo son las comunidades autónomas».
A la hora de prevenir, la depresión es lo más preocupante. «Quienes la padecen integran el grupo de mayor riesgo -dice Saiz-; y suele ser gente que ya lo ha intentado. Sobre ellos debería intensificarse la atención». Se trata en general de hombres de edad media o avanzada, separados o divorciados, casi sin apoyo social, que padecen un trastorno mental, una dependencia del alcohol o una afección crónica con dolor. Los hombres, además, se suicidan tres veces más que las mujeres. Sin embargo, ellas lo intentan el triple que ellos.
«Las mujeres utilizan métodos menos mortíferos (pastillas) y van más al psicólogo o al psiquiatra que los varones», analiza Jiménez Pietropaolo. Los ancianos, por su parte, no suelen dar señales ni cometer intentos de suicidio. La soledad, la sensación de ser una carga para los demás y las enfermedades los llevan a elegir métodos más efectivos. «El más empleado: el ahorcamiento, seguido de las precipitaciones al vacío», revela el presidente de la Aipis.
Los datos del INE de 2009 registran 3.429 suicidios: nueve al día. «Pero son más. Ante la duda, los forenses atribuyen la muerte a un accidente. Pero hay ahogamientos y saltos al vacío así registrados que en verdad fueron suicidios. También muchos casos se camuflan como accidentes de tráfico para no estigmatizar a la familia y para que los parientes se beneficien de los seguros», revela Jiménez Pietropaolo.
Las cifras planetarias -un suicidio cada 40 segundos, 2700 al día, un millón al año- llaman la atención de la OMS, que desde hace 12 años reclama políticas de prevención. De ese millón de suicidios, 250.000 son de menores de 25 años. Una realidad alarmante que también se traslada a España. En un estudio de 2008 realizado por los hospitales Gregorio Marañón, Ramón y Cajal, Doce de Octubre y San Carlos se registró la mayor incidencia de suicidios entre chicas de 15 a 24 años. A estas edades, cortarse las venas y tomar medicamentos son los métodos más habituales. De las 921 personas atendidas en estos hospitales, el 71,4 por ciento ya lo había intentado antes.
Con un programa de prevención sólido no solo se podría reducir el número de intentos (por cada suicidio se realizan entre 20 y 30 tentativas), sino también aumentar el intervalo entre tentativas. Estas son las conclusiones de la única y exitosa experiencia en España, un programa de prevención que el hospital Sant Pau realiza desde hace cinco años en el Ensanche de Barcelona, donde se han reducido en un 30 por ciento los intentos de suicidio. El trabajo es intensivo y dura tres meses, durante los cuales el paciente visita al menos dos veces por semana al psiquiatra y al psicólogo, que también atienden telefónicamente en horario laboral. Por la noche y en fin de semana, el paciente debe acudir a urgencias.
«Al cabo de tres meses, cuando el riesgo de suicidio disminuye, derivamos al paciente a su centro de salud», explica el psiquiatra Santiago Duran-Sindreu, del hospital Sant Pau. «Lo importante es detectar las ideas suicidas», afirma. El otro punto clave es asegurarse de que, tras un intento, el paciente acuda a la consulta. «Si no va, lo llaman y le dan otra cita. Si vuelve a faltar, se insiste. Si sigue sin acudir, lo buscamos», explica.
No hay tratamientos específicos. «Son genéricos: contra la depresión, el alcoholismo...», explica Saiz. Entre los pacientes que se matan, el 90 por ciento padece algún trastorno mental. La ruptura de una pareja es otra causa. Ahora que la crisis económica sea `culpable´ de un aumento de suicidios, está por comprobarse. «Los estudios que afirman que en Grecia y Portugal aumentaron los casos fueron criticados por su metodología», dice Jerónimo Saiz, que sí resalta la genética como causante de más del 40 por ciento de la conducta suicida. En la misma línea, el psiquiatra John Mann, de la universidad de Columbia, una eminencia en el tema, vincula una parte de la responsabilidad a una reducción en los niveles de la serotonina, un neurotransmisor de la corteza prefrontal. Mann asocia esa disfunción -que provoca más agresividad e impulsividad- con la falta de la compañía de los padres, sobre todo de la madre. Así lo demostraron sus estudios con monos. Otra autoridad, el psicólogo Thomas Joiner, de la universidad de Florida, sostiene que los suicidas, para ser capaces de quitarse la vida, afrontan antes un `entrenamiento´ que les permite superar su instinto de autoconservación. Así conviven, buscándolo o no, con el peligro y el miedo, hasta acostumbrase a ellos. Se autolesionan y viven de modo temerario hasta que la muerte no los asusta. Para Joiner, cuyo padre se suicidó, se debe destruir el mito falso de que «quien lo dice no lo hace». Se ha de romper ese estigma y permitir que las personas con conducta suicida hablen de su deseo. Este es el primer paso para evitarlo.
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