Ten preparada una comida deliciosa para cuando él regrese del trabajo. Especialmente, su plato preferido. Ofrécete a quitarle los zapatos. Habla en tono bajo, relajado y placentero. Prepárate, retoca tu maquillaje; hazte un poco más interesante para él. Su duro día de trabajo quizá necesite de un poco de ánimo, y uno de tus deberes es proporcionárselo».
Un libro analiza cómo el franquismo relegó a la mujer al papel de madre y esposa
Su autora subraya la necesidad de «entender, contextualizar y destruir» ese modelo social cuyas consecuencias se notan hoy en día.
Ten preparada una comida deliciosa para cuando él regrese del trabajo. Especialmente, su plato preferido. Ofrécete a quitarle los zapatos. Habla en tono bajo, relajado y placentero. Prepárate, retoca tu maquillaje; hazte un poco más interesante para él. Su duro día de trabajo quizá necesite de un poco de ánimo, y uno de tus deberes es proporcionárselo». Leerlo ahora despierta la risa, incluso da pie a la chanza. Para las niñas de los años 40 y 50 del siglo pasado, las abuelas y madres de hoy, no fue así. El franquismo diseñó para ellas una escuela para la instrucción, un espacio en el que floreciera de la inocente niña una amantísima madre y esposa: un ángel del hogar.
Los años de liberación que había disfrutado la mujer durante la Segunda República (educación igualitaria, independencia económica, legal y sexual.) quedaron aniquilados de golpe con la llegada del franquismo en 1939. «En los últimos tiempos se ha venido desenvolviendo un ataque en la concepción cristiana de la familia». A juicio del nacional-catolicismo los republicanos habían socavado uno de sus pilares fundamentales y se hacía necesario restaurar el viejo orden decimonónico del patriarcado con la mujer como piedra angular de la familia. Así, el Estado la empujó de nuevo a un segundo plano. Eso sí, aunque en casa y a la sombra del marido, sería pieza fundamental en el sostenimiento del régimen como «cristiana piadosa, madre ejemplar, esencia de feminidad y orgullo de España».
Matilde Peinado Rodríguez explica que este modelo de mujer «fue uno de los mayores éxitos ideológicos del franquismo». En su último libro, 'Enseñando a señoritas y sirvientas' (editorial Catarata), la escritora radiografía el sistema que ideó el régimen franquista para instruir a la mujer desde y para la sumisión, como garantía de estabilidad y control económico y social. «Todo ello sin salir de su casa, sin destacarse, necesitada de protección, con una capacidad intelectual inferior al varón y con un curriculum escolar que la capacitaba exclusivamente para el hogar y la maternidad», añade.
Y en esa tarea se pusieron manos a la obra la Iglesia y la Sección Femenina. Ambas instituciones estuvieron fuertemente vinculadas al régimen, sin embargo fue esta última la que tuvo una mayor implicación en la enseñanza, pues bajo su paraguas se articuló durante décadas la uniformidad ideológica de las mujeres. Eso sí, siempre la educación entendida desde la segregación y en clave femenina.
Religión y moral, economía, higiene doméstica y unos rudimentos de lectura, escritura, gramática y aritmética para atender a la educación de sus hijos, era la instrucción que recibían las niñas en la escuela elemental. Ya en la secundaria, con vistas al matrimonio y la maternidad, se adentraban en asignaturas como el Hogar y la Educación Física, con el fin de «conseguir mujeres sanas, vigorosas y bien preparadas», argumenta la escritora.
Subsidio
Mientras ellas fueron instruidas en sus obligaciones, «la formación masculina presentaba una mayor adecuación al mercado laboral», dice Peinado. Así, los niños estudiaban nociones de agricultura, industria y comercio, principios de geometría, dibujo lineal física e historia natural y una formación física premilitar.
Sin embargo, esta distribución de roles solo se materializó entre la élite. El Fuero del Trabajo de 1938 había obligado a excluir a las mujeres de ciertas ocupaciones, incluso el Estado concedió subsidios a las familias en las que la esposa permanecía en casa. Un lujo al alcance de muy pocos. La inmensa mayoría de los hogares contaba con escasos recursos y la obra de mano femenina se antojaba esencial, fundamentalmente en las labores agrícolas (aceituneras, segadoras, vendimiadoras.). Toda una deshonra social para el marido incapaz de hacer frente a su manutención. Una política fue tremendamente útil para el Estado, pues la reclusión de la mujer en casa permitía mantener una baja tasa de desempleo.
«Trabajarás racionalmente, mientras seas soltera, en tareas propias de tu condición de mujer. Después, cuando la vida te lleve a cumplir tu misión de madre, el trabajo será únicamente tu hogar». El Estado solo reconocía el acceso laboral de la mujer en función de su estado civil, y solo en aquellas carreras propias del género (Magisterio, Enfermería y Filosofía y Letras), porque a juicio del nacional-catolicismo no había más carrera que la de casarse y tener hijos para «el resurgimiento demográfico de España».
Si el género fue una cuestión determinante a la hora de educar y trabajar, también lo fue en la vida social. La sociedad se mostró mucho más permisiva con el hombre que con la mujer, siempre supeditada a las directrices masculinas, primero del padre y después del marido. Cuantas veces no se habrá escuchado, por boca de abuelas y madres, eso de «hay que ser honrada pero, fundamentalmente, parecerlo».
Son doctrinas de ayer, pero que hoy perviven en multitud de actuaciones domésticas y sociales. De ahí que Peinado subraye la necesidad de «entender, contextualizar y destruir» un modelo de mujer española, cuyas repercusiones trascienden a las generaciones de aquellos años y «explican las dificultades que se sigue encontrando en el camino hacia la igualdad», sentencia.
TÍTULO: PASAR A LA OTRA FORMA DE VIDA ECOLÓGICA.
Hace unas semanas una limpieza del fondo marino reveló un hallazgo macabro: urnas funerarias de decenas de personas reposaban.
Hace unas semanas una limpieza del fondo marino reveló un hallazgo macabro: urnas funerarias de decenas de personas reposaban en el fondo del mar. Los buzos, por respeto a las familias, no movieron los receptáculos, ya que «ya eran parte del mar», aseguró Óscar Noguera, uno de los operarios que participó en la jornada de limpieza en la playa de la Malvarrosa, en Valencia. Pero este no es un hecho aislado. Muchos más puntos de las costas españolas, incluso en zonas del interior, se han hecho descubrimientos parecidos. El Ayuntamiento de Almonte, en Huelva, tuvo que reglamentar esta práctica tras encontrar urnas, flores y adornos funerarios en las marismas de El Rocío cuando bajaba la marea. En la otra punta de España, el Ayuntamiento de Uxue, en la provincia de Navarra, se vio obligado a pedir que no se esparcieran cenizas junto a la Cruz del Saludo, un monumento cercano a su ermita.
En Europa, la cremación forma parte de las costumbres funerarias desde hace siglos. En España, sin embargo, esta práctica no fue aprobada por la Iglesia hasta 1964, durante el pontificado de Pablo VI. A pesar de su aceptación el primer crematorio se instaló siete años después, en 1973, en el madrileño cementerio de La Almudena. Al año siguiente el Reglamento de Policía Sanitaria Mortuoria recogía la incineración como práctica legal, que con la llegada de la democracia y la Constitución cedió sus competencias a las comunidades autónomas.
En la actualidad, la legislación al respecto es algo ambigua: en España no hay una ley que obligue a depositar en los cementerios las cenizas de los cadáveres, y las administraciones son las que pueden regular este tipo de 'enterramientos'. En cuanto a arrojar las cenizas al mar, la única normativa que dice algo al respecto es el Convenio Internacional para Prevenir la Contaminación de Buques o Convenio Marpol, por el que se regula «el vertido de sustancias contaminantes para el mar», entre ellas, las cenizas de cualquier tipo. Esta ley estipula que las cenizas solo se pueden lanzar a partir de tres millas náuticas de la costa (unos 5 kilómetros) y por una empresa cuya práctica esté aprobada por el Ministerio de Fomento. En ningún caso, la ley admite que las urnas metálicas que contienen los restos se arrojen al mar, así como tampoco las coronas, solo permiten que las cenizas sean acompañadas por pétalos o flores sin tallo.
Las cenizas humanas no son contaminantes en sí, ya que las altas temperaturas eliminan cualquier resto de sustancia química que pueda dañar la naturaleza. De hecho, muchos de sus defensores opinan que el enterramiento común conlleva mucha más contaminación por los productos químicos que puede contener el cuerpo de la víctima, como tratamientos de quimioterapia, radioterapia o la laca con la que se trata el exterior de los ataúdes.
En los últimos años, y ante el auge de este tipo de prácticas funerarias, algunas empresas españolas ya están comercializando urnas biodegradables que respetan el medio ambiente. Para los funerales en alta mar, se han creado urnas compuestas de sal o arena de mar, que se disuelven al poco tiempo por el efecto de las corrientes, dejando reposar el contenido en el fondo marino. Si la elección es una zona verde, los receptáculos, hechos de minerales o fibras vegetales, contienen una semilla o un pequeño árbol en la tapa de cierre que hará que se perpetúe la memoria del ser querido a través de la planta.
«Reencuentro»
Otra de las alternativas que está ganado adeptos es la creación de diamantes a partir de las cenizas humanas. La empresa suiza Algordanza, con presencia en España, extrae de las restos humanos el carbono presente en sus elementos, para, después de un complejo proceso científico, crear la base para «cultivar» un diamante. El tamaño de las piezas, que debido a su composición toman un color azulado, dependen de la cantidad de cenizas que se obtenga de la cremación.
La presidenta de Algordanza Ibérica, Yasmín De La Vega, cataloga como «un reencuentro» el servicio que su empresa presta, y apunta que, según algunos estudios, «nuestro servicio es aún más económico que el coste medio de un funeral, lo que lo hace más asequible y una inversión para toda la vida».
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