Laura Valenzuela-foto- ha recibido el Premio Iris de la Academia a 'Toda una vida': «Joaquín Prat y yo hacíamos 12 millones de audiencia, qué miedo» .
Laura Valenzuela ha recibido el Premio Iris de la Academia a 'Toda una vida': «Joaquín Prat y yo hacíamos 12 millones de audiencia, qué miedo» .
No ha habido aplausos suficientes para agradecer todo lo que Laura Valenzuela (Sevilla, 1931) ha hecho por la televisión. La Academia de la Televisión entregó el miércoles a 'Laurita' su Premio Iris a 'Toda una vida'.
- Comenzó su carrera en los 50.
- Me acuerdo mucho del Paseo de La Habana, los primeros tiempos de TVE. Fue muy difícil. Teníamos tantas ganas de que eso saliese bien... El director, el electricista, los presentadores... Todos echábamos una mano para que eso saliese adelante. Y no salió nada mal. Con los pocos medios que teníamos. No sé ni si llegábamos a quince personas, no nos tocaba fregar el suelo de milagro...
- Dicen que no ha vuelto a haber una pareja televisiva como Laura Valenzuela y Joaquín Prat.
- Supongo que habrá habido otras parejas iguales o mejores, lo que pasa es que cara al público caímos muy bien. Y entre nosotros nos llevábamos bien en todos los sentidos. Es raro que en una pareja que trabaja junta no haya un día que uno diga: «A ti te ha tocado una cosa buenísima y a mí no». Eso jamás nos ocurrió a nosotros. Por una razón, era un hombre maravilloso. Joaquín tenía don de gentes, sabía qué tenía que decir y qué no. Era un profesional.
- Ahora se llega al límite para atraer a la audiencia.
- Es que ahora lo que prima es la competencia, es una guerra. Entonces, como estábamos nosotros solos... No existían las mediciones de audiencias. Solo había un pequeño sistema por el que se sabía más o menos la gente que nos veía. Me contaron que Joaquín y yo teníamos doce millones de espectadores y me dio como miedo. En esa época era novia de mi marido, que era productor de cine, y él me decía: 'A ver si os cambian de día'. Claro, los sábados era cuando la gente iba al cine y como había programa se quedaban en casa. Estaba indignado (risas).
- Es la única que ha presentado Eurovisión en España.
- Fue una experiencia muy bonita, éramos un equipo fantástico. En aquel momento por razones políticas había un cerco a España y nos miraban con lupa. El director del anterior Eurovisión, el de Massiel, me dijo que no había habido ninguno como el nuestro.
- ¿Cómo recuerda aquel día?
- Fue tremendo, estaba sola en el escenario. El realizador estaba en una unidad móvil en la calle. Poco antes de empezar la gala me di cuenta que el cable que nos comunicaba con él se había quemado o algo. ¡Estábamos incomunicados! Cuando ocurre una cosa de éstas te sacas las soluciones de donde sea. Hubo muchas críticas y todas me ponían bien.
- Es que salió usted airosa del lío de los cuatro ganadores...
- Me quería comer a Mister Brown, que era como el árbitro. Yo no veía el panel y cuando quedaban seis países empecé a notar murmullos en la sala. Cuando terminó, me volví y vi que había cuatro ganadores... Pregunté: 'Por favor, mister Brown, ¿quiénes son los ganadores?'. Y oye, se me encogió de hombros.
- ¿Ha vuelto a ser Rocío Espinosa?
- No, ya es inútil. Mi marido jamás me llamó Rocío. Y una vez mi hija me vino del colegio, tendría 5 años, y me dijo: 'Mamá me han dicho en el colegio las niñas que te llamas Rocío'. 'Ah, sí hija, sí', le contesté. Y me preguntó: '¿Y por qué no me lo has contado?'. 'Hija, se me olvidó'.
No ha habido aplausos suficientes para agradecer todo lo que Laura Valenzuela (Sevilla, 1931) ha hecho por la televisión. La Academia de la Televisión entregó el miércoles a 'Laurita' su Premio Iris a 'Toda una vida'.
- Comenzó su carrera en los 50.
- Me acuerdo mucho del Paseo de La Habana, los primeros tiempos de TVE. Fue muy difícil. Teníamos tantas ganas de que eso saliese bien... El director, el electricista, los presentadores... Todos echábamos una mano para que eso saliese adelante. Y no salió nada mal. Con los pocos medios que teníamos. No sé ni si llegábamos a quince personas, no nos tocaba fregar el suelo de milagro...
- Dicen que no ha vuelto a haber una pareja televisiva como Laura Valenzuela y Joaquín Prat.
- Supongo que habrá habido otras parejas iguales o mejores, lo que pasa es que cara al público caímos muy bien. Y entre nosotros nos llevábamos bien en todos los sentidos. Es raro que en una pareja que trabaja junta no haya un día que uno diga: «A ti te ha tocado una cosa buenísima y a mí no». Eso jamás nos ocurrió a nosotros. Por una razón, era un hombre maravilloso. Joaquín tenía don de gentes, sabía qué tenía que decir y qué no. Era un profesional.
- Ahora se llega al límite para atraer a la audiencia.
- Es que ahora lo que prima es la competencia, es una guerra. Entonces, como estábamos nosotros solos... No existían las mediciones de audiencias. Solo había un pequeño sistema por el que se sabía más o menos la gente que nos veía. Me contaron que Joaquín y yo teníamos doce millones de espectadores y me dio como miedo. En esa época era novia de mi marido, que era productor de cine, y él me decía: 'A ver si os cambian de día'. Claro, los sábados era cuando la gente iba al cine y como había programa se quedaban en casa. Estaba indignado (risas).
- Es la única que ha presentado Eurovisión en España.
- Fue una experiencia muy bonita, éramos un equipo fantástico. En aquel momento por razones políticas había un cerco a España y nos miraban con lupa. El director del anterior Eurovisión, el de Massiel, me dijo que no había habido ninguno como el nuestro.
- ¿Cómo recuerda aquel día?
- Fue tremendo, estaba sola en el escenario. El realizador estaba en una unidad móvil en la calle. Poco antes de empezar la gala me di cuenta que el cable que nos comunicaba con él se había quemado o algo. ¡Estábamos incomunicados! Cuando ocurre una cosa de éstas te sacas las soluciones de donde sea. Hubo muchas críticas y todas me ponían bien.
- Es que salió usted airosa del lío de los cuatro ganadores...
- Me quería comer a Mister Brown, que era como el árbitro. Yo no veía el panel y cuando quedaban seis países empecé a notar murmullos en la sala. Cuando terminó, me volví y vi que había cuatro ganadores... Pregunté: 'Por favor, mister Brown, ¿quiénes son los ganadores?'. Y oye, se me encogió de hombros.
- ¿Ha vuelto a ser Rocío Espinosa?
- No, ya es inútil. Mi marido jamás me llamó Rocío. Y una vez mi hija me vino del colegio, tendría 5 años, y me dijo: 'Mamá me han dicho en el colegio las niñas que te llamas Rocío'. 'Ah, sí hija, sí', le contesté. Y me preguntó: '¿Y por qué no me lo has contado?'. 'Hija, se me olvidó'.
TÍTULO; SEXO EN LISBOA...CAE LA NOCHE EN LISBOA.
SEXO EN LISBOA. margarita revelo pinto empezo como una presion lusa de carrie bradshaw hasta convertirse en la escritora que mas libros vende en Portugal.
TÍTULO: CAE LA NOCHE EN LISBOA.
Cae la noche en Lisboa. Las barandas ya no espían y sus gentes milenarias cierran los ojos. Los transeúntes: tísicos, heroinómanos, viejas que no saben que lo son, estudiantes que vendieron sus pulmones, inmigrantes que caducan ilusiones, cenicientas que encierran ambiciones, taxistas que no dormirán en casa, y pobres niñas ajadas, cansadas de vivir, ocupan su lugar.
Visten la noche de colores, la cubren con mendicantes oraciones y esperan la divinidad del sol.
Cae la noche en Lisboa y ya nadie esconde su naturaleza. Los azulejos no reflejan los pecados, cortes de mangas e impunidad. La noche es como una calma marítima, espera la llegada de la tempestad. La tempestad del día ruidoso y fútil, de los besos expectantes, de humores indecisos e itinerantes que no saben de su futuro ruin.
Cae la noche en Lisboa y espera que nunca amanezca, porque el amanecer supone el final de la locura que acontece, de la paz que adolece y del pan del buen soñar.
Cae la noche en Lisboa y teme que el rocío sea demasiado húmedo, que los tranvías traigan más turistas, menos viajeros, que las pastelerías ya no tapen agujeros, prometidos, desmentidos, en saldo ajuar.
Cae la noche en Lisboa y el humo deja paso a las estrellas, la cartera a la botella, y el vino tosco al vino fúlgido sin “jantar”.
Cae la noche en Lisboa y sus gentes se rebelan y, aunque nunca lo demuestren, esperan la llegada del caos y la confusión, de los políticos de salón y comedor, y de los besos que esperan redención.
Cae la noche en Lisboa y los poetas se despiertan, olvidan besos y epilepsias y se esmeran por crear, crear un mundo que no existe, que es transparente y desprende olores de alquitrán.
Cae la noche en Lisboa y hay quien se sienta tristemente ante el rocío precoz. Inventa y sueña sus pasiones, reza credos sin condones, y se acerca a la eternidad, eternidad que permanece ausente, esperando que el presente, nunca dejar de cantar.
Cae la noche en Lisboa y las páginas son fértiles, las ideas se embellecen y ya se pueden consagrar, las enfermas convicciones, los besos sin canciones, las habitaciones hartas de tanto blasfemar.
Cae la noche en Lisboa y hay quien equivoca novela y poesía, quien olvida que el día está para trabajar.
Cae la noche en Lisboa y desaparecen sus gentes, deseando que el presente pronto deje de llorar.
Visten la noche de colores, la cubren con mendicantes oraciones y esperan la divinidad del sol.
Cae la noche en Lisboa y ya nadie esconde su naturaleza. Los azulejos no reflejan los pecados, cortes de mangas e impunidad. La noche es como una calma marítima, espera la llegada de la tempestad. La tempestad del día ruidoso y fútil, de los besos expectantes, de humores indecisos e itinerantes que no saben de su futuro ruin.
Cae la noche en Lisboa y espera que nunca amanezca, porque el amanecer supone el final de la locura que acontece, de la paz que adolece y del pan del buen soñar.
Cae la noche en Lisboa y teme que el rocío sea demasiado húmedo, que los tranvías traigan más turistas, menos viajeros, que las pastelerías ya no tapen agujeros, prometidos, desmentidos, en saldo ajuar.
Cae la noche en Lisboa y el humo deja paso a las estrellas, la cartera a la botella, y el vino tosco al vino fúlgido sin “jantar”.
Cae la noche en Lisboa y sus gentes se rebelan y, aunque nunca lo demuestren, esperan la llegada del caos y la confusión, de los políticos de salón y comedor, y de los besos que esperan redención.
Cae la noche en Lisboa y los poetas se despiertan, olvidan besos y epilepsias y se esmeran por crear, crear un mundo que no existe, que es transparente y desprende olores de alquitrán.
Cae la noche en Lisboa y hay quien se sienta tristemente ante el rocío precoz. Inventa y sueña sus pasiones, reza credos sin condones, y se acerca a la eternidad, eternidad que permanece ausente, esperando que el presente, nunca dejar de cantar.
Cae la noche en Lisboa y las páginas son fértiles, las ideas se embellecen y ya se pueden consagrar, las enfermas convicciones, los besos sin canciones, las habitaciones hartas de tanto blasfemar.
Cae la noche en Lisboa y hay quien equivoca novela y poesía, quien olvida que el día está para trabajar.
Cae la noche en Lisboa y desaparecen sus gentes, deseando que el presente pronto deje de llorar.
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