domingo, 1 de julio de 2012

EN PRIMER PLANO--LA FÁBRICA DE MILLONARIOS.

TÍTULO:  EN PRIMER PLANO--LA FÁBRICA DE MILLONARIOS.



Bienvenido a la principal productora mundial de emprendedores visionarios: la Universidad de Stanford, el semillero de Silicon Valley, el lugar donde se da la mayor creación de riqueza por medios legales de la historia.

Las risas suenan enloquecidas. Cuarenta de los estudiantes universitarios más brillantes de EE.UU están desternillándose. Es un ejercicio de calentamiento para una clase de Creación e Innovación. Cada alumno tiene que contar un chiste inventado en el momento.
Y el chiste tiene que ajustarse a la siguiente fórmula: «Ciento ochenta y cinco (lo que sean) entran en un bar. El camarero les dice: 'Aquí no servimos a (lo que sean)'». Los (lo que sean) responden al unísono (insértese la frase de remate del chiste)». Como es natural, los chistes son malos. Pero esa es la gracia. El objetivo es que los alumnos se acostumbren a «inventar y mostrar cosas al mundo sin preocuparse de si funcionan o no», explica uno de los profesores.
Bienvenidos a la universidad californiana de Stanford, la cantera de Silicon Valley y la principal productora mundial de emprendedores visionarios. John Doerr, un legendario inversor de riesgo, describió Silicon Valley como «el lugar donde se da la mayor creación de riqueza, por medios legales, en toda la historia del mundo». Este pequeño rincón al sur de San Francisco trajo al mundo el primer microprocesador comercial, el ordenador personal, la web tal como hoy la conocemos, el iPad... En él se encuentran Apple, Google y Facebook. Y sin Stanford, nada de todo esto hubiera sido posible.
Aquí, la cultura del emprendedor está más asentada que en ningún otro centro educativo del mundo. Son incontables las empresas de tecnología que nacen en Stanford, así como los jóvenes de 19 años cuyas tarjetas de visita incluyen las palabras «cofundador de...». Aquí se respira un entusiasmo desbordante. «Los estudiantes no aspiran a trabajar en Google o Facebook explica un profesor, consideran estas compañías antiguas, demasiado grandes y burocráticas». A pesar del traspié de Facebook en Bolsa, el mercado de las nuevas empresas de tecnología parece en plena expansión. En las aulas de Stanford, los mundos académico y de negocios coexisten de forma única. «Mark Zuckerberg se presentó en clase y dio una conferencia improvisada... Así, por la cara», explica George Burgess, un alumno británico de 20 años que rechazó una plaza en Cambridge para estudiar en Stanford.
Burgess es un buen ejemplo. A los 15 años ya era «director ejecutivo» de su propia tienda virtual en eBay, que facturaba unos 45.000 euros al año. A los 18 años fundó EducationApps, que produce contenidos educativos para teléfonos móviles. Cuando solicitó el ingreso en Cambridge, los profesores le recomendaron que no hiciera mención a su negocio, «para que los catedráticos al viejo estilo no se asustaran». Cuando pidió ingresar en Stanford, su principal argumento fue su currículum empresarial. Burgess se queja de la prohibición norteamericana de servir alcohol a menores de 21 años y no es muy entusiasta de las fiestas un tanto horteras del campus, pero el ambiente que se respira aquí es perfecto para sus objetivos.
El ejemplo para muchos de sus colegas es Instagram, una red virtual para compartir fotografías creada por dos antiguos alumnos de Stanford menores de 30 años, Kevin Systrom y Mike Krieger. La compañía tiene 13 empleados y 18 meses de vida. Instagram todavía no tiene beneficios ni cuenta con un modelo claro para obtenerlos, pero ha sido adquirida por Facebook al precio de mil millones de dólares.
Hace un siglo y medio, esta región ya fue el escenario de la fiebre del oro. Pero que nadie ose decir por aquí que Stanford está provocando una calentura similar en el sector de la tecnología. Tina Seelig fue profesora de los dos fundadores de Instagram. «Kevin y Mike estaban empeñados en crear un producto atrayente, que gustara a la gente. ¡Su motivación no era la de vender la empresa por mil millones!», dice. En el campus, sin embargo, son evidentes los signos de abundancia material. Hablo con Jenna Nicholas, de 22 años, otra alumna británica asombrosamente madura para su edad. Seguro que podría triunfar en la City londinense, pero opina que todo lo que no sea crear su propia compañía es venderse por un plato de lentejas. Nicholas habla del boom del sector y apunta que sus compañeros de clase están obsesionados por ganar dinero a raudales. «La venta de Instagram está provocando delirios de grandeza», indica. Su propia compañía, Phoenix Global Impact, tampoco se queda corta en ambición, pero es más 'desinteresada': su objeto social es fomentar la filantropía en China.
No menos crítico se muestra Peter Thiel, un inversor mítico que ganó una fortuna con PayPal y fue el primer financiador de Facebook. Thiel estudió en Stanford y a veces imparte clases, pero su firma de capital riesgo ha publicado un manifiesto cuyo elocuente subtítulo es: «Queríamos coches que pudieran volar... pero nos están dando memeces como Twitter». Considera que el boom de la tecnología está creando un sinfín de juguetitos vistosos, pero que no ha logrado mejorar el cambio climático, el problema del desempleo, el cáncer... Nada de verdadero progreso. Manifestaciones como esta no impiden que Stanford sea vista como la nueva tierra prometida del mundo académico. Los estudiantes que aspiran a entrar en sus aulas se han disparado en los últimos (tan solo el 6,5 por ciento lo logra). Y, en los últimos siete años, Stanford ha obtenido más beneficios que cualquier otro centro universitario. Es la nueva capital del 'sueño americano'. En términos académicos, la idea-fuerza en Stanford es la educación interdisciplinar: promueve que los alumnos de distintas materias informática, negocios, medicina, diseño colaboren para resolver juntos los problemas. A los de Ingeniería se los incita a interesarse por las humanidades, y a la inversa. El objetivo es el de crear «estudiantes en forma de T»: individuos con una especialización muy profunda, pero familiarizados con muchos otros ámbitos.
Durante mis tres días en la universidad, tan solo veo a una persona con traje y corbata: es el profesor William F. Miller, a sus 86 años guardián no oficial del legado de Stanford. Cuando le pregunto por qué esta universidad es distinta, sugiere que volvamos a 1885, el año de su fundación. El general Custer había sido vencido por los indios apenas nueve años antes y California era un Estado de la Unión desde hacía menos de tres décadas. «Este lugar era el salvaje Oeste explica. Las personas que vinieron a esta universidad, los profesores y demás, eran pioneros. Y los pioneros tienen dos cualidades: una, la audacia; la segunda, su capacidad para construir comunidades». Esta idea, la de que la cooperación entre personas inteligentes y con espíritu de pioneros está detrás del éxito de Stanford, es uno de los dos pilares sobre los que descansa el credo de la universidad. El otro pilar, según Miller, tiene que ver con el fracaso. «Nuestra fórmula secreta, por así decirlo, es la de que el fracaso resulta aceptable. El verdadero pecado reside en no intentarlo».
Los elegidosLos estudiantes Francisco Guzmán, Sam Shapiro, Stephanie Glass, Vikas Yendiuri, Roxana Gharegoziu, Diana Lee, Andrew Ladd, Amada Lin, Robin Parani, Rowan Chakournakos y Clayton Hetz. La diversidad de origen de los studiantes es cada vez mayor. Estos alumnos son los becados Mayfield de este año, un programa interdisciplinar de élite creado para fomentar el 'liderazgo extremo'.

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